Carlos Gorrindo
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POEMAVUDÚ
VII
Saliva
azul goteo en el ojo del tiempo
Las
uñas crecen como ciudades descontroladas
La
distancia hasta las afueras hace temblar
las
uñas en las paredes de cal blanca el mundo
haciéndose
cactus para nosotros
Una
pesadilla de botellas rotas que solo calma
Un
sonajero de semillas
El
perro lame la mano que da cuerda
la
mano que sostiene la cometa del tiempo
El tiempo que muerde
Acaricias
la mano que muerde
de
Víctor M. Díez (España, 1968)
El invierno trae recuerdos
y zapatos con días rotos,
nostalgia gime en el plato
y la mañana tirita.
Un cuchicheo de voces
a los que nadie hace caso
se desprende de las mesas.
Arroja la tarde fuego
sobre unos ojos sin llama,
confundidos en la puerta.
Las manecillas se paran
y, en un instante, sucede:
las miradas se confunden
al azar de una sonrisa.
Atuendo de caramelo,
corbata de seducción
para endulzar la jornada,
sentidos sin pensamientos
osados para volar…
Y la espuma del deseo,
un viaje sin retorno,
en la cerveza se ahoga.
Una voz rompe el encanto:
-¿Ha terminado?- Regreso
al tiempo que se marchaba,
y en el cruce de caminos
las palabras quedan mudas…
La ciudad sigue, deprisa,
con su agenda programada.
Para los sueños no hay tiempo.
de
Concepción Serna
SONETO
XXII
En
tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la fermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no facer mudanza en su costumbre.
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la fermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no facer mudanza en su costumbre.
Garcilaso
de la Vega (España, 1498-1536)
CARTA DE LOS REYES MAGOS
“Queridos Reyes Magos…” No.
Esta no es la tuya. “Hola, Tronkis…” Esta, esta es la que nos enviaste. Tarde,
pero llegó. El carbón lo tienes asegurado. Hay otro asunto previo que queremos
tratar: debes actualizar tu lista de destinatarios: nuestra dirección es
LAPONIA, y en tu carta ponías La Conia… Por eso llegó tarde.
En cuanto a los regalos que
pedías, ya estaban todos en camino y no pudimos rectificar. Como bien sabes
solo somos tres desde el siglo III y ahora hay muchos más niños: el Oro no
llega, el Incienso nadie lo pide y la Mirra es para los muertos. Recuerda la
Masacre de niños que provocamos…
Es cierto que Repartimos
solo desde el siglo XVIII, (empezamos en Alcoy, donde la fe es infinita…), o
sea hace 300 años, y fue en el año CERO, (1700 antes,) cuando nos inventaron
para Esponsorizar al Niño que nació en la Cuadra. Fue posterior nuestra
conversión en Reyes para dar sentido al Producto. Te recordamos que somos
Sabios, palabra interpretada como Mago in
illo tempore; lo mismo que nos hicieron “Reyes” para reafirmar que
visitábamos al “Rey de Reyes”.
Una vez consolidados no nos
queda otra sino seguir con el invento o, como decís, la Tradición.
Consideramos y perdonamos
tu incredulidad, porque somos Magos y Reyes, o sea Magnánimos. Hemos dado
respuesta a tus peticiones de la mejor forma que sabemos: en tu portal verás la
entrega de amazon…
Por cierto, qué buena la
cerveza, los turrones, el vaso de leche; la hierba para los camellos; lástima
que se te olvidara ponerlo.
Sabemos que todo será del
agrado de sus destinatarios: entre otras cosas, porque no queda otra.
A pesar de todo os
queremos.
Un abrazo de
Melchy, Gaspy, Balty y los
camellos.
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13
El gato y los cerdos
El vecino
de la esquina de abajo tiene dos mascotas: un perro y un gato. El perro es un
llorica, pero el otro es resabiado y zafio, y conoce todas las mobil home y caravanas, siempre al
acecho, tanto bajo un sol de justicia como con cielo encapotado. Como hoy. Un
tono azul plomizo cubre el Valle, e incluso avanzan de Levante batallones de
nubes bajas engullendo cimas. Saco el paraguas por si acaso; dejo el palo y
cuelgo el polar, que hace bochorno: daré un paseo corto. Por si acaso. ¿Qué te
parece, chico, lo del gato? Mi Amigo Fiel no da señal de estar. Es agradable
andar con esta calma en la que no se mueve ni rama de retama ni de pino. Suenan
lejos cencerros. Las vacas segadoras no entienden de tormentas. Todo les viene
bien. Con sus carnosos labios cercenan cada brizna de las que ayer barrieron, y
hoy las praderas lucen crecidas al resplandor nocturno de la luna llena. Aquí
tenemos una. Levanta la cabeza, cachazuda, al lado de la senda; me mira con un
gesto de desdén, y sigue su labor imperturbable segando brotes. Dos corzos han
cruzado la pradera, los tapan los arbustos; espero que aparezcan por un lado.
Parece que cambiaron ruta…. No he vuelto a verlo, era un lagarto ocelado que se
guarecía bajo la cocina. Mucho me temo…, temo que algo tendría que decir el gato.
Percibo desagrado en el Amigo Fiel. Quizá
le ha molestado mi alusión. “En el Valle”, señala, “no es fácil reparar en animales.
No digamos si son ocasionales paseantes por el monte. No es que no los haya,
sino que, en cuanto olfatean al intruso, pierden el culo para huir a su mirada.
A veces se les puede sorprender si, cuando se buscan la vida en lo alto de un
pino, repostando energías en un prado, o de ida o vuelta de beber al charco,
sorprendes su quehacer ensimismado; será solo un segundo: en cuanto guipan
ruido o algún efluvio raro salen escopetados. Solo el rastro perdura. Por eso
es bueno fijarse dónde pones tus botas; a veces seguimos huellas sin advertir
que es la forma de intentar sorprenderlos: una huella profunda si galopa; y por
su impronta, el tiempo de su paso; también la dirección que lleva. Otro rastro
fiable son las defecaciones, las caquitas que deponen aún corriendo: qué gran
facilidad para soltar lastre. Aunque algunos lo toman con más calma: se suben a
las piedras del camino y ufanos ahí lo dejan. El caso de las piñas y el bicho
que las pule: las cáscaras regadas bajo el árbol, las panochas peladas, si son
recientes, hay cerca una ardilla roja. Es más difícil descubrir zorrillos;
tampoco se sorprende a jabalíes, a no ser que protejan a su prole: si es
numerosa más, por esa idiosincrasia de los críos dispersos en sus cosas.
Jabatos son, así se denominan. Más fácil es topar ciervas que ciervos; éstos,
más corpulentos, coronan percha y suelen pacer aislados. Ellas suelen acompañar
a amigas, llevan crías, pero es igual, son vistas y no vistas: a la de dos,
pitando. El sonido del macho en la berrea es espectacular: parece que acorralan
desde lejos. Es curiosa la ladra de los
corzos: sabes que, oculto, está, porque se chiva al resto del intruso que
irrumpe en su locus amoenus. Las
vacas mugen muy de tarde en tarde; lo que asombra es su lánguida mirada
estúpida, pero cuida de que no tenga terneros… Se les advierte cerca por el
tolón tolón de los cencerros, como a las cabras por la fina esquila. Confirman
la llamada del vaquero, sorpresa en la montaña que engaña y descoloca: emiten
un sonido por vacada, y acuden al lugar de la emisión, siempre es el mismo, en
donde complementan su alimento con sales minerales, que no aportan los pastos.
Todos los movimientos, sonidos y silencios que habitan en el monte completan
esas huellas que los chivan… De ahí que sea corriente y ordinaria la idea de
que, eso que más abunda en el Valle, sean cerdos. ¿Jabalíes?, -digo. No,
cerdos, afirma. Es muy sencilla su identificación: su rastro es indeleble; está
por todas partes; no sienten la decencia de esconderse; se vanaglorian de su
indiferencia; no disimulan al dejar sus huellas, su marca infortunada que tan
bien los define. Son muy sencillos de identificar: nunca se ocultan, ni huyen,
ni se asombran, ni se apartan discretos como los otros animales. Soportan la
mirada sin tapujos, observan arrogantes, se revuelcan a gusto entre su mierda
sin importarles la mirada ajena, y pasan de los otros que hacen la vista gorda
tal vez con el temor de enfrentamientos. Sus huellas abundantes permiten que seguirlos
sea sencillo aún cuando su paso de tiempos ancestrales mantenga su carácter en
estratos profundos, insondables… pues son contaminantes, muy contaminantes,
nada biodegradables, aunque intentan disimular su hedor con odorantes. Deponen
sin pudor restos de humo, fluidos de garganta, alientos pestilentes, utensilios
de uso, colillas de cigarro, papeles de envolturas, botellas de refrescos, de
licores, plásticos de enrollar y contener, latas de usos efímeros frecuentes,
residuos de comida, telas aprovechables, recipientes de cremas, de alimentos,
vieja ropa en buen uso, hierros y trastos, electrodomésticos antiguos con
fallas reparables, muebles nuevos, fundas, gomas, preservativos…
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