martes, 23 de julio de 2019

NO TENGAS MIEDO, SOLO ESTAMOS RODEADAS



lecho de arena
caricias reiteran
viento del sur
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LAS DOS CASAS


Tengo dos casas y las dos son tristes.

Una es grande, llena de habitaciones
y un jardín con celindas desgarbadas
que separan tu lado de mi lado.

Por dentro las paredes están sueltas
y tengo que escapar
porque me asusta el derrumbe y su ruido.

Desde mi cuarto
aún se escuchan los pasos,
las canciones, la tele,
las voces, los abuelos,
los chicos, la piscina,
el sillón, el libro, mi soledad,

manos deslavazadas
como si no supieran
dónde está el grifo roto.

La otra casa es pequeña,
solo tiene un salón lleno de libros,
montones de óperas italianas
y un cuarto con la cama
donde dormimos.

El sofá es comodísimo
y allí paso los mejores momentos,
esos ratos pequeños
que lavan la casa de suciedad.

Aquí no se escucha tele ni fútbol,
pero las manos también están torpes,
las mías recogiendo los papeles,
las suyas distraídas con las teclas
de un frío ordenador.

Mis hermanos me dicen
que coja la celinda de una casa
y el sofá de la otra,
y me vaya a vivir a cualquier sitio.
Pero no sé qué hacer.

Marisol Huerta
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NO TENGAS MIEDO, SOLO ESTAMOS RODEADAS.

Cuando leí los versos de Alicia García Núñez (No tengas miedo/ solo estamos rodeadas) fue cuando me di cuenta.
Esa mañana estábamos tomando un té en una terraza de la Medina de Fez. Yo hablaba por teléfono y vi que un chico agarraba a una chica por los hombros y la conducía hacia una de las callejuelas. La chica se reía y decía en español: no, no, que me estás liando. Distraída con el teléfono no pude saber si eran amigos o no, pero me quedé con la mosca. A los cinco minutos ella volvió sola y nos pidió permiso para sentarse en nuestra mesa. Estaba temblando y se puso a llorar. Mi descentrado instinto no se equivocaba. Nos dijo que el chico la había acosado y que intentó llevársela. Tendría unos veinte años y estaba pasando el día sola en Fez hasta que llegasen unos compañeros a la mañana siguiente para seguir camino a su destino de cooperante. La ayudé a meterse en un taxi que la llevara a su riad, del que seguramente no volvería a salir en todo el día. Intenté tranquilizarla: no tengas miedo, le decía, venga, que no pasa nada...
Pero es mentira. Claro que tenía que tener miedo, tenemos que tener miedo, estamos rodeadas. Una mujer no puede pasear sola por la Medina de Fez, ni por las calles de México, ni por una verbena de un pueblo de la meseta castellana, ni por los sanfermines, ni por Cullera, ni por Manresa... Una mujer no puede recorrer sola el mundo sin sentir miedo porque ellos están al acecho, son nuestros depredadores.
La chica de Fez no solo lloraba por el susto, lloraba también porque se sentía culpable de haberse atrevido a pasar el día allí ella sola. Yo también me sentí culpable por no haber reaccionado a tiempo, por no haber salido corriendo tras ella cuando sospeché que podía estar en peligro.
Los hombres que están dispuestos a asustarnos, a hincarnos el diente, a violentarnos, a cualquier cosa... nos impiden tener ese derecho del que ellos gozan: el derecho al espacio, a las calles, a la soledad, a la noche, al viaje, a la aventura...
No tengas miedo
solo estamos rodeadas.

Inma Luna
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La radio comunica novedades
Un rosario de bosta
dejaron los caballos en la senda
las huellas de las vacas
salpican de excrementos las praderas
segadas a conciencia
en la fronda
boñigas esporádicas descubren
el paso de las ciervas invisibles
una trenza de zorro en medio del camino
negras bolitas brillan que dejaron
algún grupo de corzos. Jabalíes
defecan mientras hozan
detrás de unos arbustos me acuclillo
hago lo propio, dejo mi montón…

no entiendo qué pretende nuestra izquierda.
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martes, 2 de julio de 2019

Y POR QUÉ…


Cadalso en llamas
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aurora pinta
rosas en la mañana
nacer cantando

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ALGUIEN CANTA

Para Julio César,
poeta de mi “generación”


Hoy cantan potas en la colina
una canción de viento,
una canción que llora
y tú estás saliendo del escenario
haciendo un triste solo de violín.

Perlas de lluvia lavan mi cabeza
porque de mi ducha sale agua sucia.

y me alimento de rosas del cielo
del color de un amanecer extraño,

te imagino paseando en el Bronx
con el amuleto que te colgué,

te imagino nadando en ese océano
que alguien olvidó poner en el mapa,

y acabando las letras de tus pasos,
despierto. Así te imagino hoy.

Y te quiero, amigo,
comprando once murmullos
por casi nada.

Marisol Huerta
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Y POR QUÉ…

Y por qué si pensabais que la vida es sagrada…
Y por qué si jurabais que dentro todo era…
Y por qué si soñabais una mejor manera…
Y por qué si gritabais repudiando a la nada…

Y por qué si luchasteis contra el fin de la nada…
Y por qué si vencisteis para cambiar la era…
Y por qué si creasteis diferente manera…
Y por qué si forjasteis aquella ley sagrada…

En la mesa la sopa de pan y de tomate
soltaba sus vapores sobre la noche fría.
Las preguntas sonaban a firme jaque mate.

Los mayores callaban, sus ojos en la umbría,
buscando en la salida al menos un empate,
cuando la madre dijo: ¡come ya, que se enfría…!

Pb/2019
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LA BALDOSA

Con la mayoría de edad reciente, su empeño inmediato fue sacarse el carnet de conducir, y en poco tiempo lo consiguió. Sin un porvenir decidido, aún pendiente de su formación académica, ansiaba ponerse al volante de cualquier cosa que tuviera ruedas, descartando un coche de feria. El temor atenazaba a los padres. “Ten cuidado,” le decían cuando salía con los amigos recordando sus propios pasos; y sus palabras de entonces se les volvían presentes, cuando él repetía exhibiendo el carné con comentarios sobre su control y avezados conocimientos…

Una vez que, a modo de comentario, sacaron los padres a colación sus andanzas sobre sucesos, sustos y riesgos que habían vivido al volante, prodigándose al alimón en quién había forzado más a la suerte, él se vio envuelto en la necesidad de intervenir, y contó que, en su breve experiencia, ya se había visto en situaciones chungas, la mayoría de las cuales por conductas ajenas, lo que les preocupó aún más.

La madre tragó saliva. Se levantó fingiendo una ocupación perentoria, y se fue a trastear a la cocina. Cuando regresó a la sala, el padre seguía sermoneando sobre la responsabilidad, la asunción de errores, etc., en un tono entre comedido y tímido, evitando parecer demasiado condescendiente, o innecesariamente duro… El hijo respondía en ese momento que quién no comete errores, cayendo en la tentación de rememorar situaciones complejas advertidas en sus propias vivencias de viajes familiares, señalando, sin nombrarlos, a ambos progenitores, asumiendo que él mismo sabía que no estaba libre de ellas…

La madre, que regresaba en ese momento, traía un plato llano y, rodando dentro, un huevo fresco… Guardando el equilibrio del redondel, en pié ante ellos, dijo dirigiéndose a ambos:
-¿Recordáis la baldosa de la casa de la abuela…?
–Sí. Algo se le cayó en el arranque de la escalera, y le rompió una esquina… eso entendí que sucedió hace… -replicó el padre.
–Pero eso es dejadez. Si lo hubieran cambiado en su momento, ahora estaría como si no hubiera pasado nada…
-Tienes razón, hijo. Tu abuela, un día, en unas circunstancias parecidas a esta, me dio esto –y señaló el plato con el huevo. -Y me dijo: “toma, hija, y llévalo a la cocina.”
Y cuando pasé a su lado, se apartó, pero no lo suficiente, y tropecé con su brazo, no sé si de forma involuntaria por su parte, un roce muy leve, pero suficiente como para que el huevo rodara hacia el borde del plato, y al inclinarlo en sentido contrario se saliera; y por cogerlo al aire solté el plato, y los dos se hicieron añicos; y rompieron la baldosa… Luego, sin levantar la voz, me dijo:
“-No ha pasado nada. Anda, hija, recógelo, pon el huevo en el frigorífico, y el plato en la alacena…”
Yo le dije:
-“Pero madre, ni el plato ni el huevo pueden aprovecharse, todo esto va al cubo de la basura, tenías que haberte apartado para dejar que yo pasara…”
-Y por supuesto, todo fue a la basura; y jamás consintió que se cambiara la baldosa.

Pb/2019
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