martes, 31 de diciembre de 2019

NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR




 Abro la llave a lo desconocido
en una cita de contestador.
Me envuelvo en atrevidas galas,
una orquídea besa mi chaqueta,
los zapatos y el bolso a juego
completan mi disfraz.
Los nervios golpean mis piernas,
te dejo
un último mensaje,
con un si.

Tiemblo ante la cita clandestina.
Todo es posible.

Corro a tu lado.

Concepción Serna
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LOS ROTOS
(con Anne Sexton)

Todas las divisiones son mentira
salvo la que divide los cuerpos en dos
grupos incomprensibles entre sí.
Aquellos que se han roto y los que no.

Los rotos no pedimos demasiado:
que se nos quiera, sí,
que los que no han vivido la fractura
tengan paciencia
si mascullamos viendo las noticias
o hacemos el amor
con un poco de miedo.
Entenderás, entonces, ciertas cosas.

Por qué en casa las tazas no se tiran
y por qué a veces quiero
estar solo después de que suene un portazo.
Los ritos de los otros, amor mío.
Ademanes que espero que no comprendas nunca.

Ben Clark
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NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR

Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

Joan Margarit
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ÁLVARO

Subo las escaleras.
Corro.
Bajo
como si me siguiera un espantajo.
Me tiro al suelo.
Me levanto luego
de cortar a tijera una paloma
y a un pájaro las alas.
En la calle
cruzo las voces sin mirar si vienen
la bici, el coche, el camión, la grúa.
A nadie le hago caso,
quiero y paso
pisando hierba, y espantando todo
lo que se pone cerca.
Con arena
me lleno los zapatos.
No me ducho,
que no me da la gana.
Juego mucho
y ver la tele me divierte, pero
si tengo sueño,
busco la mano de la abuela, y subo
a mi cama, me meto con un beso
y escucho que me diga: sueña sueños,
mi príncipe de Asturias, rey de España.
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12

El intruso

“En el Valle,” dice, “si buscas emociones fuertes, intérnate en la fronda; sigue rutas diseñadas por los animales, y disfruta del amor de las zarzas. Avanza por estrechas sendas; navega la marea de los helechos; vadea bosques de retama; naufraga entre piornales; contempla silentes ejércitos de pinos erectos, y rodea torres y cerros de roca resignado a desvíos laberínticos para alcanzar destinos… en otra parte.”
En cuanto pongo un pie fuera del camping, mi Amigo Fiel sublima su rosario torrencial.
“Pero lo que le da emoción al monte es cuando insiste en que te quedes; te traba de un hombro, se abraza a la ropa; amaga la cabeza; descabalga sombreros; atraviesa caminos; entorpece el paso… su intención es conseguir tu compañía, y que admires sus riquezas; sus rincones y aromas; su charla con el viento; el súbito aleteo de palomas torcaces; la sombra perezosa de los buitres negros...”
Desde los cerros de Los Esnucaderos, hacia el Oeste, cerca de La Escusa, una profunda grieta señala el nacimiento del Arroyo de las Serrezuelas.
”Para ello tiene recursos inagotables: ardides, trapacerías: la paz del bosque, las praderas, las confidencias del viento con la copa de los pinos; los embozados macizos de arbustos; los brotes agresivos…”
Su turbulencia primaveral cruza por un canal la carretera del Puerto, a un paseo por debajo de las abandonadas instalaciones de investigación de la piscifactoría, y se despeña en el cauce de La Garganta.
“Son las zarzas su último recurso, y el más efectivo: cimbreantes tallos hostigan los cuerpos, se camuflan junto a la vereda, despliegan púas y traban brazos, piernas, costados; destrozan perneras, camisetas; se clavan en la piel y, por más que las apartes con el palo intentando enzarzarlas entre sí para que abran paso, la más rebelde, esa a la que dedicas dos dedos para engarzarla a las espinas del brote más grueso, te sorprenderá con un zarpazo en la cara.”
El Labradillos, el Puerto, el Riosequillo, el Balsaina, la Encinilla y otros arroyos, con y sin nombre, van vertiendo sus surgencias a la cuenca, y La Garganta se hincha, espuma, brama en la Confluencia, en la Cascada y en su recorrido hasta desaguar unos kilómetros más abajo en el Pantano.
“Los brazos, las piernas, la espalda, las manos, tatuadas con trazos profundos, durante un tiempo darán fe de tus batallas en el monte.”
Un mayo lejano quise participar en el espectáculo de la maraña de canales tumultuosos en la Confluencia, cambiar de orilla, pero alguien me detuvo...
“Que si vienes de la guerra, te van a preguntar.”
En el estío todo es desolación. Una senda, escalonada con viejas traviesas, lleva desde la carretera hasta la orilla triste de la Garganta.
“No obstante, quien se lleva la peor parte es la ropa; sobre todo la camiseta. A ella se aferran las púas con verdadera pasión, penetrando hasta la piel como uñas amorosas, sin soltar su presa, que se resiste a desgarrar más su envoltorio natural, pero que, en cuanto imagina que está libre, avanza, mientras la ropa deja jirones multicolores sobre el verde del arbusto. Trofeo que la temible zarza va a exhibir durante el tiempo que tarde el viento, la tormenta o el sol en degradarlo.”
Bajé los escalones e hice una incursión. Entre las piedras calcinadas, opacas, revueltas, imposibles de identificar como lecho, amalgamas de ramajes y troncos pudriéndose al sol alternaban junto a verdes macizos sobrevivientes de jara, retama, zarzas… Y en un recodo, rodeado de alisos, enebros, encinas, y muchos pinos, sobresalía el Abuelo: el famoso Pino Centenario.
“Imagina al ingeniero del monte, ese ciervo que traza los caminos, los entrecruza y embrolla para moverse a su capricho, cuando encuentre en uno de ellos, prendido de una zarza, el jirón de la víctima que transita su obra, y brame:
-Por aquí ha pasado el intruso.”

***

Pronto encenderé la luz. El reflejo del sol en Lanchaquebrada no da para más, y el crepúsculo se adueña del camping. Visualizo las fotos. El tronco del Abuelo es inabarcable por menos de tres hombres. La maraña de las Confluencias parece de otro mundo. La Cascada está seca, y un charquito putrefacto se vislumbra al fondo. La Escalera se pierde en el arroyo, entre sombras. Dos Puentes consecutivos, en la entrada y en la salida de la misma curva. La Cinta gris asfalto. Y eso… ¿qué es…? Creo que… la contra-curva: la pradera; vacas; grandes piedras. En una brilla…  algo metálico… ¿una placa? ¿Será una inscripción en memoria de…? La amplío. No se distingue... Tendré que volver. Me temo que… Ya entiendo la cháchara de… una maniobra de distracción. No quería que viese… O sea que… Pues sí: había un motivo.
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