FRANCISCO BRINES. PREMIO CERVANTES 2020
Celebrando el premio
FRANCISCO BRINES, PREMIO CERVANTES 2020
La
concesión del Premio Cervantes, el 16 de noviembre de
Francisco Brines compiló su obra por primera vez en 1974 y tituló el conjunto Ensayo de una despedida, aserto que refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos hechos de pérdidas sucesivas. El sintagma se repite en ediciones posteriores, que añaden nuevas composiciones y algunos cambios poco relevantes. La última antología, Entre dos nadas (2017) crea un orden nuevo en el personal trayecto lírico, ya que sus piezas han sido elegidas por casi trescientos lectores. Por tanto, esta colaboración múltiple y amistosa da fe de un cálido homenaje al que pone prólogo Alejandro Duque Amusco, quien señala los registros de Brines como aguja magnética. Hay en toda la producción una intensa coherencia, un pensamiento circular que se alimenta de redundancias. Los cimientos creadores son el fluir y la belleza. El tiempo es tránsito que nos va despojando hasta el vacío final y la oscuridad de la nada; la belleza es el modo de interrogar el entorno, que pone luz a los reflejos de la infancia e identifica al hombre con la naturaleza. En ambos centros germinales cobra sentido la palabra como revelación y vida. A través de la escritura se aspira una realidad que la memoria crea y dota de emoción; la palabra poética es también una respuesta vital que permite renacer el pasado en el ahora. Su primer libro Las brasas (1960) obtuvo el Premio Adonais, el más importante galardón de la posguerra. Las composiciones de esta amanecida ya son elegíacas. Están escritas desde la memoria de un sujeto que reflexiona sobre el paso de los días. Sentimientos y sensaciones se marchitan, dejan entre las manos una menguada cosecha. En el presente, la esperanza no tiene sentido. La segunda entrega de Brines, El santo inocente cambia de título muy pronto y se denominará Materia narrativa inexacta. Sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos dan cuenta de las meditaciones del hombre; ese sustrato común de la conciencia permite que el amor sea en nuestro devenir un recurso liberador. Los poemas, expuestos con escueta narratividad, refuerzan la objetividad del discurso. El itinerario se enriquece en 1966 con Palabras a la oscuridad, que se alzó con el Premio de la Crítica. El título sugiere que el misterio de la noche es interlocutor en quien el verbo deposita la emoción del mundo, esas perdurables impresiones del paisaje de Elda, la inquietante presencia de los otros o los signos desvelados de la soledad y la muerte. Aún no es un libro renovador. Aparece en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en su contenido el conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos, aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también están presentes las habituales preocupaciones de Brines como el derrumbe continuo de la carne. Insistencias en Luzbel aborda una poesía metafísica, centrada en el largo trayecto que va desde el engaño de la plenitud de la infancia hasta la nada. La vida entonces -como ya expusimos- se convierte en ensayo de una despedida; solo es vivida plenamente en el breve sueño de los sentidos donde hay una ética de lo celebratorio, un estoicismo que indaga en el carpe diem y conjuga presente y captación de la belleza. Sus últimos libros son el patrimonio del poeta en el tiempo y tienen la mirada crepuscular de la elegía. En El otoño de las rosas un viajero en la parte final de su trayecto hace balance y sabe que el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para cantar el entusiasmo de haber sido.
Un sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es el protagonista de La última costa. El epígrafe sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones. Se divisa la geografía litoral cuando el mar nos ofrece su distancia, como si no fuera posible el retorno. El viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la definieron.
La antología consultada Entre dos
nadas incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su
apertura “Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo
argumento deja el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la
nada. Solo la escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de
permanencia en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
En Selección propia, una edición del autor,
publicada en 1995 por Letras Hispánicas, hay un estudio introductorio
fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”.
El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A
pesar del recelo al analizar la propia poesía, sugiere que la poética nace de
la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus indagaciones se orientan
hacia el proceso de creación. Cuando el devenir nos destierra del paraíso de la
infancia la palabra se convierte en fortaleza que salvaguarda la dimensión
individual del hombre. Los versos son refugio que permiten construir una
realidad que emana de nosotros mismos porque es interior y se nos otorga como
revelación. Así va apareciendo el mundo del poeta, sus concretas experiencias
vitales expresadas con un lenguaje donde la intuición dirige la evolución de
una obra que ha hecho de la precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio
Machado o Luis Cernuda, Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es
recuento del existir desde una conciencia ética, dejar en el poema las huellas
desgajadas que empiezan a borrase en un tacto de arena.
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EL MÁS HERMOSO TERRITORIO
El ciego
deseoso recorre con los dedos
las líneas
venturosas que hacen feliz su tacto,
y nada le
apresura. El roce se hace lento
en el
vigor curvado de unos muslos
que
encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.
Allí en
la luz oscura de los mirtos
se
enreda, palpitante, el ala de un gorrión,
el feliz
cuerpo vivo.
O
intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,
en el
posar cansado de un ocaso apagado.
Del
estrecho lugar de la cintura,
reino de
siesta y sueño,
o
reducido prado
de labios
delicados y de dedos ardientes,
por
igual, separadas, se desperezan líneas
que
ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,
y un
pecho dejan alto, simétrico y oscuro.
Son dos
sombras rosadas esas tetillas breves
en vasto
campo liso,
aguas
para beber, o estremecerlas.
y un
canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,
este
dormido campo, y llega a un breve pozo,
que es
infantil sonrisa,
breve
dedal del aire.
En esa
rectitud de unos hombros potentes y sensibles
se yergue
el cuello altivo que serena,
o el
recogido cuello que ablanda las caricias,
el tronco
del que brota un vivo fuego negro,
la
cabeza: y en aire, y perfumada,
una
enredada zarza de jazmines sonríe,
y el
mundo se hace noche porque habitan aquélla
astros
crecidos y anchos, felices y benéficos.
Y
brillan, y nos miran, y queremos morir
ebrios de
adolescencia.
Hay una
brisa negra que aroma los cabellos.
He bajado
esta espalda,
que es el
más descansado de todos los descensos,
y siendo
larga y dura, es de ligera marcha,
pues nos
lleva al lugar de las delicias.
En la más
suave y fresca de las sedas
se recrea
la mano,
este
espacio indecible, que se alza tan diáfano,
la
hermosa calumniada, el sitio envilecido
por el
soez lenguaje.
Inacabable
lecho en donde reparamos
la sed de
la belleza de la forma,
que es
sólo sed de un dios que nos sosiegue.
Rozo con
mis mejillas la misma piel del aire,
la dureza
del agua, que es frescura,
la
solidez del mundo que me tienta.
Y, muy
secretas, las laderas llevan
al lugar
encendido de la dicha.
Allí el
profundo goce que repara el vivir,
la maga
realidad que vence al sueño,
experiencia
tan ebria
que un
sabio dios la condena al olvido.
Conocemos
entonces que sólo tiene muerte
la
quemada hermosura de la vida.
Y porque
estás ausente, eres hoy el deseo
de la
tierra que falta al desterrado,
de la
vida que el olvidado pierde,
y sólo
por engaño la vida está en mi cuerpo,
pues yo
sé que mi vida la sepulté en el tuyo.
FRANCISCO BRINES
"El otoño de las rosas" 1990
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La crisis como modo de gobierno tu
presencia modificante al punto de querer
decir antes de que sea un poema
sobre el oxígeno. Mi devoción es redundante. Madre, madre, madre.
El tercer eje este tren atraviesa Castilla en diciembre del
tostado al verde la nervadura de los árboles que podrían ser un
grito pero no pura calma aprovecha camino a casa donde tu
entusiasmo vibrando las paredes, piel suave, el baño, la cena, un nombre
que me gusta más que el mío mamá para Decir lo extra
ordinario desde el punto de vista de un pájaro que
se detiene un instante no soy yo.
Julieta Valero
"Los tres primeros años", Vaso Roto 2019
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