martes, 24 de diciembre de 2019

eneasílabos de hierro




canal de todos: foto de Blas
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A ti que lo perdiste todo
y buscas
y corres
para que el gris de las cenizas
hable con una voz que diga
«deja de buscar, ven aquí, te quiero».

de Teresa Soto
  Teresa Soto gana el III Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro / Fundación Centro de Poesía José Hierro
  Enhorabuena
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POEMA PARA UNA NOCHEBUENA
(eneasílabos de hierro)

Un niño de oro y rosa ¿puede
anticipar el alba?
Una brizna de hierba ¿puede
ser el brazo de la venganza?

El Vengador ¿es el amor?
La mano débil ¿es el hacha?
Con sangre suya y llanto suyo
¿rescata ajena sangre y lágrimas? 

Todo era oscuro. Soledad
y noche. (El alma aprisionada.)
Y ahora en la noche se ha encendido
maravillosa llama.

Entre espumas de ola y de nube
el alma canta, liberada. 
Como si fuera el centro ardiente
del amor que todo lo abrasa.

José Hierro
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ES UNA ENFERMEDAD

No resistías tanta intensidad y te pusiste una veladura.
Deseaste un corazón plano,
que el electrocardiograma no supiera dibujar caminos con /recodos
sino que fuera una llanura
o agua en remanso, sin saltos interiores.
Quisiste una sangre aplacada y una digestión plácida,
la convivencia en armonía de tus intrusos habitantes.
Que se templasen tus instrumentos de sentir y se /orquestaran.
Pediste un instante de tregua a las neuronas
pero, dónde localizar su núcleo, cómo desactivarlo.
Qué zona del cerebro es la que se resiste a la /anestesia.
Te dijeron que no había pastillas para curarte.

Tirsa Caja
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DATE A VOLAR  

Anda, date a volar, hazte una abeja,
en el jardín florecen amapolas,
y el néctar fino colma las corolas;
mañana el alma tuya estará vieja.

Anda, suelta a volar, hazte paloma,
recorre el bosque y picotea granos,
come migajas en distintas manos
la pulpa muerde de fragante poma.

Anda, date a volar, sé golondrina,
busca la playa de los soles de oro,
gusta la primavera y su tesoro,
la primavera es única y divina.

Mueres de sed: no he de oprimirte tanto...
anda, camina por el mundo, sabe;
dispuesta sobre el mar está tu nave:
date a bogar hacia el mejor encanto.

Corre, camina más, es poco aquéllo...
aún quedan cosas que tu mano anhela,
corre, camina, gira, sube y vuela:
gústalo todo porque todo es bello.

Echa a volar... mi amor no te detiene,
¡cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo!
Llore mi vida... el corazón se apene...
Date a volar, Amor, yo te comprendo.

Callada el alma... el corazón partido,
suelto tus alas... ve... pero te espero.
¿Cómo traerás el corazón, viajero?
Tendré piedad de un corazón vencido.

Para que tanta sed bebiendo cures
hay numerosas sendas para tí...
pero se hace la noche; no te apures...
todas traen a mí...

de Alfonsina Storni (Argentina, 1892-1938)
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REFLEXIÓN FUERA DE CONTEXTO

«Nos paseamos como autómatas por ciudades insensatas. Vamos de un sexo a otro para llegar siempre a la misma morada. Decimos más o menos las mismas cosas, con algunas ligeras variantes. Comemos vegetales o animales, pero nunca más de los disponibles, en ningún lugar nos sirven el Ave del Paraíso ni la Rosa de los Vientos. Nos jactamos de aventuras que una computadora reduciría a diez o doce situaciones ordinarias. ¿La vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿Qué importancia tiene vivir uno o cien años? Como el recién nacido, nada vamos a dejar. Como el centenario, nada nos llevaremos, ni la ropa sucia, ni el tesoro. Algunos dejarán una obra, es verdad. Será lindamente editada. Luego curiosidad de algún coleccionista. Más tarde la cita de un erudito. Al final algo menos que un nombre: una ignorancia.»

Julio Ramón Ribeyro
1929-1994
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La emboscada

Panzas de burro en el amanecer dibujan melancolía en el ambiente del Valle. Arriesgo ante la lluvia impredecible. Echo a andar hasta donde el agua lo permita, y siento su presencia:
      “Siempre fue cobarde. Incluso aquel lejano día en que el Secretario General pronunció aquellas palabras: “-¡Ahora dice el abogado que está harto, y se larga con toda la información, documentos, papeles…! ¡Esto es el fin…!”-. Su alteración fue exagerada. Por mucho que se esforzara, nunca conseguiría evitar enredarse en embrollos de los que, luego, le costaba salir airoso. Su tendencia a meterse en líos insolubles podría motivar su prevención ante los conflictos, y la deriva hacia una prudencia que, fatalmente, translucía temor.
      “En el trabajo, ante su estupor, siempre estuvo bien considerado, tanto en el área profesional como en el personal. Le tenían estima, cuando en realidad hacía su tarea sin pretender ascensos o tratos de favor; y en sus relaciones sociales se limitaba a opinar libremente y con honestidad sobre temas comunes.
      “En ese tiempo se fraguaba un nuevo grupo, y eran habituales las discusiones sobre el proceso: la oportunidad del momento; las consecuencias…; formas y conveniencias de afrontar diversas cuestiones…; esas típicas discusiones que surgen entre personas.
      “Tal vez en ese contexto mostró osadía o torpeza al tirar piedras y esconder la mano: propuso alguna solución imaginativa, u opinó de forma juiciosa sobre asuntos como conseguir estabilidad o ventajas en la actividad, y le tomaron la palabra: le propusieron dirigir la nueva asociación.
      “Quizá por cobardía, o por bocazas, aceptó. Si hubiera sido honesto, habría considerado que no lo tenía claro, que las propuestas eran equívocas, que le faltaba… un hervor. Es cierto que ninguno era demasiado versado en temas representativos, pero los persuadieron con el pretexto de que nadie nace enseñado; deslizaban que la experiencia se adquiría en el día a día; y que tenían un abogado afín, de mucho prestigio, que los asesoraría sobre temas legales, e iba a llevar el peso del papeleo y la documentación…
      “En cuanto a su actitud, resolvió que valía la pena intentarlo y, como encabezaba la lista, salió elegido.
      “Empezaron celebrando reuniones y asambleas en la flamante y nueva sede; y cursos para instruirlos en las pautas con las que liderar su actividad: estrategia, normativa, técnicas de negociación… No sonaba mal. Sin embargo, no se veía cómodo en ese nuevo espacio. Había muchas preguntas que no osaba formular; y la filosofía esbozada, el espíritu que transmitía, no encajaba con sus principios. No obstante, una vez aceptado el compromiso, lo cumpliría.
      “En algún momento les advirtieron, sin desvelar la causa, sobre quienes charlaban demasiado, exhortándoles a que guardaran reserva sobre lo que entre aquellas paredes se dijera; nunca hizo caso a esas consignas porque sabía que los trapos sucios se lavan en casa; que no puedes contar proyectos a contrincantes, y que, en ciertos círculos, ante la duda es mejor guardar reserva. Sobre todo si no dominas el campo...
      “Le asignaron un área, e hizo lo necesario para ser eficaz en su tarea de apoyo y defensa; se interesó por problemas ajenos que pudieran repercutir en las personas; defendió situaciones complejas; fue transparente y justo… Consiguió acrecentar su crédito, a pesar de algún sonado patinazo y lamentables errores, como no podía ser de otro modo…
      “Cierto día se vio en una de esas situaciones oscuras e imprevisibles que se prenden en la mente y no dejan de importunar, obligando a buscar un conjuro para alejarlo. Era por la tarde, en una comisión sobre proyectos. Habían tratado el asunto por la mañana, pero citaron a varios participantes después de la comida para cerrar flecos.
      “Horas después, cuando salían de la sala, se acercó al quicio de la puerta el Secretario General, quejándose de que “ahora dice el abogado que está harto, y se larga con toda la información, documentos, papeles… ¡esto es el fin…!”
      “Lo soltó como un desahogo, se dio la vuelta sin dejar claro a quién hablaba, y se encerró en su despacho... Los rezagados que salían en ese momento se miraron perplejos con la boca abierta. Él sintió como si alguien hubiera gritado “¡fuego!”, pero sin humo del que zafarse, sin llamas que sortear ni gente alarmada corriendo…
      “Ese comentario intempestivo se le grabó de forma indeleble en algún lugar de la memoria. Días después sondeó a un miembro de la Ejecutiva, en el que confiaba, sobre si había algún problema con el abogado. Ante su negativa, lo dejó correr.
      “No obstante lo visualizaba con frecuencia, e inconscientemente ahondaba en busca de un objeto, causa o razón, pues necesitaba darle sentido, cerrar la brecha que aún le perturbaba. Durante años, cuando afloraba la evocación, se le hacía presente, viva, real. Y le angustiaba...

      “Mucho tiempo después, alejado ya de contactos y vínculos con aquello, una tarde vio venir hacia él, por la misma acera, al Secretario General que, según le dijo luego, tampoco ostentaba ya cargo alguno. El lejano instante de entonces se le presentó reciente, actual, activo. Y aún antes de llegar a su altura, sintió desasosiego, prevención, sorpresa, al ver cómo se acercaba, de forma tan inevitable como casual, el encuentro con aquel hombre. Sus canas y arrugas les mostraban el paso del tiempo. Se saludaron efusivos, e incluso se abrazaron palmeándose la espalda; le sintió tan cordial y cercano, era tan natural su afecto, tan sentido y afable en sus comentarios y preguntas, que al fin, sin engorrosas explicaciones, comprendió de golpe lo que sucedió en aquella lejana ocasión: fue una trampa. No era él el sospechoso que buscaban filtrando información…”
      Abre el día, y el calor aprieta. Avanza la mañana con el cuento. No sé cómo ingeniármelas para que me confirme si es una confidencia personal…
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