martes, 31 de diciembre de 2019

NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR




 Abro la llave a lo desconocido
en una cita de contestador.
Me envuelvo en atrevidas galas,
una orquídea besa mi chaqueta,
los zapatos y el bolso a juego
completan mi disfraz.
Los nervios golpean mis piernas,
te dejo
un último mensaje,
con un si.

Tiemblo ante la cita clandestina.
Todo es posible.

Corro a tu lado.

Concepción Serna
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LOS ROTOS
(con Anne Sexton)

Todas las divisiones son mentira
salvo la que divide los cuerpos en dos
grupos incomprensibles entre sí.
Aquellos que se han roto y los que no.

Los rotos no pedimos demasiado:
que se nos quiera, sí,
que los que no han vivido la fractura
tengan paciencia
si mascullamos viendo las noticias
o hacemos el amor
con un poco de miedo.
Entenderás, entonces, ciertas cosas.

Por qué en casa las tazas no se tiran
y por qué a veces quiero
estar solo después de que suene un portazo.
Los ritos de los otros, amor mío.
Ademanes que espero que no comprendas nunca.

Ben Clark
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NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR

Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

Joan Margarit
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ÁLVARO

Subo las escaleras.
Corro.
Bajo
como si me siguiera un espantajo.
Me tiro al suelo.
Me levanto luego
de cortar a tijera una paloma
y a un pájaro las alas.
En la calle
cruzo las voces sin mirar si vienen
la bici, el coche, el camión, la grúa.
A nadie le hago caso,
quiero y paso
pisando hierba, y espantando todo
lo que se pone cerca.
Con arena
me lleno los zapatos.
No me ducho,
que no me da la gana.
Juego mucho
y ver la tele me divierte, pero
si tengo sueño,
busco la mano de la abuela, y subo
a mi cama, me meto con un beso
y escucho que me diga: sueña sueños,
mi príncipe de Asturias, rey de España.
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12

El intruso

“En el Valle,” dice, “si buscas emociones fuertes, intérnate en la fronda; sigue rutas diseñadas por los animales, y disfruta del amor de las zarzas. Avanza por estrechas sendas; navega la marea de los helechos; vadea bosques de retama; naufraga entre piornales; contempla silentes ejércitos de pinos erectos, y rodea torres y cerros de roca resignado a desvíos laberínticos para alcanzar destinos… en otra parte.”
En cuanto pongo un pie fuera del camping, mi Amigo Fiel sublima su rosario torrencial.
“Pero lo que le da emoción al monte es cuando insiste en que te quedes; te traba de un hombro, se abraza a la ropa; amaga la cabeza; descabalga sombreros; atraviesa caminos; entorpece el paso… su intención es conseguir tu compañía, y que admires sus riquezas; sus rincones y aromas; su charla con el viento; el súbito aleteo de palomas torcaces; la sombra perezosa de los buitres negros...”
Desde los cerros de Los Esnucaderos, hacia el Oeste, cerca de La Escusa, una profunda grieta señala el nacimiento del Arroyo de las Serrezuelas.
”Para ello tiene recursos inagotables: ardides, trapacerías: la paz del bosque, las praderas, las confidencias del viento con la copa de los pinos; los embozados macizos de arbustos; los brotes agresivos…”
Su turbulencia primaveral cruza por un canal la carretera del Puerto, a un paseo por debajo de las abandonadas instalaciones de investigación de la piscifactoría, y se despeña en el cauce de La Garganta.
“Son las zarzas su último recurso, y el más efectivo: cimbreantes tallos hostigan los cuerpos, se camuflan junto a la vereda, despliegan púas y traban brazos, piernas, costados; destrozan perneras, camisetas; se clavan en la piel y, por más que las apartes con el palo intentando enzarzarlas entre sí para que abran paso, la más rebelde, esa a la que dedicas dos dedos para engarzarla a las espinas del brote más grueso, te sorprenderá con un zarpazo en la cara.”
El Labradillos, el Puerto, el Riosequillo, el Balsaina, la Encinilla y otros arroyos, con y sin nombre, van vertiendo sus surgencias a la cuenca, y La Garganta se hincha, espuma, brama en la Confluencia, en la Cascada y en su recorrido hasta desaguar unos kilómetros más abajo en el Pantano.
“Los brazos, las piernas, la espalda, las manos, tatuadas con trazos profundos, durante un tiempo darán fe de tus batallas en el monte.”
Un mayo lejano quise participar en el espectáculo de la maraña de canales tumultuosos en la Confluencia, cambiar de orilla, pero alguien me detuvo...
“Que si vienes de la guerra, te van a preguntar.”
En el estío todo es desolación. Una senda, escalonada con viejas traviesas, lleva desde la carretera hasta la orilla triste de la Garganta.
“No obstante, quien se lleva la peor parte es la ropa; sobre todo la camiseta. A ella se aferran las púas con verdadera pasión, penetrando hasta la piel como uñas amorosas, sin soltar su presa, que se resiste a desgarrar más su envoltorio natural, pero que, en cuanto imagina que está libre, avanza, mientras la ropa deja jirones multicolores sobre el verde del arbusto. Trofeo que la temible zarza va a exhibir durante el tiempo que tarde el viento, la tormenta o el sol en degradarlo.”
Bajé los escalones e hice una incursión. Entre las piedras calcinadas, opacas, revueltas, imposibles de identificar como lecho, amalgamas de ramajes y troncos pudriéndose al sol alternaban junto a verdes macizos sobrevivientes de jara, retama, zarzas… Y en un recodo, rodeado de alisos, enebros, encinas, y muchos pinos, sobresalía el Abuelo: el famoso Pino Centenario.
“Imagina al ingeniero del monte, ese ciervo que traza los caminos, los entrecruza y embrolla para moverse a su capricho, cuando encuentre en uno de ellos, prendido de una zarza, el jirón de la víctima que transita su obra, y brame:
-Por aquí ha pasado el intruso.”

***

Pronto encenderé la luz. El reflejo del sol en Lanchaquebrada no da para más, y el crepúsculo se adueña del camping. Visualizo las fotos. El tronco del Abuelo es inabarcable por menos de tres hombres. La maraña de las Confluencias parece de otro mundo. La Cascada está seca, y un charquito putrefacto se vislumbra al fondo. La Escalera se pierde en el arroyo, entre sombras. Dos Puentes consecutivos, en la entrada y en la salida de la misma curva. La Cinta gris asfalto. Y eso… ¿qué es…? Creo que… la contra-curva: la pradera; vacas; grandes piedras. En una brilla…  algo metálico… ¿una placa? ¿Será una inscripción en memoria de…? La amplío. No se distingue... Tendré que volver. Me temo que… Ya entiendo la cháchara de… una maniobra de distracción. No quería que viese… O sea que… Pues sí: había un motivo.
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martes, 24 de diciembre de 2019

eneasílabos de hierro




canal de todos: foto de Blas
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A ti que lo perdiste todo
y buscas
y corres
para que el gris de las cenizas
hable con una voz que diga
«deja de buscar, ven aquí, te quiero».

de Teresa Soto
  Teresa Soto gana el III Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro / Fundación Centro de Poesía José Hierro
  Enhorabuena
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POEMA PARA UNA NOCHEBUENA
(eneasílabos de hierro)

Un niño de oro y rosa ¿puede
anticipar el alba?
Una brizna de hierba ¿puede
ser el brazo de la venganza?

El Vengador ¿es el amor?
La mano débil ¿es el hacha?
Con sangre suya y llanto suyo
¿rescata ajena sangre y lágrimas? 

Todo era oscuro. Soledad
y noche. (El alma aprisionada.)
Y ahora en la noche se ha encendido
maravillosa llama.

Entre espumas de ola y de nube
el alma canta, liberada. 
Como si fuera el centro ardiente
del amor que todo lo abrasa.

José Hierro
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ES UNA ENFERMEDAD

No resistías tanta intensidad y te pusiste una veladura.
Deseaste un corazón plano,
que el electrocardiograma no supiera dibujar caminos con /recodos
sino que fuera una llanura
o agua en remanso, sin saltos interiores.
Quisiste una sangre aplacada y una digestión plácida,
la convivencia en armonía de tus intrusos habitantes.
Que se templasen tus instrumentos de sentir y se /orquestaran.
Pediste un instante de tregua a las neuronas
pero, dónde localizar su núcleo, cómo desactivarlo.
Qué zona del cerebro es la que se resiste a la /anestesia.
Te dijeron que no había pastillas para curarte.

Tirsa Caja
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DATE A VOLAR  

Anda, date a volar, hazte una abeja,
en el jardín florecen amapolas,
y el néctar fino colma las corolas;
mañana el alma tuya estará vieja.

Anda, suelta a volar, hazte paloma,
recorre el bosque y picotea granos,
come migajas en distintas manos
la pulpa muerde de fragante poma.

Anda, date a volar, sé golondrina,
busca la playa de los soles de oro,
gusta la primavera y su tesoro,
la primavera es única y divina.

Mueres de sed: no he de oprimirte tanto...
anda, camina por el mundo, sabe;
dispuesta sobre el mar está tu nave:
date a bogar hacia el mejor encanto.

Corre, camina más, es poco aquéllo...
aún quedan cosas que tu mano anhela,
corre, camina, gira, sube y vuela:
gústalo todo porque todo es bello.

Echa a volar... mi amor no te detiene,
¡cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo!
Llore mi vida... el corazón se apene...
Date a volar, Amor, yo te comprendo.

Callada el alma... el corazón partido,
suelto tus alas... ve... pero te espero.
¿Cómo traerás el corazón, viajero?
Tendré piedad de un corazón vencido.

Para que tanta sed bebiendo cures
hay numerosas sendas para tí...
pero se hace la noche; no te apures...
todas traen a mí...

de Alfonsina Storni (Argentina, 1892-1938)
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REFLEXIÓN FUERA DE CONTEXTO

«Nos paseamos como autómatas por ciudades insensatas. Vamos de un sexo a otro para llegar siempre a la misma morada. Decimos más o menos las mismas cosas, con algunas ligeras variantes. Comemos vegetales o animales, pero nunca más de los disponibles, en ningún lugar nos sirven el Ave del Paraíso ni la Rosa de los Vientos. Nos jactamos de aventuras que una computadora reduciría a diez o doce situaciones ordinarias. ¿La vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿Qué importancia tiene vivir uno o cien años? Como el recién nacido, nada vamos a dejar. Como el centenario, nada nos llevaremos, ni la ropa sucia, ni el tesoro. Algunos dejarán una obra, es verdad. Será lindamente editada. Luego curiosidad de algún coleccionista. Más tarde la cita de un erudito. Al final algo menos que un nombre: una ignorancia.»

Julio Ramón Ribeyro
1929-1994
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11

La emboscada

Panzas de burro en el amanecer dibujan melancolía en el ambiente del Valle. Arriesgo ante la lluvia impredecible. Echo a andar hasta donde el agua lo permita, y siento su presencia:
      “Siempre fue cobarde. Incluso aquel lejano día en que el Secretario General pronunció aquellas palabras: “-¡Ahora dice el abogado que está harto, y se larga con toda la información, documentos, papeles…! ¡Esto es el fin…!”-. Su alteración fue exagerada. Por mucho que se esforzara, nunca conseguiría evitar enredarse en embrollos de los que, luego, le costaba salir airoso. Su tendencia a meterse en líos insolubles podría motivar su prevención ante los conflictos, y la deriva hacia una prudencia que, fatalmente, translucía temor.
      “En el trabajo, ante su estupor, siempre estuvo bien considerado, tanto en el área profesional como en el personal. Le tenían estima, cuando en realidad hacía su tarea sin pretender ascensos o tratos de favor; y en sus relaciones sociales se limitaba a opinar libremente y con honestidad sobre temas comunes.
      “En ese tiempo se fraguaba un nuevo grupo, y eran habituales las discusiones sobre el proceso: la oportunidad del momento; las consecuencias…; formas y conveniencias de afrontar diversas cuestiones…; esas típicas discusiones que surgen entre personas.
      “Tal vez en ese contexto mostró osadía o torpeza al tirar piedras y esconder la mano: propuso alguna solución imaginativa, u opinó de forma juiciosa sobre asuntos como conseguir estabilidad o ventajas en la actividad, y le tomaron la palabra: le propusieron dirigir la nueva asociación.
      “Quizá por cobardía, o por bocazas, aceptó. Si hubiera sido honesto, habría considerado que no lo tenía claro, que las propuestas eran equívocas, que le faltaba… un hervor. Es cierto que ninguno era demasiado versado en temas representativos, pero los persuadieron con el pretexto de que nadie nace enseñado; deslizaban que la experiencia se adquiría en el día a día; y que tenían un abogado afín, de mucho prestigio, que los asesoraría sobre temas legales, e iba a llevar el peso del papeleo y la documentación…
      “En cuanto a su actitud, resolvió que valía la pena intentarlo y, como encabezaba la lista, salió elegido.
      “Empezaron celebrando reuniones y asambleas en la flamante y nueva sede; y cursos para instruirlos en las pautas con las que liderar su actividad: estrategia, normativa, técnicas de negociación… No sonaba mal. Sin embargo, no se veía cómodo en ese nuevo espacio. Había muchas preguntas que no osaba formular; y la filosofía esbozada, el espíritu que transmitía, no encajaba con sus principios. No obstante, una vez aceptado el compromiso, lo cumpliría.
      “En algún momento les advirtieron, sin desvelar la causa, sobre quienes charlaban demasiado, exhortándoles a que guardaran reserva sobre lo que entre aquellas paredes se dijera; nunca hizo caso a esas consignas porque sabía que los trapos sucios se lavan en casa; que no puedes contar proyectos a contrincantes, y que, en ciertos círculos, ante la duda es mejor guardar reserva. Sobre todo si no dominas el campo...
      “Le asignaron un área, e hizo lo necesario para ser eficaz en su tarea de apoyo y defensa; se interesó por problemas ajenos que pudieran repercutir en las personas; defendió situaciones complejas; fue transparente y justo… Consiguió acrecentar su crédito, a pesar de algún sonado patinazo y lamentables errores, como no podía ser de otro modo…
      “Cierto día se vio en una de esas situaciones oscuras e imprevisibles que se prenden en la mente y no dejan de importunar, obligando a buscar un conjuro para alejarlo. Era por la tarde, en una comisión sobre proyectos. Habían tratado el asunto por la mañana, pero citaron a varios participantes después de la comida para cerrar flecos.
      “Horas después, cuando salían de la sala, se acercó al quicio de la puerta el Secretario General, quejándose de que “ahora dice el abogado que está harto, y se larga con toda la información, documentos, papeles… ¡esto es el fin…!”
      “Lo soltó como un desahogo, se dio la vuelta sin dejar claro a quién hablaba, y se encerró en su despacho... Los rezagados que salían en ese momento se miraron perplejos con la boca abierta. Él sintió como si alguien hubiera gritado “¡fuego!”, pero sin humo del que zafarse, sin llamas que sortear ni gente alarmada corriendo…
      “Ese comentario intempestivo se le grabó de forma indeleble en algún lugar de la memoria. Días después sondeó a un miembro de la Ejecutiva, en el que confiaba, sobre si había algún problema con el abogado. Ante su negativa, lo dejó correr.
      “No obstante lo visualizaba con frecuencia, e inconscientemente ahondaba en busca de un objeto, causa o razón, pues necesitaba darle sentido, cerrar la brecha que aún le perturbaba. Durante años, cuando afloraba la evocación, se le hacía presente, viva, real. Y le angustiaba...

      “Mucho tiempo después, alejado ya de contactos y vínculos con aquello, una tarde vio venir hacia él, por la misma acera, al Secretario General que, según le dijo luego, tampoco ostentaba ya cargo alguno. El lejano instante de entonces se le presentó reciente, actual, activo. Y aún antes de llegar a su altura, sintió desasosiego, prevención, sorpresa, al ver cómo se acercaba, de forma tan inevitable como casual, el encuentro con aquel hombre. Sus canas y arrugas les mostraban el paso del tiempo. Se saludaron efusivos, e incluso se abrazaron palmeándose la espalda; le sintió tan cordial y cercano, era tan natural su afecto, tan sentido y afable en sus comentarios y preguntas, que al fin, sin engorrosas explicaciones, comprendió de golpe lo que sucedió en aquella lejana ocasión: fue una trampa. No era él el sospechoso que buscaban filtrando información…”
      Abre el día, y el calor aprieta. Avanza la mañana con el cuento. No sé cómo ingeniármelas para que me confirme si es una confidencia personal…
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martes, 17 de diciembre de 2019

NANA DE LAS TACHADURAS

 Hacia La Maliciosa por El Peñotillo. Vistas.
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serias alarmas
amenazan el mundo
las desdeñamos
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Con toda mi alegría y mis mejores deseos para todos, 
y como todos los años os ofrezco mi villancico de Navidad. Felicidades.

Villancico de 2019

MADRIGAL DE MIS MAGOS BUENOS

“Mis Tres Magos de Oriente
tomando un dron por el azul lucero
han llegado a mi puerta para enero.

Yo les he dado casa
(quien vive solo tiene mucho espacio)
y en mi pobre palacio
se han sentado a mi vera a ver qué pasa.

¿Fue un sueño que se atrasa?
Mis Tres Magos de Oriente
me ofrecen un pasado y un presente.”

Jesús Urceloy / diciembre 2019
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NANA DE LAS TACHADURAS

Lo tachado suele ser muy persistente,
insiste tanto, le molesta tanto que le tachen
                                          que yo termino siempre cantándole.
Empiezo con una canción y acabo con una nana.
Pero la mayoría de las veces no hay forma.
                                                                        Y yo lo entiendo,
cómo no voy a entender que las palabras que yo he convocado
                                                       se nieguen a que las borren.
Yo se lo explico, les digo que hay otras.
                          Incluso les digo que las otras son más bonitas.
Da igual, les diga yo lo que les diga
                                               siempre me responden lo mismo:
a nosotras nos llamaste primero. Por algo será.
                                                          Me desgañito cantándoles,
les cuento la vida de las otras palabras
                                        para que vean que son un desperdicio.
Finalmente, las engaño, les digo que las otras están de prueba,
que las que van a quedar van a ser ellas.
                                         Al principio se lo creen, por la música.
Pero después, en cuanto me descuido,
                                                     empiezan de nuevo a protestar.
Y es curioso, porque a veces, tienen razón.
                                                               Vuelvo a leer lo tachado
y la música que suena es la que yo quería.

Francisca Aguirre
de “Detrás de los espejos” 2011
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MONÓLOGO

Nada me gusta más que madrugar,
ganarle al día dos o tres horas,
hacer mío el sofá mientras la casa duerme
y envenenarme de cafeína.
Sé que madrugo
para tener más tiempo sin hacer nada,
entonces pienso y pienso: Deporte de sofá.
Creo mundos inexistentes, tonterías.
A mis años si, ¡qué pasa!
¿Es que alguien va a mandarme cómo debo crecer?
Yo siempre fui rebelde -de pensamiento, claro.
Quien inventó la vida
la inventó del revés. Me han dicho
que hay así una película
-Ay, mi Brad Pitt nace viejo-
quiero verla este sábado.
En serio, por cada año que pasa
una es mucho más joven.
Yo voy llegando ya a la adolescencia, edad de rebeldía.
Lo digo y lo mantengo.
Hoy ya puedo pronunciar sin pudor
lo que no está bien visto:
No me gusta Almodóvar
- Ooohh, qué inculta-,
ni los espectáculos de boys, ni sus paquetes,
-qué antigua, hoy es casi obligado ir de salida.
Estoy a favor del top manta, sin recato,
de que se falsifiquen todas las grandes marcas
y se reparta así
lo que gana el hortera de Vuitton, por ejemplo,
por engañar a todo el pijerío.
Y ya le vale al osito de Tous,
con la de diseñadores que hay
tirados por la acera. 
En fin, no pasaré por el aro.
Utópica hasta la médula, me visto de segundas /rebajas,
tomo un último café y salgo a mi trabajo,
feliz,
sin tener realmente motivos para serlo.

Tirsa Caja
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10

El traficante

En la puerta de la última caravana de la tercera calle, conversan su dueño y un vecino. Hablan de huevos. Me alejo y no oigo más; iba a mis asuntos, no procedía detenerme. No obstante, intuyo el diálogo posible: “¡más que tú!”, no parece correcto; “sí, pero son míos”, no suena bien; “yo necesito aceite” se ve más civilizado, me dije cuando volvía, relajado, de mis asuntos… Nadie había ya junto a la caravana. Supongo que llegaron a un acuerdo.
     Ligeramente encorvado, poco pelo, barba descuidada, pantalón corto, camiseta desgarrada, un cayado espartano… Cuando me acerco a la puerta del camping, ya no lo veo. Voy hacia la senda del Búho. Y entonces empieza con su cháchara: “Esas transacciones empezaron en la más remota antigüedad: el trueque. Mucho se ha hablado sobre la naturaleza de la primera ocupación del género humano, del oficio más viejo del mundo, pero estoy convencido de que, ese, el trueque, cambiar algo por algo, es lo primero que se le ocurrió al mono erguido sobre sus patas cuando se enfrentó a su igual. La chispa surgió cuando se dio cuenta de que intercambiar artículos de uso o de consumo era mejor que despedazar al otro para disfrutarlos: siempre habría otra ocasión… Se considera trueque al intercambio de bienes sin dinero, cuando la realidad es que el dinero supone bienes u objetos en diferido. Y eso no ha variado desde aquella remota época hasta nuestros días, ni tiene visos de cambiar: todo se compra y se vende. Esa actividad es el verdadero motor del avance del mundo. Aquello de la tentación se consolidó con la estratagema ancestral de acrecentar el deseo de trocar mediante la mentira, perfectamente hoy normalizada: al fin y al cabo el humano es un pardillo fácil de engañar, haciéndole ver que necesita algo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza que existiera. Y así va el mundo…”
     Perplejo camino escuchándole. Si eso me pasó ayer… Por lo menos viene de buen humor. De esto parece que sabe… Quizá tenga experiencia, ¿habrá sido comercial…? Creo que advierte mis dudas, porque sigue en racha: “Cuando se dan las circunstancias de tiempo, lugar y ocasión, la vida puede lanzarte hacia el oro, hacia la cárcel…, o hacia la insignificancia. A mí me abordaron en el tiempo apropiado y en el lugar preciso. Yo decidí la ocasión. La ocasión depende del conocimiento, del convencimiento, de la ambición… En ese momento sólo consideré esta última. Además, el planteamiento era asumible, contando con que, cuando me hicieron la proposición, ellos ya habían estudiado lo de las circunstancias y las posibilidades del éxito de su objetivo, por lo que me pillaron con ventaja. Digo que era asumible, porque sólo debía implicarme en la entrega. De todo lo demás ni siquiera tenía que enterarme; únicamente dónde iba alojado, para descargarlo. De modo que acepté. Todo salió bien. Sin embargo, aquellas cuarenta y ocho horas fueron de una intensidad abrumadora. La convicción de ser manipulado, utilizado como un clínex, me llegó de golpe; la idea del engaño se alojó en mi mente con tal insistencia, que ya no pude quitármela de la cabeza hasta que todo acabó. El aguijón de la duda perturbó mi espíritu con reproches, contriciones, fantasías…: puede ser el ensayo de una nueva vía de entrada, a ver qué pasa; o un cebo para justificar algún tipo de cooperación…; o un ajuste de cuentas en el que necesitan carnaza… Muchas dudas asaltaban mi mente, razones que bien podrían ser, y cada una llamaba a mi conciencia con aldabonazos insistentes poniendo zancadillas a mi tranquilidad.
     Descargué el bulto en el maletero, y empezó otro calvario. Me llamaron por teléfono. No sé cómo lo tenían, aunque no descarto que yo mismo se lo diera. Ellos me habían dado el suyo para concertar la entrega. Quedamos para el otro día, a una hora convenida. Hablamos de los coches, de sus características, del lugar. Las dudas arreciaron: puede ser una encerrona, el momento es crítico. Pero en el maletero no podía permanecer aquello. Temblaba. A nadie había hablado de esto, el riesgo de que saliera a la luz sería catastrófico: lo que no se conoce, no existe, me repetía constantemente.
     Llegué a la rotonda. El tráfico era intenso. Identifiqué el coche. Les hice una señal, y los invité a que me siguieran. Salí de la rotonda muy despacio. Tomé otra salida. Comprobé que me seguía ese coche, y ninguno más. Busqué un aparcamiento de superficie que conocía por la zona, cerca de un parque, casi desierto a aquella hora. No estaba seguro de dar con él, y empecé a dar vueltas buscándolo. Pasé varias veces por la misma calle, me alejé y aproximé al parque, y temí irritarlos. Pero, por otra parte, pensé que lo verían como una precaución, y me tranquilicé: yo llevaba las riendas. Finalmente encontré el lugar, cambiamos el bulto de maletero, y nos despedimos con cierta frialdad…”
     Guarda silencio. Me pregunto por el motivo de su acto criminal. “Eran cuernos. No: colmillos. Marfil…”, dice...
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martes, 10 de diciembre de 2019

DE VITA BEATA




El Canario
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DE VITA BEATA


En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.

Jaime Gil de Biedma
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LA MESETA

Como por estos sitios
tan sano aire no hay, aunque no vengo
a curarme de nada.

Vengo a saber qué hazaña
nos arrasa hoy la vida.

Aquí ya no hay banderas,
ni murallas, ni torres, como si ahora
pudiera todo resistir el ímpetu
de la tierra, el saqueo
del cielo.

Y se nos barre
la vista, es nuestro cuerpo
mercado franco, nuestra voz vivienda
y el amor y los años
puertas para uno y para mil que entrasen.

Sí, tan sin suelo siempre,
cuando hoy andamos por las viejas calles
el talón se nos tiñe
de uva nueva, oímos
desbordar bien sé qué aguas
el rumoroso cauce del río.

Claudio Rodríguez
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LA MELODÍA

El Leviatán astroso
toca una flauta dulce
en el centro de un planeta.
Sus peces de colores
bailan al mismo son
tejiendo telarañas.
Se avecinan cataclismos.
No le pagaron tributos.
Se estremece la vida
en la superficie.
Buscan cobijo en el cielo,
impregnados de azufre.
La salvación tiene un precio.
El oro es sucio.
Ya se refleja el futuro
en un espejo bañado en lágrimas.
El Leviatán astroso no tiene piedad.
Toca una flauta dulce.

Toni Vega Rivas
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LA PEQUEÑA MARGARITA

La pequeña Margarita nidaba en su bicicleta;
no le gustaba coger quemones sino masticar cañadulce;

en su caseta se quedaba hasta que asomaba la luna
mientras veía volar a los pajarillos,
y mientras escuchaba el cantar de los cuervos.

Ella era risueña como el pupú de las abubillas.

Le gustaba ver su lucero en las noches de luna corta,
su mami era original con esa mirada tan clara
que llenaba el espíritu al más bobo del barrio.

La pequeña Margarita fue creciendo,
ya veía jugar a los chavales en el estanque de futbol.

Su ilusión desde niña era amar y soñar
y ser amada y soñada, todos en el barrio la amábamos
y hasta yo la llegué a soñar,
paseaba mucho por los piconales
a orillas de las araucarias
mientras acariciaba la flor del vivizco
y desde lejos observaba las matas de parras o de geranios.

La pequeña Margarita siempre fue guapa
ahora no sé si estará mustia o solloza
tal vez nostálgica porque los años pasaron,
mejor dicho; nosotros pasamos por los años.

El viento sigue intacto,
dejó de llegar la arenilla que provenía del Sáhara.

Yo debí olvidarla
aunque para mis libros no la quise olvidar.
Margarita era tallo de mis primaveras,
de mis lunas claras, de mis lunas nuevas.

Se fue volando con la arenilla
y seguramente quedó en un desierto de amor,
bajo los claros puros del sol que la animará
y la hará volver a villa Ysidra.

Su mamá dejó el campo
y las nubes grises se estarán posando.

Yo pienso que ya el Pezcosa no robará a nadie
ni tendrá que asaltar la casa del vaquero Saturnino.

Ya no hay alpendres en la orilla de su regazo,
pero habrá nuevos naranjales en sus campos.

No sé si seguirán las violetas,
el garaje sigue en el mismo sitio
y la pequeña Margarita dejó de estar en mis brazos.

Ya no habrá beso bajo la araucaria,
ni beso bajando la cuesta de los Morales.

Solo hemos quedado en un pasado,
como aquella vez cuando me enseñó las buganvillas.

La pequeña Margarita pasaría a otro paraíso,
pero no al que ella y yo tuvimos ayer.

José Raúl Díaz Viera
El Canario
1954/2014
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Sospechas

Me detengo en la Depuradora: Siempreverde, o La Playa Libre. Hacia el pantano, decido: bajo al cauce en el escape de la Garganta, cruzo el légamo endurecido del lecho seco, y subo a La Senda de los Sentidos. Continúo por ella hasta la Hípica, y allí tomo el Bajadero de troncos que sube hasta el Portacho de La Isiruela. La cadena del Cerro de la Laguna ofrece espectaculares piedras caballeras, visibles desde lejos; sus cimas inician La Cuerda de los Chamorzos. A veces pienso si mi verdadero Amigo Fiel es Lagartija Colacortada, y lo demás es mosca cojonera… La cuerda, a la derecha, baja a la zona del Pino Centenario, pero la travesía es impensable. Los diferentes cerros están separados por quebradas tan abruptas que, cada una de ellas, resulta una aventura. Hago un alto en la ladera. La panorámica es increíble: el camping, el lago, los cerros, la línea de la carretera, las Cruceras; la Hípica… “Varios días llevaba mirándome de reojo. Conocía bien esa mirada. No lo decía, pero interpretaba un “tenemos que hablar”, y me preocupaba. Por eso le propuse una excursión a La Encina. Aceptó. Nos tomamos el día libre. Salimos temprano. Conocíamos de niños la pradera de la Garganta Honda. A ella le gustaba; partimos con entusiasmo infantil. Siempre nos gustó la soledad; el ascenso se nos hizo suave, y la pradera nos acogió con el encanto de tiempo atrás: el verdor refulgía en sus pastos; la primavera explotaba en floraciones, colores, aromas…; las fuentes formaban regatos juguetones, y el guirigay de los pájaros en los arbustos nos daba la bienvenida. Sufríamos desdén imaginario: heridas enquistadas que suturamos bajo La Encina noble de nuestra niñez. Hubo tiempo de hablar del pasado; de las dudas presentes; de promesas…, y soñamos futuro. Ella estaba preciosa. Aparte del calzado, solo llevaba la holgada falda y el ajustado corpiño... como entonces… y nada más. Bajamos demorándonos en el crepúsculo, agotados, felices, ebrios de naturaleza, de libertad, de espacios abiertos; de intimidad ausente de miradas y de murmuraciones...” Dos enormes buitres negros evolucionan en la falda del valle. Me distraen. Vuelvo al ascenso. El cuento de mi Amigo Fiel me sorprende. Dudo mientras atajo por un largo sendero que suaviza lanchas por donde bajaban la madera. Asomo en el Portacho de los Conejos, un collado verde con alguna piedra cimera de considerable altura. Me aupo a una, y advierto que la Isiruela queda a mi izquierda, nada cerca. La vertiente es diáfana. Se abre a un margen de la Garganta Honda, ahora seca, y a una hermosa pradera difícil de abarcar con la mirada. A lo lejos, entre los pinos, se alza la fronda mate de una vieja encina... Decido la derecha, hacia El Chamorzo Chico. Es difícil, dice: es temprano, respondo, y la curiosidad gana. No hay camino. Busco pistas de bichos, huellas frescas; sigo rastros, un ascenso en zigzag por el que temo llegar a cualquier sitio. Esa, esa es la cima, digo, pero no; surge otra. Esta parece más alta. Piñas peladas avisan de ardillas, que no veo. Brazos y manos sangran: zarzas, espinos, piornos... Y aparece El Chamorzo, una plaza sembrada de piedras, pinos, arbustos: retama verde, jara brillante y pegajosa; piornales… tras un roquedal insospechado. Un gruñido de alerta, y bajo el follaje veo la piara: son jabatos tras una madre atribulada, quizá por mi presencia. Renuncio a sacar fotos: disfruto el espectáculo. Se pierden en la linde del Chamorzo, ocultos por piornales, jaras, retamas, rocas… que se despeñan en el Portacho de la Ica… al otro lado de la enfoscada quebrada, y a más altura, El Chamorzo Grande me sonríe… Medito en voz alta sobre el hecho de hacer cima. Estas alturas, dice, no muy elevadas, no las corona una roca, sino un pino, un roble, un enebro…: una rama suele hacer sombra sobre la roca más alta... Disimulo. Contemplo las hermosas vistas del paisaje. Salto de piedra en piedra. Busco salidas, tengo que bajar. Me cuesta. Los intentos fallidos se repiten. Insisto: la montaña, como la vida, siempre ofrece una salida. Escudriño palmo a palpo pezuñas de animales: las rocas las abortan. Culminé sobre rocas, ya sin huellas. Porfío, pues si suben, bajan…, y al final sigo un indicio. Me deslizo por una enorme lancha, lisa y peligrosa, con cautela. Afirmo la adherencia de la bota. Busco escorrentías secas de follaje asequible, pasajes bajo zarzas ahormadas por los animales. Rastros que se cruzan, me desconciertan. Miro alrededor, echo la vista atrás, y no identifico cómo demonios he llegado ahí. Busco tierra removida entre piedras. Tanteo el paso, afirmo el pie, desciendo. Otro paso, el pie, análisis del siguiente… Rectificaciones constantes. Los animales son imprevisibles, y los pasos los decido yo.
          La cinta gris azulada pone alas a mis pies. Avanzo con la esperanza de que la Fuente de la Perra Gorda aún fluya. Hay humedades en la cuneta. Me acerco al pilón; me zambullo de bruces; refresco la cara, la cabeza; tiro al suelo la camiseta, borro sangre de brazos y manos, y adoro al dios del chorrito de agua que me permite rellenar la botella…
          Mi Amigo Fiel no deja de observarme…
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martes, 3 de diciembre de 2019

El Pino Centenario


















pino centenario
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entre las ramas
cantan pájaros verdes
tienen saudade

rememoran paisajes
de amores hablan
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NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma
(Poemas póstumos, 1968)
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FOTOGRAFÍA DE UNA ESCENA FAMILIAR
  
Mi abuelo Nathan Peabody vestía estilete al cinto los domingos y festivos y cuchillo con cachas nacaradas los días de diario.

Paseaba con zahones tachonadas de plata y chaquetilla corta que escondía una pistola trabucada.

Su caballo era negro y de su cuello pendían cascabeles de sonido demoníaco y ritmo de marcha fúnebre.

Cuando se dejaba vencer por sus impulsos más primitivos se llevaba ambas manos a la cara y daba gritos espantosos.

En la foto, en tonos sepia, aparece de esta forma en primer plano.

En segundo, el cuerpo inanimado de un hombre yace en el camino sobre una mancha de lo que podía ser su sangre.

Mi abuela mira al cielo con gesto de súplica y desgracia mientras se aprieta las sienes con las manos. Así se interpone  entre la escena y mis ojos inocentes.

Recuerdo a Ernesto, del periódico local, mirándonos a todos a través de una extraña caja negra.

Recuerdo también el horror de los gritos de mi abuelo y el extraño regocijo que sentí la primera vez que vi esta imagen.

Miguel de Francisco
(1951-2013)
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LOS PIES

Cuando me da esa cosa
en la piel, que recorre
todo mi cuerpo,

por la mano, tu mano
que acaricia mi pie
y sube por mi pierna,

desearía que fuese
-ese momento, digo-
un oxímoron largo
como un instante eterno.

Cuando me da esa cosa
que llega a mi cabeza,
me vuelvo como loca
por tus caricias,
por tumbarme a tu lado.

Lo que ocurre ahora
-y es mejor que la playa
con sus fondos marinos
y aletas de buceo-,

lo que ocurre –decía-
es que me he dado cuenta
de que mis pies me sirven
para algo más que andar,

que son hojas de otoño
que vuelan desafiantes,
que son colores bellos
en los arcos dulcísimos.

Marisol Huerta Niembro
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CANTO CUADRADO BAR

(A Paco, a Pili y a todos los colegas que son y han sido)

Detrás de las ostras no sólo existen
las posibilidades de las perlas.
Detrás de las ostras hay también nombres ocultos:
Paco Pilar Eduardo Nuria el Eo…
Y hombres lapidados en las desembocaduras
de los ríos y amores abriendo las bahías
que en las aguas del mar flotan ahogados
con los brazos inertes abrazando montañas.

Detrás de las ostras no sólo hay cantos cuadrados.
Hay también areniscas y hay cristales
-como inmensas ventanas-
para mirar las naves y las islas
que asoman por el horizonte con ganas de amistad
con ilusión de vida cuando lleguen a puerto…

Porque en este puerto se escucha
de otro modo la música de los hombres
de los prados de las llanuras
de los vientos del norte y del oeste…

Hallan aquí refugio las claridades de los cielos
desde donde te observa Castropol
(toda la cornisa cantábrica)
y donde aun sin suerte te espera
una buena tertulia: lo poco que les cueste
a las mujeres desnudarse…

¡No dejes de volver! ¡De visitarnos…!

Ezequías Blanco
(De Bare Nostrum)
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El pino centenario

Su saludo en la puerta del camping es de disgusto. Supongo que, cuando encaro al sol aún oculto por Lanchaquebrada, conoce mi propósito. No lo celebra. La cuerda de los Chamorzos y los Portachos reverbera en el horizonte. “Nada es verdad”, asevera. He decidido subir por la Garganta. Lo sabe. Pretendo llegar a La Casa de Lamos, a medio camino del Puerto. Le contraría. Bajo al puente. Le noto desdeñoso. Remonto la Garganta. Lanchaquebrada ensombrece la ruta. El Chamorzo Grande es su cima. Su pendiente, excesiva. Sus lanchas, complejas de transitar. Otro día la exploro. Atrás quedan restos de la piscifactoría: techos hundidos, cascotes… Espliego. La Garganta es húmeda, sombría. Tarda en llegar el sol. La línea de la cuerda desciende en el avance: se suaviza. Me seduce abordarla. Lo estudiaré. Más adelante. Sigo hacia el Pino Centenario… “…acusan de vandálico, amparados en normas que protegen su propio vandalismo, más suave pero más cruel, apoyando su depredación en las leyes que han dictado y asumido por quienes, ellos dicen, representan… Negocian con el hambre, no les interesa su solución. Interpretan las leyes, los medios colaboran, llevan a donde quieren. Juegan con las emociones. Se escudan en falta de fondos, y apoyan la reducción de impuestos…” Me sorprende su reacción. Parece como si abriera una espita. No sé de qué habla. Alcanzo la Cascada. “Los Horcajuelos” baja del vado, acompaña un trecho a la Garganta, y cruza la carretera de Casillas. Medito sus palabras. Tomo la vía, y me desvío. Es muy empinada. Me alcanza el sol. Lleva a Los Bernardillos. En un alto, giro hacia el Arroyo de la Higuera. Aún asciendo. Es un Bajadero de troncos. Torrenteras secas lo desfiguran. Llego al Zancaparrilla. Viene de la Fuente de la Fragua, en El Chamorzo. Ni una gota. Un pequeño circo, pétreo, irregular, me acoge. Quizá aquí apilaban la madera, y nacía el Bajadero. El follaje cubre el frente. Predominan zarzas. Por encima, rocas y pinos. Tomo una zarzamora. La llevo a la boca: me agrada su acidez. Una sima a la izquierda se abre al barranco. La vegetación oculta el fondo. Imagino al Zancaparrilla desmadrado: el agua ruge en el abismo, arrasa la flora infranqueable del cañón, retamas, endrinos, piornales…, enfila el ojo del puente roto, y cae burbujeando en La Garganta. A la derecha del circo, enormes rocas obstaculizan el cauce. Una oquedad profunda sirve de abrigo a los ciervos: huellas en la arena lo atestiguan. Me pregunto cómo he llegado aquí. No era mi destino… ¿Qué me ha desviado…? ¿Será una añagaza de…? No sé qué hacer. Mi Amigo Fiel sugiere que explore. Le digo que es inútil. Mi voz ha desencadenado algo parecido a un galope. Sin embargo, el silencio y la sensación de calma sobrecogen. El sol asciende. Los tonos de los árboles adquieren vida. Concluyo que es inútil: no hay salida. Algo me dice que…, si entran, salen; el Bajadero no puede ser la única puerta…, debe haber un escape… ¡Y lo hay! La ladera opuesta bordea El Chamorzo. Rocas enormes asoman entre pinos, retamas y piornales. Oigo ruidos. Oscuras moras maduras seducen. Acerco un tallo con racimos. Las púas lo defienden. Espinosos tentáculos forman frentes defensivos. Aguijonean. Atrapan. Traban… Trato de soltarme. El follaje se abre en la lucha, y muestra un paso. Parece asequible. Lo intento. Es complejo. Laborioso. Impulso, aparto, ahueco; paso. ¿Y ahora qué? Ahora no puedo volver… Los zarzales cierran detrás. La suerte está echada. A derecha e izquierda hay zarzas, piornos, jaras. Al frente, rocas panzudas. Y otras más arriba. Y otras. Y otras… Cuando las supero, estudio cómo salvar la siguiente… Me aupo sobre ellas. Miro cómo seguir. Elijo las accesibles, descubro huellas. Acecho rastros, asciendo piedras… Subo a una atalaya, y miro atrás. El follaje oculta el circo. La vista es grandiosa: todo lo cubren verdes pinos, algún enebro, alisos... tomo agua, y reanudo la subida. Arriba, buitres dibujan círculos. A veces un torvisco indica la ruta. Otras, tierra removida junto a la roca, retama rota… de vez en cuando, ecos. Llegan golpes sobre granito… ¡voy tras ellos!, los sigo. Más tarde veré que son dos ciervos: se desvían a medio camino hacia la derecha, allá a lo lejos, entre jarales y encinas...
Bajo lanchas quebradas. Mido cada paso, cada pisada; cada roca donde poner las manos. Cuesta más que subir. Rala vegetación, piornos traidores, jaras pegajosas… Entre paso y paso, medito sobre el desvío de mi ruta, que pasaba por el Pino Centenario... Y salta con una retahíla incontenible: “…pasan de puntillas entre bloques de piedras de molino insinuando apenas la verdad de que quien los paga los censura; y difuminan, distorsionan, disgregan, tal vez en un intento de burlarlos, con la finalidad bien calculada de que las acciones de la conciencia colectiva se fraccione, se diluya, convirtiendo cada línea de las convenciones universales en papel mojado… Y les siguen, y les jalean…”
     En esa zona, la del Pino Centenario, ahí, hay algo que le altera. Debo explorarlo: tal vez encuentre pistas sobre quién fue…
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