martes, 17 de diciembre de 2019

NANA DE LAS TACHADURAS

 Hacia La Maliciosa por El Peñotillo. Vistas.
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serias alarmas
amenazan el mundo
las desdeñamos
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Con toda mi alegría y mis mejores deseos para todos, 
y como todos los años os ofrezco mi villancico de Navidad. Felicidades.

Villancico de 2019

MADRIGAL DE MIS MAGOS BUENOS

“Mis Tres Magos de Oriente
tomando un dron por el azul lucero
han llegado a mi puerta para enero.

Yo les he dado casa
(quien vive solo tiene mucho espacio)
y en mi pobre palacio
se han sentado a mi vera a ver qué pasa.

¿Fue un sueño que se atrasa?
Mis Tres Magos de Oriente
me ofrecen un pasado y un presente.”

Jesús Urceloy / diciembre 2019
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NANA DE LAS TACHADURAS

Lo tachado suele ser muy persistente,
insiste tanto, le molesta tanto que le tachen
                                          que yo termino siempre cantándole.
Empiezo con una canción y acabo con una nana.
Pero la mayoría de las veces no hay forma.
                                                                        Y yo lo entiendo,
cómo no voy a entender que las palabras que yo he convocado
                                                       se nieguen a que las borren.
Yo se lo explico, les digo que hay otras.
                          Incluso les digo que las otras son más bonitas.
Da igual, les diga yo lo que les diga
                                               siempre me responden lo mismo:
a nosotras nos llamaste primero. Por algo será.
                                                          Me desgañito cantándoles,
les cuento la vida de las otras palabras
                                        para que vean que son un desperdicio.
Finalmente, las engaño, les digo que las otras están de prueba,
que las que van a quedar van a ser ellas.
                                         Al principio se lo creen, por la música.
Pero después, en cuanto me descuido,
                                                     empiezan de nuevo a protestar.
Y es curioso, porque a veces, tienen razón.
                                                               Vuelvo a leer lo tachado
y la música que suena es la que yo quería.

Francisca Aguirre
de “Detrás de los espejos” 2011
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MONÓLOGO

Nada me gusta más que madrugar,
ganarle al día dos o tres horas,
hacer mío el sofá mientras la casa duerme
y envenenarme de cafeína.
Sé que madrugo
para tener más tiempo sin hacer nada,
entonces pienso y pienso: Deporte de sofá.
Creo mundos inexistentes, tonterías.
A mis años si, ¡qué pasa!
¿Es que alguien va a mandarme cómo debo crecer?
Yo siempre fui rebelde -de pensamiento, claro.
Quien inventó la vida
la inventó del revés. Me han dicho
que hay así una película
-Ay, mi Brad Pitt nace viejo-
quiero verla este sábado.
En serio, por cada año que pasa
una es mucho más joven.
Yo voy llegando ya a la adolescencia, edad de rebeldía.
Lo digo y lo mantengo.
Hoy ya puedo pronunciar sin pudor
lo que no está bien visto:
No me gusta Almodóvar
- Ooohh, qué inculta-,
ni los espectáculos de boys, ni sus paquetes,
-qué antigua, hoy es casi obligado ir de salida.
Estoy a favor del top manta, sin recato,
de que se falsifiquen todas las grandes marcas
y se reparta así
lo que gana el hortera de Vuitton, por ejemplo,
por engañar a todo el pijerío.
Y ya le vale al osito de Tous,
con la de diseñadores que hay
tirados por la acera. 
En fin, no pasaré por el aro.
Utópica hasta la médula, me visto de segundas /rebajas,
tomo un último café y salgo a mi trabajo,
feliz,
sin tener realmente motivos para serlo.

Tirsa Caja
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10

El traficante

En la puerta de la última caravana de la tercera calle, conversan su dueño y un vecino. Hablan de huevos. Me alejo y no oigo más; iba a mis asuntos, no procedía detenerme. No obstante, intuyo el diálogo posible: “¡más que tú!”, no parece correcto; “sí, pero son míos”, no suena bien; “yo necesito aceite” se ve más civilizado, me dije cuando volvía, relajado, de mis asuntos… Nadie había ya junto a la caravana. Supongo que llegaron a un acuerdo.
     Ligeramente encorvado, poco pelo, barba descuidada, pantalón corto, camiseta desgarrada, un cayado espartano… Cuando me acerco a la puerta del camping, ya no lo veo. Voy hacia la senda del Búho. Y entonces empieza con su cháchara: “Esas transacciones empezaron en la más remota antigüedad: el trueque. Mucho se ha hablado sobre la naturaleza de la primera ocupación del género humano, del oficio más viejo del mundo, pero estoy convencido de que, ese, el trueque, cambiar algo por algo, es lo primero que se le ocurrió al mono erguido sobre sus patas cuando se enfrentó a su igual. La chispa surgió cuando se dio cuenta de que intercambiar artículos de uso o de consumo era mejor que despedazar al otro para disfrutarlos: siempre habría otra ocasión… Se considera trueque al intercambio de bienes sin dinero, cuando la realidad es que el dinero supone bienes u objetos en diferido. Y eso no ha variado desde aquella remota época hasta nuestros días, ni tiene visos de cambiar: todo se compra y se vende. Esa actividad es el verdadero motor del avance del mundo. Aquello de la tentación se consolidó con la estratagema ancestral de acrecentar el deseo de trocar mediante la mentira, perfectamente hoy normalizada: al fin y al cabo el humano es un pardillo fácil de engañar, haciéndole ver que necesita algo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza que existiera. Y así va el mundo…”
     Perplejo camino escuchándole. Si eso me pasó ayer… Por lo menos viene de buen humor. De esto parece que sabe… Quizá tenga experiencia, ¿habrá sido comercial…? Creo que advierte mis dudas, porque sigue en racha: “Cuando se dan las circunstancias de tiempo, lugar y ocasión, la vida puede lanzarte hacia el oro, hacia la cárcel…, o hacia la insignificancia. A mí me abordaron en el tiempo apropiado y en el lugar preciso. Yo decidí la ocasión. La ocasión depende del conocimiento, del convencimiento, de la ambición… En ese momento sólo consideré esta última. Además, el planteamiento era asumible, contando con que, cuando me hicieron la proposición, ellos ya habían estudiado lo de las circunstancias y las posibilidades del éxito de su objetivo, por lo que me pillaron con ventaja. Digo que era asumible, porque sólo debía implicarme en la entrega. De todo lo demás ni siquiera tenía que enterarme; únicamente dónde iba alojado, para descargarlo. De modo que acepté. Todo salió bien. Sin embargo, aquellas cuarenta y ocho horas fueron de una intensidad abrumadora. La convicción de ser manipulado, utilizado como un clínex, me llegó de golpe; la idea del engaño se alojó en mi mente con tal insistencia, que ya no pude quitármela de la cabeza hasta que todo acabó. El aguijón de la duda perturbó mi espíritu con reproches, contriciones, fantasías…: puede ser el ensayo de una nueva vía de entrada, a ver qué pasa; o un cebo para justificar algún tipo de cooperación…; o un ajuste de cuentas en el que necesitan carnaza… Muchas dudas asaltaban mi mente, razones que bien podrían ser, y cada una llamaba a mi conciencia con aldabonazos insistentes poniendo zancadillas a mi tranquilidad.
     Descargué el bulto en el maletero, y empezó otro calvario. Me llamaron por teléfono. No sé cómo lo tenían, aunque no descarto que yo mismo se lo diera. Ellos me habían dado el suyo para concertar la entrega. Quedamos para el otro día, a una hora convenida. Hablamos de los coches, de sus características, del lugar. Las dudas arreciaron: puede ser una encerrona, el momento es crítico. Pero en el maletero no podía permanecer aquello. Temblaba. A nadie había hablado de esto, el riesgo de que saliera a la luz sería catastrófico: lo que no se conoce, no existe, me repetía constantemente.
     Llegué a la rotonda. El tráfico era intenso. Identifiqué el coche. Les hice una señal, y los invité a que me siguieran. Salí de la rotonda muy despacio. Tomé otra salida. Comprobé que me seguía ese coche, y ninguno más. Busqué un aparcamiento de superficie que conocía por la zona, cerca de un parque, casi desierto a aquella hora. No estaba seguro de dar con él, y empecé a dar vueltas buscándolo. Pasé varias veces por la misma calle, me alejé y aproximé al parque, y temí irritarlos. Pero, por otra parte, pensé que lo verían como una precaución, y me tranquilicé: yo llevaba las riendas. Finalmente encontré el lugar, cambiamos el bulto de maletero, y nos despedimos con cierta frialdad…”
     Guarda silencio. Me pregunto por el motivo de su acto criminal. “Eran cuernos. No: colmillos. Marfil…”, dice...
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