martes, 28 de abril de 2020

BLUE


rosas y promesas

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"solo el colchón conoce el peso de tus sueños"

de Luis Felipe Comendador
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COMO OCTUBRE DISPONGA

      No más refugio
      que la faz de mis brazos
      si nos entra el otoño
      desgajando
      lo que al viento apetece
      en su alfombra de bosque
      y cuerpo a tierra.

      Mírame.
      Otoño aún no somos en años
      pero cuando él se nos acerca
      hay que extender la batalla real
      de los buenos amantes
      en el recuento las hojas
      de infinitos sabores ocres.

      Mírame, y
      hagamos la abundancia
      a ras de nuestro suelo.
      La variedad de un amor
      es sepultar la inteligencia
      entre los cuerpos.
      No conozco otro refugio
      ni mejor temperatura.

      Sólo que estoy adivinando
      cómo será el Otoño
      nuestras vidas
      de verdad calzadas en su estación
      y otra vez
      el nacimiento de amarse
      la pasión inédita
      que alumbrará mis versos.

      Debo callar.
      Ahora vámonos
      a lo único
      que del lento mudar
      es ocre, ocres
      como la alfombra disponga
      tú y yo
      obligando a trabajar
      un viento revelación
      lo más humano
      para empujar las lumbres
      bien cernida la noche.

De Pureza Canelo
(Poemario: Pasión inédita)
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BLUE

Estos días azules y este sol de la infancia.
De autobuses que vuelven a casa del colegio.
De sangre en la nariz y pómulos morados,
no hables con tus padres, sabemos dónde vives.
De lunes de meriendas tiradas por el patio,
de martes de saliva y tinta en el estuche.
De miércoles de wásaps, caritas sonrientes,
amigo, no te escondas, te estamos vigilando.
De jueves de mañana serán cuarenta euros.
De viernes de pestillos que no cierran.

Y así otra vez lunes, así otra vez martes,
y así todos los días azules de la infancia.
Bajando la cabeza en los pasillos,
soñando la llegada de un ángel justiciero:
bazucas que destrocen las pizarras,
catanas que rebanen las cabezas,
y bombas que explosionen autobuses.

Y así poder entrar sin miedo a los lavabos.
Beber sin que te mojen los cuadernos,
Hablar sin que se rían. Y te griten. Y te escupan.
Y entonces llega un día en que no puedes más,
y viene el director a poner orden.
Y llaman a tus padres, no es hora de lamentos.
Tenemos que evitar que ocurra otra desgracia,
pensar en lo mejor para su hijo.
Lo idóneo es un lugar donde empezar de cero.

Envainar la catana, desmontar la bazuca.
Cortar el cable azul del explosivo.
Una derrota pactada. Y así, esta mañana,
cautivo y desarmado,
te lleva el autobús camino del exilio.
A un patio donde nadie repara en tu presencia.
Sentado en la grada de la pista de atletismo,
escribes esta rabia.
Catanas y bazucas, explosiones,
la guardas arrugada en el bolsillo.
Esperando que pasen los días y los meses.
Y el sol vuelva a brillar.

de Pablo García Casado
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Soneto 93

Si alguna vez tu pecho se detiene, 
si algo deja de andar ardiendo por tus venas, 
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra, 
si tus manos se olvidan de volar y se duermen, 
Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos 
porque ese último beso debe durar conmigo, 
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca 
para que así también me acompañe en mi muerte. 
Me moriré besando tu loca boca fría, 
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo, 
y buscando la luz de tus ojos cerrados. 
Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo 
iremos confundidos en una sola muerte 
a vivir para siempre la eternidad de un beso.

de Pablo Neruda
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CIUDAD CERO

Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años que eran
la quinta parte de toda mi vida,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

de Ángel González
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Dentro o fuera 

He visitado muchas veces este espacio que está dentro de otro mucho más grande que lo transfigura dependiendo de los caprichosos avatares de la Naturaleza. La armonía de ambos es perfecta, el fuera y dentro se confunden, así que da igual dónde te encuentres.
La barrera que separa uno de otro es transparente y te permite preparar el ánimo para lo que luego acontecerá, pero en esta ocasión no fue así porque lo que allí había era apenas perceptible. ¿Qué sería?
Nada más entrar me volví a sentir dentro de una enorme burbuja de aire formada por cientos de cristales engarzados en metal, pero nada de ahogo: la respiración era fluida, podías tocar el cielo. La luminosidad otoñal lo impregnaba todo, y las nubes, preñadas de lluvia, rodeaban el recinto como viejos algodones protectores. Las hojas multiformes vestidas de marrones, rojos y dorados, empapadas y etéreas, bailaban al compás del viento, bajaban y se acercaban inconscientes de su romántico destino: ser la guirnalda que corona el edificio, allí pintaban sus colores.
Había mucha gente variada, curiosa, ralentizada y un murmullo respetuoso. Llevaban cámaras, móviles y folletos informativos porque allí dentro estaban ELLAS de enormes cabezas transparentes de trama metálica con multitud de formas cóncavas y convexas, suspendidas del techo, iguales pero diferentes, cibernéticas y humanas, de aspecto sereno invitando al silencio; sus cuerpos ausentes se desvanecían en ríos de alambre. Sabíamos sus nombres y nos preguntábamos quién era quién pero poco importaba porque las tres reinaban por igual. La visión era futurista pero muy íntima, ellas y tú. A su lado o alrededor podías descubrir sus detalles, sus secretos, las líneas, la luz, lo material y lo inmaterial. Desde la distancia pude observar algún perdido rayo de sol acariciando aleatoriamente sus líneas y, entonces, el vacío se volvía masa y hasta parecían sonreír. Estaban y no estaban como, algunas veces, estamos las personas. 
Qué mágico es trasladarte al futuro en un precioso contenedor del pasado, es otra de las muchas cosas que sientes cuando estás allí. Eché de menos poder, aunque fuera sólo rozar, algo de su ser.

de Mª Victoria Martín
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martes, 21 de abril de 2020

(Anochecer de Coney Island)





 Curro y las abejas

CANCIONCILLA DE AMOR A MIS ZAPATOS

Los zapatos en que espero
el tiempo de mi partida
tienden dos alas de cuero
para sostener mi vida.

Bajo la suela delgada
siento la tierra que espera.
Entre la vida y la nada
¡qué delgada es la frontera!

de Rafael Morales
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PAISAJE DE LA MULTITUD QUE VOMITA
(Anochecer de Coney Island)

La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.

Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.

La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.

Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.

New York, 29 de diciembre de 1929
Federico García Lorca (1898-1936)

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 NO ME CANSO, MI AMOR…

No me canso, mi amor, de dibujarte. Mira.
Escribo tu perfecto contorno delicado,
la línea litoral larga de tu costado,
la pierna que en el pie dinámico respira.

La flor que cimbreada en los pechos delira,
el pelo entre los hombros y espaldas resbalado,
los sumergidos ojos, el ombligo encantado,
la cadera que ondula, la boca que conspira.

Forma total y llena de gracia que diseño
de memoria en la luz o en la sombra del sueño,
sé de nuevo real, de nuevo sé tangible.

El cuerpo que mis manos claramente desean,
que mis ojos lo toquen, que mis manos lo vean,
que lo imposible vuelva de pronto a ser posible.

de Rafael Alberti
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TIEMPO DE MATANZA

Apenas comenzamos a explorar
a gatas los confines
de lo desconocido,
nos enseñan a odiarnos los unos a los otros,
a establecer fronteras, a temernos,
a pasar por encima,
a ser asno de Atila devastando
la sementera ajena, a caminar dejando
detrás tierra quemada,
a vencer o morir. Por si una guerra.
Porque la vida es dura y nunca ha habido
zapatos para todos
y andar descalzo hiere los pies del más pintado.
Creced, multiplicaos,
sed carne de cañón, no más que un número
en el haber sin debe
–el oro en una mano
en la otra el crucifijo–.
que ostentan los señores de la guerra.
Dejadlos que, arrastrándose,
se acerquen hasta mí;
es tiempo de matanza.

de Rafa León Rodríguez
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UNA DIRECTORA INTELIGENTE

En un colegio de educación secundaria de Granada, las alumnas habían adquirido la mala costumbre de besar los espejos para imprimirlos con las marcas de sus lápices de labios.
Todas las mañanas, los espejos de los baños de las mujeres amanecían llenos de "besos" colorados.

La directora publicó un comunicado, pidiendo a todas las alumnas que se abstuvieran de imprimir besos en los espejos porque recargaban el trabajo del personal de limpieza.

Como si nada. Los espejos seguían apareciendo llenos de marcas de pintura de labios.

Al final, la directora juntó a la mayor cantidad de alumnas que pudieron entrar al mismo tiempo en el baño de mujeres, y les explicó que quería mostrarles lo difícil que era para el personal de limpieza eliminar esas marcas todos los días.

Le pidió a la señora de la limpieza que procediera con la tarea.

La mujer de la limpieza tomó un trapo seco y, en lugar de usar un producto limpia-cristales, lo mojó varias veces en un inodoro, lo escurrió y procedió a eliminar las marcas una por una. Cada poco volvía a remojar el trapo en otro inodoro, lo retorcía allí mismo y seguía limpiando hasta que todos los espejos quedaron totalmente brillantes.

Nunca más aparecieron marcas de labios en los espejos del colegio de secundaria.

“educación para la solidaridad”


martes, 14 de abril de 2020

SÓLO TU AMOR Y EL AGUA


Lago del Parque de la Alhóndiga, Getafe
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húmedas gotas
musicales aromas
tacto de seda

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AMANTE FIEL

Si fueras el pecado y su tragedia,
quien aplica tortura
o simplemente firma los papeles,

si te fueras con otro
o compartieras cama
conmigo y otros hombres,

si fueras de una secta,
monjita de clausura o esclava del Diablo,

si huyeras de mis ojos
y arropases los tuyos
con una causa injusta,

si asesinases a tus padres
o incluso a nuestros hijos,

si mintieses en todo
o fueses tan sincera
que tu palabra hiriese
como daga o venablo.

Si levantases cada minuto
un falso testimonio
sobre mí...

te seguiría amando.

de Luis Felipe Comendador
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Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

de Elsa López
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SÓLO TU AMOR Y EL AGUA

Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.

Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.

Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.

Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.

Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.

La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
                                    Sólo tu amor y el agua...

de Pablo García Baena
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POEMA 19

Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.

de Pablo Neruda
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28

La Playa de los Muertos

Hace varias décadas, cuando transitábamos esa etapa en la que no éramos ni jóvenes ni viejos, aburridos y molestos por la saturación de La Manga, trasladamos nuestro destino anual de vacaciones al Cabo de Gata. Las playas son vírgenes, los pueblos pequeños, pocos turistas y una tranquilidad para disfrutar cada instante y lugar en un “por fin solos”, que era lo que buscábamos en nuestra semana de reencuentro sin interferencias.
Hoy el sol aparece cubierto; una nube oscura, algo deshilachada, se ha puesto en el Portacho, y solo deja escapar haces de luz que acompañan a un vientecillo agradable para mi paseo habitual por el monte.
      Mi Amigo Fiel, ese que aparece en cuanto pongo un pie fuera del camping, que presiento pero no veo, cuya existencia ya mencioné, desvía mi voluntad de acercarme a investigar cierta placa y supuesta ceniza cerca del Abuelo. No obstante, de un modo confuso que no puedo evitar, sugiere que le hable de muertos; de otros muertos, e introduce en mis recuerdos, mientras enfilo el camino de la Casa del Barquero, algo que sucedió hace algunas décadas.
      “Nos alojamos”, digo, “en un hotel de San José. En la habitación hay un minibar, y en la primera noche abrimos dos benjamines de champán. Al día siguiente pasamos ante el súper del puerto, y nos llevamos un lote de benjamines, porque los del minibar nos salen caros. Ya en la habitación, advertimos que nos hemos pasado: compramos más del doble de los días que nos quedan de vacaciones.
      “Amanecíamos en la playa del Monsul, en Genoveses, en la Media Luna…; jugábamos desnudos, nos bañábamos, hablábamos y reíamos; soñábamos y nos tendíamos en la arena con un libro… Cuando hacia el mediodía aumentaban los nudistas, nos vestíamos y nos íbamos a la piscina del hotel, almorzábamos, dormíamos la siesta. Ya tarde, un par de horas o tres antes de la puesta del sol, paseábamos por el pueblo, por los alrededores, o visitábamos las aldeas y ciudades cercanas. Estuvimos en Las Negras; hicimos un recorrido por Rodalquilar y sus abandonadas minas de oro; subimos a Níjar; nos asomamos a los volcanes; nos metimos en el cortijo del Fraile, donde sucedió el drama que inspiró a Lorca sus “Bodas de sangre”…
      “Una tarde nos alejamos hacia Carboneras. Buscábamos un mirador que prometía impresionantes vistas. Aparcó el coche, cogí los prismáticos, y echamos a andar hacia una atalaya, siguiendo la ruta marcada. No estaba muy concurrida. Hay una bifurcación hacia la Playa de los Muertos. La invito a bajar, pero le parece demasiado escarpado, y el sol desciende… A mí tampoco me apetece. Seguimos hacia el mirador. A medida que subimos, el horizonte nos muestra un Mediterráneo de tonalidades azul turquesa, levemente rizado, con amagos de espuma descabezada en el rielo de las olas. La plataforma está semivacía. La protege un murete de piedra oscura rematada por losas de caliza, y hay bloques de granito a modo de asiento para dos. La vista abarca desde las chimeneas de Carboneras hasta el monte que se hunde en el agua, a la derecha; y al frente, un horizonte sin fin muestra el ancho mar perdiéndose en la suave línea donde se junta con el cielo. La playa es una franja dorada, cercana, recta hasta una suave bahía a la derecha, junto al monte que se baña; la remata una piedra, aislada como un hito, adentrada en la arena. La orografía del monte no deja ver hasta dónde se adentra en la costa. Le llaman de los muertos, dice ella, porque las corrientes marinas de la zona arrojan a su arena los cuerpos de los ahogados en la bahía, e incluso del golfo. Nos sentamos en un bloque. Le ofrezco los prismáticos, y los acepta dedicándome una sonrisita… Los ajusta a sus ojos. Acomoda sus codos en la losa caliza, para que no tiemblen, y dice:
      “-Yo te cuento lo que vea… -y luego- …veo una vela…
“Yo no la veo, pero el mar espejea, y puede que la difumine, supongo. Apunta a las chimeneas, a la izquierda, y cambia el enfoque porque, se queja, rompen la armonía del paisaje. Barre el mar con sus ojos, lentamente. Veo espuma, y olas, describe. Yo veo la ondulación, que aumenta en altura hacia la costa formando crestas que se atropellan y se aproximan en diagonal tocando primero a la izquierda, suavemente en la arena, y luego a la derecha, rompiendo con violencia contra el monte bañado, y contra el hito, deshaciéndose en espuma estrellada. En su barrido llega con los prismáticos a la arena. Está desierta, afirma. Yo extiendo el brazo al frente, y apunto con el índice. Mira, le señalo, parecen bañistas. No los veo bien, pero en la distancia pueden ser cualquier cosa. Se los ve juntos, e inmóviles…, pueden ser… cualquier cosa…
      “-Los veo, –musita con un hilo de voz-; es un… hombre… desnudo… y una mujer…, desnuda…, están… de pie…; ella… frente a él… los pies… hundidos en la arena… las piernas juntas… los brazos caídos a lo largo de los cuerpos…, quietos…, estáticos…, inmóviles…, como… esculturas... Oscilan… se miran a los ojos… tiemblan sus rodillas…, amagan las manos…, se adelantan…, retroceden…, un dedo explora…, roza una mano… se aparta…, avanzan las caderas…, asciende la vara… roza el monte…, retroceden… -Yo me aprieto contra su costado, escrutando la playa. Su voz es un susurro.        -Lo tiene… horizontal…, el pene…, erecto…, ella avanza el busto…, sus pezones caracolean en… el pecho boscoso…, el glande olisquea los albillos del pubis…, sudan…, resbalan gotas …, se miran…, afirman los ojos en los ojos…, se entreabren sus bocas…, cierran los ojos…, ¡van a besarse!, uffff.
* * *

      “Me despierto cansado. Rayos de un sol naciente hieren el aposento. Mis manos se zambullen en la arena. Recuerdos agitados forman una vorágine de imágenes difícil de ordenar. Estábamos en la Atalaya, en la Playa de los Muertos. De un tirón, alterada, sentí su mano en la mía, y me arrastró hacia el coche. Repetía palabras que no entendí. En la somnolencia del alba, la estrecha carretera se retorcía en las curvas. Amenazaban faros de frente. Largas pitadas cruzaban bajo la luna llena dejando oscuridad. Sus manos ansiosas conducían alocadas. Un alto en el hotel me dio un respiro. Luego, un camino de tierra. El coche se zarandeaba entre los baches, hasta que se detuvo en el camino. Es tan confuso...
      Esa roca… es el Monsul; estamos en la playa del Monsul. No llevo ropa. La arena se clava en mi piel. A mi lado, acurrucada, desnuda, me mira. Sonríe. Noto su calor. Enreda con sus manos. Muestra un montoncito de arena. Reclama mi atención: huellas de cuatro pies enfrentados. Cuando empiezo a entenderlo reparo en otro cerrillo, pero de benjamines. Vacíos.  Quizá todos los que quedaban… El sol riela en la marisma. Olas susurran. Chapotean los arrecifes. En sus ojos irónicos entiendo al fin las palabras enigmáticas que repetía:
      -“Un juego, solo es un juego.”

      Busco inútilmente en la Casa del Barquero a mi Amigo Fiel, que duda de mi historia. Yo también, le digo: yo también.
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martes, 7 de abril de 2020

LLEGÓ UN HOMBRE AL PISO…




 Blas nos está mirando...
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Canción

Va y viene mi pensamiento
como el mar seguro y manso;
¿cuándo tendrá algún descanso
tan continuo movimiento?

                             Glosa de don Diego

Parte el pensamiento mío
cargado de mil dolores,
y vuélveme con mayores
de la parte do le envío.
Aunque de esto en la memoria
se engendra tanto contento,
que con tan dulce tormento,
cargado de pena y gloria,
va y viene mi pensamiento.

Como el mar muy sosegado
se regala con la calma,
así se regala el alma
con tan dichoso cuidado.
Mas allí mudanza alguna
no puede haber, pues descanso
con el mal que me importuna,
que no es sujeto a fortuna,
como el mar seguro y manso.

Si el cielo se muestra airado,
el mar luego se embravece
y mientras más el mar crece,
está más firme en su estado.
Ni a mí me cansa el penar
ni yo con el mal me canso;
si algo me podrá cansar
es venir a imaginar
cuándo tendrá algún descanso.

Que, aunque en el más firme amor
mil mudanzas puede haber,
como es de pena a placer
y de descanso a dolor,
solo en mí está reservado
en su fijo y firme asiento,
que sin poder ser mudado
está quedo y ultimado
tan continuo movimiento.

Diego Hurtado de Mendoza (España, 1503-1575)
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ADOLESCENTE FUI...

Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia.

Luis Cernuda.
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LLEGÓ UN HOMBRE AL PISO…

Llegó un hombre al piso y su sombra cayó gris sobre el empapelado del vestíbulo, se quitó la chaqueta de ante, comió una ensalada de pollo con estragón y pepinillos, luego se quitó camisa, pantalón y calzoncillos, se tumbó después encima de la señora mientras ella estaba debajo, luego permaneció así una cierta cantidad de segundos sobre una colcha de algodón sucio.

Poco después abandona el piso y se oye arrancar un coche —es un Saab Turbo. Él se había ido, ella lloró, mientras la araña desde su ángulo no entendía aquello en absoluto.

El hombre parecía haber estado allí un rato como de prestado —algo se ha llevado de allí: Una copia de un hombre que se va pero deja el negativo— la imagen que la señora tiene del hombre en la única vida.

La araña vio el proceso como se ha descrito. Y no le pareció en absoluto natural.

Bodil Malmsten (Suecia, 1944-2016)
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27

amor de arena

La pizca de humedad  hace milagros.
Hay un aviso escrito, Playa Libre,
en una enorme piedra.
La jara blanca
abre sus hojas verdes,
carnosas, pródigas, brillantes óvalos;
copas sus flores claras,
oasis en la arena.
El sol la mima, y luce
como si hubiera puesto en cada pétalo
un fino y elegante lustre.
Sin trazas de humedad, se ofrece a la visita
de golosas obreras.
Un acto seductor para perpetuarse
en el desierto ardiente entre las dunas.
Con locas pulsaciones
en esa inmensidad de cada instante
su espíritu golpea.
Agua, pantano, fuego; jara, mirada, luz…
Y en la complicidad de la mañana,
de su cálida mano,
rasgamos la penumbra luminosa
buscando la humildad de aquella cueva...
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CAYUCOS

La barca, de madera, de seis metros de eslora y no más de dos de manga, era de escaso calado, sus francobordos eran bajos y carecía de área de cubierta, una tosca jaula fabricada con palos servía para almacenar la pesca, variada y abundante, en donde se discriminaban mariscos y peces de diferentes especies en cestas echas con ramas de árboles, salíamos a navegar antes del amanecer, éramos muchos pescadores, yo patroneaba mi barca, tenía permisos en regla, estudié en la ciudad y dominaba el arte de navegar, también el de la captura de peces, en poco tiempo llenábamos la jaula, y regresábamos con tiempo para surtir el puesto adjudicado en el mercado libre de la ciudad, la tarea nos permitía vivir con desahogo, sin grandes ganancias, placentera, satisfactoria, éramos felices… hasta que llegaron los grandes buques de arrastre de Occidente.
      Cubrieron la costa con redes, cerraron el paso a los bancos de peces, los enredaban en sus trampas y no pasaban de sus aparejos a nuestra zona, cada vez entraba menos, ignoraron nuestras quejas y nuestros intentos de negociar, sus campañas eran intensivas, nos rechazaron con armas, esquilmaron nuestro medio de vida, no dudaron en golpear y trizar nuestras embarcaciones con sus buques y, llevándose sus capturas a puertos lejanos, nos condenaron al hambre…
      Llegamos una noche a estas costas occidentales gracias a mi pericia, a mis conocimientos de navegación, éramos demasiados para la embarcación que nos llevaba y muchos temieron perder la vida, como contaban algunos agoreros; no tengo escrúpulos para decir que fui providencial en el viaje, porque nos lanzaron al agua sin preocuparse de quién pilotaría la travesía, quizá lo peor de ella fue el recibimiento que nos hicieron en la playa en la que embarrancamos, nos esperaban y nos encerraron como si fuéramos piratas, sobre todo a mí, que desde el primer momento dije ser patrón y haber traído sanos y salvos a todos hasta aquí.
      Me acusaron de traficar con personas. Me han dejado libre. Me prohíben trabajar sin permisos, sin papeles, y siempre que tenga un “trabajo fijo y digno”. Me quitaron mi forma de vida en mi pueblo. Me obligaron a emigrar. Se llevaron el pescado que me robaban y, cuando quiero buscarme la vida con sus leyes, no me lo permiten... Mi día a día es merodear por la ciudad, soportando miradas de reojo, vejaciones, insultos…
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sábado, 4 de abril de 2020

Y MI SOMBRA TAMBIÉN





es primavera
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"El tiempo es un niño que juega como un niño. 
Yo soy uno, pero, contrapuesto a mí mismo,
soy joven y viejo al mismo tiempo." 


Carl Gustav Jung

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DESEANDO MORIR

Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar. Camino vestida, sin marcas de ese viaje. Luego la casi innombrable lascivia regresa. Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.

Conozco bien las hojas de hierba que mencionas, los muebles que has puesto al sol. Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.

Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas. Nunca preguntan por qué construir.

En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez, he poseído al enemigo, comido al enemigo, he aceptado su destreza, su magia.

De este modo, grave y pensativa, más tibia que el aceite o el agua, he descansado, babeando por el agujero de mi boca.

No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja. Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron. Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.

Nacidos sin vida, no siempre mueren pero, deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce que hasta los niños mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!, que, por sí misma, se convierte en pasión.

La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías, y a pesar de todo ella me espera, año tras año, para reparar delicadamente una vieja herida, para liberar mi aliento de su dañina prisión.

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas, rabiosos ante el fruto, una luna inflada, dejando el pan que confundieron con un beso, dejando la pagina del libro abierto descuidadamente, algo sin decir, el teléfono descolgado y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

Anne Sexton
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Y MI SOMBRA TAMBIÉN

He cogido una frasca de vino
y me voy a beberla entre flores.

Siempre vamos los tres
contando a mi sombra
y a mi amiga, la luna brillante.

Una suerte: la luna
jamás supo beber
y mi sombra nunca está sedienta.

Cuando canto, la luna
me escucha en silencio.

Cuando bailo, mi sombra
baila loca también.

Y tras estos festejos
de volver es la hora,
pero no me entristece.

A mi casa regreso, y la luna
conmigo se viene.
Y mi sombra también.

Li-Po (701 - 763)
(versión)
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EPIDEMIA

¡No! ¡No podemos seguir así! ¿No os dais cuenta? Por favor... prestadme atención, es preciso que comprendáis... tenéis que escuchar lo que he de deciros... ¡He dicho que me escuchéis! ¿Es que no os dais cuenta? No podemos hacer esto... ¡Nunca más...!
-¿Qué le pasa a ese?
-Vete a saber, entró hace un rato, se sentó en una mesa, pidió un café con no sé qué, ni lo ha tocado. Miraba a todo el mundo de una manera muy rara, y de pronto ha empezado a dar voces... será un chalado.
- Pues sí... ya me había fijado. Desde luego que no parecía muy cuerdo. Mira, ya vuelve uno de los camareros, el que ha salido a la calle... viene con dos policías... a este se lo llevan seguro, aunque sea a rastras. ¿A qué vendrá tanto grito? En fin... se me hace tarde. Hay un montón de trabajo esperándome en la oficina. Todos serán asuntos urgentes que no podrán esperar y tendré que quedarme otra vez hasta las tantas... pero de hoy no pasa... voy a hablar con el jefe para que me suba el sueldo... el muy cabrón me lo prometió hace meses... seguro que con los demás ha cumplido su palabra, pero claro, lo mío tendrá que esperar a que la cosa mejore, como siempre. Eso es lo peor de todo... que me toma por gilipollas... seguro que hasta el último mono del departamento habrá mejorado su nómina, pero allí nadie dice esta boca es mía.
- Lo mismo te digo. Que se me ha ido el santo al cielo y yo también llego tarde. Me termino el café y salgo pitando. Al final se me va a hacer tarde, en menos de una hora tendré a los de balances plantados frente a mi mesa pidiendo a gritos sus putos informes. Eso sí... una vez los tengan, no volverán a dirigirme la palabra hasta el mes que viene. En realidad es como esto... ya ha pasado el susto, los policías se han llevado al loco de los gritos y todos vuelven a esconderse tras sus periódicos. Cada uno a lo suyo. En cuanto vacíen sus tazas se marcharán... y no volveré a verles... a ninguno... el resto de mi vida... toda la eternidad. ¡Jamás! Joder... nunca lo había pensado. Es terrible despedirse para siempre de alguien. Ver a alguien sentado frente a uno durante unos minutos y se acabó... ni dentro de muchos años... ni después de la muerte... ni aunque pasen millones de años... ya no volverás a verle. Es tan... definitivo. Da miedo. No me gusta esta sensación. Vivir algo por última vez, y saberlo, es como morir... joder... y yo no quiero morir, no ahora, no cada pocos minutos, no cada día. Morir es para siempre, no reflexionamos sobre ello, no lo bastante. Caminamos por calles que nunca más pisaremos, vemos, olemos, saboreamos, acariciamos cosas que ya no volverán, y a pesar de ello seguimos adelante sin darles mayor importancia. ¿Cómo podemos ser así? Esto de la vida es más morir que vivir. Nadie lo piensa... parecemos ansiosos por llegar al final, dejarlo todo atrás, volvemos la cara ante cualquiera que nos sugiera la posibilidad de detenernos, de paladear cada instante de vida, y yo... yo como todos. Hasta ahora. Pero... ¿y si eso cambiara? Tampoco es tan difícil... No es más que proponérselo. Querer ver, tomar la decisión de querer ver, no echarse atrás, al menos no permitir que ese desconocido desaparezca sin saber quién es. No dejarse morir... esa es la clave.
- Bueno... que te tengo que dejar... pero tranquilízate. ¿No decías que llegabas tarde? Creo que deberías calmarte y no...
- El caso es que a partir de ya mismo las cosas van a cambiar... ya lo creo que cambiarán. Ya no fingiré más que no sé que el tiempo se acaba, que nada ni nadie me importa. Se acabó el hacer todo lo que se espera que haga. Me sentaré en un banco del parque durante todo un día. Saldré a la calle en medio de la lluvia, y pasearé descalzo por encima de los charcos. Haré lo que sea necesario para que ya no se me escape más vida entre los dedos. Mi familia lo comprenderá... si lo entienden en el trabajo, bien por ellos. Yo se lo explicaré... al fin y al cabo no tan es difícil de entender. Es algo tan sencillamente importante... qué demonios... es lo más importante. Averiguar quién es aquella chica que acaba de pedir la cuenta... podría ser el amor de mi vida... hablar con el hombre que sale por la puerta. ¿Y si fuera mi mejor amigo?
- Vale... yo me tengo que ir... te dejo...
¿Pero no lo ves? Este es el momento, no hay marcha atrás. Ahora puedo elegir... estoy a tiempo... sentir lo que siento durante unos pocos segundos más... o sentirlo para siempre... toda mi vida... lo que me queda de vida... depende de lo que decida en este instante. ¡Escuchadme todos! ¡Que nadie salga de aquí! ¡No os marchéis! ¡No debemos continuar con esta absurda farsa! ¡No somos así! ¡Unas palabras al menos, con eso bastará! ¡Escuchadme... por favor!
-¿Y ahora qué le pasa a este?
-No sé... Será otro pirado más. Menuda mañanita llevamos, con este ya van cinco o seis. Una epidemia de chaladura... eso es lo que es.

Pelayo Martín
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26

Sé hacer buen pan con una harina pobre

Hay una cadena de monumentales rocas, en cuya base forman cuevas de distintas dimensiones ocultas desde la senda por tupidos piornales. Al otro lado una cornisa rocosa se inclina hacia un barranco. Un arroyo sin nombre nace ahí. La Senda del Búho forma una herradura para salvarlo. La quebrada del barranco baja tortuosa e intransitable hasta el mismo borde del pantano, sucediéndose en toda su farragosa extensión, entre pinos, retamas y simas, monumentales roquedales y embozadas cuevas.
En una de las últimas tormentas de verano, una chispa debe haber roto la piedra caballera que montaba sobre la roca mayor, junto a la Senda del Búho. El Búho era esa piedra, y ahora ya no está: en su lugar se vislumbra un puñado de rocas diseminadas en lo alto.
En la cueva mayor de las de la cabecera del arroyo, alguien, en algún momento, colocó piedras en semicírculo como asientos. La entrada queda a cubierto por los piornales y, del otro lado, la cornisa proporciona una panorámica de la Senda, de los roquedales del borde y de la fronda salvaje del barranco sin fondo. Antes de pisar la Senda, decido hacer un alto en la cueva, y busco los vericuetos que me lleven a ella. Asciendo entre las jaras, rodeo riscos y me arrastro entre las retorcidas ramas de los piornos del Cerro de La Malgosa, hasta que descubro la entrada. Me introduzco en la gratificante sombra. Acomodo mi espalda a la roca sentado en uno de los improvisados asientos. Atrapado por el paisaje, tomo un sorbo de agua y fantaseo sobre lo que me ofrece el barranco: sus insinuaciones de misterio, las huellas de los animales... No conozco un refugio tan acogedor como este. Sin embargo, algo me trae a la memoria una de las cuevas cercanas al pantano, en esa misma cadena. También estuve en ella. Cuenta con dos entradas de luz, e incluso hay un reguero de agua clara en su interior...
En la quietud de la penumbra, algo me susurra un momento pasado, y revivo la primera vez que leí el poema sobre La Galatea encontrado en el cofre del Cerro de los Romeros:

“La Galatea siglo XXI

Por un camino angosto entre las piedras
al borde del pantano,
arena de desierto, el agua lejos,
entre las matas de un arbusto verde,
rodeada de cabras,
lo vi mientras ponía su sustento
casi en la boca de mis animales.

Mi atuendo pastoril imaginó,
me dijo si era yo La Galatea
en un arranque de su fantasía,
y yo le sonreí mis “buenos días”,
al que se había él anticipado.

Comentó de mis cabras sus habilidades,
señalé por su nombre a cada una,
y con la despedida, “dios os guarde”,
sus pasos reanudó por el camino.

Yo le grité a una cabra
que se me desbandaba hacia el arroyo,
y él se volvió curioso y sorprendido.
Los ojos se encontraron; y, solícito,
volvió sus pasos, se acercó a mi vera
y… Galatea, por Cervantes, dijo.
Lo supuse, -le dije y di las gracias.
No quiero incomodarle; si la enojo…
Más bien es un halago lo que siento
Hay paz en este arroyo solitario
Estoy acostumbrada al aislamiento
Debe ser duro; con los animales…
Los animales son mi compañía…
¿Y no se le desmandan por las breñas?
Atienden con presteza mis reclamos…
Ha sido una sorpresa que la encuentre…
Nunca repito rutas muy seguido…
Está bastante lejos de la aldea…
Por una senda fácil pocos pasos…
En esta soledad, nunca querría…
Ha sido suerte, nunca veo a nadie…
Me desagradaría contrariarla…
No me disgusta: soy empoderada
Rematan el trabajo de las vacas…
Las cabras se alimentan de otras cosas…
Hay hambres diferentes. -Su mirada…
Hay hambres que saciar en este monte…
Yo no quisiera ser… -no diga nada.
La supero en edad por muchos años...
También cuento los míos…
Conozco los azares de la vida…
¡Sé hacer buen pan con una harina pobre!”
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