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EMOCIONES
Yo
no sé qué decir. Siento en mi alma
un
tañido incesante de campanas
si
vestida de tul irrumpe el alba.
Y,
si al andar contigo en los jardines,
vemos
abrirse rosas y jazmines
en
la fiesta del sol y de las vides.
Yo
no sé qué pensar. Guarda mi mente
historias
que se escuchan y se creen
y
sueños muy soñados que no quieren
más
que el canto del río y una choza
pletórica
de risas, y la gloria
de
compartir contigo las auroras.
De Gladis
Casco Bouchet
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FORTUNA
Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.
De Ida Vitale
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Saliste a la terraza
pensando que la brisa de la noche
podría devolverte al que eres siempre.
Mas la tibieza que en tu cuarto había
era un ámbito, allí, bajo la calma
de alejadas estrellas.
Olvidar pretendías unas horas
todavía recientes, la penumbra
que acercaba el latido de los dos,
y tus palabras qué serenas eran
como si a nadie las dijeses. Viste
la emoción de su rostro, su contorno
quemarse de belleza;
y esas mismas palabras te llenaban
de dolor y de sombra.
De nada te sirvió, cuando quedaste
solo, cegar la luz,
hacer brotar desde un rincón la música,
fortalecer tu fe con su joven pureza.
Sobre tu frente se rompían olas
gigantes: el calor
detenido del día,
el naufragio de un hombre que entregaba
la pasión de su vida en el espectro
doliente de la música (aún
como si la esperanza le alentase),
y te ardía el espíritu
porque sentías declinar tu vida.
Para ser el que fuiste
sales a la terraza, para ver
si un frío súbito derriba pronto
la plenitud del corazón. Tocas
el aire oscuro con los labios, oyes
los gritos fatigados de la calle,
la luminosa altura te estremece.
El tiempo va pasando, no retorna
nada de lo vivido;
el dolor, la alegría, se confunden
con la débil memoria,
después en el olvido son cegados.
y al dolor agradeces
que se desborde de tu frágil pecho
la firme aceptación de la existencia.
De Francisco Brines
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Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada
ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,
no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.
Silvina Ocampo
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LA INFANCIA COMO PATRIA
Nadie ha superado la definición de Rainer María Rilke según la cual la infancia es la verdadera patria del hombre (y de la mujer). Los recuerdos de infancia no sólo forman parte intrínseca de nuestras vidas, sino que han estructurado nuestra personalidad. Hay sabores y aromas que al recuperarlos evocan un mundo protegido que para muchos encarna el ideal de felicidad. Curiosamente, en tiempos de crisis la infancia no es sólo el territorio de la nostalgia, sino que pasa a ser el refugio de todas las penas. Si Proust hablaba de la infancia como el tiempo perdido, el estresante presente empieza a plantearla como los años recuperados. El sabor de la magdalena no sólo remite al niño que fuimos, sino que se convierte en tótem esponjoso de nuestra felicidad.
Basta repasar las listas de los libros más vendidos para descubrir que las
obras de los autores que remiten a su infancia figuran en lugares de
privilegio. Es el caso de La marinada sempre arriba (Columna), de Lluís Foix,
sobre aquellos días lejanos de la Vall del Corb; de Quan érem feliços
(Destino), de Rafael Nadal, acerca de su infancia en Girona, o Temps d'innocència
(Edicions 62), de Carme Riera, donde aborda unos años arcádicos en Mallorca. Y
también se podría incluir un libro ilustrado, Los niños de Franco. Así fue como
vivimos (Lunwerg), de Xavier Gassió, que es un repaso visual y literario a los
años cincuenta y sesenta. Gassió rememora los cromos de Vida y Color, las
películas del cine NIC, los tebeos de Diego Valor o las películas de Marisol,
que remiten a unos años que la distancia del tiempo no sólo ha vuelto
entrañables, sino que se han convertido en un ancla a instantes dichosos de
nuestras vidas.
No deja de ser curioso que aquellas infancias que todavía destilaban penurias,
tristezas y miseria hayan ganado lustre con los años. Seguramente estaba en lo
cierto Gilbert Keith Chesterton cuando escribió que lo fascinante de la
infancia es que cualquier cosa en ella resulta maravilloso. Pero debemos
considerar igualmente cierto que estos cinco años de persistente crisis han
coloreado en tonos pastel nuestra infancia cuando, en realidad, fue en blanco y
negro. Ahora más que nunca necesitamos de su recuerdo como valor refugio, como
cataplasma para despejarnos de la migraña de la recesión incesante.
La escritora Isabel Allende ha dicho repetidamente que la infancia feliz es un
mito, y periodistas como Xavier Sardà han abominado de aquellos años en Mierda
de infancia (Ediciones B). Es evidente que tendemos a olvidar la sordidez de
los paisajes, la angustia de tantas incertidumbres y el dolor de los primeros
fracasos. No obstante, la ventaja de aquellos días es que siempre había un
momento en que se abría la puerta para dejar entrar el futuro. Es el estrés del
porvenir el que hace que veamos la infancia como el baúl de nuestros sueños.
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