martes, 31 de marzo de 2015

CARTAS



OCTUBRE DEL 56

Quisiera recordar la tarde última
en que Jesús Carrión junto a su perro
y la antigua escopeta, que le hizo vivir
la guerra y que engañado
decía no mató hombre, que a menudo
tiró al azar ¡Dios quiera un sólo herido!,
salieron hacia el campo, con las luces
lejanas y el dolor insoportable
de la vida acabándose, y un breve
cigarrillo liado aún con destreza,
y la barba amañada y tan vestido,
el sombrero a los ojos y en la estancia
dos mujeres que amó y en él vivían:
¿Qué quieres hoy de cena? -Me es igual,
haced vosotras. -Hasta luego. -Adiós.
Pero no puedo. Ni el disparo puedo
imaginar, ni el perro silencioso,
ni sus mujeres en la cama alzándose:
sólo la carta que una vez leí
hacia el setenta y siete y he perdido:
«Mañana, ya sabéis, comenzaría
la cura. Lo hago por no molestar.»

©Jesús Urceloy
de "La profesión de Judas"


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CARTAS

Domingo, 12


Añoran los olivos de la sierra
el paso de tu sombra y de tu rama,
y la risa graciosa de tu dama
de azabache cabello.

Y las verdes umbrías de tu tierra,
celosa de saberse tan lejana,
lloran tu ausencia…

Pero no te deprimas:
armoniza tu paso de nostalgia
con la felicidad de esta mañana.


©pbaediciones

martes, 24 de marzo de 2015

CARTAS



EL RASTRO


Memoria de la vida,
memoria de los días y la vida,
cuchillo que abre el mundo
esparciendo unas vísceras que no consigo descifrar.

Memoria de las tardes y la luz,
alumbras la mirada
eres el vigía implacable,
la brújula severa, el testigo carcelario
que anuda el tiempo en su mazmorra.

Qué buscas, memoria, qué andas buscando.
Me sigues como un perro hambriento
y tiendes a mis pies tu mirada lastimera;
husmeas, perniciosa, en el camino
el rastro de los días que fueron,
que ya no son y que jamás serán.

Te arropan los andrajos de la dicha
y la desolación te ha vuelto precavida;
memoria de la vida, memoria de los días y la vida.

©Guadalupe Grande


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CARTAS

Sábado, 11


Que no me digas no. Rizando el rizo
no es que no digas no: no dices nada
desde tu sombra, desde tu mirada,
silueta de cristal, pelo cobrizo.

¡Ay! quien te tomará. ¡Ay!, quien te hizo
tan tuya, tan ufana, tan bandera
siempre de parangón de primavera…
¿cómo no sucumbir a tal hechizo?

No dices no ni nada; (ten la tea
y enciende tu camello desolado;
—con ese cenicero ten cuidado—).

No dices nada, pero sin premura
paseas tu mirada limpia y pura…,
y ocultas otra vida, Melibea.


©pbaediciones

martes, 17 de marzo de 2015


la espera

UN SONETO HUMILDE

Y aquí va el segundo de los cinco poemas. Es un soneto humilde.
El autor, siguiendo las premisas de Sherlock Holmes,
descubre –mientras la clase está vacía- algo elemental.

Con un te quiero en rojo, y dibujado
un corazón sangrante al que le ensarta
una flecha y un nombre, hay una carta
bajo el pupitre, en el cajón, a un lado…

El papel es de un bloc cuadriculado,
hay un número de hoja, y es la cuarta
vez que un nombre se tacha, acaso Marta,
quizás María (o Mario). No han firmado.

Hay en el suelo restos de colores,
lápices, puntas, y en un borde, usada,
una goma muy blanca de Milán.

Afuera, en el recreo, entre clamores,
risas, caídas, gritos, juegos, cada
mayo el amor se sube al tobogán.


©Jesús Urceloy / 2015


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CARTAS

- Lo dijo por la radio la mañana
Viernes, 10


En el amanecer de tu ventana
pinta rosas de sol la primavera.
El hálito vital del horizonte
recorta con trazado sinuoso
azul de cielo. Las estrellas funden,
en pálidos retoques del albor,
vagas cornisas, turbias chimeneas,
antenas y fachadas.
Un anuncio tirano lo revela:
la radio lo repite
y, en tu mejilla, tonos encendidos
de frío y de semáforo lo avalan.
Autobuses urbanos pone luces
a sombras derrotadas, y el tren de cercanías
en la estación en gente se desangra.
Gente que te contempla con despego.
Como si no supiera nada.
Pero la vida grita lo evidente
y desborda la calma; y todo se conjura
— miradas, risas, inocentes gestos —
enfatizando lo que no adivinan.
Tú los miras, y callas.
Te llevan en el río apresurado
por sendas, galerías, antesalas,
escaleras que bajan y que suben
en fuga de riada, avenidas y calles
que se cruzan, y chocan, y dispersan
en el amanecer de la jornada.
Te llevan y protegen.
Como si no supieran nada.

Pero grita la vida; y la radio lo dice,
y la gente lo habla
con palabras nerviosas y tranquilas
lanzadas desde todos los rincones
de la ciudad, que ya está despertada.

Tu despertar…
Con gesto decidido y luz en tu mirada,
embelesada buscas perfiles al espejo.
Te dominan temores, y preguntas
porqué grita la vida
si quieres ocultarlo a las miradas.
Para entonces el sol, enardecido
con reflejos dorados,
compite con las luces de la calle
que vibran al compás de los latidos
— sutiles y profundos—
en un nido de nubes y de gasa.



©pbaediciones

martes, 10 de marzo de 2015

CARTAS


huellas del abandono

LA CASA DE PEDRO


El silencio, la quietud, la zozobra,
hacen esfuerzos por no decorarla de penumbra.
Mirándola de frente, diría que esta desabitada,
que le falta una luz femenina que se aleja.
Diría que los visillos cuelgan con indiferencia,
que el viejo laurel, la mesa, las sillas del jardín,
miran hacia otro lado como si renunciaran al futuro.

Todo permanece de un blanco inmaculado
como un día de boda.
Todo permanece igual que una promesa:
Pedro cuelga su ropa en el tendedero,
la cancela abre sus días al silencio,
la quietud y la zozobra.


© Antonio Delgado
febrero/2015
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CARTAS

Jueves, 9

No me dijiste, Laura,
(mechas entreveradas
de rubio en el castaño de tu pelo)
que tu risa sonaba
como arroyo de fuente cantarina
con brillos de lucero.

Tampoco me dijiste
que una perla perdida de tu boca
—rosa, clavel, prometedora, loca—,
por la lisura tersa
de tu mejilla cándida y bermeja,
se te subió a la oreja.

Ni me hablaste del novio
de mirada de mar y de nostalgia,
—ese que te despierta con sonrojo
en cualquier madrugada
venido de algún sueño tembloroso
a posarse en tu almohada
y a mirarse en el verde de tus ojos—.

Olvidaste decirme, niña Laura,
muchacha alcalaína,
—por la cruel premura de la hora
que todos los secretos atesora—,
de los mayos y abriles que te adornan,
con cuántos cuenta tu figura alpina.

Dime, Laura, porqué: porqué será
que no me lo dijiste
—mira cómo me pongo mustio y triste—.
¡Anda!, y háblame ya de tu secreto,
de tus anhelos, de tus emociones,
de tu “Laura no está…”,
esa canción que cantan las canciones.



©pbaediciones




martes, 3 de marzo de 2015


Unos segundos después

EN TU CUERPO DESCUBRO


En tu cuerpo descubro, al ofrecérseme,
el rosa y el ciclamen y el violeta
de los geranios variopintos,
el dorado perfil de la cebolla,
el rojo destallar de la azalea,
la bondad de la papa,
el perfume del te,
la luz del cáñamo
y el negro resplandor del pensamiento


©jesús munárriz
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Miércoles, 8


Ante la inmensidad del mar, gozabas.
El mar te provocaba: sus venidas
te besaban los pies. Tú te apartabas
en el juego de siempre, y te reías.

En la arena palabras y mensajes
de allende el mar el mar depositaba:
sueños, ternura; restos de abordajes…
risas y músicas amontonaba.

— ¡Hola!, -dijiste al mar. Lo saludabas
igual que se saluda a un compañero.
— ¡Hola!, —le repetías—, ¡marinero!-
¡Con qué placer el mar te celebraba!

Reías y llorabas de alegría
al saber que de ti el mar se acordaba,
y al ¡hola, mar, amigo!, contestaba
el mar con olas llenas de alegría.



©pbaediciones