domingo, 2 de agosto de 2009

voces del extremo
POEMA ENVIADO POR BERNARDO SANTOS

Poema escrito en el Hostal Gibraleón tras un continuo y delicioso aporreo de la puerta por parte de las limpiadoras a las 8 de la mañana. Se trata de una aproximación a lo que pudo ser la tecnología para nuestra generación (de los sesenta)


Nacimos en tiempos del cometa pero no lo supimos. Este país estaba en tiempo muerto. Todo atado y bien atado, altos hornos, pantanos, Fertiberia. Una historia de chapas y remaches. Fuimos el niño repeinadamente feliz del cartel de este año de voces del extremo enarbolando un TessaFilm. Por eso siempre guardaremos un vínculo especial con las mecánicas, con las papillas de Nestlé y los juguetes a pilas. Nos hurtaron la lactancia materna, pero Apolo XI entró por la televisión.

Luego, más tarde, algo más tarde, descubrimos la libertad que otros inventaros, el teléfono, el avión, la lavadora. Una historia de hilos en el aire. Aprendimos frenéticamente a usarlo todo, la música enlatada, la píldora, el primer coche. La libertad de despeinarnos. Creímos que la ciencia y que las fábricas darían cumplimiento a nuestro drama. El orgasmo con la técnica para sostener el vínculo con las ideas y los mapas.

Luego, más tarde, algo más tarde, también desaprendimos eso. El agujero de la capa de ozono y los abarrotados basureros se encargaron de tirarnos del caballo. No pudimos soportar el vasito de yogurt flotando en la playa de Bolonia.

Hoy buscamos lo esencial entre las máquinas, el mínimo que nos de supervivencia, el núcleo que nos haga cada día más humanos.
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(…) También me apetecía hacer un soneto en linea clara, aunque me sigue gustando jugar, aunque sea un poquito, con la irracionalidad.


porque me vienen grandes los zapatos
porque me agreden las mañanas frías
porque me gusta desnudarla a ratos
y verla cómo duerme algunos días

porque quiere cambiarme los retratos
poner en orden las estanterías
y ocultar sin tardanza algunos datos
que endulzan poco nuestras biografías

porque no sirve ya la lavadora
porque hay tantos sombreros como abrigos
porque en áfrica aún quedan elefantes

porque me besa cuando da la aurora
y me cuelga si quedo con amigos
porque existe un después después del antes


urceloy / julio de 2009

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Lo dijo por la radio la mañana



En el amanecer de tu ventana
pinta rosas de sol la primavera.
El hálito vital del horizonte
recorta con trazado sinuoso
azul de cielo. Las estrellas funden,
en pálidos retoques del albor,
vagas cornisas, turbias chimeneas,
antenas y fachadas.
Un anuncio tirano lo revela:
la radio lo repite
y, en tu mejilla, tonos encendidos
de frío y de semáforo lo avalan.
Autobuses urbanos pone luces
a sombras derrotadas, y el tren de cercanías
en la estación en gente se desangra.
Gente que te contempla con despego.
Como si no supiera nada.
Pero la vida grita lo evidente
y desborda la calma; y todo se conjura
— miradas, risas, inocentes gestos —
enfatizando lo que no adivinan.
Tú los miras, y callas.
Te llevan en el río apresurado
por sendas, galerías, antesalas,
escaleras que bajan y que suben
en fuga de riada, avenidas y calles
que se cruzan, y chocan, y dispersan
en el amanecer de la jornada.
Te llevan y protegen.
Como si no supieran nada.

Pero grita la vida; y la radio lo dice,
y la gente lo habla
con palabras nerviosas y tranquilas
lanzadas desde todos los rincones
de la ciudad, que ya está despertada.

Tu despertar…

Con gesto decidido y luz en tu mirada,
embelesada buscas perfiles al espejo.
Te dominan temores, y preguntas
porqué grita la vida
si quieres ocultarlo a las miradas.
Para entonces el sol, enardecido
con reflejos dorados,
compite con las luces de la calle
que vibran al compás de los latidos
— sutiles y profundos—
en un nido de nubes y de gasa.

pbernal
2002
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a manolo romero

a estas esporas que a voleo
al aire se entregaron
no las dejéis vagar
que malgasten por pedregales ebrios
su ímpetu de grana
hay luz en esta dalia si en el árbol
madura su certeza
si no abandona el ánimo a la lumbre
ni pierde su latido el pulso azul
a ver cuando la carne
que temprano nació para el dolor
arraiga entre los surcos más profundos
y encuentra esta andadura el paradero
de pétalo y espiga que merece


Helea Rodríguez
nunca-de-sus-ojos
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