ÁNGELES DE CABECERA
(Equipo de Soporte de Atención Domiciliaria)
Aunque la intuición me anticipara la
terrible noticia, cuando llega, el
tiempo se detiene (o acelera), frente a un muro al final de un precipicio.
Todo mi pensamiento se concentra en frenar la
carrera, en conservar la calma, en perpetuar el tiempo como… si no pasara nada.
Temo dar ese paso que nadie sabe a dónde
llevará. Me balanceo en el umbral inmenso del vacío con una carga emocional
desconocida que puede deslizarme por la pendiente de la autocompasión, o el
abandono a la indolencia, a mirar a otro lado y escapar.
Una llamada basta. Vienen a visitarme.
Llegan con la mochila repleta de presentes,
dispuestos a ayudar, y para todos traen un gesto confortante, una sonrisa
abierta de luz, de comprensión, una mano tendida en el anhelo de servir de
puente entre la realidad y la verdad desnuda.
Pasan los días. Sé bien que están ahí. Siento
que con sus alas me protegen limando las aristas que van erosionando mi camino
de regresión a un punto sin retorno. Y dejan que les hable sin pudor de tantas
inquietudes que me asaltan, para las que prodigan sus respuestas sinceras, sus certezas
sin falsas esperanzas.
Ocupo mi lugar en sus proyectos. Comparten mi
dolor y mi desesperanza, y me animan a ser como yo soy, ofreciendo el consuelo
del silencio cómplice, de la razón discreta, de la palabra justa sin ánimo
moral que empañe mi conciencia.
Con su rico bagaje de recursos medidos, hacen
milagros prodigando bienes que despliegan humildes, sin falsas alharacas: con
sola su presencia reconfortan el ánimo, y al escuchar las quejas que inundan mis
sentidos, alivian de asperezas las sempiternas horas que me atan sobre el lecho
del dolor. Y llenan en mi entorno los huecos que la vida rompió con sus
caprichos: los sueños no cumplidos, las promesas de la inocencia para siempre, los
lazos rotos, la marcha holgada hacia la eternidad…
No sé de mi existencia qué sería sin mis
custodios ángeles de cabecera.
Pbernal / Elia Pérez
(20/12/2012)