foto de Fran García
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TU CUERPO SIEMPRE CÁLIDO
tu cuerpo siempre siempre
siempre tu cuerpo cálido
tu piel la más jugosa sin embargo
el misterio me amiga hacia el abismo
loca desesperada contenida fluyo
voy hacia la catástrofe
atragantada desmelenada pensando
descifrar el bolero que dice que sirvo
para algo
que una flor en mi pelo es algo serio
pero
detrás de cada beso juega un hueco –
horror
donde se pudre lo que la historia jodió
con tanta cosa
devoro estrellas
los dioses establecen su pauta –el labio
lucha a su muerte –violento– con la
sombra
no importa
sigilosos chapoteando cercando el fuego
en celo
acechantes de la fiera del miedo
apareando el acoso
buscamos la caricia la dulce metedura
conjuramos:
¡Aquí tu cuerpo-tú!
más caliente que nadie más jugoso
revueltos y fogosos
sabios desesperados mojados
ávidos hasta no poder más sobándonos
sacudiendo las entrañas resbalando
nos movemos nos venimos mirando hondo
espantando fantasmas
descifrando el bolero
esperando el milagro.
Allí está la alegría
que se retuerce intensa en la tristeza
en un rayo de sol desesperado
que se cuelga obstinado
entre las ramas retorcidas, viejas,
de los árboles negros;
de flamboyanes negros, con recuerdos
de sangre caída;
coagulada de pétalos,
al borde del barranco,
silencioso y cuajado de murmullos.
Allí está la alegría,
resbalando constante por las ramas
opacas y sombrías
y cae, ya fatigada,
cansada de luchar contra las sombras;
arropada de lágrimas…
Angelamaría Dávila (Puerto Rico,
1944-2003)
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SONETO LÚBRICO DE ENTRENAMIENTO AL
ANTIGUO MODO.
Me llamé y te incendiaste de mirarme,
te llamaste y tu fuego me sostuvo,
nos llamamos y el humo que nos hubo
dejome ardido y chusco de incendiarme.
te llamaste y tu fuego me sostuvo,
nos llamamos y el humo que nos hubo
dejome ardido y chusco de incendiarme.
Me saliste y yo hice por entrarte...
No quisiste y de no entrarte salime
y quedeme metido en el dirime
de entrarte y no salirte sin tocarte.
No quisiste y de no entrarte salime
y quedeme metido en el dirime
de entrarte y no salirte sin tocarte.
Si me llamo y me salgo por amarte,
¿qué no haré si al tocarme y sopesarme
te encontrase ante mí toda dejada?
¿qué no haré si al tocarme y sopesarme
te encontrase ante mí toda dejada?
quizás vaciarme entero, hermosa amada,
y luego lentamente desllamarme
mientras me agoto en el desensartarte.
y luego lentamente desllamarme
mientras me agoto en el desensartarte.
Luis Felipe Comendador
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NOTICIA
Solo tiene dieciocho
años.
Vengo enseguida mamá, cinco minutos.
El frío recorre los
portales
en los atardeceres,
las farolas parpadean
y el reloj duda cómo
seguir adelante.
De sus guaridas salen a
la superficie
los jóvenes instintos,
dejando un rastro de
vómitos y sangre.
Sombras, cuchicheos y
sollozos.
¡Nada!
Los perros rastrean entre
los juncos
de las aguas oscuras de
los ríos.
Solo tenía dieciocho
jóvenes instintos.
de Ángeles Chozas
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15
La tormenta
La tormenta
eléctrica, en las últimas horas del día, no presagia nada bueno. Bueno, sí: un
respiro para las temperaturas si acaba en agua. Los truenos, justo encima de la
caravana, son tremendos, y azaroso salir a ver qué pasa: el temor a los rayos y
posibles incendios embarga el ánimo de todo el camping. Con las primeras gotas,
el martilleo en el tejado metálico augura el rápido paso a lluvia generalizada,
y con el granizo se hace ensordecedor. De la pequeña superficie de la cubierta
empiezan a correr ríos de agua. Radio y tele pierden la señal. Decido salir
para ver el fenómeno, y pongo a cubierto herramientas y utensilios cuya
conveniencia pasa por resguardarlos del agua; dejo un paraguas a mano; observo
cómo se empapa la tela del cenador; compruebo que la rafia aguanta, así como la
firmeza de sus cuerdas y que a ningún elemento (avance, cocina, parasol…)
afecta la tormenta.
La noche es movida: el aparato eléctrico
se mantiene; me niego a salir del nido para ver los efectos del aguacero, que
golpea la cubierta de aluminio con la furia desenfrenada de los meteoros,
produciendo un ruido atronador. No es la primera vez, me siento seguro en el
inevitable duermevela.
La mañana se presenta fresca, diáfana,
luminosa; sin huellas de agua en el suelo, aunque el camping sufre algún
estrago: la tierra sedienta la acogió con fruición; puedo comprobarlo en el
paseo que, aún antes de que el sol salte Lanchaquebrada, inicio de inmediato.
Es un gozo la tibieza del ambiente, el
cielo limpio, el aroma de la tierra mojada, de las plantas…; los resecos palos
de los gamones parecen rejuvenecer; el amarillo de la hierba verdea; los
líquenes y musgos de las piedras resplandecen; las zarzas lanzan sus espinosas
ramas sobre el camino; se yergue el endrino, la retama, el helecho; brillan las
jaras al sol, y hasta la hojarasca de agujas de los pinos que alfombran el
monte se ven esponjados. Inspiro, y el aire sabe distinto. Bajo al puente de la
garganta que, por supuesto, no se ha inmutado: apenas un hilillo la justifica;
busco la senda borrosa hacia el Mirador de las Víboras desde los rápidos del
arroyo. Desde el Mirador, desoyendo el más elemental sentido de prudencia,
trepo a la cima del Cerro. Descubro lo resbaladizo de las rocas húmedas, las
trampas de las plantas expansivas, la seriedad de los pinos, inalterables, y
vistas que ponen a mis pies un mundo inabarcable, limitado por la Sierra de la
Paramera, al fondo; abajo el Burguillo, inmenso lagarto espatarrado de un azul
turquesa contenido en el borde costero resplandeciendo al sol; y arriba el Pozo
de la Nieve y el Pico de Casillas.
Emprendo la bajada, y siento su presencia.
Pienso en recriminaciones, de modo que me dispongo a soportar el chaparrón; e,
intentando descifrar su discurso, apenas me ocupo de dónde piso. “Muchas
personas” dice, “se quedan fuera. Debería haber más para evitarlo. Allí son
felices, normales... a mí me sorprenden. Plantean objetivos que nunca se me
hubieran ocurrido, con una clarividencia espectacular. Somos un equipo, pero
por la noche están solos. En mi casa de acogida viven siete. Son muy
responsables. Se organizan entre ellos para las funciones domésticas y la
convivencia. Nosotras les servimos de apoyo. Dos trabajan: madrugan y se buscan
la vida para desplazarse. Tres superan los sesenta, y a esa edad están mayores.
Me preocupa su futuro… Administramos su dinero: hay una caja común, y se lo
damos cuando nos lo piden. No permitimos que salgan sin pasta para gastos
corrientes, un refresco, un café, el transporte… suelen pedir que les
acompañemos cuando tienen que ir de compras: ropa, calzado… nunca hemos tenido
problemas. De los otros dos, una es chica, cercana a los cincuenta; el otro
supera los cuarenta. Se organizan bien. Nos quieren mucho, y nos lo demuestran:
somos su única familia. Hay muchos y diversos casos. Unos se quedaron solos, y
de otros se desentendieron los hermanos cuando desaparecieron sus padres. Por eso
digo que debería haber más casas como esta para ellos. Detrás de cada uno hay
una historia dolorosa, de marginación, de desprecios, de rechazo; en el peor de
los casos de abandono, de abusos. Cuando los tratas como personas, son las
mejores personas del mundo. Una sobrina de la chica quiere saber de ella. No se
conocen. La chica lo rechaza. Cuando se quedó sin padres, los hermanos la
abandonaron. Ella era muy niña. Tres días estuvo en la calle. La encontraron
los municipales acurrucada entre basura…, y la llevaron a la Institución de
Apanid, en Prado Acedinos. Lo pasó muy mal, y no lo olvida.
-Chica, -le digo-, tu sobrina no te
abandonó, fueron su padre y sus tíos…
-Tunn no sabess lo loc qué hee pasando yo…
nnno quiiero saaaber nnaada de ellos.”
Una nueva incógnita se abre cuando me deslizo
con cautela por la ladera, en busca de una senda conocida. ¿De qué género es
mi… Amigo Fiel?
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