miércoles, 24 de febrero de 2010

Locus iste


el cuenco de mis manos
es el lugar de mi tristeza

mis dos manos adultas que se pierden
en la niñez aromas ruidos noches
recuerdan las canciones que mi padre
cantaba sin saber que en esa voz
iba trazando su memoria nuestra

tal vez de caminar junto a mi cuerpo
de coger cosas
se hicieron fuertes
tal vez de romper horas y bolígrafos
se hicieron disimuladamente fuertes
y amaron
lo que pudieron
lo que sabían
las horas los bolígrafos
la fruta los regalos infantiles
los libros y la música encerrada
los timbres y las puertas
la ternura

amaron
de una mujer
su abrazo

con su cadáver con su máscara
con su desnudo débil su alegría
y su grito final
vencido
seco

estas manos vivieron
en una ciudad vieja
en una casa pobre
en una habitación
una cama un armario una mesilla
y un poco sólo un poco
de cielo prometido

de aquel cielo imperfecto que pasaba
tras la persiana sucia por el patio

mis manos son ahora
su espalda suelta a golpe
de luz dormida junto a ella a salvo
de pisadas a salvo del rencor
en un borde del suelo

hacia el lugar de toda esta tristeza


© Jesús Urceloy 2010

martes, 23 de febrero de 2010

Elegía Humilde

por Jesús Urceloy
Para Juan Córcoles (1953 - 2003)
Septiembre de 2003.


Mi amigo Juan,
Juan Córcoles,
que tal vez fue poeta...
con quien jugué a ser hombre
y me enseñó las tretas
de la vida,
a colarme en el metro,
a jugar con apuestas,
a mirar con dulzura romántica a las guapas
y cínica renuncia a las mujeres bellas,
que me enseñó
esas
cosas
que no se aprenden en ninguna academia,
se me ha muerto.
Hace poco.
Muy poco:
cuando ya no existían edad ni diferencias.
Y llevo haciéndole un soneto desde entonces
que no acabo jamás, que no me llega,
al que le falta ya desde el principio
esa
primera
letra.
Sé muy bien de qué va,
tengo la idea
bien ajustada, sé cómo concluye:
-unas palabras suyas que siempre repitiera-,
sé dónde irán los ritmos,
-probablemente
en segunda y con seguridad en sexta-,
y hasta la consonante
huirá de verbos fáciles, de adverbios, participios,
de plurales de mórbida osamenta:
que en el primer cuarteto irá su vida,
en el segundo una insufrible espera,
y en el primer terceto una pregunta
que en el último verso se contesta...
pero no puedo,
no puedo,
no sé qué pasa
no

qué no me deja...

Tal vez no haya llorado
de manera correcta
a la usanza de todos, con el pañuelo blanco
de todas las tristezas,
y la camisa sucia y arrugada
de las noches en vela...
No sé qué pasa, no sé porqué no rompe
dentro de cada casa esta tristeza,
por qué sigo leyendo
libros, versos, relatos y novelas,
por qué como, me ducho, hago la vida
desordenada que mi caos inventa,
y acudo a mi trabajo como siempre
y sueño como siempre que ella llega
y me dice: yo soy
tu brisa nueva...
Mi amigo Juan se ha muerto
este verano imbécil,
y el poema
no dice nada más,
se para un poco,
y un poco más
tarde
se cierra.