Mercado de esclavos
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¿Quién fue quien me compró, para empezar?
En el mercado de esclavos azotado por el viento del norte aquel día, yo
con cadenas en pies y cuello
fui comprado solo
y luego llevado al confín de la tierra
donde ni siquiera florecían las dalias negras
comprado por esos hombres
cantores de cristianos himnos
que gobiernan este vasto mundo civilizado.
Soy un esclavo
y los huesos del esclavo vitalicio
tienen que moverse
como pesadas ruedas oxidadas
en esta alba civilización cristiana.
buey
puede darle alimento para gallinas.
Era, para mí, una larga
larga ruptura con la humanidad.
Acostumbrada a habitar la tierra tenebrosa
mi cabeza
quedó seca como el trigo.
De noche me acosté en el heno
y conté las estrellas del mundo
una por una.
Eran más dulces que las cañas del azúcar
liberadas del dolor, del vocerío y los látigos de cuero.
Contemplé aquellas estrellitas
remotas piedras frías
hasta que se desvanecieron.
Oh, esclavos
para los hombres amarillos, tan diferentes
esta civilización cristiana
es demasiado cruel para nosotros.
Cuando me desperté
de repente un zapato enorme
pisoteó mi cara como si fuera grava.
“Ya está muerto...
Compra otro”.
Oh, amigos, oh cristianos himnos.
Oh, Merry Christmas.
Compra otro esclavo nuevo.
Miyoshi Nagashima (Japón, 1917-2011)
Estás ahí
Está ahí, en el móvil. Nunca lo había usado. Y es tan simple… Busco un número, y lo vinculo. Salgo a pasear en la franja correspondiente, sin intención alguna, pero, quizá por aburrimiento, por un cierto acaso…, por un a ver qué pasa, abro la aplicación. Una infinidad de puntos pululan en la pantalla. Identifico al mío, distante, porque estoy en campo abierto y tiene una coloración distinta. Entre los puntos de la pantalla hay otro que brilla ligeramente más. No le doy importancia, hasta que advierto que se separa del mogollón. Es entonces cuando reparo en él, y lo sigo. Sale hacia mi posición. Cruza la avenida, sube hacia los depósitos... Su movimiento es pausado, de modo que no va haciendo deporte o corriendo. Como he elegido el número al azar, no sé de quien se trata, pero intuyo que debe ser conocido. El punto se acerca y, a lo lejos, una persona viene en mi dirección. Bueno -me digo-, me voy, sigo mi paseo… pero remoloneo en el altozano hasta que, por la proximidad, identifico a la persona que se acerca. La conozco. Me parece mal irme, y la espero. Ella me había visto de lejos, y luego, de cerca, me llama por mi nombre mientras yo escondo mi teléfono en el bolsillo. Hablamos, a una distancia prudente, durante casi media hora: nos ponemos al día, nos deseamos suerte y esas cosas. No menciono nada de la App… Ahora ronda en mi cabeza: ¡que no lea esto!, ¡que no se acuerde…! Cuando nos despedimos, dice:
-Me alegra mucho verte, hablar...; es tarde, y he olvidado en casa el móvil; adiós, hasta otro día...
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TORTUOSO CAMINO
Transito por sendas y veredas. Arroyos, animales y plantas me observan.
Intento procrastinar, aplazar mi farragoso y confuso estado mental.
Un ruido ex profeso me persigue, un rebaño de 155 ovejas balan al unísono, y en coro me repiten 155 veces ¡¡A por ellos oeoeoe…!!
Acelero la marcha, de reojo veo cómo, en un estricto gesto marcial, se agrupan disciplinadamente en corro. Intercalan cabezas y culos unos contra otros hasta confundir una cosa con otra, llegando a pensar si no serían lo mismo…
Agilizo el paso, siempre anhelé ser autónomo, autosuficiente y libre; independiente no me atrevo a pronunciar en los tiempos que corren de posverdad.
Ahora me persigue un grupo uniformado de jóvenes excursionistas (niños vestidos de gilipoyas mandados por gilipoyas vestidos de niños) con atuendos patrios, que nunca adoctrinados, quede claro.
Acarrados corean el “Vamos a contar mentiras tralará”, que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas…
Entonces ya sí que me pongo a correr. La pureza del oxígeno dopa mi cerebro y mi pensamiento.
Cuánto daño sufrido, cuánto miedo y resignación nos dejó nuestro sátrapa.
Cuarenta años de franquismo, más cuarenta años de posfranquismo son ochenta años, muchos, demasiados años.
Agotado, me siento en una piedra al borde de mi querida fuente, y cierro los ojos.
Transustancialmente veo a cientos, miles, millones de idiotas en paro, con un trapo en sus ventanas, y al mismo tiempo 29.000 delincuentes fiscales brindando en sus yates. Milagros de la vida.
Entonces, despierto y atento, conscientemente ahora, decido echarme al monte.
©Pedro García
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