martes, 18 de febrero de 2020

LA CONTEMPLACIÓN VIVA





Ingravidez e invisibilidad
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LA CONTEMPLACIÓN VIVA

I

Estos ojos seguros,
ojos nunca traidores,
esta mirada provechosa que hace
pura la vida, aquí en febrero
con misteriosa cercanía. Pasa
esta mujer, y se me encara, y yo tengo el secreto,
no el placer, de su vida,
a través de la más
arriesgada y entera
aventura: la contemplación viva.
Y veo su mirada
que transfigura; y no sé, no sabe ella,
y la ignorancia es nuestro apetito.
Bien veo que es morena,
baja, floja de carnes,
pero ahora no da tiempo
a fijar el color, la dimensión,
ni siquiera la edad de la mirada,
mas sí la intensidad de este momento.
Y la fertilidad de lo que huye
y lo que me destruye:
este pasar, este mirar
en esta calle de Ávila con luz de mediodía
entre gris y cobriza,
hace crecer mi libertad, mi rebeldía,
mi gratitud.

II

Hay quien toca el mantel, mas no la mesa;
el vaso, mas no el agua.
Quien pisa muchas tierras,
nunca la suya.
Pero ante esta mirada que ha pasado
y que me ha herido bien con su limpia quietud,
con tanta sencillez emocionada
que me deja y me da
alegría y asombro,
y, sobre todo, realidad,
quedo vencido. Y veo, veo, y sé
lo que se espera, que es lo que se sueña.

Lástima de saber en estos ojos
tan pasajeros, en vez de en los labios,
porque los labios roban
y los ojos imploran.

Se fue.

Cuando todo se vaya, cuando yo me haya ido
quedará esta mirada
que pidió, y dio, sin tiempo.

de Claudio Rodríguez)
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LAMENTO DE LOS PATIOS

Hay una luz que habita en el secreto, una huella
tras los labios: la moneda que no di,
Ahora el cemento, un suelo
tan desnudo.
Los patios de la casa
donde no crecen los tilos
ni los cerezos, donde un niño no juega nunca
ni observa una hormiga con boca de asombro.

Los patios que perdí por esperar el columpio.

Ahora los contemplo desde una celosía,
pues el cuervo me recuerda que no queda nada

de este lugar.

de Ana Isabel Trigo Cáceres
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VI MI CUERPO EN LA CALLE

Vi mi cuerpo en la calle.
Un espectro sin rostro
guiado por cartas de despido,
cundas, comisarías y condenas.
Por luces de neón que confundían
caricias con magreos.
Que arrastraba filas de botellines
en la barra de un bar,
mientras se tiraba de un puente.

Me aparté de él, transportaba
bacterias y parásitos
de un hombre en hora punta
en la cola del metro.
La mirada ante un coche que no para
en un paso de cebra.
Los ojos encendidos
frente al escaparate de un mercedes,
mientras pide un mendigo.

Dejé atrás las pastillas, los somníferos,
e interminables horas frente al televisor.
Y volví a sonreír,
volví a abrazar a los amigos,
a escuchar la voz de mis padres,
a sentir el calor de los besos,
a solucionar mis asuntos estrechando la mano.

de José Antonio García
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19

La Puerta de Tannhauser

Pongo el pie fuera del camping. Una sinfonía brujulea en mi cabeza. Me muevo en la irrealidad. Vibra el aire como cuerda de guitarra. Tambores redoblan. La sinfonía en descenso se insinúa, se repite; pasan escalas de piano hacia ningún lugar, cruzan con el silbido de un cohete o de una bala, todo como en segundo plano, leve, lejano; insistente. Lucho por bajar a la realidad, por medir mis pasos, por identificar el paisaje antes de la salida del sol. Un abejorro obsesionado con mis cristales, eso es la musiquilla: por más que lo espanto con la mano, el bicho insiste, zumba en mi oído, se aleja, redobla el tambor, flota la sinfonía. Busco la cueva oculta en la bajada. Observo la roca sobresaliente de la cresta: el sol dora su cima. Cantos de tórtola suenan lejanos. La sinfonía sigue, dudo si no serán acúfenos...; me pregunto cuándo irrumpió en mi camino, y no lo recuerdo; presto atención a su cadencia, trato de identificar la composición; se me escapa, no logro captar imágenes, debe ser de algo vivido durante la noche, supongo; tal vez un sueño, en cuyo caso, nada que hacer. Paso la Depuradora. Subo hacia Las Abejas. Creo que es de un film, se me representa como un pasadizo a lo desconocido: las notas flotan en el espacio como  humo de cigarro, me llevan a otra dimensión, a otro mundo; a un lugar inexplorado. Siento su presencia de inmediato. De forma inconsciente, me vuelvo a uno y otro lado, buscándolo. Caigo en la cuenta. No podía ser otra la causa. Atenúa la música. No sé cómo lo hace, pero un susurro musita palabras a mi oído. Es mi Amigo Fiel:
    “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del Hombro de Orión. He visto rayos –C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
    Estoy impresionado. Se trata de la banda sonora de Blade Runner, de Vangelis. No sé cómo puede insinuar una obra musical de esa manera. Cada día me sorprende. Nunca reparé en su significado, y le provoco pensando que se trata de palabras vacías: no hay otro modo de conectar con él. Luego analizo el párrafo, y advierto que se trata de un texto poético: tiene todas las claves: magia, metáforas, engaño… incluso le insinúo que podría explicárselo. Él replica de inmediato con un silencio espectral, truco aprendido en las soledades del monte para evadirse. Luego dice:
  “La desaparición de una persona, además de la fractura sentimental, representa para toda la humanidad la pérdida de una forma de ver el mundo imposible de recuperar.”
    Esa cita, respondo, es del contemporáneo JM Muñoz Aguirre. Como no rompe el silencio, ahondo en su laberinto y desmenuzo a su altura las falsedades del texto de “Lágrimas en la lluvia”. Quiero fustigarle:
  "El androide no ha salido de la Tierra, Amigo Fiel, porque Orión solo existe visto desde la perspectiva del nuestro planeta: la constelación desaparece si es contemplada desde cualquier otro punto del espacio, en cuyo caso Orión deja de existir como algo tangible, identificable…
   “La Puerta de Tannhauser es una hermosa leyenda germana sobre el monte Harselberg, en donde se ubica la Morada de Venus. Quien encuentre la Puerta de entrada, pasará su existencia gozando de sus favores.”
   Creo que no le ha gustado. He sobrepasado la senda del Búho, las calas de la Madera, y estoy a punto de alcanzar la cima de Colmeneros. Y guarda silencio. Tal vez se siente ofendido, o se ha marchado… La música se fue con él. Contemplo el vuelo en círculos de los Buitres Negros esculpidos contra el azul del Valle. El sol está en su apogeo, y decido volver. Tiro por el Barranco, subo hasta el Prado de las Abejas, cruzo la carretera de La Rinconada y tomo el último tramo de la Senda de las Víboras, por la ladera del Cerro. A unos cien metros del camping, una bandada de palomas torcaces levanta pesadamente el vuelo. Desde la Senda domino gran parte del camping, y curioseo con la impunidad de mi posición privilegiada el movimiento de los campistas. El aparcamiento va ocupándose, aunque aun queda espacio para visitantes. No digo que fue un tropiezo, pero de improviso advierto su presencia. Su aliento junto a mi oído grita ¡alerta!, y, por un instante, miro alrededor deslocalizándome, porque su presencia me apabulla. Me pregunto si pretende hacer las paces, y cómo lo llevará a cabo. Hay días que uno no está para tonterías… Dejo que mis pasos avancen ociosos. Cruza lagartija Colaquebrada, y, más allá, veo a lo lejos un par de ciervas en retirada, trotando entre pinos y rocas después de ventearme.
   De una forma difusa, como la huida de la lagartija o la estampida de las ciervas, recrimina mi falta de sensibilidad, mi escasa paciencia para meditar sobre temas de fondo, y defiende que el Androide se va ufano de este mundo por haber conseguido el mayor logro jamás imaginado por un ser no humano: las tres Fortunas que definen al hombre:
    “El éxito en la guerra, expresado por el Hombro de Orión, el cazador celeste con el carcaj lleno de flechas.
    “La conquista del placer, al mencionar su proximidad a la  Puerta de Tannhauser…
    “Y la muerte”.
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