viernes, 19 de septiembre de 2025


Grafiti pintado en el exterior de la estación de metro de Arroyoculebro, Getafe

 ...Y como el Yin y el Yang...

"Yo, por trabajo, viajo todos los días en el metro. La rutina hace que cientos de personas, que no se conocen, coincidan cada día a la misma hora en la misma estación y, como en este caso del que les voy a hablar, en el mismo vagón. 

    "Cada mañana, temprano, de lunes a viernes, coincidí, durante más de un año, con la misma gente; gente muy distinta entre sí, cada uno con sus vidas y sus historias. Unos iban a trabajar, otros a estudiar, otros vuelvían de pasar la noche de fiesta... cientos de motivos que daban forma a ese mosaico de culturas, de personas. Gente alta y guapa; bajitos y rechonchos; de esa misma zona, o extranjeros de sitios muy lejanos; jóvenes, viejos... 

    "Resulta involuntario fijarse en la gente que viaja contigo, porque la mirada perdida acaba encontrándose. Yo disfruté siempre imaginando y especulando sobre aquellos con los que compartía vagón, que, como ya dije, solían ser siempre los mismos. Algunos me resultaban particularmente curiosos. Estaba, por ejemplo, el chico con cascos y capucha que no paraba de dibujar en su libreta junto a la anciana que jugaba al Candy crush. Las diferencias eran así de divertidas: la mujer de mediana edad, muy coqueta ella, vestida con colores vivos y atractivos, que tenía una tremenda melena rubia y ondulada, perfectamente cuidada... Y en contraste, un par de paradas después que ella, siempre se sentaba en los asientos de enfrente, como si del ying y el yang se tratase, un heavy/gótico/alternativo; siempre vestido de negro con sus cadenas y pinchos, y que también lucía una lustrosa melena negra. Me resultaba hasta gracioso ver a ambos, uno frente a otro, cada mañana.

      "Un día, la mujer de la melena rubia no apareció. No tenía por qué resultar extraño, pero... Al día siguiente tampoco; ni a la semana siguiente, ni al mes. Un abuelillo empezó a ocupar esporádicamente su asiento habitual, pero el heavy no parecía darle buena espina, y se mudó a otro vagón. 

    "Tras varios meses, una mañana reapareció la mujer de la melena rubia; pero, para sorpresa de los pocos que nos habíamos fijado antes en ella, traía tapada su cabellera con un pañuelo negro... y no solo eso: si ya he contado que antes lucía de forma presumida su estupenda figura con ropas alegres y coloridas, ahora vestía tonos apagados y discretos. Se la veía notablemente desmejorada: muy delgada, y con aspecto cansado. Incluso su tono de piel parecía haber perdido vida. 

    "Al día siguiente tampoco volvió a ser la misma de antes...: siempre con la cabeza cubierta y una expresión de tristeza en su rostro. Poco a poco fue acaparando las miradas curiosas y perdidas de los pasajeros que, unos por lástima, otros por mero morbo, ahora no se fijaban en su belleza, sino en el detalle de que ya apenas tenía vello en las cejas... 

    "Los días fueron pasando, y ella cada vez parecía estar peor, no solo físicamente, sino también emocional, presa de la depresión. 

    "Un día se le aflojó el pañuelo que cubría su cabeza... Ella reaccionó a toda velocidad, atándoselo, y prácticamente nadie pudo ver lo que ocultaba...; sin embargo, comenzó a llorar tímida y disimuladamente: se tapaba con la mano el rostro, y sollozaba tan bajito que, solo los que comprendímos la situación, podíamos oírlo. 

    "Al día siguiente, -recuerdo perfectamente que era viernes-, fue cuando ocurrió aquel detalle tan especial. Un par de paradas después de que subiese al metro la rubia con su pañuelo, entró, como, era habitual, el heavy. El muchacho iba vestido de negro, igual que cualquier otro día... Sin embargo, aquel maravilloso viernes llevaba puesto un pañuelo negro que le cubría toda la cabeza. Se sentó frente a la mujer, y se la quedó mirando fijamente, con una sonrisa. Ella, al principio, trató de esquivar la mirada; se la veía incómoda, aunque no podía evitar lanzarle miradas fugaces, nerviosas, y puede que asustadas. El Heavy, sin perder ni un momento su sonrisa, abrió su mochila negra llena de parches y sacó del bolsillo un lazo con un alfiler. Un lazo rosa. Y se lo colocó en la solapa de su chupa negra, en fuerte contraste con la monótona oscuridad de toda su vestimenta. La mujer, que ya no trataba de esquivar su mirada, le devolvió de todo corazón esa sonrisa, y, por un momento, volvió el color rosado y lleno de vida a sus mejillas... Yo, que observaba emocionado desde mi rincón, supe apreciar la increíble belleza de aquel gesto que estaba pasando desapercibido para los demás viajeros. Pero aun quedaba la mayor sorpresa de todas. El heavy, más heavy que nadie, que llevaba años agitando su melena en conciertos, se quitó el pañuelo... y mostró su cabeza recién afeitada. Se la acariciaba con la mano de un lado a otro, mientras sonreía. Todos pensamos en el sacrificio que acababa de hacer. La mujer, con la boca totalmente abierta por la sorpresa, se debatía entre la carcajada y la lágrima de felicidad por aquel gesto tan bonito y desinteresado. 

    "Aquel día no intercambiaron ninguna palabra, tan solo sonrisas y miradas de complicidad. Al lunes siguiente, la mujer seguía luciendo su pañuelo, pero esta vez era rosa, igual que su piel. Además, volvió a vestir de nuevo con el mismo estilo coqueto y presumido de meses atrás. 

    "Un par de paradas después entró en el vagón el heavy, con su ropa negra, sus cadenas y pinchos, su lazo rosa y su cabeza totalmente afeitada... pero esta vez no se sentó enfrente de la chica, sino en el asiento a su lado. Ambos estuvieron hablando todo el viaje... y así todos los días, a la misma hora... y yo, desde mi rincón, sentía siempre un pequeño cosquilleo en el pecho mientras veía cómo, poco a poco, les iba creciendo de nuevo sus hermosas melenas."

©Antonio Ayala Castejón/2025


martes, 20 de mayo de 2025

Volar mirando a la luna


 

Volar mirando a la luna

 

…mi hermana dice que cuando sea grande tendré que trabajar la viña porque lo dice ella que tiene quince años tres más que yo y tendré que escuchar a alguien que me mande y tendré que hacerle caso dice mi hermana que soy cabezón que yo querré hacer otras cosas. -¡Pirrón!, -me llama por mi nombre de una manera que asusta dice que me gusta volar y es que cuando cojo la bicicleta recorro la aldea volando mirando al suelo para no caerme y el trasportín está lleno de jabones que he comprado en la aldea de al lado cruzando el puente de piedra mi hermana dice que de eso no podré comer siempre que tengo que trabajar la viña y que para mí no hay escuela que valga la verdad es que el maestro no se entera de lo que hablo y mis manos se vuelven locas y él me las sujeta y yo le miro la boca y le vuelvo a mirar y nada solo veo su labio con bigote negro repite algo y me cuesta porque el maestro pone los ojos fijos en mi cara todo el rato pero mi hermana dice que es como picar en una piedra de esas que mi bicicleta brinca por las calles de la aldea de al lado me paro de vez en cuando allí en los puestos de la plaza y voy eligiendo los jabones que vende el artesano. - ¡Pirrón!, -me llama cuando suena la puerta de casa llego con el trasportín y la cesta vacía de jabones después de haber tocado a la manilla de cada puerta dice que me habré bajado y subido a la bicicleta trescientas veces para dos reales dice que me engaña el artesano que de eso no podré vivir que tendré que trabajar la viña ya veremos le digo eso sí me pide los reales que he ganado vendiendo los jabones y me mira y yo me fijo en su boca se mueve con genio y sus ojos hablan otra vez de la escuela pero su mano está boca arriba me estoy cansando porque cuando sea un poco más grande dice el maestro que aprenderé el lenguaje de las manos mis padres han muerto y dos reales a dos reales harán una bolsa yo mientras vendo jabones del artesano y no me engaña y me fijo porque las pastillas cada vez sueltan otro olor y las vende por algo será cada vez leo mejor los labios de mi hermana ella no tiene bigote y los reales que traigo me los guarda cuando sea grande pondré un puesto de jabones en nuestra aldea y sin prisas me haré con otra bicicleta con la que volar mirando la luna…

 

Ángeles Martín Ramírez

 

martes, 18 de febrero de 2025

 


Piñas en flor



Ama y haz lo que quieras


Noche de frío, la luna brillaba rara, viento, escarcha; la ciudad no se había despertado aun; una indefinible agitación preludiaba la ruidosa actividad del día.

      7 horas. Tren rumbo a Granada, madera, vapor, traca-traca, bamboleo, traqueteo.

      Los pasajeros, relajados, observábamos el paso de los edificios, luego campo, más allá granjas, una recta.

      No era extranjero. Cara alargada, barba incipiente, ni alto ni bajo; qué guaperas, que, sentada enfrente, eclosionada ante esa visión nada fantasmagórica, invoqué a Cupido. Afrodita se adelantó. Taquicardia. ¡Uf! ¡Qué calor!

      ¡Qué verborrea! Hombre y mujer platican del AMOR, no el de la esclavitud, sino el de Prevest:

      “He ido a todos los mercados

      y te he encontrado, mi amor.

      Pero huí al mercado de las esclavas

      y no estabas tú, mi amor.”

El asombro, los sentimientos… “Corazón, corazón no me quieras matar corazón” hacen estragos en nuestro pecho. Creí ser la Gioconda: sonrisa infinita, cierto aire de desliz imprevisible: una nínfula coqueteando con su Leonardo.

      Pregunté: ¿el azar existe? “Nada está escrito.” (Joseph Conrad). Las líneas de este pasaje duraron diez horas. Intercambiamos remembranzas: música, fotos, cine, pinturas. Cinco sentidos exprimidos en diez horas.

      El controlador exclamó: ¡Gra-na-da! Maletas en diez minutos.

      Ese cariño, duración diez horas, no fue efímero. Como era de noche, recordamos “Turandot”:

      “Nessum dorma…” Pálpito del alma, cruz y delicias, delicias del corazón. Empapados con las lágrimas de la lluvia nos despedimos.

      Nunca volví a verlo, desaparecía como un velero en el mar. Mis fueros persisten en una poesía. Hoy la he leído; parafraseando a Becquer, exclamé

      “Hoy lo he vuelto a ver;

      Hoy creo en Dios”:  


Un relato de Inés Fontana Trotti / 2024