pino centenario
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entre
las ramas
cantan
pájaros verdes
tienen
saudade
rememoran
paisajes
de
amores hablan
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NO
VOLVERÉ A SER JOVEN
Que
la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma
(Poemas póstumos, 1968)
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma
(Poemas póstumos, 1968)
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FOTOGRAFÍA
DE UNA ESCENA FAMILIAR
Mi
abuelo Nathan Peabody vestía estilete al cinto los domingos y festivos y
cuchillo con cachas nacaradas los días de diario.
Paseaba con zahones tachonadas de plata y
chaquetilla corta que escondía una pistola trabucada.
Su caballo era negro y de su cuello
pendían cascabeles de sonido demoníaco y ritmo de marcha fúnebre.
Cuando se dejaba vencer por sus impulsos
más primitivos se llevaba ambas manos a la cara y daba gritos espantosos.
En la foto, en tonos sepia, aparece de
esta forma en primer plano.
En segundo, el cuerpo inanimado de un
hombre yace en el camino sobre una mancha de lo que podía ser su sangre.
Mi abuela mira al cielo con gesto de
súplica y desgracia mientras se aprieta las sienes con las manos. Así se
interpone entre la escena y mis ojos
inocentes.
Recuerdo a Ernesto, del periódico local,
mirándonos a todos a través de una extraña caja negra.
Recuerdo también el horror de los gritos
de mi abuelo y el extraño regocijo que sentí la primera vez que vi esta imagen.
Miguel
de Francisco
(1951-2013)
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LOS
PIES
Cuando
me da esa cosa
en la piel, que recorre
todo mi cuerpo,
en la piel, que recorre
todo mi cuerpo,
por
la mano, tu mano
que acaricia mi pie
y sube por mi pierna,
que acaricia mi pie
y sube por mi pierna,
desearía
que fuese
-ese momento, digo-
un oxímoron largo
como un instante eterno.
-ese momento, digo-
un oxímoron largo
como un instante eterno.
Cuando
me da esa cosa
que llega a mi cabeza,
me vuelvo como loca
por tus caricias,
por tumbarme a tu lado.
que llega a mi cabeza,
me vuelvo como loca
por tus caricias,
por tumbarme a tu lado.
Lo
que ocurre ahora
-y es mejor que la playa
con sus fondos marinos
y aletas de buceo-,
-y es mejor que la playa
con sus fondos marinos
y aletas de buceo-,
lo
que ocurre –decía-
es que me he dado cuenta
de que mis pies me sirven
para algo más que andar,
es que me he dado cuenta
de que mis pies me sirven
para algo más que andar,
que
son hojas de otoño
que vuelan desafiantes,
que son colores bellos
en los arcos dulcísimos.
que vuelan desafiantes,
que son colores bellos
en los arcos dulcísimos.
Marisol Huerta Niembro
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CANTO
CUADRADO BAR
(A Paco, a Pili y a todos los colegas que son y han sido)
Detrás de las ostras no sólo existen
las posibilidades de las perlas.
Detrás de las ostras hay también nombres ocultos:
Paco Pilar Eduardo Nuria el Eo…
Y hombres lapidados en las desembocaduras
de los ríos y amores abriendo las bahías
que en las aguas del mar flotan ahogados
con los brazos inertes abrazando montañas.
Detrás de las ostras no sólo hay cantos cuadrados.
Hay también areniscas y hay cristales
-como inmensas ventanas-
para mirar las naves y las islas
que asoman por el horizonte con ganas de amistad
con ilusión de vida cuando lleguen a puerto…
Porque en este puerto se escucha
de otro modo la música de los hombres
de los prados de las llanuras
de los vientos del norte y del oeste…
Hallan aquí refugio las claridades de los cielos
desde donde te observa Castropol
(toda la cornisa cantábrica)
y donde aun sin suerte te espera
una buena tertulia: lo poco que les cueste
a las mujeres desnudarse…
¡No dejes de volver! ¡De visitarnos…!
Ezequías Blanco
(A Paco, a Pili y a todos los colegas que son y han sido)
Detrás de las ostras no sólo existen
las posibilidades de las perlas.
Detrás de las ostras hay también nombres ocultos:
Paco Pilar Eduardo Nuria el Eo…
Y hombres lapidados en las desembocaduras
de los ríos y amores abriendo las bahías
que en las aguas del mar flotan ahogados
con los brazos inertes abrazando montañas.
Detrás de las ostras no sólo hay cantos cuadrados.
Hay también areniscas y hay cristales
-como inmensas ventanas-
para mirar las naves y las islas
que asoman por el horizonte con ganas de amistad
con ilusión de vida cuando lleguen a puerto…
Porque en este puerto se escucha
de otro modo la música de los hombres
de los prados de las llanuras
de los vientos del norte y del oeste…
Hallan aquí refugio las claridades de los cielos
desde donde te observa Castropol
(toda la cornisa cantábrica)
y donde aun sin suerte te espera
una buena tertulia: lo poco que les cueste
a las mujeres desnudarse…
¡No dejes de volver! ¡De visitarnos…!
Ezequías Blanco
(De
Bare Nostrum)
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8
El pino centenario
Su saludo en
la puerta del camping es de disgusto. Supongo que, cuando encaro al sol aún
oculto por Lanchaquebrada, conoce mi propósito. No lo celebra. La cuerda de los
Chamorzos y los Portachos reverbera en el horizonte. “Nada es verdad”, asevera.
He decidido subir por la Garganta. Lo sabe. Pretendo llegar a La Casa de Lamos,
a medio camino del Puerto. Le contraría. Bajo al puente. Le noto desdeñoso. Remonto
la Garganta. Lanchaquebrada ensombrece la ruta. El Chamorzo Grande es su cima.
Su pendiente, excesiva. Sus lanchas, complejas de transitar. Otro día la exploro.
Atrás quedan restos de la piscifactoría: techos hundidos, cascotes… Espliego.
La Garganta es húmeda, sombría. Tarda en llegar el sol. La línea de la cuerda
desciende en el avance: se suaviza. Me seduce abordarla. Lo estudiaré. Más adelante.
Sigo hacia el Pino Centenario… “…acusan de vandálico, amparados en normas que
protegen su propio vandalismo, más suave pero más cruel, apoyando su depredación
en las leyes que han dictado y asumido por quienes, ellos dicen, representan… Negocian
con el hambre, no les interesa su solución. Interpretan las leyes, los medios
colaboran, llevan a donde quieren. Juegan con las emociones. Se escudan en
falta de fondos, y apoyan la reducción de impuestos…” Me sorprende su reacción.
Parece como si abriera una espita. No sé de qué habla. Alcanzo la Cascada. “Los
Horcajuelos” baja del vado, acompaña un trecho a la Garganta, y cruza la carretera
de Casillas. Medito sus palabras. Tomo la vía, y me desvío. Es muy empinada. Me
alcanza el sol. Lleva a Los Bernardillos. En un alto, giro hacia el Arroyo de
la Higuera. Aún asciendo. Es un Bajadero de troncos. Torrenteras secas lo
desfiguran. Llego al Zancaparrilla. Viene de la Fuente de la Fragua, en El Chamorzo.
Ni una gota. Un pequeño circo, pétreo, irregular, me acoge. Quizá aquí apilaban
la madera, y nacía el Bajadero. El follaje cubre el frente. Predominan zarzas.
Por encima, rocas y pinos. Tomo una zarzamora. La llevo a la boca: me agrada su
acidez. Una sima a la izquierda se abre al barranco. La vegetación oculta el
fondo. Imagino al Zancaparrilla desmadrado: el agua ruge en el abismo, arrasa
la flora infranqueable del cañón, retamas, endrinos, piornales…, enfila el ojo
del puente roto, y cae burbujeando en La Garganta. A la derecha del circo,
enormes rocas obstaculizan el cauce. Una oquedad profunda sirve de abrigo a los
ciervos: huellas en la arena lo atestiguan. Me pregunto cómo he llegado aquí.
No era mi destino… ¿Qué me ha desviado…? ¿Será una añagaza de…? No sé qué
hacer. Mi Amigo Fiel sugiere que explore. Le digo que es inútil. Mi voz ha
desencadenado algo parecido a un galope. Sin embargo, el silencio y la
sensación de calma sobrecogen. El sol asciende. Los tonos de los árboles
adquieren vida. Concluyo que es inútil: no hay salida. Algo me dice que…, si
entran, salen; el Bajadero no puede ser la única puerta…, debe haber un escape…
¡Y lo hay! La ladera opuesta bordea El Chamorzo. Rocas enormes asoman entre
pinos, retamas y piornales. Oigo ruidos. Oscuras moras maduras seducen. Acerco
un tallo con racimos. Las púas lo defienden. Espinosos tentáculos forman
frentes defensivos. Aguijonean. Atrapan. Traban… Trato de soltarme. El follaje
se abre en la lucha, y muestra un paso. Parece asequible. Lo intento. Es
complejo. Laborioso. Impulso, aparto, ahueco; paso. ¿Y ahora qué? Ahora no
puedo volver… Los zarzales cierran detrás. La suerte está echada. A derecha e
izquierda hay zarzas, piornos, jaras. Al frente, rocas panzudas. Y otras más
arriba. Y otras. Y otras… Cuando las supero, estudio cómo salvar la siguiente…
Me aupo sobre ellas. Miro cómo seguir. Elijo las accesibles, descubro huellas.
Acecho rastros, asciendo piedras… Subo a una atalaya, y miro atrás. El follaje
oculta el circo. La vista es grandiosa: todo lo cubren verdes pinos, algún
enebro, alisos... tomo agua, y reanudo la subida. Arriba, buitres dibujan círculos.
A veces un torvisco indica la ruta. Otras, tierra removida junto a la roca,
retama rota… de vez en cuando, ecos. Llegan golpes sobre granito… ¡voy tras
ellos!, los sigo. Más tarde veré que son dos ciervos: se desvían a medio camino
hacia la derecha, allá a lo lejos, entre jarales y encinas...
Bajo lanchas
quebradas. Mido cada paso, cada pisada; cada roca donde poner las manos. Cuesta
más que subir. Rala vegetación, piornos traidores, jaras pegajosas… Entre paso
y paso, medito sobre el desvío de mi ruta, que pasaba por el Pino Centenario...
Y salta con una retahíla incontenible: “…pasan de puntillas entre bloques de
piedras de molino insinuando apenas la verdad de que quien los paga los
censura; y difuminan, distorsionan, disgregan, tal vez en un intento de burlarlos,
con la finalidad bien calculada de que las acciones de la conciencia colectiva
se fraccione, se diluya, convirtiendo cada línea de las convenciones universales
en papel mojado… Y les siguen, y les jalean…”
En esa zona, la del Pino
Centenario, ahí, hay algo que le altera. Debo explorarlo: tal vez encuentre pistas
sobre quién fue…
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