martes, 26 de junio de 2018

YO PUEDO EXPLICARLO


Diversidad. Dibujo de Luis Felipe Comendador.
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¿NO LO SABÉIS VERDAD? YO PUEDO EXPLICARLO
(versión)

"¿Sabéis qué se siente cuando tus ojos
no divisan tierra...?
Yo puedo explicarlo.

¿Sabéis qué se siente cuando el oleaje
empieza a crecer...?
Yo puedo explicarlo.

¿Sabéis qué se siente cuando divisas a 5
y solo puedes salvar a 3…?

¿Sabéis cómo es el Mar a 10 millas de la costa...?
¿No lo sabéis verdad?
¿Sabéis cómo es el infierno...?
No lo sabéis.

Es parecido a un mar con olas de 4 metros
en la oscuridad de la noche,
y nadie de vosotros tiene cojones
de entrar a 20 metros de la orilla.

¿Sabéis cómo retumban
los gritos de socorro en mitad del Mar,
y no divisas a la persona...?

¿Sabéis cómo es un cuerpo flotando boca abajo,
por el que ya nada puedes hacer?

¿Sabéis a qué velocidad se traga el Mar
un cuerpo
que 10 segundos antes te miraba pidiendo ayuda?
¿Sabéis qué es el frío y la soledad?

No lo sabéis.

Ojalá vuestra imagen del Mar sea siempre
la del verano, el Sol, el chiringuito,
por que
si algún día os veis en otra situación,
rezad para que,
en los despachos de un gobierno,
den la orden de ir a buscaros.”

de Chema Monreal,
patrón de barco, marinero,
rescatador y técnico en Salvamento.
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XXIV

Cuenta. Llora. Sueña. Ríe.
Anuncia. Te vende. Canta.
Hay un coche. Y un perfume.
Y una muñeca que habla.

(Habla. Te habla la tele.)
…Y una piscina en la playa.
Y una película vieja
de indios color naranja…

de apuntes, 2001
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JOHN DESMOND BERNAL, CIENTÍFICO Y COMUNISTA

John D. Bernal (1901-1971) fue un científico y comunista irlandés que destacó por su labor pionera en el ámbito de la cristalografía de rayos X, biología molecular e historia de la ciencia.

Tras realizar estudios en la Universidad de Cambridge y licenciarse en matemáticas y ciencias en 1922 siguió estudios de postgrado bajo la tutela de William Bragg en los laboratorios Davy-Faraday en Londres.

Hacia 1924 logró determinar la estructura molecular del grafito, una forma del carbono. En la Universidad de Cambridge, y junto con su discípula y futura ganadora del Premio Nobel Dorothy Crowfoot Hodgkin, tomó las primeras fotografías de rayos X de cristales proteicos, dando uno de los primeros pasos para los estudios de las macromoléculas orgánicas basados en cristalografía.

No le otorgaron el Premio Nobel a causa de la Guerra Fría, a pesar de que varios de sus discípulos y compañeros de investigación fueron laureados. Justo por entonces la cristalografía de proteínas se convertía en una herramienta clave para el avance de la biología molecular, pero a Bernal le dejaron fuera. Sin embargo, en 1962 sus colegas Max Perutz y John Kendrew se llevaron el Nobel de Química por sus estudios cristalográficos de las proteínas hemoglobina y mioglobina, y Francis Crick, James Watson y Maurice Wilkins obtuvieron el de medicina por sus descubrimientos sobre la estructura de la doble hélice del ADN.

Siempre le entusiasmó la conquista del espacio exterior. El monolito negro que expresa la inteligencia extraterrestre en la saga de novelas de Arthur Clarke ("2001 Una odisea del espacio") también procede de Bernal. Fue un pionero de las estaciones espaciales orbitales, verdadera ciencia ficción para aquella época. En 1929 propuso la construcción de una estructura en forma de asteroide hueco y esférico, que se conoció como la Esfera de Bernal, de 16 kilometros de diámetro, capaz de mantener contingentes de 30.000 personas en el espacio de forma permanente.

En 1937 le nombraron miembro de la Royal Society de Londres, la máxima institución científica de Gran Bretaña. En 1958 le nombraron para la Academia de Ciencias de la URSS.

En junio de 1994 la revista francesa de divulgación científica "La Recherche" publicó un número especial dedicado a un acontecimiento histórico que se ha querido mantener oculto: el decisivo papel de un comunista en el desembarco de los aliados en las playas de Normandía. Para ello Bernal inventó los llamados puertos prefabricados Mulberry que se usaron en el desembarco y realizó la topografía del terreno y el suelo marino. La Armada Británica le asignó el rango de comandante para minimizar problemas relacionados con tener a un civil al cargo de las fuerzas de desembarco. Tras orquestar el Día D, Bernal desembarcó en Normandía al día siguiente.

Otra de sus aportaciones más importantes concierne al debate sobre el origen de la vida. En los países capitalistas conocemos al soviético Alexander Oparin gracias a que Bernal tradujo su obra al inglés. Pero Bernal propuso sobre el asunto hipótesis novedosas, como la intevención de la arcilla en la formación de quiralidad de las moléculas orgánicas. Luego las investigaciones de James Ferris confirmaron que las arcillas pueden actuar como catalizadores en la formación de las cadenas de ARN. El Premio Nobel Jack Szostak también ha demostrado que las arcillas pueden producir los ácidos grasos que componen las membranas de las células.

Bernal fue profesor en la Universidad de Londres. Junto con el soviético Boris Hessen, revolucionó la historia de la ciencia y sus obras, basadas en el materialismo dialéctico, han tenido gran difusión. En 1939 escribió un libro con el que inició los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, llamado "La función social de la ciencia". En 1954 publicó otra obra maestra "La ciencia en la historia".

Supo generalizar magistralmente los resultados obtenidos por la ciencia en su conjunto, puso de relieve el valor filosófico de la ciencia y su importancia para la historia de la humanidad, aclaró el carácter contradictorio de su desarrollo en las sociedades de clase y su incesante progreso bajo el socialismo.

A la muerte de su amigo, también científico y comunista, Frédéric Joliot-Curie, ocupó la presidencia del Consejo Mundial de la Paz y en 1953 la URSS le concedió el premio Stalin de la Paz por su contribución a la amistad entre las naciones.

En 1923 se afilió al Partido Comunista, una ideología que defendió a capa y espada hasta su muerte, ocurrida en 1971. Por eso en los países capitalistas la obra de Bernal ha sido salvajemente censurada, combatida e ignorada. Sin embargo, después de su muerte, en 1989, se celebró en Hamburgo un Simposio al más alto nivel para conmemorar el 50 aniversario de la publicación de su obra pionera "La función social de la ciencia".

Trabajo de investigación de Óscar Miguélez
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martes, 19 de junio de 2018

HOME


foto de la red
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HOME

“Nadie deja su hogar
a no ser que su hogar sea la boca de un tiburón.

Solo corres hacia la frontera
cuando ves toda la ciudad corriendo también,
tus vecinos más rápido que tú.

El chico con el que fuiste al colegio,
que te besó hasta el vértigo detrás de la vieja fábrica,
sostiene una pistola más grande que su cuerpo.

Solo dejas tu hogar
cuando el hogar no deja que te quedes.

Nadie deja su hogar
a no ser que el hogar te persiga,
con fuego bajo los pies,
sangre caliente en tu vientre.

No es algo que pensaste hacer,
y cuando lo hiciste
llevaste el himno bajo tu aliento,
esperando a llegar al lavabo del aeropuerto
para romper tu pasaporte
y tragártelo: con cada bocado de papel
dejando claro que no volverías.

Tienes que entender
que nadie pone a sus hijos en un barco,
a no ser que el agua sea más segura que la tierra.

¿Quién escogería pasar
días y noches en el estómago de un camión,
a no ser que las millas de viaje
signifiquen algo más que el viaje?

Nadie escogería reptar bajo alambradas,
ni ser golpeado hasta que la sombra te deje,
violado, ahogado,
obligado a estar en el fondo del barco
porque eres más oscuro;
ser vendido,
pasar hambre,
disparado en la frontera como un animal enfermo,
ser compadecido,
perder tu nombre,
perder a tu familia,
pasar uno o dos o diez años
en un campo de refugiados,
donde te desnudan y registran.

Encuentras una cárcel allá donde vas
y, si sobrevives, te saludan en el otro lado
con un volved a casa negros, refugiados,
sucios inmigrantes, buscadores de asilo,
vienen a llevarse lo que es nuestro,
negros con sus manos extendidas,
huelen raro, salvajes,
mira lo que hicieron con su país,
¿qué harán con el nuestro?

Las miradas sucias en la calle
son más suaves que un miembro arrancado.

La indignidad de la vida diaria
es más tierna que catorce hombres,
que se parecen a tu padre,
entre tus piernas.

Los insultos son más fáciles de tragar
que las ruinas,
que el cuerpo de tu hijo en pedazos...

Por ahora olvida el orgullo,
tu supervivencia es más importante.

Quiero ir a casa,
pero el hogar es la boca de un tiburón,
el hogar es el cañón de una pistola,

y nadie dejaría su hogar
a no ser que el hogar te persiguiera hasta la costa,
a no ser que el hogar te dijera
que dejaras lo que no puedas dejar atrás,
aunque sea humano.

Nadie deja el hogar
hasta que el hogar es
una voz húmeda en tu oído que te dice:
vete, aléjate corriendo de mí,
no sé en qué me he convertido, pero sé
que cualquier lugar es más seguro que éste”.


de Warsan Shire.
Este poema, de la anglo-somalí Warsan Shire, se ha convertido en uno de los lemas en las reivindicaciones sobre la situación de los refugiados.
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XXIII

La corbata y la camisa.
La chaqueta en el perchero.
Una pluma en el tintero.
El funcionario improvisa
la respuesta o la pesquisa,
en su butaca sentado.
La taquilla, al otro lado,
una larga hilera era
de mucha gente que espera.
Y el funcionario, callado.

¡Cuánto se queja la gente!,
el funcionario pensaba,
al tiempo que reprochaba
con ademán indulgente
a la chusma intransigente
que bullía con la espera.
Y escucha por la tronera
una respuesta callada:
Si no solucionas nada,
¿qué pintas en esa esfera?

de apuntes, 2001
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LOA A LA MENTIRA

“—¿Me perdonaría el ilustre prócer, si le dijese que no he creído el cuento con que nos regaló hace un momento?
—¿Qué cuento?
—El de la conversión. ¿Puede saberse la verdad?
—Donde nadie nos oiga, Fray Ambrosio.
Asintió con un grave gesto. Yo callé compadecido de aquel pobre exclaustrado que prefería la Historia a la Leyenda, y se mostraba curioso de un relato menos interesante, menos ejemplar y menos bello que mi invención. ¡Oh, alada y riente mentira, cuándo será que los hombres se convenzan de la necesidad de tu triunfo! ¿Cuándo aprenderán que las almas donde sólo existe la luz de la verdad, son almas tristes, torturadas, adustas, que hablan en el silencio con la muerte y tienden sobre la vida una capa de ceniza? ¡Salve, risueña mentira, pájaro de luz que cantas como la esperanza! ¡Y vosotras resecas Tebaidas, históricas ciudades llenas de soledad y de silencio que parecéis muertas bajo la voz de las campanas, no la dejéis huir, como tantas cosas, por la rota muralla! Ella es el galanteo en las rejas, y el lustre en los carcomidos escudones, y los espejos en el río que pasa turbio bajo la arcada romana de los puentes: Ella, como la confesión, consuela a las almas doloridas, las hace florecer, les vuelve la Gracia. ¡Cuidad que es también un don del Cielo!... ¡Viejo pueblo del sol y de los toros, así conserves, por los siglos de los siglos, tu genio mentiroso, hiperbólico, jacaresco, y por los siglos te aduermas al son de la guitarra, consolado de tus grandes dolores, perdidas para siempre la sopa de los conventos y las Indias! ¡Amén!”

de Ramón María del Valle-Inclán
(Sonata de invierno –fragmento-)
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martes, 12 de junio de 2018

Orilla revuelta


Orilla revuelta

Noches sin sueño. Pensamientos de esos que nos visitan en las noches sin sueño. Intento retenerlos en mi memoria para compartirlos con todos vosotros.
A algunos les parecerá fatalista, para mí no tiene más trascendencia que el momento.

(del Blog de Adilia Aires, 6 de mayo de 2012)

5 de junio de 2018

No quiero llanto ni pena,
cuando se acerque mi fin,
quiero a mi gente serena,
que nadie llore por mí.

Sueño la brisa marina,
en el último soplo
de mi respirar.

Sueño por última vez:
bañarme en la playa,
correr, bailar...

Sueño tener a mis pies
las verdes olas del mar.

Sueño guitarras vibrando
y voces cantando
en la despedida.

La luz se va disipando,
como se apaga la vida.

El reloj marca la hora,
asoma la aurora,
nace el alba
fresca y pura,
cae en mi alma
la noche oscura.

Adilia Aires

Donde quiera que estés, queremos que sepas que has dejado una enorme familia desperdigada por todo el mundo; huérfanos de tu silencio, y de tu voz escrita con la mirada; atenta siempre a dedicar una palabra de ánimo, de elogio, de comprensión; ejemplo de voluntad, de compromiso y de sabiduría, a través de tu blog (blog de Adilia Aires), y de tu página de fb. Descansa en paz, amiga, hermana, madre…
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in memoriam
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QUÉDATE EN LAS ISLAS

Quédate en las islas,
tú, la niebla desnuda
que trajo el espejismo hasta mis ojos,
que quiero volver
a ser el lienzo en blanco,
el que aguarda a su amante entre los acebos,
el que no fue torturado aún
y no conoce sino el dolor de verse abatido
una tarde de otoño.

Hace demasiados años
que espero a que mi cuerpo me sorprenda
con su peso,
con emoción, entre los arabescos de plata
o entre las voces de los supervivientes.

Quédate en las islas
y deja el brocado de ortigas para otro,
que no quiero el resplandor,
pues siempre trae la furia si refulge,
que busco ser besado en el cuello
por la boca más dulce
sin que nadie lo sepa
y no quiero ser despedido
si decido marchar.

Quisiera, antes de que desaparezcas,
que tan solo me dejes las respuestas
que preciso y que busco:
¿Qué gozo le dará el oro a los muertos?
¿Divagar es de estúpidos?
¿Debe implicarse el poeta
o solo ser la voz de cada máscara?
¿Es un tullido el triste?

de Luis Felipe Comendador (2009)
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XXII

Van a sus casas
esas muchachas
con sus chiquillos.

Todo se queda quieto
por los pasillos.

Vacío queda
cuando se cierra todo.

Todo se para
hasta mañana. Todo.

Nada lo llena,
nada lo rompe. Calla.

Puerta cerrada.
Luz apagada. Nada.

Paran los juegos,
para el trabajo. Plomo
es el silencio…
que parará mañana.

de apuntes, 2001
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EL HIJO DEL JOYERO

En una clase de escritura creativa, después de que una alumna hubiera leído un texto de encargo, pregunté a uno de sus compañeros qué le había parecido.
—Me ha gustado mucho porque lo he entendido y a mí me gustan las cosas que entiendo —dijo.
Su afirmación acerca de las virtudes de lo inteligible fue tan categórica, tan agresiva incluso, que no me atreví a replicar. Esperé a la siguiente clase para decir algo.
—¿Te gusta alguna cosa que no entiendas? —le pregunté con cautela.
—No —repitió tajante—, lo que no entiendo no me gusta. Desconecto, me voy.
Estuve por hurgar un poco en el asunto. Pero juzgué que no era el momento. Además, no quería poner en aprietos al chico, que me caía bien; era un buen tipo. Había acudido al taller para aprender a escribir como se habla porque pretendía hacer diálogos para el cine y la televisión.
—Si quieres escribir como se habla —le dije al principio—, no me necesitas a mí. Basta con que grabes a la gente y transcribas a continuación la cinta.
—Sospecho que hay un truco —respondió él.
—El truco —le dije— consiste en otorgar a la escritura una apariencia de oralidad.
—¿Una apariencia? —dijo él.
—Una apariencia —dije yo.
—¿Significa que parezca oral, pero que no lo sea? —dijo él.
—Exactamente —dije yo.
—¿Y eso cómo se logra? —preguntó él.
—Buscándose uno la vida —respondí yo.
Por alguna misteriosa razón, pensaba mucho en este chico. Había en él una suerte de opacidad que me resultaba conmovedora. Un día leí en el taller la primera frase de La Regenta, la novela de Clarín.
—Escuchad esto —pronuncié abriendo el libro—: “La heroica ciudad dormía la siesta”.
Me dirigí luego al chico al que solo le gustaba lo que entendía y al que en el futuro llamaremos Pedro:
—Pedro, ¿te gusta este comienzo?
—¿Te importaría volver a leerlo? —dijo él.
—“La heroica ciudad dormía la siesta” —repetí yo.
—Está bien —dijo él.
—¿Pero es una obra maestra? —dije yo.
—Hombre, tanto como obra maestra… —dudó él.
—A lo mejor no lo has entendido —¬aventuré yo.
—Sí que lo he entendido —se ofendió él—. Dice que la heroica ciudad dormía la siesta. No tiene más misterio.
—¿Y tú te imaginas a un héroe durmiendo la siesta? —pregunté yo.
—Perfectamente —dijo él.
—Ponme un ejemplo —dije yo.
—Mi padre —dijo él—. Mi padre se levanta a las tres de la madrugada, va al mercado central, compra la carne del día, la transporta hasta su puesto en el mercado del barrio, la coloca, abre la tienda, atiende a los clientes. Mi padre pesa 120 kilos. Es un gigante, no le tiene miedo a nada. Y después de comer da una cabezada en el sofá.
¿Qué responder a eso? El heroico padre de Pedro dormía la siesta.
Un día que fuimos a tomar una cerveza al terminar la clase le pregunté:
—Pedro, ¿tú me entiendes?
—No —dijo.
—¿Y te gusto como profesor?
—No —respondió sin vacilar.
—¿Por qué vienes entonces a mis clases?
—Porque sabes algo sobre la construcción de los diálogos que yo no sé.
Al día siguiente, leí en clase el comienzo de un cuento de Raymond Chandler que dice así: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Pregunté a Pedro si le parecía genial.
—Creo que sí —dijo—, creo que es muy bueno.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—Porque da, en muy poco espacio, mucha información sobre el que habla. Nos dice que es un tipo cansado.
—¿Y crees que las personas se expresan de ese modo?
Dudó. Me dirigí a la clase y pregunté si la gente, en la vida real, habla como los personajes en las novelas y en el cine. Los alumnos se miraron unos a otros. No era un grupo muy participativo. Saqué de mi cartera un papel donde llevaba impreso el famoso diálogo entre los dos protagonistas de Johnny Guitar:
Él: ¿A cuántos hombres has olvidado?
Ella: A tantos como mujeres tú recuerdas.
Él: No te vayas.
Ella: No me he movido.
Él: Dime algo agradable.
Ella: Claro, qué quieres que te diga.
Él: Miénteme, dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
Ella: Te he esperado todos estos años.
Él: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Ella: Habría muerto si no hubieses vuelto.
Él: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Ella: Aún te quiero como tú me quieres.
Él: Gracias, muchas gracias.
Me volví de nuevo a la clase. Volví a preguntar si la gente hablaba así en la vida.
Tuvieron que aceptar que no. Les dije que el día anterior, preparando la clase, había tropezado en Internet con una curiosa demanda. Alguien solicitaba una especie de catálogo de frases típicas de telenovela. La respuesta con más puntos citaba las siguientes:
—No soy más que una simple criada.
—¿Por qué tuve que nacer ciega?
—Hay que impedirlo a toda costa.
—Estoy esperando un hijo tuyo.
Los alumnos rieron al reconocer el lenguaje del melodrama, muy parecido al lenguaje de la vida. La vida les hacía gracia.
Pedro, en cambio, se había quedado pensativo. Me pidió que desmontara la frase con la que había comenzado todo: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Se trataba de un ejercicio, el de desmontar frases, que hacíamos a veces, y que les gustaba.
Les solicité que pensaran en avenidas y en callejones. Dije que a veces uno camina por la avenida principal de una ciudad cuando le sale al paso un callejón más atractivo, en el que se introduce con la intuición de que romperá así la monotonía grandiosa, aunque previsible, de la avenida.
—Lo curioso —añadí— es que todo el mundo sabe lo que es un callejón, pero no todo el mundo sabe lo que es una oración subordinada.
La que nos habíamos propuesto desmontar era una oración compuesta por una principal (era uno de esos hermosos días de finales de abril) y una subordinada (si a uno le importan esas cosas). La principal, les expliqué, era principal porque podría sobrevivir sin la subordinada, y la subordinada era subordinada porque carecía de sentido por sí sola.
Ahora bien, añadí, la principal, pese a su capacidad de supervivencia, parecía idiota. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril” se le ocurre a cualquiera. De hecho la inteligencia de la frase residía en la subordinada (“si a uno le importan esas cosas”). Observad, les pedí, la capacidad irónica de ese callejón gramatical. Repetimos: si a uno le importan esas cosas. De súbito, y gracias a su subordinada, la frase principal, que por sí misma no valía un céntimo, adquiere una fuerza asombrosa.
Bueno, estaba intentando explicarles (y explicar a Pedro en particular) lo que diferencia a la escritura creativa de la prosa común, del habla. Una frase pretenciosa, manoseada, mala (era uno de esos hermosos días de finales de abril) se convierte en buena si haces salir de ella, a modo de apéndice, un callejón inesperado (si a uno le importan esas cosas).
El lenguaje literario era en cierto modo un intruso que intentaba pasar inadvertido entre el lenguaje común. Parte de su interés, si no todo, residía en esa capacidad no ya de ser tolerado por el sistema siendo tan diferente a él, sino de confundirse con él hasta el punto de que mucha gente, como Pedro, suponía que aprender a escribir diálogos consistía en aprender a escribir como se habla. Confundía la literatura con la vida. Quería llevar su vida (su habla) a la escritura, quizá quería convertir su vida en una película.
¿Qué distingue a las frases magnéticas de las comunes? Que en su interior sucede un drama de carácter semántico. “La heroica ciudad dormía la siesta”. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril si a uno le importan esas cosas”. Por cierto, que Pedro, mi alumno del taller de escritura, era un tipo magnético, aunque de un magnetismo turbio, oscuro, un magnetismo con lagunas de opacidad.
En una ocasión leí en el taller un verso de Anne Sexton que dice así: “Cuando fuiste mía llevabas un audífono”. Se rieron todos, menos Pedro.
—¿Por qué os reís? —pregunté.
Las explicaciones fueron al principio confusas, pero poco a poco fuimos aproximándonos a la cuestión. “Cuando fuiste mía”, la oración subordinada, en este caso, carecía de interés. La sorpresa salta al leer la principal, “llevabas un audífono”. ¡Dios mío!, a quién, si no a un genio, se le ocurriría completarla de este modo. Llevabas un audífono. Cuando fuiste mía llevabas un audífono. Si ustedes escriben en Google el sintagma “cuando fuiste mía”, les salen 3.480.000 resultados. Es el primer verso de miles canciones. Pero ninguno, de entre esos millones de “cuando fuiste mía”, se completa con un “llevabas un audífono”. En este caso, la frase principal es la intrusa. ¿Qué rayos hace ahí el “llevabas un audífono”? Se enfrenta al tópico, lo destroza, lo vuelve a su favor. Engaña a la lengua, al monstruo, le hace creer que va a escribir un poema romántico, un poema idiota, un texto de todo a cien, y al dar la vuelta a la frase le da esquinazo, le cuela el “llevabas un audífono”. En resumen, “llevabas un audífono” hace antiliteratura, que es la única forma posible de hacer literatura.
Un día leí en el periódico la reseña de una novela a la que el crítico calificaba de “rara”. Imaginé el caso contrario, una crítica sobre una novela cualquiera de la que se dijera que era normal. Tienen ante ustedes una novela normal. ¿Hay novelas normales? Quizá sí. Y quizá sean las que definan el gusto dominante. Las novelas normales poseen una facultad que no tiene precio: que se entienden. Se entienden, digámoslo todo, al modo en que Pedro había entendido el ejercicio de la alumna al que aludíamos al principio de estas líneas. Y no solo se entienden, sino que te entienden. Saben que estás agotado, que tienes en la cabeza mil cosas que resolver. Hay que llamar al servicio técnico del gas para que vengan a hacer la revisión anual, has de llevar el coche a la ITV y el gato al veterinario. La vida diaria está repleta de pequeñas ansiedades que dificultan la concentración. Si aún te queda un hueco para leer una novela, le pides entenderla y que te entienda, es decir, que te dé la razón. ¿Quién quiere una novela que no le dé la razón? ¿Quién quiere un poema de amor que diga que cuando fuiste mía llevabas un audífono? Cuando fuiste mía, no sé, la tormenta arreciaba, o se escuchó el canto de una alondra.
Pasaron los años y un día tropecé con Pedro en la calle. Iba vestido como un ejecutivo de éxito. Intercambiamos las frases habituales, tópicas, las frases que nos ordenaba decir la lengua y que jamás se dirían los personajes de una novela. ¡Cuánto tiempo!, ¿cómo te va?, ¿vives en Madrid?, etcétera. Una vez agotado el repertorio, le pregunté si le apetecía tomar un café.
—Claro —dijo él.
Nos metimos en un bar y continuamos intercambiando banalidades. Casi a punto de despedirnos, Pedro me apuntó con el dedo y me dijo con una sonrisa rara, una sonrisa que podía ser la imitación de una sonrisa:
—De modo que la heroica ciudad dormía la siesta.
—Sí —dije yo—, y cuando fuiste mía llevabas un audífono.
—Verás —dijo él—, entendí perfectamente, a la primera, la heroica ciudad dormía la siesta. La entendí tanto que me asustó y por eso intenté devaluarla. Mi padre no tenía una carnicería ni se levantaba a las tres de la madrugada para ir al mercado central ni pesaba 120 kilos. Mi padre no era un héroe. Mi padre tenía cinco joyerías, cinco; ahora tenemos diez porque me he incorporado yo al negocio. Y me gusta. Entonces, no. Estaba en la época de la rebeldía. No quería parecerme a mi padre. Ignoraba que escribir como se habla era un modo de parecerme a él por otra vía. Tú, sin darte cuenta, me hiciste ver que en el fondo quería ser como él. Un día dijiste en clase que se escribe desde el conflicto, que si no hay conflicto se puede escribir el código penal pero no Crimen y castigo. Yo creía que quería escribir Crimen y castigo, pero no era cierto. Me interesa más el código penal, lo entiendo mejor que Crimen y castigo. Gracias de todo corazón por abrirme los ojos.
Me quedé perplejo. Pedro no había acu¬dido al taller para aprender a escribir, sino para aprender a escribirse. Cada vez que abría una joyería, añadía un capítulo a su existencia. Un capítulo de un libro que entendía a la perfección, un capítulo de una novela “normal”, perfectamente inteligible. Y de esto era de lo que pretendíamos hablar desde el principio de estas líneas, de las fronteras entre lo inteligible y lo ininteligible; de los problemas de lo que entendemos y las virtudes de lo que no entendemos; de la diferencia entre hablar y ser hablado o escribir y ser escrito.
Juan Benet decía que con los libros nos pasa a los seres humanos lo mismo que les pasa a los hombres con las mujeres y a las mujeres con los hombres. Desde el punto de vista del hombre, hay mujeres que nos gustan, pero que no nos interesan, y mujeres que nos interesan, pero que no nos gustan. Nos casamos cuando coinciden el interés y el gusto. Quizá sea así. En todo caso, es verdad que hay libros que nos gustan y libros que nos interesan. No podemos entregarnos solo a los que nos gustan por el mero hecho de que los entendamos. Son los que nos dan la razón, cuando lo que hay que buscar en los libros, y en los cónyuges, es que nos la quiten.

De JUAN JOSÉ MILLÁS
Elpais - 9 de JUNIO de 2018
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martes, 5 de junio de 2018

POR EL PUENTE DEL RETÉN


Foto: el Puente del Retén sobre el Manzanares, en La Pedriza
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UNA MÚSICA SIN ACORDES

Una música sin acordes,
sin compás
ni letra que entorpezca
(Pasión)

Una música hecha de
cadencia y sudor,
de dolor y urgencia.
(Orgasmo)

La música terrible
de la soledad
hecha fuego.
(Silencio)

de Dudu Fernández
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RETRATARME PARA DARTE LA FOTO

No es suficiente, poderte mirar hondo,
ni basta con los dedos señalarte la risa.

No es nada olerte el pelo,
ver tu danza,
escucharte la voz
ponerla en cinta.

No es suficiente no, soñar contigo
rezar para que vivas,
retratarme para darte la foto,
escribirte en la noche
con obsesión pensar en tus maneras…

¡No es suficiente no, darte la vida,
ni decir a la gente que te quiero,
ni entregar al mendigo mis ahorros,
ni quemar el pasado es suficiente!

de Gloria Fuertes
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XXI

El tiempo, que se calcula,
cuando desea se planta.
El tiempo, que va volando,
en eterno se convierte.

de apuntes 2001
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POR EL PUENTE DEL RETÉN
(Canto Cochino-Ventisquero de la Marquesa-Navacerrada)

Hoy, un grupo de montaña de la Ciudad de Getafe,
apenas romper el día, hacia el Ventisquero sale.

Un mayo primaveral acompaña desbordante
la expedición sosegada. El rumor de los caudales
del arroyo; La Pedriza, se muestran exuberantes
a su gran esfuerzo, ajenos por senderos inmutables,
bajo los bosques de pinos; cañadas y roquedales;
sobre piedras y raíces; entre brozas y jarales.

Y con risas y silencios, van retratando el instante.

Por el Puente del Retén, un idílico paisaje,
pasan y posan, ufanos, curtidos, los caminantes.
Es la senda sinuosa de aguas bravas y follaje;
y es el ascenso moroso hasta las nieves tenaces
que lentamente destilan el nacer del Manzanares.

Rezagado de la fila, buscando sin par encuadre,
(le llamaremos Andolfo), sube a húmedos pedregales
con el esmarfon en ristre y el equilibrio inestable.

Quería inmortalizar el paso de los andantes.

No le da tiempo a pulsar el icono espejeante:
en reacción previsible, ese musgo deslizante
lo lanza por la pendiente un par de metros delante,
desde el tablero del puente hasta la balsa del cauce.

No son más de cuatro palmos del fondo sobre cantales,
pero resulta nefasto para sus piernas pujantes;
además del remojón, el arroyo le resarce
con doloroso chasquido de la tibia en ese trance.

Retroceso de la hilera, que se alejaba distante.
Disposiciones diversas de ayuda para el rescate.
Evaluación del herido. Decisión de cabotaje:
- casi todos seguirán; tres se quedan expectantes
acompañando al dañado mientras llegan auxiliares,
a los que con el esmarfon se les avisa al instante…

Y la cruda realidad: no hay señal para llamarles
en ninguna compañía de móviles en el Parque.
Y ni al 1-1-2, comodín invariable,
le llega la invocación; habrá que replantearse
para reclamar socorro regresar hasta la base
en busca de algún remedio que comunique con alguien…

Alguien que, raudo, responde con firmeza y con empaque;
con la eficiente mesura de buenos profesionales:
El equipo de Bomberos de Madrid. Llega del aire;
lo calman y lo aderezan para su breve viaje,
y con sus alas lo llevan por los cielos nacionales
desde el Puente del Retén a uno de los Hospitales.

¡Un hurra por los Bomberos!, hermanos, héroes, ángeles.

La Pedriza
Sábado, 26 de mayo de 2018
(pdrob)
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