Alto Manzanares
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canta la fuente
risa perlas arroja
a la alborada
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SONETO DESNUDO PARA ELLA
porque me vienen grandes los zapatos
porque me agreden las mañanas frías
porque me gusta desnudarla a ratos
y verla cómo duerme algunos días
porque quiere cambiarme los retratos
poner en orden las estanterías
y ocultar sin tardanza algunos datos
que endulzan poco nuestras biografías
porque no sirve ya la lavadora
porque hay tantos sombreros como abrigos
porque en áfrica aún quedan elefantes
porque me besa cuando da la aurora
y me cuelga si quedo con amigos
porque existe un después después del antes
jesús urceloy
porque me vienen grandes los zapatos
porque me agreden las mañanas frías
porque me gusta desnudarla a ratos
y verla cómo duerme algunos días
porque quiere cambiarme los retratos
poner en orden las estanterías
y ocultar sin tardanza algunos datos
que endulzan poco nuestras biografías
porque no sirve ya la lavadora
porque hay tantos sombreros como abrigos
porque en áfrica aún quedan elefantes
porque me besa cuando da la aurora
y me cuelga si quedo con amigos
porque existe un después después del antes
jesús urceloy
julio de 2009
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FIESTA DEL CUERPO DE DIOS: BIO LÓGICA
Celebrar un cuerpo sin cuerpo es
ciertamente pecado.
Pido un día para el cuerpo del delito,
el cuerpo presente,
los cuerpos celestes,
el cuerpo Danone:
cuerpo perfecto para la mirada,
carne material, contornos divinos.
Sigo comiendo el yogurt.
Bío, porque creo en la lógica de la
televisión.
Trozos de fresa gotean por mis dedos.
Te veo en la mesa, en frente,
y quiero ser el cuerpo del delito.
En cada cucharada,
tu cuerpo presente, deliciosamente bio.
Y cuando me tocas,
siento las leyes que rigen
los cuerpos celestes:
la rotación de la fresa
que me robaste de la boca.
Danone: todos los cuerpos en un solo cuerpo
sin pecado.
Manuela Sola de Castro
de Lugar
de paso
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EL TRANVÍA PERDIDO
Caminando por una calle extraña
de pronto oí graznidos,
los sones de un laúd, lejanos truenos:
un tranvía volaba ante mis ojos.
de pronto oí graznidos,
los sones de un laúd, lejanos truenos:
un tranvía volaba ante mis ojos.
Cómo llegué a montarme en el estribo
sigue siendo un misterio; dejaba
en el aire una cola de fuego
que era visible hasta a la luz del día.
sigue siendo un misterio; dejaba
en el aire una cola de fuego
que era visible hasta a la luz del día.
Iba avanzando, tormenta alada oscura,
perdido en el abismo de los tiempos…
«¡Pare usted, conductor,
Pare usted ahora mismo!»
perdido en el abismo de los tiempos…
«¡Pare usted, conductor,
Pare usted ahora mismo!»
Es tarde ya. Pasamos junto a un muro,
corrimos por un bosque de palmeras
y cruzamos tres puentes, por encima
del Neva, el Nilo, el Sena, con estruendo.
corrimos por un bosque de palmeras
y cruzamos tres puentes, por encima
del Neva, el Nilo, el Sena, con estruendo.
Y apareció un instante en la ventana,
con la mirada nos siguió, curioso,
un viejo pordiosero; el mismo, por supuesto,
que falleció en Beirut un año atrás.
con la mirada nos siguió, curioso,
un viejo pordiosero; el mismo, por supuesto,
que falleció en Beirut un año atrás.
¿Dónde me encuentro ahora? Lánguido y
alarmado,
el corazón responde en su latido:
«¿Ves aquella estación donde se compra
un billete a la India de las almas?»
el corazón responde en su latido:
«¿Ves aquella estación donde se compra
un billete a la India de las almas?»
Un letrero… Las letras
inyectadas de sangre dicen «Verdulería».
sé que aquí en lugar de coles
en lugar de nabos, venden cabezas muertas.
inyectadas de sangre dicen «Verdulería».
sé que aquí en lugar de coles
en lugar de nabos, venden cabezas muertas.
Y la cabeza me cortó el verdugo
de la camisa roja, la cara de ubre,
junto a otras, estaba amontonada,
en un cajón resbaladizo, al fondo.
de la camisa roja, la cara de ubre,
junto a otras, estaba amontonada,
en un cajón resbaladizo, al fondo.
Y ya en el callejón: la valla de madera,
el césped gris, la casa, tres ventanas…
«¡Pare usted, conductor,
pare usted ahora mismo!»
el césped gris, la casa, tres ventanas…
«¡Pare usted, conductor,
pare usted ahora mismo!»
Máshenka, aquí, tú viviste y cantaste,
tú me hiciste, a tu novio, un tapiz.
¿Dónde estará tu voz, dónde estará tu cuerpo?
¿Será posible acaso que hayas muerto?
tú me hiciste, a tu novio, un tapiz.
¿Dónde estará tu voz, dónde estará tu cuerpo?
¿Será posible acaso que hayas muerto?
Cómo te lamentabas en tu cuarto,
mientras yo, con la coleta empolvada,
a presentarme a la zarina iba
y ya no te vería nunca más.
mientras yo, con la coleta empolvada,
a presentarme a la zarina iba
y ya no te vería nunca más.
Ahora lo comprendo: nuestra libertad
es tan sólo la luz que de allí brota;
gentes y sombras siguen esperando
a la entrada del zoo de los planetas.
es tan sólo la luz que de allí brota;
gentes y sombras siguen esperando
a la entrada del zoo de los planetas.
De pronto un viento dulce y familiar:
se lanzan sobre mí detrás del puente
la mano del jinete con un guante de hierro,
las patas del caballo encabritado.
se lanzan sobre mí detrás del puente
la mano del jinete con un guante de hierro,
las patas del caballo encabritado.
Clavado está Isaac en las alturas,
firmeza fiel de la ortodoxia;
allí por la salud de mi Máshenka
celebraré una misa y un funeral por mí.
firmeza fiel de la ortodoxia;
allí por la salud de mi Máshenka
celebraré una misa y un funeral por mí.
Y sin embargo el corazón sombrío
ya para siempre está y cuesta respirar,
duele vivir… Máshenka: No había pensado nunca
que se podía amar y sufrir tanto.
ya para siempre está y cuesta respirar,
duele vivir… Máshenka: No había pensado nunca
que se podía amar y sufrir tanto.
Nikolái Gumiliov (Rusia, 1886-1921)
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5
EL ABUELO
La calma es absoluta. Chirrían las bisagras cuando empujo la
puerta chica, salgo, y la cierro con un golpe seco. Las agujas del pino en las
rocas suponen un peligro. Lo de los viajes es pasajero. Lo corriente no solo
pasa por los cables... Nada; que no aparece. Es como si me evitara… El sol ha
salido; sube por Lanchaquebrada, al Este, rompiendo la sombra del Valle en las
alturas del Poniente. En la ruta encuentro vacas y becerros; la fragancia del
torvisco y del pasto seco, segado por las reses, fascina mis sentidos; rodeo el
pino, lo salvo por abajo: cayó sobre la senda, y ahí sigue, condicionando el
paso de gente y animales. El sol me alcanza en el atajo de las piedras: me
sobra ropa. Desvío mis pasos hacia el pantano, que a lo lejos parece un cuerpo
yacente bordeado de cantizales desnudos. Cambio el rumbo hacia el interior sin
alejarme del agua: voy hacia la Playa Libre. Cruzo el cauce seco de un
manantial, cuyo lecho hozaron los
jabalíes. Avisto el paisaje de la Playa Libre, lunar, marciano: rocas emergen
de la arena, del agua, como cetáceos varados o restos de naufragio: el estío
deja numerosas dunas a la vista… El espejo del lago replica los bordes
costeros, y en el centro una cinta de plata marca el surco del río. Lo hecho de
menos. Avanzo por la arena hacia La Gallina, y tropiezo con el otro manantial:
aflora a unos cinco metros de la ribera, y su regato verdea los aledaños. Nace
de una roca, y está chapoteado de barro y pezuñas. Me desprendo del zurrón y
del palo, y acoto con piedras herrumbrosas un semicírculo, obstruyo el
canalillo y, poco a poco, se embalsa. Queda un collar muy chulo. Sobre las
piedras derramo arena y limo del cauce, lo deposito sobre el collar y se forma
un charquito turbio, sucio, fangoso; el tiempo lo decantará. Lo miro en
perspectiva mientras me alejo. Quizá mañana beba… Me acerco a la ribera: un
chapuzón en cueros, y sigo caminando. A la izquierda leo en una roca: “Playa
Libre”. En el desagüe del seco Marjaliza se eleva La Gallina, desnuda: con el
embalse a tope solo asoma su cabeza. Enfrente, la Cueva de las Luces: la
vegetación oculta su acceso, y lumbreras naturales iluminan su interior. Paso
de ella, y de la senda del arroyo; avanzo entre peñascos, huecos y cubículos
con trazas recientes de animales, y sigo sus rastros ladera arriba. La espesura
encubre huellas insinuadas por un zigzag entre rocas, jaras, retamas, pinos…;
taimadas zarzas traban y atrapan en el silencio del monte.
Ensimismado en la
subida, olvido la obsesión por mi Amigo Fiel; no obstante, una evocación
intangible nace de la última imagen, y atiendo: “…la nieta apenas era un
gorgojo; la visita tocaba a su fin; sin embargo, una palabra llevó a otra, y el
tiempo se detuvo. Rompió el silencio, y nos quedamos a escucharlo:
-Diez y nueve tenía en
el 36; era aprendiz en la factoría; salí de la oficina, y caminaba por la calle
hacia mi casa; había quedado con los mozos para dar barzones por la plaza;
soñaba con verla de nuevo... El ambiente estaba revuelto y las noticias
llegaban difusas; apenas había reacción: no se le daba mucha importancia. Una
racha de viento hizo revolotear polvo, hojas secas, papeles… y cogí uno de
ellos. Coincidió con el paso de un grupo de camisas azules. Me abordaron a
empellones. El papel, dijeron, es una octavilla subversiva. Me empujaron a un prado
en las afueras, donde había personas de todas las edades; nos cargaron en las
cajas de camiones, y nos llevaron a Cáceres. Como animales. Allí encontré a mi
padre, y a gente de otros pueblos; nos encerraron en un edificio habilitado
para prisión. Los días pasaban, y seguíamos, mi padre, yo, la multitud, en
aquel recinto en condiciones inhumanas. Hacinados, hambrientos, sucios. No lo
entendía. Había trasiego de presos, unos salían y otros ocupaban su lugar. Sin
comida, sin aseos, sin camas… La familia, avisada, traía pan, alimentos, bajo
una supervisión soez, prepotente, brutal; el miedo paralizaba cualquier
posibilidad de gestión, de organización interna. Éramos prudentes: cualquier
palabra podría comprometer nuestra vida. Hablaban de sacas; no sabía a qué se
referían, aunque los rumores no tranquilizaban...”
Hago cima, y salen de
estampida. Llego a una minúscula pradera de las muchas que salpican el monte,
en la que las vacas aún no han entrado, pues la hierba está alta. Pinos y
enebros la aroman y sombrean. Ocultan su acceso rocas, espinos, zarzales,
retamas… Cuando irrumpo de la nada, un corzo hembra y su cría trotan
sobresaltados. Se detienen en el borde más alejado, entre gamones; vuelven la
cabeza, y me miran. Ella lanza un ladrido. Parece decirme: “Qué susto me has
dado…” “Lo siento,” le respondo: “No era mi intención…” Reprimo sacar la
cámara. Inmóvil en la linde, observo a la pareja, estática. El corzo hembra
emite un nuevo ladrido, presumo que de enfado; luego inicia su marcha
mascullando por la profanación de su locus
amoenus, y se pierde con su cría entre la fronda. Yo me encojo de hombros.
Y seguimos trotando por el monte…
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