martes, 3 de julio de 2018

La vida es una ruta...


Surgencia en Caín, ruta del Cares.

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ATADO

Atado como un náufrago
al trabajo cabrón que me adocena,
sin saber de Hugo o Javi,
y arbitrando el comienzo
de otro septiembre lánguido y palurdo...
El trabajo me mata poco a poco,
como un tabaco raro
o un cáncer matemático y muy lento...
me mata por facetas, por órganos, por ganas,
por leves deserciones, por falta de carácter...
y ya no entiendo nada...
por qué soy, por qué sigo,
por qué me desheredo de todo lo que fui,
por qué aflojan las ancas de mis mil ideales,
por qué no huyo de aquí...
Septiembre siempre fue un mes paraíso
en este territorio degradado,
un mes de cambios netos
rizados de contrastes y de ganas,
un mes frontera y puente hacia el invierno
(donde sé ser más yo)...
pero ahora es todo abulia y tiempo muerto,
cadena en la cadena de lo impreso,
un algo igual que ayer que me lastima
en este pozo aciago del pagar...
pagar a todas horas
por algo que no he hecho o no he mordido...
Y es que me duele andar,
me matan los riñones y la espalda,
me rugen las entrañas intestinas,
me cruje el cuello y estas rancias rodillas
marcan inexorables su claqué...
y quiero irme y no puedo,
quiero volar y siento que mis alas
no responden al trazo de mi sien.
Me siento mal (en Béjar y en mi silla),
me sé atrapado y seco,
robado sin futuro por las cosas,
traicionado,
plomizo como un cielo de chubascos,
cascado y algo oscuro...
y tengo que salir de esta merienda
de tipo catastrófico hacia un féretro...
buscar estros con versos,
ocasiones de amar y ser amado,
rasgos nuevos que pongan luz/vereda
en papeles tirados,
sonrisas francas (como antes),
recuperar amigos, ser de nuevo
el centro inexcusable de mis cosas,
el que apaga la luz si le apetece
o la enciende de golpe a media noche,
el que no sabe nunca en qué torcida
esquina ha de marcharse
a volar lo pendiente y retorcerlo.
¡Atado como un náufrago a una roca!...
¿me entiendes?

de luis felipe comendador, 2012
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XXV

Ahí están jugando
como si nada,
borradas ya las riñas,
las dos cansadas.

Olvidó ya los gritos
de la mañana,
cuando los dos chiquillos
la impacientaban.

Voces, nervios y azotes,
mano velada,
congojas pueriles,
y lágrimas…

Le ha dicho a la niña:
la hora se pasa.
Y la niña decide.
La niña manda.

Ella está en la cocina.
Cena prepara,
mientras los dos chiquillos
van a la almohada:

se han quitado la ropa,
visten pijama,
(irán desde la cena
hasta a la cama).

La mamá ha conseguido,
con mucha calma,
que terminen los niños.
con su pitanza.

Y vestidos de noche
los niños danzan,
y entre juegos y cuentos
caen en la cama,

hasta que, sometidos,
sueño los llama.

Ella va, los arropa,
besa y apaga
musitando en su frente:
hasta mañana…


de apuntes, 2001
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SOBRE LAS HORAS (TRACTATUS AL MODO ANTIGUO)
(Áurea urcélica retórica 4)

Dos horas hay para el amor así como dos horas para la muerte. En realidad sólo existen doce horas para las doce cosas esenciales, pero como cada una necesita su tiempo de ida y su tiempo de vuelta se multiplican por dos. Por lo tanto también existen dos horas para el odio y para el sueño, para la holganza y para el estudio. Dos horas para el hambre y dos para el discurso, dos para la ignorancia y otras tantas para el vicio, dos para la reflexión y dos para la locura. Y no quedan más, por más que queramos mentirnos y decir que ésta para la amargura, que ésta otra para la felicidad, que aquella para la templanza, que esa otra para la envidia. Así hasta el infinito, puro engaño de las sensaciones.

Sin embargo –a excepción del sueño- nadie puede ni ha podido, pese a muchos estudios y averiguaciones, determinar de qué hora a qué hora van el resto de ellas. Si de dos a cuatro se ama más, si de siete a nueve habremos de morirnos. En eso los pueblos tienen sus costumbres y los individuos sus rarezas. Y el sabio aquel que determinó ante su señor que el tiempo de la comida debiera ser para el rico cuando le viniese en gana y para el pobre cuando hubiese de qué, en el fondo sólo utilizó del ingenio para administración de su cabeza, no fuese a salir rodando ante una mala respuesta o un antojo de su amo.

Entre los naturales del desierto es propio el amar después de las comidas, al medio día, que es tiempo de renovación de los humores y la sangre nueva anda de puro bullicio visitando arterias y tomando posesión de las articulaciones. Qué mejor manera para probarse y dar medida de su beneficio. No obstante jamás se hará este ejercicio tras la cena, que en todo debe ser frugal aunque bien regada en vinos y frutas, que facilitan más que la alegría de los músculos, el buen riego del pensamiento. Optan entonces estos habitantes por la charla con amigos y parientes, pues el ingenio se halla en su mejor momento y es bueno para el humor y la risa, de la que nadie sea ajeno. O eso dicen.

Con todo no es materia de exactitudes dar este horario por bueno en todas las latitudes, ya que las costumbres, bien guiadas por temperaturas y cartografías, van determinado en el transcurrir de los siglos sus verdaderos acomodos. Y hasta se han conocido pueblos que trocan en todo la práctica anterior, y que delimitan para la amatoria horas tan dispares como el amanecer o la misma madrugada.

El sueño es el único que ha sabido encerrarse y tomar de sí y para sí dos horas en cualquier paraje donde nos encontremos, sea norte o sea sur, sea mar o sea montaña. El sueño habita dos horas de la madrugada, de tres a cinco. El cuerpo le debe ese servicio y el pensamiento esa dádiva, y aquel que no cumple, aunque sea por obligación de su cargo y beneficio de su república, su mandato, sabe que acorta su existencia en tanto tiempo como el que tarda en volver a su homenaje. Y es propio de estas gentes la vida corta y el ingenio desbocado, pues en tales horas sueño y vida se confunden y alguna vez habremos oído, de los poetas sobre todo, que rehúyen del sueño por el prodigio que en sus escritos entonces sucede.

Y ahora, a dormir, que van a dar las dos y media.

De Jesús Urceloy, 2009
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