martes, 26 de noviembre de 2019

Martín Niemöler


 Foto de Blas. Nieve en La Pedriza


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brisas de otoño
pasearán las hojas
por la nostalgia
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Martín Niemöler
(versión)

los inmigrantes
en el punto de mira
Yo soy de aquí

a las lesbianas
les niegan sus derechos
Yo soy hetero

los extremismos
gritan a las ideas
Soy apolítico

arrojan piedras
mis cristales saltaron
Hoy es ya tarde
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INSULTARIO

Estúpido, pendón, parnitarruco,
torpe, inútil, patán, zarrapastroso,
sucio, necio, cabrón, vago, mierdoso,
imbécil, maloliente, abejarruco.

Cerdo, tocapelotas, terco, absurdo,
inope, charlatán, moscón, amorfo,
piojo, cornudo, penco, pedicorfo,
insolente, pasmón, zote, palurdo.

Hipócrita, engañoso, vil, gusano,
ridículo, rastrero, soplapollas,
marrullero, mamón, chulo, marrano.

Engreído, bastardo, pucotrollas,
obtuso, mal nacido, cruel, villano,
dientes de ornitorrinco, gilipollas.

Cristina Doal
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MADRID DESDE MI AUTOMÓVIL

Tras el volante de mi coche Madrid es una ciudad de cielo y ladrillo visto.
 Madrid tiene una bomba en la memoria y doscientos nombres grabados en el vientre.
 Madrid guarda silencio, orgullosa, ante los comandos.
 Velázquez está sentado a la derecha del Padre y lo aclaman las campanas y las flores.
 Un dios eleva, poderoso, un tridente. La diosa es madre de todos nosotros. Colón nos otea desde sus altos ojos.
 Hay dos torres que parecen caer sobre Castilla y sus anchas aguas.
 Madrid es una ciudad perversa, con prostitutas y transexuales en las aceras de las avenidas.
 Madrid es una enorme botella de niños borrachos, es un charco de orina adolescente.
 Madrid es alto ruido a altas horas del día y de la noche.
 ¡Madrid de los inmigrantes…!
 Madrid imprime carácter, como el sacerdocio.
 Madrid es tierra prometida.
 Madrid es maloliente y preciosa.

Miguel de Francisco
(1951-2013)
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7

Viaje al pasado

El Arroyo del Palomo nace en Las Mesas, desciende por el Prado de la Madera bordeando el Monte Colmenarejo, y muere en el Burguillo. Bravo en primavera y seco en el estío, con humos de profunda torrentera, en su salida al pantano forma una hendedura que fragmenta La Rinconada en pequeños núcleos: desde los altos del camino de Navaluenga, el Cerro de las Víboras o el lago, al caminante le maravillan, destacando entre la espesura de los pinos, multicolores fachadas, techumbres, tejados y terrazas, y los huertos, viveros y apriscos salpicando la irregular orografía del terreno.
     En el Prado de la Madera, junto al Palomo, a mil metros de altura y a unos ochocientos de la aldea, se hallan vestigios de una vieja hacienda. Malas hierbas dominan los viales, corroen los cimientos y ocultan los accesos. Solo el azar la puso en mi camino.
     Varias obras la conforman: un pozo abovedado, ahora broza y cascote, proveía de agua, quizá con noria o bomba de palanca; en la ladera del Palomo, terrazas con árboles frutales y huertas, yermas por deserción, constatan que, en tiempos ya lejanos, fue negocio boyante; casas hundidas yacen con sus muros desnudos: solares, tejas rotas, paredes desplomadas bajo fronda salvaje… Una leñera con troncos, y otras pistas, deducen que su abandono fue casual.
     En la desolación de este paisaje, el edificio principal resiste. “SE VENDE”, dice su fachada. Dos plantas, un sótano, muros de mampuesto… Su sólida obra, su tejado intacto, lo ofrecen imponente, airoso y atractivo. Arrogante maleza invade el patio y trepa las paredes aportando pinceladas románticas a su indolencia. Oculto, inaccesible, se defiende bien de incómodas visitas, aunque revela huellas de saqueo…
     Una puerta partida, cuya hoja inferior permite entrar, ofrece la cocina malograda; el sucio salón consiente el paso, y polvorientas alcobas, amuebladas, con las camas hechas, mantienen sus puertas trabadas. La impresión de súbita ausencia temporal afirma la sospecha de un regreso demorado sine die.
     Tal vez el abandono responde a su aislamiento, y a su dificultad para exportar la producción agrícola, pues comerciar con la cercana Rinconada u otras aldeas más lejanas en vehículos de la época, (posiblemente carros tirados por mulas,) exigía grandes rodeos por sendas de tierra, pistas forestales y caminos pedregosos, eternizando tiempos y distancias.
     Hoy, desde la ruta, contemplo entristecido la intemperie de su fachada principal incólume; pues las ventanas superiores muestran hojas desvencijadas y destrozos en el interior: mobiliario revuelto, tejados rendidos, escombros…; ha cedido el suelo y son visibles cañas y cascajo desde la puerta lateral de la planta baja; maderas astilladas, quebradas vigas, quicios violentados… La escalera del sótano, sin peldaños, deja ver volcada una tinaja grande, tal vez en un intento de llevársela…
     A través del hueco de la puerta principal, el deprimente espectáculo duele. Imagino la congoja de sus paredes añorando el esfuerzo, el sudor, la vitalidad y la alegría de los labriegos en las terrazas, planteles y aledaños, embriagados por la mezcla de efluvios emanantes de los árboles en flor, de los brotes de la huerta, de los parterres del patio…

     “La luna nueva cede la noche a las estrellas. Bajo el jazmín del pozo, el pequeño del patriarca ciñe a la chica de sus sueños; ella le abraza ilusionada, prestándole atención a sus promesas...
     “La férrea disciplina del viejo logró hacer un vergel de la heredad abrupta: tenaz y paciente desbrozó el monte, allanó la ladera para la siembra, construyó la casona de piedra, dos plantas y sótano, y en un lateral la leñera; en el alto cavó y abovedó el pozo y montó la fuente de palanca; sembró árboles frutales en las terrazas: granados, perales, manzanos… Y fue edificando las otras casas a medida que los muchachos se hacían mayores y se comprometían con chicas de los alrededores. La familia crecía, y la faena alimentaba a la numerosa prole. Jamás saldría de su casa, repetía, haciéndoles jurar que, a su muerte, esparcirían sus cenizas por la finca, junto a ella…
     “Un lejano día llegaron de la ciudad tentaciones y promesas, y empezaron a desfilar. Le dejaron solo con el pequeño, que ahora urdía su traición... Con las luces del alba, el hijo pequeño y la chica le pidieron que los acompañara para una diligencia: un trámite en el que precisaban de su beneplácito.
     “Nunca más regresaron.
     “Cuentan que, hace años, una numerosa familia visitó La Rinconada; subieron a la finca, la pusieron en venta… y cumplieron la promesa.”

     Me sorprende la seguridad de mi Amigo Fiel. Sé que, por un instante, repara en mis dudas sobre la certeza de su relato. Aunque quizá le preocupe más mi sospecha sobre su vida anterior, pues noto un calculado mutismo que interpreto como si recelara haberse excedido, y mantiene hasta su abandono en las puertas del camping…
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EL TRICICLO
(palabras prestadas)

sentado en esta silla,
arrimados los codos a la mesa,
hace mi mano presa
del lápiz de carbón y de tablillas

se me antoja difícil explicar
ubérrimo. un abundante fruto
que suena raro y bruto,
y temo naufragar…

rascarme el occipucio me relaja,
pues con el manoseo
me apago, me destilo; ronroneo
y olvido andar en filos de navaja.

paupérrimo, carente, miserable
sin paliativo, y sin arrumacos.
es como quedas luego de un atraco.
es muy desagradable.

visto lo visto
extiendo la mirada en la mañana
y encuentro en la sabana
la verde paz que ofrece el malvavisco.

ha llegado el momento del retiro.
con mi silencio llegará la calma
adentro de mi alma.
montado en el triciclo me las piro.
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martes, 19 de noviembre de 2019

Almanzor




 Almanzor
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en el estío
cimbreará tu cuerpo
al mismo son
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CORRE LA VOZ

Corre la voz,
que hay bandadas de pájaros subiendo desde el Sur,
nubes nuevas cargadas de agua
y dispuestas a devolverte el color de la piel,
tréboles que se multiplicarán en los caminos
para que los sujeten tus ojos,
libélulas como cítaras
sobrevolando bajo los pantanos,
oleadas de insectos polinizando todo…
¡Corre la voz!,
que no pasa otra cosa que la vida
y es preciso que todos los sentidos sean alerta,
que los hombres no importan,
ni sus cosas,
ante el vuelo mimoso del cernícalo…
¡Corre la voz!,
que todo se convoca para serte,
para hacerte -no mejor ni peor-,
para hacerte…
que el cielo se constela y atardece,
que hay brisa para todos…
y oxígeno,
y colores…
¡Corre la voz!,
aprende lo que importa
y olvida sin recelo cada papel firmado,
deshazte de las cosas
y olvida ya sus usos,
sus costumbres,
su cadena de anáforas absurdas…
y no compitas más,
que no es preciso…
Corre la voz
y extásiate ante el ciclo del que eres solo parte,
deja que sea tu instinto el que decida…
y no esa obligación irrelevante del ‘debe ser así’
que abunda en los papeles de los hombres.
Corre la voz
y espera a que suceda lo que ha de suceder…
porque sin que lo quieras
vas a lo inexorable.

Luis Felipe Comendador
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EL CUERVO 

Se acercó hasta la curva de mis ojos.

Sus alas envolvían un espacio sin luz,
sin aire,
solo espacio.

La distancia nos fue petrificando
para atarnos al tronco que sostiene la vida con un dedo.

Me arrastré hasta romperme
y volví a defender mi lado de la cama.

Hubo rostros dispuestos a remar,
a ser luz,
a sonar como el aire que faltaba. 

Marcharás
justo cuando la curva de mis ojos
se convierta en la línea que marca los caminos.

Cristina Doal
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6

La caverna de las palabras

En la ladera Norte del Cerro Agudo, entre el Arroyo del Toro y la Senda de las Víboras, la ruta se ha vuelto inaccesible: roquedales de granito me rodean. A la derecha, una canal se abre a las alturas, angosta, breve, dura. La descarto. Impide mi avance una lancha con musgo, hojas secas, y en rampa casi vertical. Rocas escalonadas con agujas de pino cubren el flanco izquierdo. Una breve terraza acoge a un enebro crecido entre las piedras como superviviente de un comando. También entre las rocas, un tocón chamuscado acusa al rayo. Y a mi espalda, el vacío. O, mejor dicho, la ladera de la que solo veo un verde mar de copas de los pinos, y grandes rocas-islas grises en un piélago en cuyas simas yace la ruta desbrozada. El arroyo del Toro fluye al fondo: lo vadeé al subir. Sólo enfrente, a lo lejos, en la ladera opuesta, entreveo la senda forestal; la Fuente de Esmeralda; la pradera…
      Hay una cueva. Me asomo. El Intersticio dormita la penumbra con ojos de caballo. La Tripofobia pide al Chambra una chupada, y Pelerina pone un peta entre sus labios; aspira ella, la lumbre abrasa los rincones, y el Faltriquera se lo quita porque, dice, le va a fundir el may. El Ataharre luce huecos de dientes en una risa floja, y el Pollababa farfulla con el Chupaingle, que mira cómo la Tronchapeines lía mierda; la Maripepa prende el porro, absorbe una calada, y se lo pasa a la Meapilas “pa que rule”. Busco a mi Amigo Fiel: es otra de sus burlas, quizá un zasca, porque la cueva está vacía, aunque apesta... ¿será la Chupahícarra? Doy un paso; resbalo en la hojarasca: sugiere tregua el vértigo. Tomo un sorbo de agua y un bocado mientras medito el modo de seguir. Me digo, o le interrogo, por ese hedor inmundo, y no responde. El hedor de la cueva, tenaz reminiscencia imperceptible, espero que despierte la respuesta, que se presenta al fin de forma rara: “…De aquella prisión los trasladaron a los insalubres barracones militares del “Regimiento Argel”, ocupados por soldados y oficiales contrarios al golpe. Allí se enteraron de las dificultades de la “Dirección de Prisiones” para administrar la saturación de la Cárcel Provincial, en la calle Nidos, y de las de los pueblos principales: habían requisado plazas de toros, palacios, edificios singulares, fincas y cortijos… Incluso habilitaron la nueva cárcel provincial, aún en obras.” Observo la caverna. Le hago fotos. Hay arena revuelta, certeza de su uso por los corzos, o ciervos, en sus ocios. Busco huellas: si entran, salen. Un sendero se insinúa en el entorno; baja. Lo sigo un par de pasos: bordea un roquedal oblongo, a la izquierda. No me interesa. Regreso; limpio de agujas, escalo la roca con el palo colgando en la muñeca, tanteando asideros. “El “Gobernador Militar” instaba a la “Junta Técnica” para que dispusiera el traslado de presos a otras provincias en las que la insurrección hubiera triunfado, pero lo denegaban por el colapso de sus propias cárceles.” Una piedra caballera forma un saledizo por donde, quizá, quepa. Aupado al lecho, repto bajo el dosel; el hueco me trae el hedor de la cueva: ¿a qué olía…? “Temían y ansiaban las visitas familiares de los jueves, con ropa y con comida. Adentro persistía la penuria, crueldad sobre los presos, enfermos, hambrientos…; y los chivatos.” Salgo, me incorporo, y cambia mi perspectiva. Me admira ver la enorme piedra de la gruta: desde arriba parece un gigantesco murciélago gris con las alas extendidas. Rastros a la izquierda se diluyen en un suave descenso: para el ascenso saltan más abajo; no quiero dar rodeos. “Supo de trámites que la familia promovía al amparo de una iniciativa municipal: para aliviar de reclusos los puntos a los que no dejaban de afluir más y más cautivos, los alcaldes solicitaron del Gobierno Militar que liberara a los de situaciones familiares penosas; a los que sus cargos no fueran graves; a aquellos que pudieran serles útiles…; y el Gobernador la aceptó.” La canal se ve distinta: examino su entorno. Camino hacia ella sin propósito concreto, y al aproximarme distingo una salida lateral, a la derecha. Exploro para ver a dónde lleva. Constato que se trata de la rampa casi vertical que tuve enfrente: se pliega en quebraduras ascendentes hasta el embudo, acabado en una claraboya azul. Una mella lateral permite el paso: salgo a una cornisa con pinos, pastos, jaras… Un camino estrecho, entre pedruscos y vestigios del paso de animales, trepa sobre las rocas hasta quedar encima de la “rampa casi vertical”, y encara una pradera regular, ligeramente inclinada. El rastro de los ciervos me dirige, cruzando la pradera, hacia la fronda infranqueable de las zarzas…
     
      El tramo recorrido es una trampa:
      ¿Cómo apagar el fuego de los rayos?
      ¿Y salvarte si caes entre las rocas?
      ¿Y de la nula cobertura…?
     
      Alejo los augurios,
      y enfilo la ventana que brinda el horizonte,
      camino de la Senda de las Víboras…
     
      Y en la calma que llena los pulmones
      con el mix de perfumes de los cerros,
      adivino el hedor de aquella cueva:
      era de Aporofobia.
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48. ALMANZOR

Subimos la montaña, y Gredos a lo lejos
como cuando sentíamos en la distancia el peso
de su presencia magna desde horizontes viejos.

Gredos era una línea, un parque, y un sendero
de rocas encastradas, de gargantas naciendo,
de pozas enlazadas, de calmas y de riesgos…

Canales pedregosos, crestas y monumentos
labrados por el agua, por el frío y el viento,
como si catedrales posaran en consejo.

Y allá vamos, andando por el camino recio:

Paquita en retaguardia, su caminar sereno;
y Blas a la cabeza, motor en el sendero;
Pedro replica y sigue aquí y allá, subiendo,
eterno vigilante vivaz, juicioso, experto…;
atento a Maricarmen, Fabián siempre va atento,
el paso decidido y el corazón contento,
mientras Inés avanza con un paso certero
leyendo nobles hitos que algunos escribieron.

Todos abren camino y ocupan cada hueco
que va dejando el otro sobre pedruscos fieros,
granitos desiguales y tan iguales ellos,
que son como una nava de frutos indigestos.

Una Laguna Grande nos dice con recelo:
a dónde vais, pardillos; nosotros, sonriendo,
miramos a Almanzor desafiando al miedo,
y el agua nos abraza con calma y con respeto.

Las piedras se agudizan a nuestro paso lento,
y son eternidades cada fracción de tiempo
cuando la vista al frente dice que aún está lejos
la meta: el Almanzor, de niebla recubierto
con un halo de seda y un chal azul de sueños
inalcanzables, duros, tan verticales ellos
que sólo pueden ser nuestros.

Tenemos la Portilla a un salto de deseo,
tal vez por la ignorancia de quien escribe esto,
que tira hacia delante, el gesto descompuesto:

ha encogido los palos, y, con las uñas presto,
se mezcla con las piedras con mimo y desespero:
el suelo a nuestra altura, las manos en el suelo.

De vez en cuando gira la vista en derrotero
del horizonte amplio que da la altura al cuerpo,
y admira los detalles que desde el firmamento
se aprecian diferentes y dan sentido a esto.

Aún hay un más arriba de aquel pórtico nuestro
que llaman La Portilla del Crampón, y está lejos…

Todo sobra a las manos desnudas, y los dedos
adquieren la soltura de garfios: recovecos
invisibles al ojo, al tacto son de cielo:
rastrean las fisuras, apoyo son del cuerpo,
palpan donde zafarse del señuelo
del paso facilón que rompería el sueño,
y poco a poco sube con los sabios consejos,
(los dedos son los ojos, no mires hacia el suelo,)
de Paquita, de Blas, de Inés…, y los de Pedro.

Arriba, en lo más alto, solo a un paso del cielo,
ya nada y todo importa, ya nadie está en lo cierto.

Hay un algo que dice que todo es nuevo y viejo,
las rocas imposibles de sujetarse; el viento
que trae aromas vivos; risas; temores; miedos
absurdos donde nadie debería tenerlos,
porque estamos arriba: ¡cima de nuestros sueños!
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martes, 12 de noviembre de 2019

EL ABUELO




Alto Manzanares


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canta la fuente
risa perlas arroja
a la alborada
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SONETO DESNUDO PARA ELLA

porque me vienen grandes los zapatos
porque me agreden las mañanas frías
porque me gusta desnudarla a ratos
y verla cómo duerme algunos días

porque quiere cambiarme los retratos
poner en orden las estanterías
y ocultar sin tardanza algunos datos
que endulzan poco nuestras biografías

porque no sirve ya la lavadora
porque hay tantos sombreros como abrigos
porque en áfrica aún quedan elefantes

porque me besa cuando da la aurora
y me cuelga si quedo con amigos
porque existe un después después del antes

jesús urceloy
julio de 2009
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FIESTA DEL CUERPO DE DIOS: BIO LÓGICA

Celebrar un cuerpo sin cuerpo es ciertamente pecado.

Pido un día para el cuerpo del delito,
el cuerpo presente,
los cuerpos celestes,
el cuerpo Danone:

cuerpo perfecto para la mirada,
carne material, contornos divinos.

Sigo comiendo el yogurt.
Bío, porque creo en la lógica de la televisión.
Trozos de fresa gotean por mis dedos.

Te veo en la mesa, en frente,
y quiero ser el cuerpo del delito.

En cada cucharada,
tu cuerpo presente, deliciosamente bio.

Y cuando me tocas,
siento las leyes que rigen
los cuerpos celestes:

la rotación de la fresa
que me robaste de la boca.

Danone: todos los cuerpos en un solo cuerpo sin pecado.

Manuela Sola de Castro
de Lugar de paso
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EL TRANVÍA PERDIDO   

Caminando por una calle extraña
de pronto oí graznidos,
los sones de un laúd, lejanos truenos:
un tranvía volaba ante mis ojos.

Cómo llegué a montarme en el estribo
sigue siendo un misterio; dejaba
en el aire una cola de fuego
que era visible hasta a la luz del día.

Iba avanzando, tormenta alada oscura,
perdido en el abismo de los tiempos…
«¡Pare usted, conductor,
Pare usted ahora mismo!»

Es tarde ya. Pasamos junto a un muro,
corrimos por un bosque de palmeras
y cruzamos tres puentes, por encima
del Neva, el Nilo, el Sena, con estruendo.

Y apareció un instante en la ventana,
con la mirada nos siguió, curioso,
un viejo pordiosero; el mismo, por supuesto,
que falleció en Beirut un año atrás.

¿Dónde me encuentro ahora? Lánguido y alarmado,
el corazón responde en su latido:
«¿Ves aquella estación donde se compra
un billete a la India de las almas?»

Un letrero… Las letras
inyectadas de sangre dicen «Verdulería».
sé que aquí en lugar de coles
en lugar de nabos, venden cabezas muertas.

Y la cabeza me cortó el verdugo
de la camisa roja, la cara de ubre,
junto a otras, estaba amontonada,
en un cajón resbaladizo, al fondo.

Y ya en el callejón: la valla de madera,
el césped gris, la casa, tres ventanas…
«¡Pare usted, conductor,
pare usted ahora mismo!»

Máshenka, aquí, tú viviste y cantaste,
tú me hiciste, a tu novio, un tapiz.
¿Dónde estará tu voz, dónde estará tu cuerpo?
¿Será posible acaso que hayas muerto?

Cómo te lamentabas en tu cuarto,
mientras yo, con la coleta empolvada,
a presentarme a la zarina iba
y ya no te vería nunca más.

Ahora lo comprendo: nuestra libertad
es tan sólo la luz que de allí brota;
gentes y sombras siguen esperando
a la entrada del zoo de los planetas.

De pronto un viento dulce y familiar:
se lanzan sobre mí detrás del puente
la mano del jinete con un guante de hierro,
las patas del caballo encabritado.

Clavado está Isaac en las alturas,
firmeza fiel de la ortodoxia;
allí por la salud de mi Máshenka
celebraré una misa y un funeral por mí.

Y sin embargo el corazón sombrío
ya para siempre está y cuesta respirar,
duele vivir… Máshenka: No había pensado nunca
que se podía amar y sufrir tanto.

Nikolái Gumiliov (Rusia, 1886-1921)
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5

EL ABUELO

La calma es absoluta. Chirrían las bisagras cuando empujo la puerta chica, salgo, y la cierro con un golpe seco. Las agujas del pino en las rocas suponen un peligro. Lo de los viajes es pasajero. Lo corriente no solo pasa por los cables... Nada; que no aparece. Es como si me evitara… El sol ha salido; sube por Lanchaquebrada, al Este, rompiendo la sombra del Valle en las alturas del Poniente. En la ruta encuentro vacas y becerros; la fragancia del torvisco y del pasto seco, segado por las reses, fascina mis sentidos; rodeo el pino, lo salvo por abajo: cayó sobre la senda, y ahí sigue, condicionando el paso de gente y animales. El sol me alcanza en el atajo de las piedras: me sobra ropa. Desvío mis pasos hacia el pantano, que a lo lejos parece un cuerpo yacente bordeado de cantizales desnudos. Cambio el rumbo hacia el interior sin alejarme del agua: voy hacia la Playa Libre. Cruzo el cauce seco de un manantial, cuyo lecho hozaron  los jabalíes. Avisto el paisaje de la Playa Libre, lunar, marciano: rocas emergen de la arena, del agua, como cetáceos varados o restos de naufragio: el estío deja numerosas dunas a la vista… El espejo del lago replica los bordes costeros, y en el centro una cinta de plata marca el surco del río. Lo hecho de menos. Avanzo por la arena hacia La Gallina, y tropiezo con el otro manantial: aflora a unos cinco metros de la ribera, y su regato verdea los aledaños. Nace de una roca, y está chapoteado de barro y pezuñas. Me desprendo del zurrón y del palo, y acoto con piedras herrumbrosas un semicírculo, obstruyo el canalillo y, poco a poco, se embalsa. Queda un collar muy chulo. Sobre las piedras derramo arena y limo del cauce, lo deposito sobre el collar y se forma un charquito turbio, sucio, fangoso; el tiempo lo decantará. Lo miro en perspectiva mientras me alejo. Quizá mañana beba… Me acerco a la ribera: un chapuzón en cueros, y sigo caminando. A la izquierda leo en una roca: “Playa Libre”. En el desagüe del seco Marjaliza se eleva La Gallina, desnuda: con el embalse a tope solo asoma su cabeza. Enfrente, la Cueva de las Luces: la vegetación oculta su acceso, y lumbreras naturales iluminan su interior. Paso de ella, y de la senda del arroyo; avanzo entre peñascos, huecos y cubículos con trazas recientes de animales, y sigo sus rastros ladera arriba. La espesura encubre huellas insinuadas por un zigzag entre rocas, jaras, retamas, pinos…; taimadas zarzas traban y atrapan en el silencio del monte.
     Ensimismado en la subida, olvido la obsesión por mi Amigo Fiel; no obstante, una evocación intangible nace de la última imagen, y atiendo: “…la nieta apenas era un gorgojo; la visita tocaba a su fin; sin embargo, una palabra llevó a otra, y el tiempo se detuvo. Rompió el silencio, y nos quedamos a escucharlo:
     -Diez y nueve tenía en el 36; era aprendiz en la factoría; salí de la oficina, y caminaba por la calle hacia mi casa; había quedado con los mozos para dar barzones por la plaza; soñaba con verla de nuevo... El ambiente estaba revuelto y las noticias llegaban difusas; apenas había reacción: no se le daba mucha importancia. Una racha de viento hizo revolotear polvo, hojas secas, papeles… y cogí uno de ellos. Coincidió con el paso de un grupo de camisas azules. Me abordaron a empellones. El papel, dijeron, es una octavilla subversiva. Me empujaron a un prado en las afueras, donde había personas de todas las edades; nos cargaron en las cajas de camiones, y nos llevaron a Cáceres. Como animales. Allí encontré a mi padre, y a gente de otros pueblos; nos encerraron en un edificio habilitado para prisión. Los días pasaban, y seguíamos, mi padre, yo, la multitud, en aquel recinto en condiciones inhumanas. Hacinados, hambrientos, sucios. No lo entendía. Había trasiego de presos, unos salían y otros ocupaban su lugar. Sin comida, sin aseos, sin camas… La familia, avisada, traía pan, alimentos, bajo una supervisión soez, prepotente, brutal; el miedo paralizaba cualquier posibilidad de gestión, de organización interna. Éramos prudentes: cualquier palabra podría comprometer nuestra vida. Hablaban de sacas; no sabía a qué se referían, aunque los rumores no tranquilizaban...”
     Hago cima, y salen de estampida. Llego a una minúscula pradera de las muchas que salpican el monte, en la que las vacas aún no han entrado, pues la hierba está alta. Pinos y enebros la aroman y sombrean. Ocultan su acceso rocas, espinos, zarzales, retamas… Cuando irrumpo de la nada, un corzo hembra y su cría trotan sobresaltados. Se detienen en el borde más alejado, entre gamones; vuelven la cabeza, y me miran. Ella lanza un ladrido. Parece decirme: “Qué susto me has dado…” “Lo siento,” le respondo: “No era mi intención…” Reprimo sacar la cámara. Inmóvil en la linde, observo a la pareja, estática. El corzo hembra emite un nuevo ladrido, presumo que de enfado; luego inicia su marcha mascullando por la profanación de su locus amoenus, y se pierde con su cría entre la fronda. Yo me encojo de hombros. Y seguimos trotando por el monte…
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martes, 5 de noviembre de 2019

VUELTAS DE LA VIDA



El Cortijo del Fraile

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ensoñaciones
canta un mirlo celoso
por tu balcón
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HOGAR

Eran lentas las horas como sábanas
tendidas al oreo, las recuerdo,

blancas de luz, de cal, atardecidas,
en un patio de helechos agostados,
ajedrezado el suelo, el cielo rezumante
de crepúsculos, noches que se advienen,

y la mano de un niño que no alcanza la aldaba
de la puerta, la puerta que da al patio,
aquel patio de cal, de luz, de sábanas
tendidas al oreo doliente de las horas,

y que incesante llama a golpe de memoria.

Javier Vela
de “Tiempo adentro”
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VUELTAS DE LA VIDA

Ayer
la vida redonda:

su madre,
tazón de leche,
galletas maría,
jarabe para su tos
y dulces besos.

Hoy
cabe en su mano:
monedas de cinco,
de diez,
lunas negras,
insomnio de pan duro
y vino barato.

Mañana
volverá a su esquina
para extender la mano.

Matías Muñoz
de “un temblor compartido”
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CONTARÉ

No caerá el telón.
Nadie aplaudirá.
Y así dejaré de contar vuestras historias más tristes,
las del amor que no madruga.

Contaré cuando se apaguen vuestras llamas
y la vida que os quede sea el silencio que se esconde entre los dedos.

Contaré vuestras batallas,
y al final
saldré de este escenario en un solo de violín.

Julio Cesar Navarro / 2008
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Un par de HAIKUS, y otros…


en el abrazo, / tus ventanas me miran /  desde la noche

hay cosas que cuando niño nunca entendí
ahora no me preocupan

la honestidad además debe aparentarse

el dinero es la medida de todas las cosas

el reconocimiento es la gran ambición del hombre

actores literarios: los que escribís, los que leemos

duda: ¿qué es poesía? (…) nadie lo sabe, ¡qué suerte!

cuando leía a un fósil actual
dudaba entre la envidia y lo que no quería ser

conflicto: siempre queriendo estar en otro sitio

la confianza es algo que viene y va

el amor es una enfermedad aguda

el amor es una mirada, un roce… luego llanto

presumía de amigos, pero solo eran contactos

equivocarse, follar, es de humanos

la soga camina hacia la casa del ahorcable

las arrugas de un papel nunca desaparecen

indeciso por dónde poner la coma, lo borro todo

en un descuido / como los gorriones / hojas al suelo
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ARENA Y PIEDRA (Leyenda árabe)

Por el ardiente desierto del Sahara caminan dos amigos llevando una pesada carga. En la enorme distancia recorrida perdieron sus camellos y, agotados, van a pié. Un tiempo llevan sin probar bocado. El agua se termina; el sol les quema la piel del rostro; las piernas les flaquean, y el ánimo se apaga. Aunque los dos habían elegido la ruta, Farouk le recrimina a Ramsés haber optado por el camino largo e inexplorado. Su furia aumenta; grita, manotea; profiere un insulto tras otro, hasta llegar a darle una bofetada. Ramsés no dice nada; se queda callado, se sienta y escribe en la arena, “Hoy mi mejor amigo me ha pegado en la cara”.  Farouk queda sorprendido, pero calla. Pasan la noche, aunque ninguno logra conciliar el sueño.

Al día siguiente, cuando retoman su camino, Farouk le pide una disculpa: “Me apena haberte hecho daño ayer. Perdóname, por favor. Para demostrarlo, hoy llevaré tu carga”.  Siguen la ruta y, tiempo después, Ramsés se sienta en la arena, saca su puñal y, con la punta, escribe sobre una enorme roca: “Hoy mi mejor amigo me ayuda a llevar mi carga”. Intrigado, Farouk le pregunta, “¿Por qué ayer, que te ofendí, escribiste en la arena, y hoy has escrito en la piedra? Ramsés explica, sonriendo: “Los errores de nuestros amigos se los lleva el viento de la noche. Cuando amanece y el sol sale de nuevo, ya no los recordamos. Sus pruebas de lealtad, sin embargo, quedan grabadas para siempre en nuestro corazón”.

(anónimo)
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