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en el estío
cimbreará tu cuerpo
al mismo son
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CORRE
LA VOZ
Corre
la voz,
que hay bandadas de pájaros subiendo desde el Sur,
nubes nuevas cargadas de agua
y dispuestas a devolverte el color de la piel,
tréboles que se multiplicarán en los caminos
para que los sujeten tus ojos,
libélulas como cítaras
sobrevolando bajo los pantanos,
oleadas de insectos polinizando todo…
que hay bandadas de pájaros subiendo desde el Sur,
nubes nuevas cargadas de agua
y dispuestas a devolverte el color de la piel,
tréboles que se multiplicarán en los caminos
para que los sujeten tus ojos,
libélulas como cítaras
sobrevolando bajo los pantanos,
oleadas de insectos polinizando todo…
¡Corre
la voz!,
que no pasa otra cosa que la vida
y es preciso que todos los sentidos sean alerta,
que los hombres no importan,
ni sus cosas,
ante el vuelo mimoso del cernícalo…
que no pasa otra cosa que la vida
y es preciso que todos los sentidos sean alerta,
que los hombres no importan,
ni sus cosas,
ante el vuelo mimoso del cernícalo…
¡Corre
la voz!,
que todo se convoca para serte,
para hacerte -no mejor ni peor-,
para hacerte…
que el cielo se constela y atardece,
que hay brisa para todos…
y oxígeno,
y colores…
que todo se convoca para serte,
para hacerte -no mejor ni peor-,
para hacerte…
que el cielo se constela y atardece,
que hay brisa para todos…
y oxígeno,
y colores…
¡Corre
la voz!,
aprende lo que importa
y olvida sin recelo cada papel firmado,
deshazte de las cosas
y olvida ya sus usos,
sus costumbres,
su cadena de anáforas absurdas…
y no compitas más,
que no es preciso…
aprende lo que importa
y olvida sin recelo cada papel firmado,
deshazte de las cosas
y olvida ya sus usos,
sus costumbres,
su cadena de anáforas absurdas…
y no compitas más,
que no es preciso…
Corre
la voz
y extásiate ante el ciclo del que eres solo parte,
deja que sea tu instinto el que decida…
y no esa obligación irrelevante del ‘debe ser así’
que abunda en los papeles de los hombres.
y extásiate ante el ciclo del que eres solo parte,
deja que sea tu instinto el que decida…
y no esa obligación irrelevante del ‘debe ser así’
que abunda en los papeles de los hombres.
Corre
la voz
y espera a que suceda lo que ha de suceder…
porque sin que lo quieras
vas a lo inexorable.
y espera a que suceda lo que ha de suceder…
porque sin que lo quieras
vas a lo inexorable.
Luis
Felipe Comendador
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EL CUERVO
Se acercó hasta la curva de mis ojos.
Sus alas envolvían un espacio sin luz,
sin aire,
solo espacio.
La distancia nos fue petrificando
para atarnos al tronco que sostiene la vida con un dedo.
Me arrastré hasta romperme
y volví a defender mi lado de la cama.
Hubo rostros dispuestos a remar,
a ser luz,
a sonar como el aire que faltaba.
Marcharás
justo cuando la curva de mis ojos
se convierta en la línea que marca los caminos.
Cristina
Doal
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6
La
caverna de las palabras
En la ladera Norte del Cerro
Agudo, entre el Arroyo del Toro y la Senda de las Víboras, la ruta se ha vuelto
inaccesible: roquedales de granito me rodean. A la derecha, una canal se abre a
las alturas, angosta, breve, dura. La descarto. Impide mi avance una lancha con
musgo, hojas secas, y en rampa casi vertical. Rocas escalonadas con agujas de
pino cubren el flanco izquierdo. Una breve terraza acoge a un enebro crecido
entre las piedras como superviviente de un comando. También entre las rocas, un
tocón chamuscado acusa al rayo. Y a mi espalda, el vacío. O, mejor dicho, la
ladera de la que solo veo un verde mar de copas de los pinos, y grandes
rocas-islas grises en un piélago en cuyas simas yace la ruta desbrozada. El arroyo
del Toro fluye al fondo: lo vadeé al subir. Sólo enfrente, a lo lejos, en la
ladera opuesta, entreveo la senda forestal; la Fuente de Esmeralda; la pradera…
Hay una cueva. Me asomo. El Intersticio dormita la penumbra con
ojos de caballo. La Tripofobia pide
al Chambra una chupada, y Pelerina pone un peta
entre sus labios; aspira ella, la lumbre abrasa los rincones, y el Faltriquera
se lo quita porque, dice, le va a fundir el may.
El Ataharre luce huecos de dientes en una risa floja, y el Pollababa farfulla
con el Chupaingle, que mira cómo la Tronchapeines lía mierda; la Maripepa prende el porro,
absorbe una calada, y se lo pasa a la Meapilas “pa que rule”. Busco a mi
Amigo Fiel: es otra de sus burlas, quizá un zasca, porque la cueva está vacía,
aunque apesta... ¿será la Chupahícarra? Doy un paso; resbalo en la hojarasca:
sugiere tregua el vértigo. Tomo un sorbo de agua y un bocado mientras medito el
modo de seguir. Me digo, o le interrogo, por ese hedor inmundo, y no responde.
El hedor de la cueva, tenaz reminiscencia imperceptible, espero que despierte
la respuesta, que se presenta al fin de forma rara: “…De aquella prisión los trasladaron
a los insalubres barracones militares del “Regimiento Argel”, ocupados por
soldados y oficiales contrarios al golpe. Allí se enteraron de las dificultades
de la “Dirección de Prisiones” para administrar la saturación de la Cárcel
Provincial, en la calle Nidos, y de las de los pueblos principales: habían
requisado plazas de toros, palacios, edificios singulares, fincas y cortijos…
Incluso habilitaron la nueva cárcel provincial, aún en obras.” Observo la
caverna. Le hago fotos. Hay arena revuelta, certeza de su uso por los corzos, o
ciervos, en sus ocios. Busco huellas: si entran, salen. Un sendero se insinúa
en el entorno; baja. Lo sigo un par de pasos: bordea un roquedal oblongo, a la
izquierda. No me interesa. Regreso; limpio de agujas, escalo la roca con el
palo colgando en la muñeca, tanteando asideros. “El “Gobernador Militar”
instaba a la “Junta Técnica” para que dispusiera el traslado de presos a otras
provincias en las que la insurrección hubiera triunfado, pero lo denegaban por
el colapso de sus propias cárceles.” Una piedra caballera forma un saledizo por
donde, quizá, quepa. Aupado al lecho, repto bajo el dosel; el hueco me trae el
hedor de la cueva: ¿a qué olía…? “Temían y ansiaban las visitas familiares de
los jueves, con ropa y con comida. Adentro persistía la penuria, crueldad sobre
los presos, enfermos, hambrientos…; y los chivatos.” Salgo, me incorporo, y
cambia mi perspectiva. Me admira ver la enorme piedra de la gruta: desde arriba
parece un gigantesco murciélago gris con las alas extendidas. Rastros a la
izquierda se diluyen en un suave descenso: para el ascenso saltan más abajo; no
quiero dar rodeos. “Supo de trámites que la familia promovía al amparo de una
iniciativa municipal: para aliviar de reclusos los puntos a los que no dejaban
de afluir más y más cautivos, los alcaldes solicitaron del Gobierno Militar que
liberara a los de situaciones familiares penosas; a los que sus cargos no
fueran graves; a aquellos que pudieran serles útiles…; y el Gobernador la
aceptó.” La canal se ve distinta: examino su entorno. Camino hacia ella sin
propósito concreto, y al aproximarme distingo una salida lateral, a la derecha.
Exploro para ver a dónde lleva. Constato que se trata de la rampa casi vertical
que tuve enfrente: se pliega en quebraduras ascendentes hasta el embudo,
acabado en una claraboya azul. Una mella lateral permite el paso: salgo a una
cornisa con pinos, pastos, jaras… Un camino estrecho, entre pedruscos y
vestigios del paso de animales, trepa sobre las rocas hasta quedar encima de la
“rampa casi vertical”, y encara una pradera regular, ligeramente inclinada. El
rastro de los ciervos me dirige, cruzando la pradera, hacia la fronda
infranqueable de las zarzas…
El tramo recorrido es una trampa:
¿Cómo
apagar el fuego de los rayos?
¿Y salvarte si caes entre las rocas?
¿Y de la nula cobertura…?
Alejo los augurios,
y enfilo la ventana que brinda el horizonte,
camino de la Senda de las Víboras…
Y en la calma que llena los pulmones
con el mix de perfumes de los cerros,
adivino el hedor de aquella cueva:
era de Aporofobia.
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48.
ALMANZOR
Subimos
la montaña, y Gredos a lo lejos
como
cuando sentíamos en la distancia el peso
de
su presencia magna desde horizontes viejos.
Gredos
era una línea, un parque, y un sendero
de
rocas encastradas, de gargantas naciendo,
de
pozas enlazadas, de calmas y de riesgos…
Canales
pedregosos, crestas y monumentos
labrados
por el agua, por el frío y el viento,
como
si catedrales posaran en consejo.
Y
allá vamos, andando por el camino recio:
Paquita
en retaguardia, su caminar sereno;
y
Blas a la cabeza, motor en el sendero;
Pedro
replica y sigue aquí y allá, subiendo,
eterno
vigilante vivaz, juicioso, experto…;
atento
a Maricarmen, Fabián siempre va atento,
el
paso decidido y el corazón contento,
mientras
Inés avanza con un paso certero
leyendo
nobles hitos que algunos escribieron.
Todos
abren camino y ocupan cada hueco
que
va dejando el otro sobre pedruscos fieros,
granitos
desiguales y tan iguales ellos,
que
son como una nava de frutos indigestos.
Una
Laguna Grande nos dice con recelo:
a
dónde vais, pardillos; nosotros, sonriendo,
miramos
a Almanzor desafiando al miedo,
y
el agua nos abraza con calma y con respeto.
Las
piedras se agudizan a nuestro paso lento,
y
son eternidades cada fracción de tiempo
cuando
la vista al frente dice que aún está lejos
la
meta: el Almanzor, de niebla recubierto
con
un halo de seda y un chal azul de sueños
inalcanzables,
duros, tan verticales ellos
que
sólo pueden ser nuestros.
Tenemos
la Portilla a un salto de deseo,
tal
vez por la ignorancia de quien escribe esto,
que
tira hacia delante, el gesto descompuesto:
ha
encogido los palos, y, con las uñas presto,
se
mezcla con las piedras con mimo y desespero:
el
suelo a nuestra altura, las manos en el suelo.
De
vez en cuando gira la vista en derrotero
del
horizonte amplio que da la altura al cuerpo,
y
admira los detalles que desde el firmamento
se
aprecian diferentes y dan sentido a esto.
Aún
hay un más arriba de aquel pórtico nuestro
que
llaman La Portilla del Crampón, y está lejos…
Todo
sobra a las manos desnudas, y los dedos
adquieren
la soltura de garfios: recovecos
invisibles
al ojo, al tacto son de cielo:
rastrean
las fisuras, apoyo son del cuerpo,
palpan
donde zafarse del señuelo
del
paso facilón que rompería el sueño,
y
poco a poco sube con los sabios consejos,
(los
dedos son los ojos, no mires hacia el suelo,)
de
Paquita, de Blas, de Inés…, y los de Pedro.
Arriba,
en lo más alto, solo a un paso del cielo,
ya
nada y todo importa, ya nadie está en lo cierto.
Hay
un algo que dice que todo es nuevo y viejo,
las
rocas imposibles de sujetarse; el viento
que
trae aromas vivos; risas; temores; miedos
absurdos
donde nadie debería tenerlos,
porque
estamos arriba: ¡cima de nuestros sueños!
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