jueves, 3 de octubre de 2024

carta a mi padre

 


el horizonte

oro las ramas secas

fuego temprano



"Carta desde la eternidad

Getafe, 3 de noviembre de 2006, a las 6:30 de la tarde.

 

Mi querido papá, dentro de cuatro años* se cumplirán veintidós de cuando te fuiste, que desapareciste, pero no de nuestra vida, al menos de la mía; a pesar de ese tiempo, y de los catorce que yo salí del pueblo, y del seno familiar, no pasa día que no os recuerde a ti, a mamá y a mi muy amada abuela; puede parecer cursi, pero es lo que siento en estos momentos, en los que estoy sola en casa, y con un poco de morriña…, porque, papá, los años pasan, pero los sentimientos siguen vivos…, y, a veces, ¡qué vivos están!

      Yo sé que esta carta tú no vas a leerla, pero quizá en este instante estés detrás de mí, observando lo que hago, y veas que lo que me propongo decirte es verdad pura y dura. Como tú no sabías ni leer ni escribir, no notarás mis faltas de ortografía, que es un vicio muy feo, pero que yo no puedo remediarlo: como me lo afean mucho, cada día escribo menos, y así pasa, que escribo peor.

      Quizá piensas que a qué viene tanta letanía, que vaya al grano, pero, ya sabes, a veces cuesta hablar, y no quiero aburrirte con la vida tan estúpida que llevo; quizá yo me la he buscado por confiar demasiado en las personas de mi entorno, por no haber sabido poner freno a las impertinencias de los demás.

      También pienso que, quizá, yo no me quiera, pero papá, ¿cómo se quiere uno?, porque creo que tú tampoco te quisiste mucho, y los que estábamos a tu alrededor no supimos demostrarte el amor que te debíamos.

      Mira, papá, me avergüenza decírtelo, pero cuando te fuiste me di cuenta de lo mucho, muchísimo, que yo te quería; siempre pensé que yo quería más a mamá que a ti, ¡mentira!, papá, estaba en un tremendo error, pero bueno, ahora lo sé, y creo que tú también.

      Tengo que decirte que he luchado a brazo partido para que a mi nieto le pongan tu nombre; es una tontería, pero a mí me gusta.

      Papá, el motivo de esta carta es algo que quiero contarte, y yo sé que me vas a escuchar.

      Papá, esta carta empecé a escribirla el tres de noviembre, y la retomo hoy, nueve, más o menos a la misma hora. Te repito el motivo: quiero contarte algo. A ti, porque a otras personas mejor no decirles nada: sufro una enfermedad degenerativa que se llama Esclerosis Múltiple; bueno, pues en cuestión de tres días, dos personas distintas me han dicho, una, que de esta enfermedad se muere; y la otra, que una compañera que estaba como yo, ha muerto de ella.

      No temo a la muerte; lo que me aterra es quedarme como un vegetal: eso sí me preocupa; por mí, y por mi entorno más cercano.

      Llevo con esta enfermedad mucho tiempo, pero la puñetera no daba la cara. Desde mi primer embarazo empecé a sentirme mal: pensábamos que era por él, pero después del parto no me recuperé. Los médicos decían que no tenía nada, que todo estaba bien, y todas esas historias que te cuentan cuando no saben por dónde meter mano.

      Recuerdo que la lengua se me dormía, y a la vez temblaba; y, después de varios episodios, se fueron esparciendo. También me afectaba a pesadez en las piernas, cansancio…, y, en el mismo plan, los médicos decían que eran nervios, o que estaba todo el día escuchándome…, pero yo seguía mal, y a peor.

      Tres días después del parto del último embarazo, tuve un cólico nefrítico; lo achaqué al estrés, y ni fui al médico: con tantos niños no tenía tiempo para mí; ya sabes, papá, que estaba siempre sola por el trabajo de mi marido.

      Aquel cólico, a los siete meses, devino en una infección renal, que se complicó con mis problemas con los antibióticos, y se alargó en el tiempo… Apenas si tuvimos información por parte del hospital; no sabíamos lo que me había pasado, y el médico dijo que estuve a punto de perder el riñón derecho. Yo seguía mal.

      Los cólicos renales se hicieron crónicos, y durante ocho meses mis entradas en urgencias del hospital se repitieron con frecuencia: siempre decían que no encontraban nada y que los análisis estaban bien.

      Uno de los días de urgencias me vieron tan mal, que me dejaron ingresada; durante quince días me hicieron muchas pruebas, y encontraron el riñón derecho desprendido, y sangrante. Eso dijeron. También vieron algo en la columna, y, ¿sabes?, se fueron a lo peor: me buscaron un cáncer en los huesos. Solo encontraron tres hernias discales en las lumbares, dos pequeñas y otra calcificada.

      Ahí empezó el baile de la Parrala; uno decía que operar, otro que no, que no era para tanto…; yo empeoraba; cada dos o tres meses sufría episodios de decaimiento, que llamaban brotes, y me dejaba varios días en la cama. Estaba fatal.

      Durante diez años pasé un verdadero calvario entre médicos, hospital y familia, porque en casa hacían más caso a los médicos que a mí: si ellos no encontraban nada, lo más lógico es que pensaran que todo era psicológico. ¡Ay, papá!, cómo lo sufría. Esperaba quedarme sola para hartarme a llorar. Aquello que me pasaba no podía ser normal… cada vez más cansada, sin fuerzas en las piernas, temblores en el cuerpo (que como llegaban se iban), y, a continuación, desde la cintura hacia abajo, sin fuerzas; durante el día, y también por la noche, me despertaba y no podía moverme de la cama…, y sufrí alguna que otra caída tonta.

      Por ese tiempo empezaron los problemas con mamá, llena de años y achaques, porque querían que me la trajera…, mis hermanas no lo entendían… creían que yo quería evadirme de mis deberes hacia mi madre…, no puedes imaginar, papá, lo que sufrí con esa historia. Es más, a día de hoy todavía no se lo creen, aunque a mí ya me importa poco.

      Pero lo mismo sucedía en casa: tampoco tenía mucha credibilidad, o al menos eso me parecía a mí.

      Como cada día me encontraba peor, las idas al hospital eran continuas, y, en una de ellas, topé con un médico decente; pidió placas de las dorsales y las cervicales, y encontró una hernia entre la vértebra cervical y la primera dorsal, bastante grande, y con el hueso muy deteriorado; dijo que era muy peligroso tocarlo. Me sorprendió mucho porque, aparte de dolores de cabeza, y alguno que otro mareo, no notaba nada. Bueno, pues aquí empezó otra vez la juerga de los médicos, y yo peor: que si tal, que si cual…

      Otro día, en la consulta, cómo estaría yo que, ante el cachondeo del médico, me eché a llorar sin poder contenerme; no podía ni hablar; y parece que el médico se conmovió, porque me pasó a otra consulta: pensaba que podría tratarse de un tumor cerebral; yo le dije que yo no tenía eso; creo que dijo, para calmarme, que iba a consultar con otro colega, y que en dos días me llamaría; pero no lo hizo. A los quince días fuimos a preguntar, y efectivamente no había hecho nada. Entonces fui, o sea, me mandó al neurólogo. A este médico le conté lo que me estaba pasando con el firme propósito de que, si hacía lo que estaban haciendo los demás, yo no volvería al hospital.

      Me sentía sola por todas partes. En esta situación, decidí que lo que supiera mi mano derecha, lo ignorara la izquierda, o sea, ocultaría a los demás lo que me estaba pasando. Y siete años después lo seguía haciendo, no sé si está bien o mal, pero, papá, hay miradas, gestos, silencios, distanciamientos…, que no te dejan otro camino.

      Este médico se lo tomó en serio, e investigó una causa posible: concluyó que, de pequeña, seguramente sufrí una infección, borrelosis; suele ser mortal, dijo, pero yo lo superé, aunque me dejó huellas para toda la vida. Cuando confirmó el diagnóstico, todo fueron carreras. Por entonces los brotes eran cada vez más frecuentes y, con cada uno, yo empeoraba (pero con el candado en la boca). Empecé a tener problemas en la vista, y se reanudó el baile de médicos; un día, en urgencias, me enteré de qué enfermedad sospechaban; papá, la tierra se me abrió bajo mis pies, porque yo conocía esa enfermedad, y lo que pasaba con ella. Pero, por otro lado, suspiré de alivio, porque efectivamente yo no era una paranoica, no estaba loca; pero papá, para entonces yo había aprendido a ocultar las cosas a médicos y familia, y solo contaba lo evidente.

      Desde el año pasado tengo nuevos síntomas, y son preocupantes, aparte de otros que no menciono para no aburrirte.

      El día tres de noviembre, cuando empecé esta carta, tomábamos café después de comer, y empecé a hablar del tema. Decía lo incomprensible que era esta enfermedad, y mi marido comentó lo que le parecía que podía sucederme en el cerebro; entonces decidí contarle los nuevos síntomas que me notaba, pensé que debía saberlo; pero, papá, no me di cuenta de la hora que era, y él tenía un compromiso al que no podía faltar…, y menos para oír cosas que no parecían interesarle. Y yo, papá, mutis por el foro.

      Creo, papá, que a nadie le interesa lo que yo tenga que decir, excepto a ti, que has tenido toda la paciencia de la eternidad para escucharme; no sabes cómo te lo agradezco.

      Los síntomas nuevos son que me están afectando a todas mis funciones fisiológicas, ¡todas!

      Te querré siempre”

 

 

      * Cuatro años es la estimación de vida, una vez diagnosticada la ELA; en 2010 se le diagnosticó la enfermedad, y dos años de vida. Falleció en 2013.

 Esta carta se incorpora al libro "Los diarios de Elia, diarios de ELA", de 2015, el 26 de marzo de 2022, fecha de su descubrimiento en el fondo de un cajón, bajo su ropa.

44. CARTA A MI PADRE, 
del libro "Los diarios de Elia, diarios de ELA"

 


viernes, 6 de septiembre de 2024


 

Cayucos

 

Era de mi padre. Mi cayuco es una buena herramienta para la pesca, manejable y ligera; tiene veinte metros de eslora y tres de manga, su calado es escaso, sus francobordos bajos, y carece de área de cubierta; en proa van las artes de faenar: redes, sedales, boyas, luces…; el bastimento de combustible, agua, comida, utensilios de cocina; y los cestos para almacenar la pesca, muy variada y abundante en nuestros ricos caladeros. Un motor de 40 CV, en popa, bajo el timón, lo mueve. Somos seis conmigo, salimos a faenar de la isla de M´bour hacia el mediodía, el mar se cubre de cayucos, como un cardumen, yo patroneo el mío, tengo los permisos en regla, estudié en Malika y domino el arte de navegar, y el de la pesca, a veces vamos hacia Mauritania o Gambia, otras a Guinea-Bisáu, depende de los bancos de peces -llevo detectores y GPS-; nos ausentamos una o dos semanas, no más, Cabo Verde está demasiado lejos, es mar abierto y peligroso para un cayuco, aunque lo normal es pasar una noche en alta mar, a unos 60 km. de la costa, echamos las redes al anochecer, las recogemos antes del alba y distribuimos la captura por especies en los cestos mientras regresamos, jureles, marisco, sardinas…, para descargarla en el puerto a primera hora, allí esperan las mujeres: controlan, clasifican, venden, limpian, distribuyen y aprovechan los peces sin salida; la tarea nos permite vivir con desahogo, sin grandes ganancias, la vida es placentera, satisfactoria, somos felices… hasta el arribo de los grandes buques de arrastre de Occidente.

      Sus campañas son intensivas. Cubren la costa con sus mallas de más de seiscientos metros, esquilman los fondos, atrapan los bancos de peces, les cierran el paso con sus aparejos, no entra en los caladeros, cada vez pescamos menos, agotan nuestro medio de vida…; ignoran nuestras quejas, desprecian nuestros intentos de negociar, nos rechazan con armas, no dudan en golpear y trizar nuestros cayucos con sus buques y, al llevar su captura a puertos lejanos, nos condenan al hambre…

      Nadie nos ampara. La desesperación nos acosa. Alguien lo propone. No nos conocemos. Son muchos meses sin capturas. Flaquea nuestra voluntad. Es una decisión difícil. Vencen las ventajas: vemos el progreso de quienes retornan de Europa. Tenemos claro adónde vamos, al menos yo. Somos demasiada gente para el cayuco. Hay temor a perder la vida. Agoreros. Yo  calmo los ánimos, me respetan: la mar es mi amiga...

      Arribamos a Occidente. Gracias a mi pericia, a mis conocimientos de navegación. No tengo escrúpulos para decir que fui providencial en el viaje. Nos lanzaron al agua sin preocuparse de quién pilotaría la travesía. Lo peor de ella es el recibimiento. En la playa en la que embarrancamos, nos esperan. Nos encierran como si fuéramos piratas. Sobre todo a mí, que, desde el primer momento, digo saber patronear un barco. Y declaro que he traído a tierra la embarcación, y a la gente. Sana y salva. Hasta aquí...

      Me acusan de traficar con personas. Me dejan libre. Me prohíben trabajar sin permisos, sin papeles, pero me exigen que tenga un “trabajo fijo y digno” para conseguirlos…

      Os lleváis nuestras materias primas: metales; oro, plata, diamantes, cinc, hierro, coltán…; maderas…; el pescado. A cambio de armas...

      Habéis destruido nuestra forma de vida en M´bour, mi pueblo. Y, cuando queremos prosperar con vuestras leyes, no nos lo permitís...

      ¿Cuándo admitiréis vuestra deuda con mi pueblo…?

 

Abdoulaye Ndoye


lunes, 3 de junio de 2024


 

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN POEMA

SIN PULSAR EL BOTÓN DEL PÁNICO

 

se traza un perímetro sensible

a contramano del daño

 

se sueña con un pájaro

por una vez no escrito

 

se desoyen

los duelos carnales

los verbos indigentes

 

se cava

se excava

se desentierra

 

se busca en la posteridad

de la lengua

 

el camino

que a casa

siempre está

    llevándonos

 

(pg.59) 

De María Negroni
VII Premio Internacional de Poesía
 Margarita Hierro
 Fundación Centro de Poesía José Hierro

domingo, 3 de marzo de 2024


El cabo de Gata


 

A UNA MADRE

QUE NUNCA VIO EL MAR

 

Si volviera a nacer.

¡Ay, si volviera a nacer,

cuánto me gustaría 

poder ser la madre de mi madre!

 

Si volviera a nacer

te pondría los zapatos nuevos

y el mejor vestido

para ir al colegio

al que nunca fuiste.

 

Si volviera a nacer,

al salir del colegio 

te compraría chuches

y bolas dulces de algodón.

 

Si volviera a nacer

no llorarías tanto

y serías una niña feliz.

 

Si volviera a nacer

intentaría hacerte ver

que el amor no es dolor.

 

Si volviera a nacer

te enseñaría lo maravillosa

que es la vida

en brazos de quien te quiere.

 

Si volviera a nacer

te daría todos los besos

que te faltaron de niña

incluso de madre y mujer.

 

Si volviera a nacer

te leería todos los cuentos 

que nadie te leyó

y que tú no pudiste 

porque no sabías leer.

 

Si volviera a nacer 

te arrebujaría las mantas,

te besaría la frente

y al mismo tiempo, muy quedo,

te susurraría al oído un te quiero

con una canción de cuna.


Si volviera a nacer

pasearíamos por el parque

escuchando la música

que, con las hojas de otoño,

hacen nuestros pies.

Chapotearíamos

en el agua de los charcos

mientras los árboles,

semidesnudos,

nos mandarían mensajes de paz

en forma de hojas amarillas, 

y jugaríamos en el suelo,

mucho rato,

con las hojas recién caídas.

 

Si volviera a nacer.

¡Ay, si volviera a nacer

no crecerías atando tu corazón

a hielos, rastrojos y sudores,

pucheros, fríos y calores!

 

Si volviera a nacer

viajaríamos en los cuernos de la luna

hasta la orilla del mar

que nunca viste.

 

Pasearíamos por sus playas

con nuestros pies desnudos,

mojándonos por la orilla

y mirando con esperanza

la línea del horizonte azul 

del cielo y del mar.

¡Ay, si volviera a nacer!

 

 ©Jaime Monteagudo Monteagudo

19/10/2022

 

 

 

 

sábado, 27 de enero de 2024


Una palabra de SIETE letras

 

 

“Si las rocas respiran, ¿no habrás de hacerlo tú? Brama el mar en su nombre y en el tuyo. Entra y rompe, imprudente, las costuras, el cuidadoso atado de los cuerpos. Se lleva por delante las costillas, ese armazón de barco y de velamen que reclama el oxígeno y el tórax.”

 De María Ángeles Pérez López, LIBRO MEDITERRÁNEO DE LOS MUERTOS, VI PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MARGARITA HIERRO, FCPJH.

 “María Ángeles Pérez López: «La poesía es un espacio de resistencia. Es un no, un no grande»”

 Entrevista de María Pachón (Maldita cultura)

 Leer a María Ángeles Pérez López es revivirse a una misma. Leyéndola también un hombre, ojalá, convivirá con su genialogía si, en vez de tijeras, emplea las ‘llaves que sí, ofrece la poeta. Llaves que abren baúles de recuerdos sin palabras tejidos por nuestras madres, y por las suyas, y las suyas de las suyas; llaves que abren puertas a un presente de colores eternamente avivado por animalas que fueron y serán ‘no extinguidas’, ‘no olvidadas’, ‘no muertas’.

Leer la poesía de María Ángeles Pérez López es pervivirnos mientras seguimos desviviéndonos por vivir.

Nota: Las palabras genialogía, animala, centaura y muso no aparecen entre comillas o en cursiva porque merecen el reconocimiento de existir.

       María Ángeles, antes de nada, o de todo, GRACIAS por su poesía. Nos gustaría conocer un poco más de usted a través de sus primeros recuerdos literarios. ¿Algún familiar o ser querido la estimuló a constituirse en la poesía?

       Tengo el recuerdo muy feliz de una profesora en el instituto, catorce años tenía yo en ese momento, que trajo a la clase Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz cantado por Amancio Prada. Escuché esas palabras como quien escucha a un extraterrestre [risas], es decir, como si fuera un lenguaje venido de otro tiempo y otro lugar y otro mundo. Y la estupefacción, y la felicidad también, y el desconcierto fueron enormes. No ha habido nadie en mi entorno cercano vinculado a las palabras. Pero sí sentí pronto el apoyo sobre todo de profesoras y profesores. También después, en la facultad, cuando hice Filología Hispánica, empecé a compartir textos con profesores que eran poetas y que hoy son grandes maestros y grandes amigos. No ha habido ese entorno familiar, pero sí un entorno de amistad y de formación en el que la poesía ha ocupado un lugar central, en el que ha sido una respiración.

       ¿Y a qué edad comenzó a escribir?

       Con quince o dieciséis años me recuerdo garabateando en las carpetas que teníamos así en formato grande, con un poco el deseo de remedar a Alberti, que había escrito Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, a Lorca y su Poeta en Nueva York. Me preguntaba cómo se podía escribir de esa manera, qué pasaba con las palabras… En realidad, empiezo pronto a escribir; publico bastante tarde. Pero esos años de la adolescencia, de la primera juventud, de la facultad, son años de borronear: llenar papeles, empezar a compartir esos textos, empezar a ir a tertulias, a soñar con revistas literarias… Ese mundo en el que empiezas a pensarte en esa dimensión: la del lenguaje.

       Me fascina el modo en el que construye poesía desde lo cotidiano. ¿El hecho de limpiar el polvo o de hacer un café es en sí poesía, o es necesario que escribamos sobre la tarea de limpiar el polvo o de hacer un café para crear poesía?

       Seguro que la poesía, lo que pueda significar, es una forma de mirada. Es una creatividad con respecto a lo que nos rodea, y eso nos pertenece a todos, radicalmente. Lo que ocurre es que nuestra mirada se disciplina severamente, vamos perdiendo la capacidad de ver. La rutina del ojo, la rutina de la mano hacen invisible lo que pasa a nuestro alrededor. Y puede ser eso, el café o la lavadora, pero también pueden ser el amor y tantas otras cosas. Claro, como el amor es una experiencia que te rompe y te construye completamente es difícil que pase desapercibida. Pero otros pequeños gestos pueden pasar desapercibidos. Yo no creo que necesitemos que el poeta nos diga. Yo creo que lo extraordinario es que junto al poeta abramos esos espacios de nuestra sensibilidad para percibir hasta qué punto todo lo que nos rodea puede ser digno del asombro. Siempre me recuerdo un verso de la peruana Blanca Varela que decía: «Pero dime, ¿durará este asombro?». Esa pregunta, yo creo, es la pregunta de vivir.

       Y esta pregunta es reiterativa, se hace siempre a las poetas. Sin embargo, su respuesta nunca es la misma. En su definición esencial, ¿qué es la poesía?

       Es aquello que se resiste a pertenecernos de alguna manera, pero que constituye esa relación básica con el lenguaje que acompaña a la humanidad desde su origen y que la va a acompañar hasta el final. No son palabras mías ni mucho menos; son palabras de grandes poetas que me han precedido y que, en esa vinculación con las palabras, se preguntan quiénes somos, qué significa ser, quién es el otro, la otra, cómo vivir, hasta dónde alcanza nuestra posibilidad. Y yo decía resistencia como cualidad de la poesía porque la poesía no cede muchas veces a esa parte de los lenguajes instrumentales, de los lenguajes codificados en los que ya no queda vida, son espacios muertos. La poesía tiene esa posibilidad, creo, una y otra vez, de recordarnos, por ejemplo, la resistencia de lo vivo ante la muerte, la resistencia ante la frialdad, ante el sufrimiento en cualquiera de sus formas, ante la injusticia, ante cualquiera de las heridas, de los dolores. La poesía es ser consciente, es preguntarte por tu alrededor, por el pasado, por el presente, por el futuro. Por eso en la poesía todas las definiciones son posibles, no hay dos definiciones iguales. Para mí sería eso, un ejercicio de resistencia en relación con lenguajes devaluados, con lenguajes empobrecedores, con lenguajes que cosifican, con lenguajes que nos hacen creer que las personas de pronto son mercancías, que las cosas y los animales nos pertenecen, que nos pertenece la Tierra. Y ahí la poesía está recordándonos una y otra vez un no, un no grande.

       Usted crea una poesía íntima pero a la vez extrospectiva por tener muy claro esto: la maravilla del ser consciente. Sus palabras surgen de la cotidianidad, de las inquietudes por la memoria, propia y colectiva, del ser femenino. ¿Qué comentario podría hacernos de estas tres temáticas constantes en su espacio poético?

       Cuando empiezo a escribir no sé bien qué significa hacer poesía. Son caminos de búsqueda. A estas alturas, después de seis libros publicados, lo sé mucho menos que cuando empecé a escribir. En realidad, la idea de buscar, de preguntarme, es constante. Lo que sí es cierto es que hay elementos que son recurrentes porque tienen que ver con las grandes obsesiones. Decía Juan Gelman que «el poeta no tiene temas, sino obsesiones, un collar de obsesiones», y yo creo que es así. Memoria individual y colectiva de algún modo, ese pasado que nos ha ido conformando. También, desde luego, lo que significa ser mujer. En el primer libro no soy consciente de si esto tiene algún peso, solo hay un último poema al final donde me pregunto qué podrá significar venir de una estirpe de mujeres que no ha llegado a las palabras, que no ha tenido acceso a las palabras.

       ¿De qué forma esa pregunta se convierte en obsesión?

       Ya a partir del segundo y tercer libro, de ahí en adelante, soy consciente del peso de lo femenino por el propio vivir la experiencia de la desigualdad en la mujer en tantos ámbitos, por muchas lecturas, por la necesidad de repensar una sociedad y un tiempo patriarcales, machistas, donde la violencia de género es presente, donde hay políticas de igualdad que no logran modificar cifras por las que sangramos. Eso va cobrando mucho peso; cobra peso en mí como ciudadana, como esposa, como madre, como profesora, como un ser humano que mira y se conduele. Cristina Rivera Garza, la escritora mexicana, habla de ese condolerse, dolerse con. Es entonces cuando entra la preocupación por el qué significa escribir como mujer, por cuáles son los límites y cuáles las posibilidades. Si es una habitación propia, como escribe Virginia Woolf, ¿cuál es la llave de esa habitación propia? ¿Se trata, tal vez, de una habitación cuyos muros hay que demoler para que sea la habitación conectada de la que habla Remedios Zafra? Todo eso entra, y entra creativamente y se va volviendo una obsesión, es decir, algo de lo que no puedo prescindir porque es una piel, una segunda piel sobre la primera piel, algo que se funde y crea la necesidad de repensar, de deconstruir, de revisar críticamente muchos de los elementos que decimos, porque decimos ‘ser mujer’ pero también ‘ser hombre’, de repensar y reconstruir los modelos de lo femenino y de lo masculino. Lo real nos interviene, pero nosotras y nosotros también intervenimos en lo real, lo transformamos. Por suerte, estas son cuestiones que respiro cada día y comparto con muchas otras personas, escritoras y escritores.

      Por lo anterior, supongo, la presencia del ‘yo’, muy intensa hasta Carnalidad del frío, va desvaneciéndose en La ausente y desaparece a partir de Atavío y puñal. ¿Es necesaria la vacuidad del yo para concebir que «somos de la Tierra»?

      ¡Ay! No lo sé… Pero a lo mejor por eso he escrito estos libros, porque no lo sabía y a día de hoy tampoco lo sé. Lo que sí percibí en un momento dado es que el ‘yo’ que habitualmente nombra no deja de ser un solo espacio y que, en la medida en que intentara ser consciente de que era una creación personal, una ficción, el terreno de mi imaginario, podría tomar distancia e intentar relegarlo, evitarlo para, tal vez, abrir ventanas y puertas a otras tonalidades, a otras sensibilidades, a otras experiencias que yo no he tenido pero otras personas sí, por lo que puedo sentirlas como mías. Hay una voluntad explícita de tomar distancia porque la literatura, el arte, nos permite vivir muchas vidas.

Por eso, en Atavío y puñal la mujer ya no es el ‘yo’, y en Fiebre y compasión de los metales apenas hay nada humano, o a lo mejor también los metales son totalmente humanos. No lo sé, porque ahora llegué como a una encrucijada y estoy preguntándome. Honestamente, no creo tener ninguna respuesta, pero sí numerosas preguntas. La pregunta es lo que desata, aquello que de verdad merece la pena, desde ahí se puede hablar.

       Su último libro, Fiebre y compasión de los metales, me ha desatado muchas preguntas. Siento que sus versos son más encabalgados, pero también cada vez más abstractos; que quizás no recojo lo que usted me ofrece. Francamente, no me supone un problema: el poema ‘Una naranja’, escrito «con y contra Borges y Parra», me envuelve. ¿Le preocupa la abstracción?

       Es algo que pesa mucho sobre mí. Me angustió con ese libro. Llevaba varios años sin escribir, sin saber hacia dónde podía escribir. De pronto las tijeras del inicio son las que desencadenan el libro con ese gesto de cortar un hilo de palabras, y a partir de ahí se suceden otros objetos metálicos. Me preguntaba por su frialdad, por su abstracción, por qué podían decirle a alguien una cuchilla, un bisturí… si eso podía llegar a alguien. Pero también, honestamente, era el territorio en el que me sentí capaz de decir.

       ¿Por qué motivo?

       Porque de un lado está todo lo que nos rodea y es real más allá de nosotros, o más acá, o más arriba o más abajo. Tiene su contundente verdad, distinta de la verdad humana, o de la verdad de cada una de nosotras, de cada una de las siete mil millones de personas sobre la Tierra. Es su pequeña gran verdad. Entonces yo quería, por un lado, ser honesta en la escucha de esa pequeña gran verdad y, por otro, no dejar de sentir que hay una persona, o un lenguaje a través de una persona, que está sintiendo esa pequeña verdad y haciéndola suya de algún modo.

       ¿De ahí ‘Una Naranja’ y su paradoja?

       Sí, la naranja que está y no está. No es una naranja real que pudiéramos ahora compartir y llenara de felicidad nuestras bocas. Sin embargo, quiere serlo, quiere aproximarse a eso, quiere traer esa alegría del invierno, del color, de la saliva…, y para traerla necesita que las palabras se entreguen a esa felicidad de lo pequeño, de la pequeña verdad de la naranja que también conoce el cuchillo, que también conoce lo que significa la muerte. En esa paradoja yo sentía el libro: entre lo concreto de alguien que en un momento determinado dice y hace suyos los objetos, y el objeto por sí mismo en su radical extranjería con respecto a quien dice. Por eso el ritmo es a veces muy rápido, un ritmo como atravesado por esos encabalgamientos, un ritmo tajado, sajado, como si no fuera posible respirar armónicamente, con cierta asfixia y cierta febrilidad, la del título.

       Leerle es sentir también la febril sensualidad de María Luisa Bombal, la desolación de Idea Vilariño. ¿Podría haber llevado a cabo un estudio de estas y otras escritoras con la profundidad con que los hizo sobre escritores como Vicente Huidobro, Juan Gelman o Nicanor Parra?

       Es tanto el trabajo que nos queda por hacer en ese sentido a día de hoy, 2018… Las conocemos poco, a algunas un poquito más por, a veces, razones extraliterarias, como su vida, su muerte, su relación sentimental con, circunstancias concretas de su biografía… Conocemos poco ese legado de voces. Formo parte de una asociación llamada Genialogías, de mujeres poetas en España que, en un momento determinado, nos preguntamos por esa genialogía menos visible, poco visible. Yo no tuve apenas contacto con autoras cuando estudié. En mis primeros años como profesora prácticamente no incluían autoras y me parecía natural, había naturalizado esta cuestión. Con el tiempo veo que los estudios se van sucediendo, las reflexiones feministas van cobrando peso y trabajos como el de esta asociación, y otros que vienen desde hace décadas, hacen visible su patrimonio.

       Ahí asociaciones como Genialogías o Clásicas y Modernas tienen un campo enorme.

       Sí, porque lo que ocurre es que percibimos que ese legado de la poesía, de la novela, del cuento, del teatro, del ensayo escrito por autoras, igual que pasa con filósofas, científicas, con tantos otros órdenes, resulta muy poco visible, y tiene que ver, claro, con la estructura patriarcal. Porque la mirada ha privilegiado lo masculino, ha asociado el logos a lo masculino, ha asociado el conocimiento a lo masculino, por supuesto a lo que es el mandato de la ley, pero también a cualquier acercamiento a las formas del saber. Aprender de otra manera, aprender lo que ellas han dicho: Ida Vitale, enorme, maravillosa, último Premio Cervantes, y tantas autoras que ahora estamos empezando a conocer mejor. Lo que yo desearía es que esta cuestión finalmente sí logre traspasar el ámbito de generaciones concretas, de personas concretas, de mujeres y hombres concretos, poniendo luz sobre lo que han hecho. Porque de algún modo percibimos que lo que ellas han hecho, ese legado prodigioso, no lo terminamos de heredar. Es decir, en los años ochenta ya hay antologías relevantes de poetas españolas; antes, desde luego, también. Es decir, han estado publicando, han estado recibiendo premios… Sin embargo, cuando vamos a los libros de texto, cuando vamos a las librerías, cuando vamos a las listas de textos fundamentales, del establecimiento de cánones, de un canon para un país, para una sociedad concreta, cuando vamos a las tesis doctorales, a la bibliografía crítica, a los prólogos, a todo ese conjunto de puentes que permiten llegar a ellas, percibimos que nos falta mucho por hacer, mucho por hacer.

      Genialogías surge también de ese juego de palabras, tenemos una genealogía de genias. Lo que ocurre es que la palabra genia no existe en español, como no existe la palabra muso, porque naturalmente las palabras las ha creado una sociedad concreta en un tiempo concreto. El lenguaje, igual que es sexista, es racista y clasista, y está atravesado por las grandes cuestiones de la sociedad. Cómo lo pensamos, cómo lo decimos, qué hacemos con esas palabras y con todo lo demás es lo que corresponde a esas preguntas que nos formulamos todo el tiempo.

       Poeta, poetisa. Animal, animala. Me encanta ese concepto de animala.

       Animala es un préstamo que le pedí a Gonzalo Rojas, me encanta la idea. Y qué bien Marta Sanz con su reciente ensayo Monstruas y Centauras. Qué bien poder ampliar el lenguaje, porque ampliar el lenguaje es ampliar el mundo y nuestra experiencia del mundo.

       Entonces, ¿se puede diferenciar la militancia feminista de la militancia poética?

       Para mí no. Supongo que habrá quien crea que sí, porque sienta que lo feminista está negando validez a la gran poesía escrita por autores, pero en absoluto es así para mí. En los enfoques feministas, o en una gran parte de ellos, hay una ampliación y un enriquecimiento de todo lo que consideramos humano. Si lo humano ha sido pensado en términos de masculino, blanco, heterosexual y cristiano, ¿cuántas experiencias estamos dejando afuera? Lo que pasa por los cuerpos y su relación con Eros, el erotismo de la política y de la sociedad, cobra muchísima más luz desde una política feminista. Los ángulos son muchísimo más relevantes, e igual que puedo sentirme Don Quijote de la Mancha, espero que cualquier lector pueda sentirse Anna Karenina no solo cuando la escribe un hombre, sino también cuando la escribe una mujer. Es decir, todas esas formas de lo humano, con todas sus modulaciones, sus matices y sus diferencias, nos multiplican y hacen maravillosa la posibilidad de leer y escribir. Ahí estaremos en lo que nombraba Marta Sanz como nuevos lenguajes del feminismo cuando centaura sea, claro que sí, una parte de lo que podemos ser.

       Por tanto, es seguro que la poesía nos va a acompañar hasta el final.

       Irá mutando, tendrá cualquier tipo de desarrollo, pero nos va acompañar porque es una bendición, es un regalo sentir que de esa soledad radical de cada uno y cada una podamos tender puentes. Siempre me gustó la idea de que la poesía era un puente que tendíamos hacia alguna parte. Por eso creo que es tan importante y lo ha sido en todas las épocas. De manera distinta en cada una de ellas, sí, pero lo ha sido y tengo fe radical en que lo seguirá siendo. Esa fe de los ingenuos [risas].

       Hasta el final que ya se aproxima, el de esta entrevista, seguro. Unas respuestas breves: ¿Julio es Garmendia, Cortázar, ambos o ninguno?

       [Risas] Qué pregunta más difícil. Todos. Y Julio Vélez, que fue profesor mío y me los enseñó. Todos ellos, Julios todos.

       ¿Aún necesita tabaco para escribir?

       No, ya no. Aunque todavía tengo nostalgia.

       ¿Qué libro está leyendo en este momento?

       Acabo de terminar con entusiasmo Monstruas y Centauras de Marta Sanz y estoy leyendo Cuerpos antes del olvido de Yirama Castaño, una poeta colombiana muy destacada.

       ¿Podría dedicarnos una única palabra?

       GRACIAS. Rafael Cadenas, el gran poeta venezolano, dice que la palabra gracias no se agota nunca. Hay algo en la palabra gracias, algo en su verdad de siete letras. Una palabra tan pequeñita que necesita dos manos para ser contada. Algo mágico ocurre con ella.

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María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967), es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Ha merecido distinciones como el Premio Tardor y el Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz” y ha formado parte del jurado de varios premios literarios, entre otros, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio “Miguel de Cervantes”.

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domingo, 3 de diciembre de 2023

 


dos fortines
nada permanece oculto excepto lo que se ignora

el cementerio rojo

Elena Cabrera 

elDiario.es

 

Getafe Sector 3 tiene nombre de incubadora, de proyecto secreto, de novelita de ciencia ficción. De maqueta a la que alguien se olvidó de darle un nombre de verdad al pasar a la vida real, o le dio pereza, o le venció la inercia. Es un barrio de laboratorio, construido desde la nada. En él viven cerca de 30.000 personas, gran parte de ellos en pulcras líneas de chalés adosados, formando ordenadas urbanizaciones. Desde el aire, el paisaje se confunde con una placa de circuitos integrados. 

Como una ciudad en miniatura, al Sector 3 no le falta su centro comercial (dos, en realidad), su polideportivo, sus colegios públicos y privados, su instituto, su club social, su centro cultural y, en una inesperada apuesta de amor por el arte, su conservatorio de música y hasta un centro de poesía que conserva el legado de José Hierro. Entre el conservatorio y el centro poético, separados por pocos metros de distancia, hay un parque de skate, acompañado de una escuela de aprendizaje de este deporte. Pegando a todos estos lugares de enseñanza, hay uno que no cuenta nada: se trata de dos montículos de piedras grafiteadas, sucias, ruinas abandonadas y cubiertas de maleza. Ante la ausencia de mayor explicación, parecieran dos piedras en el camino de la edificación total, del aprovechamiento de cada metro cuadrado con cualquier cosa que sea de utilidad. “Un cáncer urbanístico”, que es como llama a esta voracidad una de las personas que más sabe de la historia de Getafe, José María Real Pingarrón, vicepresidente de la Asociación Amigos del Museo de Getafe y autor de 11 libros de historia sobre esta ciudad.

Se trata de dos fortines, uno junto al otro, con forma de prisma rectangular bajito, o de cubo cortado a media altura. A uno de ellos le falta el techo y la maleza crece en su interior. En el otro se ve la basura acumulada al mirar por la tronera por la que los soldados sacaban sus metralletas. Se construyeron para reforzar la línea de defensa ante las tropas franquistas que avanzaban por la carretera de Toledo, camino de Madrid. Cuando en 1985 se diseñó Sector 3, las máquinas estuvieron a punto de arrasar con ellos, pero el excalde de Getafe, Pedro Castro, dio la orden de preservarlos. Aquel era el primer mandato del edil socialista. Luego renovó seis veces más, pero nunca quiso memorializarlos o musealizarlos. Sencillamente, los esquivó.

El motivo, según José María, es que en Getafe impera “la ley del silencio”. Significativo, en un lugar cargado con tanta historia: las trincheras de la guerra; el hospital de sangre por el que pasaron 6.000 hombres y murieron más de 600 soldados franquistas, situado en el Colegio de los Escolapios o la atestada cárcel, que contuvo –“como piojos en costura”, dice el historiador— hasta 1.700 presos a un mismo tiempo y por la que pasó Rosario la dinamitera. Tímidamente, el murmullo que supondría la instalación de 15 placas explicativas en esos lugares de memoria a lo largo de Getafe, podría convertirse en una conversación en voz alta.

No hay solo silencio, también hay conflicto en el Sector 3. El nombre de Francisco Lastra Valdemar, último alcalde republicano de Getafe, ha sido arrancado dos veces de la historia. La primera, cuando el Ayuntamiento de Madrid retiró las lápidas con los nombres de los fusilados en el Cementerio de La Almudena, tapia contra la cual fue fusilado Lastra en 1940. La segunda, cuando en enero de 2020 alguien robó la placa que le rendía homenaje, instalada sobre una humilde piedra, junto a un árbol cualquiera, a la sombra de los áridos bloques de vivienda nueva. Dos años antes, el consistorio declaró a Lastra alcalde honorífico, a pesar del voto en contra del Partido Popular, que dijo que “su biografía no es merecedora de ningún reconocimiento”. Agricultor de profesión y miembro de la UGT, Francisco Lastra jugó un papel importante en el fracaso de la sublevación militar en Getafe, en el momento del Golpe de Estado. Aguantó lo que pudo, pero cuando las tropas del general Varela comenzaron a doblegar los pueblos del sur de Madrid, muchos huyeron a la capital, incluyendo el pleno de la corporación, que se trasladó, sin disolverse, a la trastienda de la alpargatería Torres, que todavía sigue abierta en el número 185 de la calle Alcalá, junto a Manuel Becerra.

Cuando Lastra fue apresado, le internaron en la insalubre prisión de Getafe, donde no había agua corriente, los pozos de aguas fecales estaban anegados y todo lo que tenían para beber era lo que cabía en una lata que había contenido leche condensada. En las noches, para dormir, si querían darse la vuelta tenían que hacerlo de veinte en veinte. A los que sacaban de madrugada, en un carro de la basura con una campanilla que tintineaba, y que despertaba a todos los presos anunciando el terror de una muerte aleatoria e inminente, se los llevaban a fusilar al que llamaron “cementerio rojo”. Por allí pasaron más de 2.600 personas que, si sobrevivieron, no olvidaron. Hoy en día, aquel lugar de horror se ha convertido en la biblioteca pública Ricardo de la Vega. En la puerta no hay una placa que recuerde lo que pasó allí, pero sí hay una escultura en homenaje al último alcalde franquista, Ángel Arroyo Soberón.

Parece que en un futuro no muy lejano habrá una explicación junto a los fortines que rompa la intriga del paseante sobre estas piedras sucias y abandonadas. Pero eso no quiere decir que dejen de estar sucias y abandonadas. Aún no hay plan para ello. El ayuntamiento actual tiene un grupo de memoria histórica dentro de la concejalía de cultura, por lo que hay interés en proteger los lugares de memoria, que se extienden también por los fortines del controvertido Cerro de los Ángeles y las trincheras del Barranco de Filipinas, muy cerca del monolito que recuerda el accidente aéreo de La Marañosa, donde cayó un avión de Iberia que cubría la línea entre Tánger y Madrid en 1957. La ley del silencio a la que aludía José María es la que decide qué esculturas y monolitos deben recordar los sucesos de la historia y qué conviene dejar de lado hasta que se convierta en ruina.

Elena Cabrera

23 de agosto de 2021


domingo, 24 de septiembre de 2023


 Sol, pinos y abejas en Iruelas


Casida de Alaia

 

 

 

En paz el horizonte

de agujas verdes y frondosos pinos.

Titilan las estrellas

sobre el remanso azul del río.

 

La música en el aire,

y el sol aun no ha salido.

Ha llegado la hora.

El calendario ya se ha consumido.

 

En una caja de zapatos cabe.

Hoy es cuatro de agosto, y ha nacido.

Un rebujo de lienzo

acoge con ternura su vagido.

 

Lo muestra con arrobo.

Sus senos temblorosos son su nido.

Alaia en ellos duerme confiada:

en los brazos de Olvido.

 

pb/2023


martes, 13 de junio de 2023


Retama en flor

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Nº 20

"Las Florecillas Verdes", de Lotario de Gotemburgo

Prólogo

Las florecillas verdes es un no-libro de LoGo, acrónimo de su autor, un desconocido cuya obra es etérea, de prosa farfullera, (y hasta podría calificarse de maloliente), pero atractiva por el señuelo de su semántica, que emana de cálidas palabras encauzadas a la provocación del lector para que persiga con su lectura un fin inexistente, empecinado en ver en qué acaba aquello. Salvan la obra un par de detalles, o tres: el primero es cuando arroja la plancha caliente por la ventana, mientras tararea una canción de cuna: el punto álgido de la acción es cuando el artefacto enchufado sobrevuela el cuarto, sale por la ventana, planea hacia la calzada y, antes de llegar al asfalto, deja medio barrio en llamas. En otro momento crítico inventa una palabra indescriptible (como este no-libro), cuya pronunciación complica tanto las sinapsis de su propio cerebro que, una vez escrita, la deja en blanco cuando debe repetirla en otra frase, o inserta en su lugar un manchurrón e invita al lector a que interprete lo que quiera. Y la tercera y última broma que LoGo prodiga a lo largo de los cinco tomos del no-libro (auténtica genialidad nunca expuesta en obra literaria de tan elegante y estrafalario verbo, soez y malsonante hasta la náusea, a la que el autor se aplica con delectación), es el protervo interés de que no se le lea; no obstante, lo salva el empleo de lindas palabras, apenas verdecidas por el acervo y elegancia que exhibe una gama de matices fatuos, inmateriales, confusos, con los que expresa, derrochando maestría y conocimientos sin tasa, (no exentos de alguna excentricidad imperdonable), la nada más absoluta y completa que pudiera expresarse sin palabras, arrastrando al lector a su fase final, en la que todos, incluso el mismísimo falso autor, agradecen que nunca estos tomos se hayan escrito después de no publicados.

Vale

Breves, 2023

martes, 11 de abril de 2023

Figuras

 


Figuras del monte. Iruelas: descenso de Cerro Agudo.



Solo un verso

 

Un verso. Solo un verso.

Quiero tener un verso

excepcional, sublime,

que me tenga prendido a la montaña,

que sea luz divina,

que me atrape

y ya no exista yo sin su presencia.

 

Quiero tener un verso

guardado en la memoria,

sentirlo como un faro,

degustarlo

cuando la musa brille por su ausencia.

 

Quiero tener un verso,

no me importa de quién, pero que grite

en todo mi interior.

 

No porque lo haya escrito.

Me da igual de quien sea.

Quiero tener un verso

que me distraiga, me lleve; que me salve…

 

¡Quiero tener un verso al que agarrarme!


sábado, 21 de enero de 2023

Un cuento de Navidad


 El castañar del Tiemblo

UN CUENTO DE NAVIDAD

Margarita, a sus casi diez años, ha vivido muchas experiencias y, a través de las ventanitas de sus bonitos ojos azules, observa y mira minuciosamente cómo pasan los días; y en cada instante hay algo nuevo, diferente; no se puede perder nada; todo le llama la atención; le gustaría participar en tantas y tantas cosas… está como distraída, pero no pierde de vista nada de lo que sucede a su alrededor.

      Isabel se acerca, y le dice:

      —Margarita, preciosa, ha llegado la horita, —mientras, con una gran sonrisa, acaricia su pálida carita— Oye, Margarita, tienes nombre de flor, pero tú eres más bonita.

      Margarita sonríe; en sus cristalinos pómulos aparece un leve rubor sonrosado, y de sus delicados labios sale un débil: “gracias”.

      Isabel, para animarla, le pregunta:

      —¿Has escrito la carta a los Reyes Magos?

      —Sí…

      —Y, ¿Qué les has pedido?

      —Solo una cosa…

      —¿Y qué es?, si se puede saber…

      —Que, cuando me salga el pelo, sea como el tuyo, Isabel.

 Fabián López/ Enero de 2023