martes, 26 de febrero de 2019

EL POETA COMULGA CON LA ANTIPOESÍA


paso en la PR-11 de La Pedriza

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entre las piedras
penetramos el suelo
la ruta sigue

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EL POETA COMULGA CON LA ANTIPOESÍA (I)

No enarbolo la rosa ni el laurel ni la pompa de amados oropeles.
No procuro corona ni quiero merecerla.
Reconozco en los charcos mejor que en los espejos mi rostro (mejor que en
la memoria).
He saciado hasta el tuétano mi sed de lira y canto.
Me he fugado de torres de hermosa pedrería.
He plantado en la tierra mis pasos. Torpemente, voy palpando la dura ciudad
en las aceras.
Al viento voy rasgando todas mis vestiduras.
No adoraré a becerros de oro disecados.
En el barro del mundo he de hacer una pira donde el hombre comulgue
llevando al sacrificio su atillo de pecados y la fiera venganza de Gardel y del
tiempo.
Finalmente he podido encontrarme a mí mismo, como Lacan postula, en
todos los reflejos donde el destello es llanto y voluntad y hambre (y soy un
hombre cierto entre todos los hombres).
Vengo a acunar el cúmulo del dolor en mi verbo, a beberme hasta el último
sinsabor de la tierra, a vomitar el asco y luego a bendecirlo, redimido en un
sueño de equidad y esperanza.
Vengo a morir muy cerca de los hombres.
Ignoro dónde habita el oro de mis versos.

Carlos Vaquerizo
(De Versos del equilibrista, 2018)
(en Nayagua 29)
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LA MAR

bajo las olas
amante compulsiva
la mar abraza


Intransigente y fría, en el embate
contra la roca siempre te destrozas
en jirones de lágrimas y viento.
Acaricias la arena sin premura.
Te acercas, y te vas, y te regresas…
Ensayas reticentes geometrías
modelando fronteras caprichosas.
Mueves el pecio desde la marea.
Liberas desperdicios de naufragio,
(la boya extraviada de un pesquero,
hilachas y sedales…). Jugueteas
con esa vieja tabla de cayuco
en la espuma dejada. Por el cerro
dorado de la duna, la botella
del náufrago columpias. Y en la playa
borras fronteras, lames las heridas,
rozas el pie, subes de los tobillos
y rodeas la tibia piel morena,
-luego de haberlo amado hasta la muerte-,
del último despojo de inmigrante.
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BLUE

Estos días azules y este sol de la infancia. De autobuses que vuelven a casa del colegio. De sangre en la nariz y pómulos morados, no hables con tus padres, sabemos dónde vives. De lunes de meriendas tiradas por el patio, de martes de saliva y tinta en el estuche. De miércoles de wásaps, caritas sonrientes, amigo, no te escondas, te estamos vigilando. De jueves de mañana serán cuarenta euros. De viernes de pestillos que no cierran. Y así otra vez lunes, así otra vez martes, y así todos los días azules de la infancia. Bajando la cabeza en los pasillos, soñando la llegada de un ángel justiciero: bazucas que destrocen las pizarras, catanas que rebanen las cabezas, y bombas que explosionen autobuses. Y así poder entrar sin miedo a los lavabos. Beber sin que te mojen los cuadernos, hablar sin que se rían. Y te griten. Y te escupan. Y entonces llega un día en que no más, y viene el director a poner orden. Y llaman a tus padres, no es hora de lamentos. Tenemos que evitar que ocurra otra desgracia, pensar en lo mejor para su hijo. Lo idóneo es un lugar donde empezar de cero. Envainar la catana, desmontar la bazuca. Cortar el cable azul del explosivo. Una derrota pactada. Y así, esta mañana, cautivo y desarmado, te lleva el autobús camino del exilio. A un patio donde nadie repara en tu presencia. Sentado en la grada de la pista de atletismo, escribes esta rabia. Catanas y bazucas, explosiones, la guardas arrugada en el bolsillo. Esperando que pasen los días y los meses. Y el sol vuelva a brillar.

Pablo García Casado
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martes, 19 de febrero de 2019

EL MUNDO EN UN SEMÁFORO


playa de los muertos
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FORTUNA

Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.

Ida Vitale (Premio Cervantes 2018)
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DIME QUÉ QUIERES

Dime qué quieres, noche de tinieblas
en este mediodía. Esas lágrimas
tan duras de leer no las descifro.
Son como pergaminos regados de tristeza.
Sentada en ese tren de cercanías
que avanza por el lujo y la miseria,
tus ojos han perdido su meta cardinal:
el sueño de querer cambiar tu vida.

Miras en la distancia. Pensamientos
chocan con realidades.
Y, bajo el sol grosero que viste de alegría
tu entorno, te consuela
tan solo la vivencia de los besos lejanos;
de tiernos brazos que, del otro lado
del mundo, se columpian de tu cuello
mientras dicen mamita
qué Navidad vendrás para quedarte.
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EL MUNDO EN UN SEMÁFORO

El catedrático de geografía Txema Pamundi decidió un día largarse de su universidad vasca y aceptar una plaza de una universidad catalana. Txema Pamundi conocía todo el mundo y sabía que el paisaje no lo hacen las banderas sino las personas queridas. Alguien le quiso dar tranquilidad y seguridad, y se instaló en una pequeña casa del Maresme. Todo iba muy bien excepto el ritual de atasco que cada mañana había de satisfacer para llegar a la hora. Y una de esas partes del ritual era un prolongado semáforo en el que el profesor Pamundi debía detenerse. Y allí, cada día de cada día, se le acercaba el rumano Mijai Bisericanu, con paquetes de pañuelos de papel y una esponja para limpiar el parabrisas. Txema Pamundi no quería empezar el día con un conflicto. Se dejaba embadurnar el cristal y se quedaba un paquete de pañuelos a cambio de un euro. "¡Gracias, profesor!", le decía Mijai. Y el profesor decidió hacer de profesor y considerar a Mijai como el primer alumno del día.
Inicio de curso. A veces son dos los semáforos que Pamundi debe esperar para entrar en la ciudad. Mijai, ante la seguridad del euro diario, conoce su coche y su hora y le aborda a mucha distancia del cruce. A Txema Pamundi le gusta la intuición de Mijai. Ése es el trato. "Mijai. No quiero más jabón en el cristal ni más pañuelos de papel. Soy catedrático de Geografía. Te regalo este atlas. Cada día, a esta hora, te haré una pregunta de geografía universal. Si la aciertas, tendrás un euro. Si no la aciertas, te daré una pista y tendrás medio euro". Más vale empezar el día jugando. La vida del semáforo está llena de malas caras. Al menos el profesor tendría a alguien a quien enseñar y el alumno algo de lo que aprender. Trato hecho.
Así pasan los días. Llega el coche del profesor Pamundi y ahí corre Mijai Bisericanu. "Tu apellido rumano significa Iglesia Blanca. ¿Puedes decirme una ciudad del mundo donde haya un templo muy grande y también sea considerada una ciudad blanca?". El semáforo. Rojo, verde, amarillo. De nuevo rojo. "Déme alguna pista, profesor". Y el profesor Pamundi, con ganas de suavizar el trámite dice: "Humphrey Bogart y Greta Garbo". Ya está verde. El profesor arranca. "¡No, espere! ¡Casablanca, en Marruecos!" Frenazo y 50 céntimos. Hasta mañana. Y mañana más: "¿Cuál es la capital del estado norteamericano de California?" Y Mijai que dice San Francisco. "Pues no. Es Sacramento. Hoy no cobras, Mijai". Y el profesor se pierde en el tráfico. Pero los días siguientes le compensa con una pregunta fácil: el monte más alto de África o los estrechos de Turquía o por qué la línea del Ecuador se llama Ecuador. Y Mijai se siente contento y decide estudiar más y más. Y ya no es por el euro.
Nuevo curso en el mismo semáforo. "¿Cómo te va, Mijai?" Txema Pamundi está más triste que otras veces. Algo ha sucedido en ese verano extraño. Mijai intuye un desengaño o unas ganas de irse. Las mismas que él sintió en su ciudad de Cluj cuando decidió irse a Occidente. El profesor tiene en la mano un billete de cinco euros. La pregunta de hoy pesa más. "¿Dónde están las islas Pitipusi?". El billete se queda en el bolsillo de Pamundi. "Algún día me gustaría morir allí", musita el profesor antes del semáforo. Mijai se ha hecho mayor. Está harto de intentar limpiar cristales que no se dejan limpiar. Le dice al profesor que ya no le verá más en aquel cruce y que la vida es larga. "Será para ti, Mijai. Para mí es cada vez más corta". Un día, el antiguo limpiacristales se presenta a una agencia de viajes y dice todo lo que sabe y las muchas lenguas que habla. Le contratan. Consigue los papeles. Le hacen delegado. El dueño admira su conocimiento del mundo y le otorga más poderes y una participación en el negocio. Amplían sus actividades a hoteles y hasta una pequeña línea aérea que se llama Iglesia Blanca. Vuela, triunfa y cada vez que alguien se ofrece para limpiar los cristales de su Mercedes él se saca del bolsillo un par de euros. En unas vacaciones, Mijai descubre el paradero de las islas Pitipusi. Decide ir allí lentamente, con la misma mochila con la que llegó hace años a Barcelona. Busca, pregunta, camina por la playa y al final, junto a una luz de petróleo y una mano de plátanos, se encuentra con el anciano Txema Pamundi. "Siéntate, Mijai. Te estaba esperando. Ahora sí que todo el mundo es tuyo".

JOAN BARRIL
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martes, 12 de febrero de 2019

PRIMERO LOS DE AQUÍ


Vista desde "Hoyo Cerrado"; al fondo, el Cerro de San Pedro.

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GRECIA
A Gotthold Stäudlin.

Bajo la sombra de los plátanos,
donde el Iliso corría entre las flores,
los jóvenes soñaban con la gloria;
donde Sócrates conquistaba los corazones
y Aspasia pasaba entre los mirtos,
mientras los clamores de un gozo fraterno
resonaba en el Ágora ruidoso,
y mi Platón forjaba paraísos;
en tiempos en que solemnes himnos magnificaban a la primavera
y torrentes de entusiasmos fluían
de lo alto de la montaña de Minerva,
en homenaje a la diosa protectora;
y cuando en la dulzura de innumerables horas llenas de poesía,
la vejez fluía como un sueño divino,
entonces, amigo mío, hubiera querido conocerte
tal como mi corazón te halla, pero años atrás.
¡Ah! qué abrazo hubiera sido el nuestro.
Tú me habrías cantado las hazañas de Maratón,
y el fervor más hermoso
habría brillado en tus embriagados ojos.
Tu corazón templaríase al sentir la victoria
y tu cabeza, que el laurel rodearía,
libre pues del peso triste de la vida
que apenas nos alivia con un soplo de dicha.
¿Ha desaparecido la estrella del amor
y el dulce fulgor rosa de la juventud?
Ah, tú, no sentiste la fuga de los años
en la danza de las doradas horas de la Hélade.
Eternos como la llama de las Vestales,
el coraje y el amor ardían entonces
en todos los corazones,
y como el fruto de las Hespérides
se abría incesante el dulce gozo juvenil.
¿De todo ese siglo de oro, por qué
el destino no te ha reservado una parte?
¡Aquellos deliciosos atenienses
eran tan dignos de tus inflamados cantos!
Apoyado contra tu lira jubilosa,
bebiendo la sangre de la dulce uva de Quío,
habría descansado, ardiente aún,
del agitado tumulto del Ágora.
¡Sí, y en aquella edad mejor,
tu corazón amante, tu gran corazón fraterno
no se habría batido en vano por un pueblo
al que con gusto ofrecemos lágrimas de gratitud!
Mas ten paciencia, no dudes que vendrá la hora
que a tu alma divina librará del polvo.
¡Muere! En vano buscarás por esta tierra
tu elemento, oh espíritu preclaro.
¡Ática, la gigante, ha caído!
El eterno silencio de la muerte se incuba
en las tumbas de quienes fueron hijos de los dioses,
en las ruinas de los palacios de mármol.
La sonriente y dulce primavera, que llega,
ya no encuentra a sus hermanos:
en el valle santo del Iliso
un lúgubre desierto los recubre.
Mi deseo se vuela hacia aquel país mejor,
hacia Alceo y Anacreonte,
y yo querría dormir en mi estrecha tumba,
junto a los santos de Maratón.
¡Que esta lágrima sea, pues, la última
vertida por la sagrada Grecia!
Oh Parcas, haced sonar vuestras tijeras,
ya que mi corazón pertenece a los muertos.

Friedrich Hölderlin (Alemania, 1770-1843)
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PATERAS

No sé qué quieres que a mi puerta llamas
después de tu viaje por esa mar tan gruesa,
vecino, tan temprano.
Aterido de frío, sin ropa ni equipaje,
golpeas mi conciencia, y no sé qué decirte.
El abandono de tu tierra madre,
a ciegas permutado por la vaga promesa
de mejora, me llena de estupor.
Me turba tu mirada. La sonrisa
que resplandece en tu semblante alerta.

No sé qué quieres. Tal vez desconfío
de que me solicites el pago de una deuda.

Aquel antepasado aventurero
que se fue por los mares en busca de tesoros.
Tal vez la codiciada fortuna, conquistada
en la selva, nunca correspondida.

¿Podría conformarte una sonrisa?
¿Podría conformarte una palabra…?

Dímelo tú, viajero diferente
manchado de miseria, que a mi puerta llamas
con la dulzura triste de un esclavo.
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PRIMERO LOS DE AQUÍ

"Primero los de aquí" dices, fumándote un cigarro en tu balcón mientras ves como desahucian a tu vecina María, española, víctima de violencia de género y con dos hijos.

"Primero los de aquí" dices, mientras haces fotos, sólo haces fotos a los abuelitos de tu barrio cogiendo comida en el contenedor de basura.

"Primero los de aquí" dices, cuando sales del super y te niegas a darle una caja de leche a Antonio, 80 años, de Teruel, que recoge comida para el Banco de alimentos de tu pueblo.

"Primero los de aquí" dices, mientras te descojonas de las caídas de Juan, de Málaga, a quien servicios sociales le ha quitado sus dos hijos y ahoga sus penas en alcohol.

¿Primero los de aquí? No. Primero tú. Sólo tú. Porque no has movido ni un dedo por ninguno de los "de aquí" en tu puñetera vida. Prefieres que se ahoguen 650 personas en el mar, 123 niñas y niños, a que se les preste ayuda. Pero en el fondo, te importan lo mismo esas 600 vidas que la mayoría de los españoles que te rodean. Nada.

La gente que ha estado luchando por los derechos colectivos, parando desahucios, construyendo y organizando redes de solidaridad y haciendo un poquito más fácil la vida a la gente, los acoge con los brazos abiertos. Es racismo, claro que lo tuyo es racismo. Pero no es sólo eso. Es ser una mala persona.

Manuel Vicente Montoya

martes, 5 de febrero de 2019

PARA LUISA



Foto tomada el 2 de febrero de 2019:

Por encima del árbol la primavera llega.
(ampliar para ver...)
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QUÉ FUE DE LOS CANTAUTORES

Éramos tan libertarios,
casi revolucionarios,
ingenuos como valientes,
barbilampiños sonrientes
—lo mejor de cada casa—
oveja negra que pasa
de seguir la tradición
balando a contracorriente
de la isla al continente
era la nueva canción.

Éramos buena gente,
paletos e inteligentes,
barbudos estrafalarios,
obreros, chicos de barrio,
progres universitarios,
soñando en una canción
y viviendo la utopía
convencidos de que un día
vendría la Revolución.

Aprendiendo a compartir
la vida en una sonrisa,
el cielo en una caricia,
el beso en un calentón.
Fuimos sembrando canciones
en esta tierra baldía
y floreció la poesía
y llenamos los estadios
y en muchas fiestas de barrio
sonó nuestra melodía.

Tardes y noches de gloria
que cambiaron nuestra historia.
Y este país de catetos,
fascistas de pelo en pecho,
curas y monjas serviles,
grises y guardias civiles,
funcionarios con bigote
y chusqueros de galón,
al servicio de una casta
que controlaban tu pasta
tu miedo y tu corazón.

Patriotas de bandera,
españoles de primera,
de la España verdadera
aquella tan noble y fiera
que a otra media asesinó
brazo en alto y cara al sol
leales al Movimiento
a la altura y al talento
del pequeño dictador
que fue Caudillo de España
por obra y gracia de Dios.

Toreando en plaza ajena
todo cambió de repente
los políticos al frente
de comparsa y trovador.
Se cambiaron las verdades:
"tanto vendes tanto vales".
Y llegó la transición:
la democracia es la pera.

Cantautor a tus trincheras
con coronas de laureles
y distintivos de honor
pero no des más la lata
que tu verso no arrebata
y tu tiempo ya pasó.

¿Qué fue de los cantautores?
preguntan con aire extraño
cada cuatro o cinco años
despistados periodistas
que nos perdieron la pista
y enterraron nuestra voz.
Y así van para más de treinta
con la pregunta de marras
tocándome los bemoles.

Me tomen nota señores
que no lo repito más:
algunos son diputados,
presidentes, concejales,
médicos y profesores,
managers y productores
o ejerciendo asesoría
en la Sociedad de Autores.

Otros están y no cantan,
otros cantan y no están.
Los hay que se retiraron,
algunos que ya murieron
y otros que están por nacer.

Jóvenes que son ahora
también universitarios,
obreros, chicos de barrio
que recorren la ciudad.
Un CD debajo el brazo,
la guitarra en bandolera,
diez euros en la cartera,
cantando de bar en bar.
O esos raperos poetas
que en sus panfletos denuncian
otra realidad social.

¿Y mujeres? ni se sabe.
Y sobre todo si hablamos
de las primeras gloriosas
que tuvieron los ovarios
y el coraje necesarios
de subirse a un escenario
de aquella España casposa.

¿Qué fue de los cantautores?
aquí me tienen señores
como en mis tiempos mejores
dando al cante que es lo mío.
Y aunque en invierno haga frío
me queda la primavera,
un abril para la espera
y un “Grândola” en el corazón.

¿Qué fue de los cantautores?
aquí me tienen señores
aún vivito y coleando
y en estos versos cantando
nuestras verdades de ayer
que salpican el presente
y la mierda pestilente
que trepa por nuestros pies.

¿Qué fue de los cantautores?
De los muchos que empezamos,
de los pocos que quedamos,
de los que aún resistimos,
de los que no claudicamos.
Aquí seguimos,
cada uno en su trinchera
haciendo de la poesía
nuestro pan de cada día.

Siete vidas tiene el gato
aunque no cace ratones.
Hay cantautor para rato.
Cantautor a tus canciones.
Zapatero a tus zapatos.

Luis Pastor
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PARA LUISA (recordando a Neruda)

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.”
Puedo escribir el verso: “la profe está de baja,
y no vendrá a la clase durante algunos días
porque cayó vencida por una gripe mala.”

Le pesan las pestañas ahíta de infusiones,
leche con miel, sudores, pastillas y migrañas;
cubierta de edredones temblores la confinan
mirando de reojo al borde de su cama.

Cómo olvidar sus rizos, cabellos de azabache;
la risa de sus ojos velados en sus jaulas,
alegres avecillas en danza de aceitunas
cuando con su alegría explica las palabras…

Tal vez esta tristeza creada por su ausencia,
y la melancolía rondando nuestras almas,
oculten las sospechas que anidan en el viento
de que sus servidumbres la alejen de este aula…

Por eso deseamos que pronto recupere
ese tesoro noble de la salud sagrada;
regrese a nuestra clase con renovados ánimos,
y al verso triste venza la risa de sus lágrimas.

(club sonrisas)
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DESASIMIENTO

Yo ya no quiero ser, porque si fuera
sería lo que tanto he deseado
a costa de dejar de ser soldado
para ser de otro ser, de otra manera.

Pues si consiento en ser lo que quisiera
y en mi querer se viera abandonado
(mi esencia, mi sentir…), aquel soldado,
dejaría de ser de mi madera.

Intuyo que, si sigo en mi porfía
y consiguiera ser eso que quiero,
ni madera y soldado yo sería.

Vencer la duda de mi dilogía:
pasar de menestral a caballero
en otra cosa me convertiría.

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HISTORIAS DE GETAFE

Tengo que contarlo. El cielo estaba diáfano, transparente; un viento helado barría las calles; la radio anunciaba bajada en la cota de nieve; el sol brillaba poderoso, pero no conseguía caldear el ambiente. No apetecía deambular por la ciudad…
Una necesidad, un compromiso, una obligación eran la causa de que dispersos viandantes salpicaran las aceras, cruzando a veces la calzada toreando automóviles. Vi un hueco en el aparcamiento del metro, y a él me dirigí, sin prisa ni pausa, tomándome mi tiempo en aparcar en batería pensando en la salida: con el morro hacia fuera.
Tres cuartos de hora más tarde, pasado el mediodía, me dirigía con premura al aparcamiento una vez cumplido el trámite que motivó mi salida a la calle, cuando advertí que mis pasos resonaban demasiado sobre el pavimento. Creo que lo noté porque repicaban como con eco. Una punzada de alerta me produjo el sobresalto de sentirme acosada. Nunca he sido cobarde, ni temerosa. Osé mirar sobre mi hombro, y vi que un joven con una mochila a la espalda, y pasamontañas, me seguía. Caminaba como a un par de pasos detrás de mí. Debió verme salir de la oficina, pensé. Medí la distancia que me separaba del coche. Su color azul destacaba sobre el resto de los vehículos aparcados, y la marca era inconfundible. Además, le faltaba la antena, que había guardado en el maletero cuando me lo pintaron. El joven mantenía la distancia. Ambos íbamos a buen paso. La confianza de tener la meta tan cerca mitigaba el posible riesgo que al mismo tiempo intuía. Tal vez fueran figuraciones mías, dudé, pero busqué las llaves en el bolso, y las dirigí hacia el coche con el dedo dispuesto para abrirlo en cuanto estuviera a una distancia adecuada. El joven no se distanciaba. Incluso me siguió cuando dejé la acera. Nuestros pasos se confundían opacos sobre el asfalto del aparcamiento. En un arranque de sangre fría, aparentando indiferencia, adelanté la mano y apreté el botón; saltó el pestillo, e inmediatamente abrí la puerta, me senté al volante y la cerré de un portazo. Al mismo tiempo, el joven abrió la puerta del copiloto y depositó la mochila en el asiento posterior.
-¿Qué haces? –le dije en un impulso irreflexivo.
-Es mi coche, -respondió mostrando sorpresa.
-¡No!, es mío… -repliqué con vehemencia
-Perdona, pero este coche es mío…
La absurda conversación amenazaba con hacerse interminable. Indudablemente era mi coche, y no acertaba a entender la extraña actitud del joven.
-No tiene antena… -balbucí justificando mi pertenencia.
-Me la han robado -respondió impasible. Luego me hizo una proposición:
-¿Comprobamos la matrícula?
Entonces advertí mi error. Mi coche, idéntico a este, y aparcado de igual forma, me esperaba tres o cuatro lugares más allá. Debimos pulsar el botón de la llave al mismo tiempo.
Una sonrisa ambigua, quizá perpleja, le dirigí cuando me alejaba al pasar frente a él en mi coche. No es verdad, pensaba, que la gente sea mala…; tengo que contarlo; esto no puedo guardármelo; lo haré por escrito, y ya sé cómo lo voy a titular: “La odisea de Montse”.

(club sonrisas)
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