Biblioteca Lorenzo Silva en Los Espartales (Getafe)
---
Asusta
que la flor se pase pronto.
Asusta
querer mucho y que te quieran.
Asusta
ver a un niño cara de hombre,
asusta
que la noche…
que
se tiemble por nada,
que
se ría por nada asusta mucho.
Asusta
que la paz por los jardines
asome
sus orejas de colores,
asusta
porque es mayo y es buen tiempo,
asusta
por si pasas sobre todo,
asusta
lo completo, lo posible,
la
demasiada luz, la cobardía,
la
gente que se casa, la tormenta.
los
aires que se forman y la lluvia.
Los
ruidos que en la noche nadie hace
–la
silla vacía siempre cruje–,
asusta
la maldad y la alegría,
el
dolor, la serpiente, el mar, el libro,
asusta
ser feliz, asusta el fuego,
sobrecoge
la paz, se teme algo,
asusta
todo trigo, todo pobre,
lo
mejor no sentarse en una silla.
de Gloria
Fuertes. Poemas del suburbio
---
ERÓTICA
VOCAL
Ata
la trenza atrás, para que atrape
los cuerpos tercos. Deja que la nuca
trepe a través del ábside que truca
la luz que atravesada luz arrape.
los cuerpos tercos. Deja que la nuca
trepe a través del ábside que truca
la luz que atravesada luz arrape.
Y
descubre la turbia travesura
del tejido aracnoide que te cubre
las dos alas (la sed es una ubre
cuya leche recuerda: nada dura).
del tejido aracnoide que te cubre
las dos alas (la sed es una ubre
cuya leche recuerda: nada dura).
Sabe
que gongorinos y quevedos
bajan a ver la vid que te acontece
sin más fe que la piel, y sin más credo:
bajan a ver la vid que te acontece
sin más fe que la piel, y sin más credo:
que
sudo por si súbito amanece,
la luna se ha posado en este dedo
y tu vientre Vishná no mata: mece.
la luna se ha posado en este dedo
y tu vientre Vishná no mata: mece.
de
Gonzalo Escarpa
---
EL
LIRIO DE TU BOCA
Vengo
a esta ciudad para morir mansamente, igual que se desmaquilla la tarde tras los
tejados. Vengo para limpiar los cráteres que en la memoria sembró el rosario de
tu nombre.
Vengo
a esta ciudad lluviosa como tu cuerpo para mi dolor. Tejer mi fiebre, mi
suerte, mi furia, mi nada...
Amar
tu sino fue la sombra constante.
Una
estación de bruma, un billete de ida, una vía muerta, todo y nada me queda de
tu amor.
Porque
me dueles como el asfalto y los semáforos en ámbar, tanto como un pañuelo rojo,
o un tren que se aleja.
Vengo
a morirme.
Porque
aún sangra el lirio de tu boca en mi boca.
de
Ana Isabel Trigo Cáceres
---
17
El Barquero
Hoy he
visto una víbora, bueno, nos hemos visto las caras. Tomaba el sol en la senda del
pantano, cerca de Playa Ibiza. De tierra apisonada, su ensanche es antiguo: del
tiempo de la construcción de la presa. Justo para un coche. Unos doscientos metros
adelante, vislumbré uno de frente, entre curvas y árboles. Yo caminaba hacia
él. Esa carretera es pura curva: como una cuerda en un bolsillo. Lo vi a lo
lejos, y ya no lo vi. Tardaba, pero venía.
Seguí andando preguntándome si no lo habría
soñado, y lo encontré detenido ocupando toda la calzada. Era un todoterreno.
Tuve que pasar pegado a él; por la ventanilla abierta, miré al conductor, y le
saludé. Calculo que rondaría los 80; hablaba por el móvil.
-Es que por aquí hay que pararse para
hablar, -se disculpó.
-Claro, con tanta curva, -le respondí-. Lo
que no entiendo es por qué no llega esta carretera hasta Navaluenga. Hice el
recorrido, y se pierde en un sendero angosto…
- Porque se nos acabó el dinero.
- ¿La hicieron ustedes?
Al término de las obras del pantano, en
1913, cuando la presa cerró sus compuertas y el Alberche comenzó a embalsarse,
además del cambio orográfico que nacía, originó una transformación en el Valle
de repercusiones muy profundas que afectó esencialmente a la vida cotidiana de
los habitantes dispersos por la cuenca afectada. No solo anegó la aldea de El
Burguillo, cuyos vecinos seguramente engrosaron el poblado de Las Cruceras,
sino también tierras de labor, apriscos, majadas, viviendas en la zona de
influencia del río, propiedades, forma de vida... y las vías por las que se
comunicaban. La mayor secuela que causó el embalse fue la desaparición de una
red de caminos pecuarios y rurales que relacionaban la explotación ganadera y
agrícola, y las casas de campo, con la salida de la producción, con la
movilidad y gestión de las propiedades y negocios, con el núcleo municipal al
que pertenecen, y con los del resto de la comarca…
Esta carretera de tierra, decía el viejo,
fue el camino habilitado para las obras de la presa; sin mantenimiento se
convirtió en una senda llena de follaje que recorrían los campesinos a pie para
sus desplazamientos. Recuerdo de niño el ir y venir a pie de mi padre, y de
otros resineros, a Las Cruceras, para trabajar. Ni carros ni borricos: la
vereda cambiaba con el tiempo. Los afectados reclamaron soluciones. La incomunicación
entre las orillas del pantano distanció a los habitantes del lado derecho de El
Barraco, cuyo acceso exigía un gran e incómodo rodeo por caminos de tierra para
llegar al pueblo por la carreta de Ávila. La respuesta de las autoridades fueron
promesas de construcción de un puente. Mientras se decidía la obra, la Confederación
Hidrográfica del Tajo, organismo al que pertenece el embalse, instituyó la
figura del Barquero, al que construyó una vivienda para él y su familia a un
par de kilómetros de La Rinconada, aguas arriba. El cargo tuvo una relevancia
importante, no solo porque comunicaba por el lago a los vecinos de Las
Cruceras, de La Rinconada y de las Casas situadas en la cola del pantano, a uno
y otro lado, sino por la impronta que dejó en la memoria de los aldeanos: su
mención hace aflorar recuerdos de un hombre de leyenda entre los viejos del
lugar. El Barquero debió desarrollar su ocupación durante varios años, hasta
que construyeron el puente prometido, en el Venero Claro, una zona favorable
del río, más allá de la cola del pantano, a cuatro km. de Navaluenga. Hoy es
obsoleto y estrecho, carece de comunicación con la zona aislada donde se concentran
las casas de campo habitadas, y sus negocios agrícolas y ganaderos. La presa,
además de regular el cauce y acumular agua, alimenta una central eléctrica, de
cuya industria esas casas aisladas reclamaron conexión de electricidad, y les
prometieron que, como los cables pasan cerca, no habría inconveniente en
facilitarles gratis enganche y consumo; promesa olvidada. Cuando denunciaron el
incumplimiento, la compañía eléctrica les exigió que pusieran de su bolsillo el
coste del punto de conexión, los transformadores… A fuerza de reclamar, tanto
por el puente como por la luz, les indemnizaron con cantidades que apenas cubrieron
las obras de la ampliación de la carretera de tierra por la que acceden a sus
viviendas y negocios, y optaron por adquirir generadores para surtirse de electricidad.
De muchas otras cuestiones habló el viejo
conductor, pero se le hacía tarde: debía dar un rodeo de más de 20 kilómetros por un
enjambre de cuestas, baches y curvas sin visibilidad, para llegar a El Barraco,
en donde tenía que hacer ciertos trámites.
-Yo estoy un poco más allá de la Casa del
Barquero.
-Hacia allá me dirijo.
-Pues cuando quiera, venga a verme.
Y seguí mi camino. Me alegraba haber
acertado forzando a la víbora a salirse de la carretera. Estuve observándola, y
cuando me detectó, se enroscó sobre sí misma, sacó la cabeza por el centro del
círculo que había formado, y me hizo frente. Tuve que empujarla con el palo
hasta el borde, y animarla a que huyera.
A un km., en el desvío hacia la casa del
Barquero, me distrajo la Pradera de los Asnos, y empecé a rumiar si lo del vecino
y la víbora no eran sino una elucubración más de mi Amigo Fiel.
---
No hay comentarios:
Publicar un comentario