martes, 28 de enero de 2020

No pasa nada.




piedras, pedriza
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binomio fantástico:

montaña y rosa
dilema indisoluble
de Monterroso

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LO RECONOZCO

Debo reconocer que quizás no estés en el sitio justo que mereces: ese que nunca desocupo.
Debo reconocer que quizás no te necesite de esa manera tan violenta de los animales que jadean miseria, aunque yo sea uno de ellos.
Que quizá esto sea otra cosa más tranquila propia de aquellos a los que les cansa más una sonrisa que la propia vida, aunque yo sea uno de ellos.
Debo reconocer que no le pongo ni puertas ni ruidos ni alas a este amor que a veces nos espera tras la puerta y otras se lanza con violencia sobre nuestros cuerpos desnudos.
Debo reconocer que no tengo miedo: sólo heridas.

de Elvira Sastre. 
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ESTAS COSAS SIEMPRE SUCEDEN DE REPENTE

No pasa nada. Ella está
en un expreso con dirección
a Barcelona, y yo aquí,
en mi mesa de trabajo, escribiendo
estos versos. Hace apenas dos horas
que se ha ido. Mañana
charlaremos por teléfono.
Sobre la tele, su espléndida sonrisa.
No pasa nada, como digo.
Y, de repente, no sé qué hacer
con tanta soledad.

de Karmelo C. Iribarren.
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LOS CUERVOS

Sabías que los cuervos me acechaban
y por su arrogancia mi desnudez cubriste con tu /sombra,
tiempo sin luz,
solo noche y silencio donde insinuar sus alas y mis /miedos.

Sabías de las lágrimas de arena
y unos surcos hundiéndose en tus huesos y tu piel,
árbol sin cuerpo,
sólo raíces y ramas donde remar rencores y recuerdos.

Sabías que los cuervos me engañaban
y por su desprecio anulaste con tu sueño mis sentidos,
luna sin mar,
sólo vaderas y ríos donde vadear mi llanto y sus /vuelos.

Vienen los cuervos indolentes destrozando la tristeza,
y siento la negrura de su brisa
en el horizonte que ensombrece tantas dudas, /silencios…
y las palabras osadamente brotan hasta clavarse
muy despacio en mis uñas
y con ellas arranco sus alas para no soportar ya más la /sombra.

Sabías que los cuervos se marchaban
y por su camino hacia la muerte trazaste un mirador.

Ahora,
de nuevo abro los ojos;

veo el cielo.

de Mercedes Amodeo
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MADRE

Dentro de nada,
cuando me den permiso
las estúpidas fieras de mi tiempo,
cumpliré una palabra que nunca me pediste.
Te llevaré a París.
Porque tal vez, entonces,
en los Campos Elíseos
o en las aguas del Sena,
con Notre Dame al fondo o con la Torre Eiffel,
veré de nuevo el brillo
más joven de tus ojos,
la luz adolescente
que baja del tranvía
con bolsas y comercios y saludos
y poco más de veinte años.
Hoy te recuerdo así,
como los días sin colegio,
bandera hermosa de un país difícil,
lluvia delgada de los sábados.
Nunca guardaste mucho para ti.
Ni siquiera una noche,
una ciudad o un viaje.
Tu tiempo se sentaba en nuestra mesa
y había que partirlo como el pan,
entre tus hijos y tu miedo.
Seis veces el temor
a que la enfermedad, el vicio o la desgracia
se quisieran sentar en nuestra mesa.
No vayas a salir, a dónde vas ahora,
hay que tener cuidado
con los amores y las carreteras,
deja ya la política
o la gruta del lobo.
Y sin embargo
lo que no te atrevías a pedir
duerme en el corazón de cada uno.
Porque el amor se hereda
como un abrigo sin botones,
y a mí me gustaría acompañarte
por los pasillos del museo,
más obediente y repeinado,
para encontrar en la Gioconda
el sueño y la sonrisa
de un carné de familia numerosa.
Te llevaré a París
o a la ciudad que duerme
en la taza de té de tus meriendas,
con tu cristalería
de familia burguesa
y más aspiraciones que dinero,
con tus dientes manchados de carmín,
con tus estudios de Filosofía
y Letras, je m`appelle
Elisa, j`ai cherché
la lune, la mer, la vie,
la pluie, mon coeur,
y todo se interrumpe.
Sólo somos injustos de verdad
cuando sabemos que el amor
no pasará factura.
Pero el cauce sin agua
también puede llegar a desbordarse,
como los ríos de Granada,
y a tu lado me busca
esta vieja nostalgia de ser bueno,
de no ser yo,
de conocer al hijo que mereces.
Te llevaré a París. En mi recuerdo
has aprendido algo
de lo que te olvidaste en la vida:
pedir por ti, andar por tus ciudades.

de Luis García Montero
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16

Las guerras de los generales

Desde la distancia, las piedras son una muralla que se baña en el agua, se sumergen como en un espejo; en él se miran las costas y la arena escalonada en estratos por la paulatina bajada del nivel del pantano; en el borde húmedo, las pezuñas de los animales trazan rastros que bajan a beber. Arena y piedras emergen del estiaje: laberintos, callejones, sombras… El sol calcina las entrañas del pantano; entorno los ojos, e imagino pinos, enebros, alisos, matorrales… dominando la ribera del Alberche.
      “Las guerras las ganan los soldados y se las atribuyen los generales…”
      Avanzo hacia el bosque. Decido subir la ladera, y cruzo el secarral. Camino hacia La Gallina. Un hombre merodea por la arena. Creo que me ha visto. Voy hacia él. Está lejos; camina hacia mí. En un momento dado, da media vuelta y regresa sobre sus pasos. Le sigo sin intención de contactarle: desaparece por el arroyo, que no pienso tomar. Nuestros caminos divergen: yo sigo ladera arriba, y nos distanciamos. La subida es dura, vertical, y las cimas se multiplican en el cerro. Busco huellas entre la vegetación. Las rocas forman cuevas. Desisto. Vuelvo sobre mis pasos. Ensayo otro… El rastro es reciente. Las huellas desplazan tierra y se hunden, debe ser un animal grande. Las zarzas defienden cada tramo con furia de batalla. Echo de menos un machete, o… la podadera. Hay excrementos frescos, calientes. Está cerca. Me veo forzado a dar un rodeo, no hay salida. Retrocedo. Asciendo por otro rastro. Sé que hay un “bajadero de troncos”, que no quiero tomar. “…inminentes movimientos de tropas francesas alertaron al Mando...” Me desvía el sendero: baja, y no me interesa. Busco otro que ascienda. Lo sigo, y parece que no tiene salida. Hay que salvar una losa. Los ciervos la saltan, y se pierde el rastro. Salto, y más allá lo retomo. Hay otra cueva. Arena removida en ella me dice que la frecuentan. Si hay entrada, hay salida. Pero no la veo. Avanzo despacio. “…en 1809, todo el territorio era campo de batalla…”    Temo encontrar alguna sima. Saco fotos. Me aupo a una roca oblonga, y la encuentro. Saltan para entrar y salir. La salida se complica: un bosque de retamas cubre lo que dejan libre las piedras, que sobresalen a lo alto. Apartarlas no lo soluciona. Tengo que reptar. “…el paso del Tajo en Albalat, con un ojo del puente roto para dificultar el movimiento de tropas francesas, había sido restablecido con un puente de barcas, y defendido por el Fuerte Ragusa…” Unos pasos, y se aclara un poco. Me muevo como en un tablero de damas, haciendo quiebros, en zigzag, atento a la casilla ventajosa. Se ve fácil, pero las plantas son muy rígidas. Por fin dejo atrás las retamas, y me veo en un cuadrito limpio, acotado por zarzas. Vuelta a empezar. “…en el Mando Aliado, deciden romper el paso del Tajo, eliminar el Fuerte de Ragusa, destruir el Fuerte Napoleón de forma inmediata…” Estudio alternativas, y me inclino por unas piedras que parecen puertas. Para alcanzarlas debo salvar las zarzas. “…el general dispuso la estrategia: atacar la torre de Miravete, el Fuerte Napoleón, y destruir el puente flotante...” Las ataco, y las alcanzo. A la izquierda y al frente, las zarzas tienden una tela de araña perfecta. Me veo prendido en medio del monte. A la derecha hay un resquicio, en el que yace un largo tentáculo de zarza. Se complica porque está sobre un tronco seco, podrido, y ocupa la canal: una hendedura entre dos piedras oblongas. Me decido por ellas. El tronco se deshace bajo mi peso; la zarza muerde la bota y los pies se retuercen entre las piedras. Salgo airoso. Hasta la tercera zancada. Las huellas hacen que me plantee qué hacer frente a las zarzas que cierran el corralito de rocas. Los animales salen, ¿no voy a poder yo? Aparto lo que se deja apartar, las junto con el palo en un racimo y se prenden entre ellas. Y me tiro al suelo, salvando los dos metros de la forma más incómoda que pueda imaginarse. “…y envió dos Brigadas de Fusileros hacia Mitavete y el Fuerte de Napoleón, y la Brigada de Cazadores para hundir las barcas. La Bigada de Cazadores debía cruzar el monte por el Puerto de la Cueva durante la noche para caer sobre el puente de barcas y el Fuerte Ragusa al amanecer. Había luna nueva. Cada dos soldados portaban una escalera para el asalto. El monte era muy escabroso, y no se veía nada. Llegaron al río dispersos, cansados, llenos de arañados y con la ropa desgarrada: no había agrupados más de los dos que portaban escaleras. El general reagrupó la Brigada, y ordenó actuar de inmediato: destruyeron el puente, atacaron el Fuerte Ragusa y el Fuerte Napoleón, y pusieron en fuga a sus guarniciones, haciendo numerosos prisioneros con muy pocas bajas. Fue la gesta más audaz de la guerra de la Independencia...”
      Desde ahí el camino está expedito. Una vez recobrada la vertical, sigo adelante ufano y satisfecho, por la Senda del Búho, preguntándome si esa hazaña relatada por mi Amigo Fiel es un reconocimiento a mis trabajos por el monte, o un sarcasmo…
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martes, 21 de enero de 2020

SONETO LÚBRICO





foto de Fran García
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TU CUERPO SIEMPRE CÁLIDO

tu cuerpo siempre siempre
siempre tu cuerpo cálido
tu piel la más jugosa sin embargo

el misterio me amiga hacia el abismo
loca desesperada contenida fluyo
voy hacia la catástrofe
atragantada desmelenada pensando
descifrar el bolero que dice que sirvo para algo
que una flor en mi pelo es algo serio pero
detrás de cada beso juega un hueco – horror
donde se pudre lo que la historia jodió con tanta cosa
devoro estrellas
los dioses establecen su pauta –el labio
lucha a su muerte –violento– con la sombra
no importa
sigilosos chapoteando cercando el fuego en celo
acechantes de la fiera del miedo apareando el acoso
buscamos la caricia la dulce metedura
conjuramos:

¡Aquí tu cuerpo-tú!
más caliente que nadie más jugoso revueltos y fogosos
sabios desesperados mojados
ávidos hasta no poder más sobándonos
sacudiendo las entrañas resbalando
nos movemos nos venimos mirando hondo
espantando fantasmas
descifrando el bolero
esperando el milagro.

Allí está la alegría
que se retuerce intensa en la tristeza
en un rayo de sol desesperado
que se cuelga obstinado
entre las ramas retorcidas, viejas,
de los árboles negros;
de flamboyanes negros, con recuerdos
de sangre caída;
coagulada de pétalos,
al borde del barranco,
silencioso y cuajado de murmullos.
Allí está la alegría,
resbalando constante por las ramas
opacas y sombrías
y cae, ya fatigada,
cansada de luchar contra las sombras;
arropada de lágrimas…

Angelamaría Dávila (Puerto Rico, 1944-2003)
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SONETO LÚBRICO DE ENTRENAMIENTO AL ANTIGUO MODO.

Me llamé y te incendiaste de mirarme,
te llamaste y tu fuego me sostuvo,
nos llamamos y el humo que nos hubo
dejome ardido y chusco de incendiarme.

Me saliste y yo hice por entrarte...
No quisiste y de no entrarte salime
y quedeme metido en el dirime
de entrarte y no salirte sin tocarte.

Si me llamo y me salgo por amarte,
¿qué no haré si al tocarme y sopesarme
te encontrase ante mí toda dejada?

quizás vaciarme entero, hermosa amada,
y luego lentamente desllamarme
mientras me agoto en el desensartarte.

Luis Felipe Comendador
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NOTICIA

Solo tiene dieciocho años.
Vengo enseguida mamá, cinco minutos.

El frío recorre los portales
en los atardeceres,
las farolas parpadean
y el reloj duda cómo seguir adelante.

De sus guaridas salen a la superficie
los jóvenes instintos,
dejando un rastro de vómitos y sangre.

Sombras, cuchicheos y sollozos.
¡Nada!
Los perros rastrean entre los juncos
de las aguas oscuras de los ríos.

Solo tenía dieciocho jóvenes instintos.

de Ángeles Chozas
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15

La tormenta

La tormenta eléctrica, en las últimas horas del día, no presagia nada bueno. Bueno, sí: un respiro para las temperaturas si acaba en agua. Los truenos, justo encima de la caravana, son tremendos, y azaroso salir a ver qué pasa: el temor a los rayos y posibles incendios embarga el ánimo de todo el camping. Con las primeras gotas, el martilleo en el tejado metálico augura el rápido paso a lluvia generalizada, y con el granizo se hace ensordecedor. De la pequeña superficie de la cubierta empiezan a correr ríos de agua. Radio y tele pierden la señal. Decido salir para ver el fenómeno, y pongo a cubierto herramientas y utensilios cuya conveniencia pasa por resguardarlos del agua; dejo un paraguas a mano; observo cómo se empapa la tela del cenador; compruebo que la rafia aguanta, así como la firmeza de sus cuerdas y que a ningún elemento (avance, cocina, parasol…) afecta la tormenta.
      La noche es movida: el aparato eléctrico se mantiene; me niego a salir del nido para ver los efectos del aguacero, que golpea la cubierta de aluminio con la furia desenfrenada de los meteoros, produciendo un ruido atronador. No es la primera vez, me siento seguro en el inevitable duermevela.
      La mañana se presenta fresca, diáfana, luminosa; sin huellas de agua en el suelo, aunque el camping sufre algún estrago: la tierra sedienta la acogió con fruición; puedo comprobarlo en el paseo que, aún antes de que el sol salte Lanchaquebrada, inicio de inmediato.
      Es un gozo la tibieza del ambiente, el cielo limpio, el aroma de la tierra mojada, de las plantas…; los resecos palos de los gamones parecen rejuvenecer; el amarillo de la hierba verdea; los líquenes y musgos de las piedras resplandecen; las zarzas lanzan sus espinosas ramas sobre el camino; se yergue el endrino, la retama, el helecho; brillan las jaras al sol, y hasta la hojarasca de agujas de los pinos que alfombran el monte se ven esponjados. Inspiro, y el aire sabe distinto. Bajo al puente de la garganta que, por supuesto, no se ha inmutado: apenas un hilillo la justifica; busco la senda borrosa hacia el Mirador de las Víboras desde los rápidos del arroyo. Desde el Mirador, desoyendo el más elemental sentido de prudencia, trepo a la cima del Cerro. Descubro lo resbaladizo de las rocas húmedas, las trampas de las plantas expansivas, la seriedad de los pinos, inalterables, y vistas que ponen a mis pies un mundo inabarcable, limitado por la Sierra de la Paramera, al fondo; abajo el Burguillo, inmenso lagarto espatarrado de un azul turquesa contenido en el borde costero resplandeciendo al sol; y arriba el Pozo de la Nieve y el Pico de Casillas.
      Emprendo la bajada, y siento su presencia. Pienso en recriminaciones, de modo que me dispongo a soportar el chaparrón; e, intentando descifrar su discurso, apenas me ocupo de dónde piso. “Muchas personas” dice, “se quedan fuera. Debería haber más para evitarlo. Allí son felices, normales... a mí me sorprenden. Plantean objetivos que nunca se me hubieran ocurrido, con una clarividencia espectacular. Somos un equipo, pero por la noche están solos. En mi casa de acogida viven siete. Son muy responsables. Se organizan entre ellos para las funciones domésticas y la convivencia. Nosotras les servimos de apoyo. Dos trabajan: madrugan y se buscan la vida para desplazarse. Tres superan los sesenta, y a esa edad están mayores. Me preocupa su futuro… Administramos su dinero: hay una caja común, y se lo damos cuando nos lo piden. No permitimos que salgan sin pasta para gastos corrientes, un refresco, un café, el transporte… suelen pedir que les acompañemos cuando tienen que ir de compras: ropa, calzado… nunca hemos tenido problemas. De los otros dos, una es chica, cercana a los cincuenta; el otro supera los cuarenta. Se organizan bien. Nos quieren mucho, y nos lo demuestran: somos su única familia. Hay muchos y diversos casos. Unos se quedaron solos, y de otros se desentendieron los hermanos cuando desaparecieron sus padres. Por eso digo que debería haber más casas como esta para ellos. Detrás de cada uno hay una historia dolorosa, de marginación, de desprecios, de rechazo; en el peor de los casos de abandono, de abusos. Cuando los tratas como personas, son las mejores personas del mundo. Una sobrina de la chica quiere saber de ella. No se conocen. La chica lo rechaza. Cuando se quedó sin padres, los hermanos la abandonaron. Ella era muy niña. Tres días estuvo en la calle. La encontraron los municipales acurrucada entre basura…, y la llevaron a la Institución de Apanid, en Prado Acedinos. Lo pasó muy mal, y no lo olvida.
      -Chica, -le digo-, tu sobrina no te abandonó, fueron su padre y sus tíos…
      -Tunn no sabess lo loc qué hee pasando yo… nnno quiiero saaaber nnaada de ellos.”

      Una nueva incógnita se abre cuando me deslizo con cautela por la ladera, en busca de una senda conocida. ¿De qué género es mi… Amigo Fiel?
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martes, 14 de enero de 2020

VOLAR




Tras la puerta cerrada
que nadie ya traspasa,
ramas entretejidas
han robado el camino
que ayer fue nuestro.

Reclamé tu presencia,
la memoria,
el tiempo,
la quimera
y el ansia
de sentir tu calor
y agonizar
entre el remolino blanco
con olor a lavanda.

Y despertar creyendo
que soy adolescente.

de Ángeles Chozas
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ser o no ser
sucede o no sucede
en el instante

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VOLAR

Volar como pájaro,
¿Por dónde? ¿Hacia dónde? ¿Por qué?
Posarse un instante en las ramas,
y, volar otra vez.

Ir en pos de otro cielo,
de otro Dios ir en pos;
mas, después de apagado ese vuelo
no alcanzar ese cielo,
ni siquiera el consuelo
de encontrar ese Dios.

Y pasar solitarios y errantes,
sin fe en nuestros pechos,
sin techo,
ni hogar.
Con la eterna quimera de cantar,
siempre adelante;
de saber que podemos,
si queremos
volar.

No vivir en un sitio:
esperar la mañana en un valle florido;
cuando venga la tarde estar lejos del nido,
y volar
por el mar...

No pensar más en la vida,
sentir el pasado cual un yermo vacío,
no llorar las nostalgias de la fe destruida,
ni sentir más tristezas si en invierno hace frío.

No vivir la misma hora en un día,
cambiar de facetas como el prisma de Inés:
cantar hoy la pena más honda y más fría,
cantar enseguida el placer más fecundo:
cantando la pena primero,
que venga el placer un segundo,
después.

Volar como un pájaro.
¿Por dónde? ¿Hacia dónde? ¿Por qué?
Posarse un instante en las ramas,
y, ¡volar otra vez!

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APILAD LOS CADÁVERES

La memoria murmura los nombres olvidados de las cosas,
los paisajes que fueron arrasados por las constructoras
y aquellos espacios que alguna vez parecieron vacíos…

pero hay gente que existe
y baila
y llora
y sueña
mientras escribe solicitudes
para ocupar los espacios que parecen vacíos…

El lugar de la huella no es de nadie,
pues el tiempo macera su venganza tranquila
y deja que la vida consiga ser rumor
y no otra cosa…

luego,
la muerte avanza,
siempre avanza,
y lo hace con sus pancartas viejas,
como manifestándose,
con sus gritos ajados para arengar al hombre…

tú eres la más elevada criatura,
el perfecto, el sublime, el que ocupa los tronos,
el fuerte, el que razona, el que conmueve,
el capaz de cualquier heroísmo,
el que contiene el genio y lo administra,
el que encuentra la gloria,
el que domina todo cuanto mira,
el que administra el espacio y lo somete…
pero el tiempo no es tuyo…

La muerte avanza,
y ríe,
pues sabe que la tetera permanecerá junto a las tazas,
que en Londres lloverá
y hasta la mancha que cayó en el cemento podrán sobrevivirte
sin tanto alboroto como tú levantaste…

Apilad los cadáveres,
porque yo soy la hierba y necesito abono.


14

O bella ciao

El traje tucci gris cobalto; zapatos martinelli; camisa de muaré; gemelos de oro; corbata ascot azul a juego; negros guantes de piel sobre la mesa, junto al sombrero traveller de fieltro; raya intachable de su pantalón…; última planta del edificio, quimera de moqueta sumigram, frente a un cristal que llena la pared.
Con gafas de sol morgan, contempla los magníficos paisajes. En su atalaya siente el dominio de las panorámicas del mundo de sus complejos negocios. Le abstrae el exclusivo espacio, y crea sutilezas para embrollar oscuras industrias lucrativas; define tácticas; imparte decisiones seguro entre las nubes y guardianes. Como el General con su Estado Mayor lejos del frente, dirige mis veladas ofensivas…

O bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao…

En el suburbio, a pie de calle, elevado en la caja del camión, se alza el capataz. Le rodean hombres y mujeres silenciosos, la boina o el pañuelo en la cabeza; las manos desnudas; la mirada fija en su tribuna. Pelean por la primera fila; se apretujan como una piña; disputan el lugar que ocupan, y observan su ademán en lo alto del improvisado estrado de cada día. Esperan sus monosílabos. Su mirada sobrevuela la muchedumbre, y dice: tú, tú, tú… no hay pa más. Caras de decepción, de tristeza, de rabia, de hambre, se dispersan como humo de paja en el estío: cabizbajos, arrastrando los pies, dubitativos; el rumbo tornadizo, unos van hacia el bar, por si les fían; otros a casa por si les llamaran; los más rondan las calles a buscar, a ver si cae algo, a esperar un mañana…

O bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao…

Un ejército de precarios en furgones, bicis, ciclomotores, invade las calles en la ciudad. Trayectos cortos, truncados por paradas presurosas. Siguen un Hilo de Ariadna programado roto constantemente como en el juego del Hilo Cortado al que jugábamos de niños; llevan el drama de la subsistencia, de la delgada línea roja de la vida en la yema de los dedos: llaman al timbre, insisten porque de la respuesta depende su eficacia. Hacen la entrega con sonrisa encantadora, falsa; y pensamientos de impotencia, de odio dirigido a… quién sabe. Retoman el cabo, van a otro lugar, a otra llamada, a otra premura, a otra sonrisa, a otros pensamientos de odio y eficacia, y empiezan sin fin. Tensión en el estómago, punzada en las músculos, angustia en el deseo: que esté, que no falle, que cumpla…, y a la Central, a cargar nuevos pedidos; devoluciones, malas caras, sonrisas falsas, pensamientos de impotencia, de odio…

O bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao…

Estamos todos, yo al calor, la calle abarrotada, somos muchos, si votamos ganamos, coreamos consignas, nos miramos de reojo, aprendemos de oídas, convencidos, por simpatía como explosión de dinamita, contundentes, todos a una, vociferamos, cantamos, gritamos, contra el Paro, contra el Trabajo Precario, contra los Fraudes de Contratos Laborales, contra los Falsos Autónomos; contra la Ley Mordaza, contra las Mentiras de la inseguridad, contra el Miedo; contra la Incriminación de los Inmigrantes; contra La Pobreza; contra el Cambio Climático, contra la Deforestación del Amazonas; contra la Discriminación de la Mujer, contra el Feminicidio; contra el abandono del Estado del Bienestar, contra la Privatización de la Sanidad, de la Educación, de los Servicios Públicos; contra la Publicidad de Casas de Apuestas; contra la sombra sobre las Pensiones; contra el Precio de la Luz; contra la Bajada de Impuestos a los Ricos… coreamos las Pancartas; a los Animadores, a los Cantantes; aplaudimos a rabiar cuando leen el Manifiesto…, y la Mani se disuelve sobre el asfalto en un lánguido y deshilachado abandono…

O bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao…

Me alejo tras un grupo, me dejo llevar. Entran en un bar abarrotado, yo detrás. Echan un trago, birras, bravas, una de jamón, y yo también; los sigo a un botellón, dejan tibio el asfalto; vagabundean con minis, y en las calles los tiran; acaban en una casa, pizzas, baile.., y yo con ellos; hablan del Black Friday, sus compras, amazon, instagram; juegan, beben, ríen, hablan… llenan bolsas, las tiran entre risas, la acera estercolero; yo me alejo cansado, busco donde pasar la noche, olvido los motivos de la Mani. ¿Cómo cambian el mundo los sin techo…?

Calla y ¿me observa? ¿Espera mi reacción? Terca, una voz repica lejana: Stamattina / mi sono alzato / o bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao…
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martes, 7 de enero de 2020

CARTA DE LOS REYES MAGOS


Carlos Gorrindo
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POEMAVUDÚ VII

Saliva azul goteo   en el ojo del tiempo
Las uñas crecen como ciudades descontroladas
La distancia hasta las afueras hace temblar
las uñas en las paredes de cal blanca el mundo
haciéndose cactus para nosotros
Una pesadilla de botellas rotas que solo calma
Un sonajero de semillas
El perro lame la mano que da cuerda
la mano que sostiene la cometa del tiempo
El tiempo que muerde
Acaricias la mano que muerde

de Víctor M. Díez (España, 1968)
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El invierno trae recuerdos
y zapatos con días rotos,
nostalgia gime en el plato
y la mañana tirita.

Un cuchicheo de voces
a los que nadie hace caso
se desprende de las mesas.

Arroja la tarde fuego
sobre unos ojos sin llama,
confundidos en la puerta.

Las manecillas se paran
y, en un instante, sucede:
las miradas se confunden
al azar de una sonrisa.

Atuendo de caramelo,
corbata de seducción
para endulzar la jornada,
sentidos sin pensamientos
osados para volar…

Y la espuma del deseo,
un viaje sin retorno,
en la cerveza se ahoga.

Una voz rompe el encanto:
-¿Ha terminado?- Regreso
al tiempo que se marchaba,
y en el cruce de caminos
las palabras quedan mudas…

La ciudad sigue, deprisa,
con su agenda programada.

Para los sueños no hay tiempo.

de Concepción Serna
SONETO XXII

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la fermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no facer mudanza en su costumbre.

Garcilaso de la Vega (España, 1498-1536)

CARTA DE LOS REYES MAGOS

“Queridos Reyes Magos…” No. Esta no es la tuya. “Hola, Tronkis…” Esta, esta es la que nos enviaste. Tarde, pero llegó. El carbón lo tienes asegurado. Hay otro asunto previo que queremos tratar: debes actualizar tu lista de destinatarios: nuestra dirección es LAPONIA, y en tu carta ponías La Conia… Por eso llegó tarde.

En cuanto a los regalos que pedías, ya estaban todos en camino y no pudimos rectificar. Como bien sabes solo somos tres desde el siglo III y ahora hay muchos más niños: el Oro no llega, el Incienso nadie lo pide y la Mirra es para los muertos. Recuerda la Masacre de niños que provocamos…

Es cierto que Repartimos solo desde el siglo XVIII, (empezamos en Alcoy, donde la fe es infinita…), o sea hace 300 años, y fue en el año CERO, (1700 antes,) cuando nos inventaron para Esponsorizar al Niño que nació en la Cuadra. Fue posterior nuestra conversión en Reyes para dar sentido al Producto. Te recordamos que somos Sabios, palabra interpretada como Mago in illo tempore; lo mismo que nos hicieron “Reyes” para reafirmar que visitábamos al “Rey de Reyes”.

Una vez consolidados no nos queda otra sino seguir con el invento o, como decís, la Tradición.

Consideramos y perdonamos tu incredulidad, porque somos Magos y Reyes, o sea Magnánimos. Hemos dado respuesta a tus peticiones de la mejor forma que sabemos: en tu portal verás la entrega de amazon…

Por cierto, qué buena la cerveza, los turrones, el vaso de leche; la hierba para los camellos; lástima que se te olvidara ponerlo.

Sabemos que todo será del agrado de sus destinatarios: entre otras cosas, porque no queda otra.

A pesar de todo os queremos.

Un abrazo de

Melchy, Gaspy, Balty y los camellos.
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13

El gato y los cerdos

El vecino de la esquina de abajo tiene dos mascotas: un perro y un gato. El perro es un llorica, pero el otro es resabiado y zafio, y conoce todas las mobil home y caravanas, siempre al acecho, tanto bajo un sol de justicia como con cielo encapotado. Como hoy. Un tono azul plomizo cubre el Valle, e incluso avanzan de Levante batallones de nubes bajas engullendo cimas. Saco el paraguas por si acaso; dejo el palo y cuelgo el polar, que hace bochorno: daré un paseo corto. Por si acaso. ¿Qué te parece, chico, lo del gato? Mi Amigo Fiel no da señal de estar. Es agradable andar con esta calma en la que no se mueve ni rama de retama ni de pino. Suenan lejos cencerros. Las vacas segadoras no entienden de tormentas. Todo les viene bien. Con sus carnosos labios cercenan cada brizna de las que ayer barrieron, y hoy las praderas lucen crecidas al resplandor nocturno de la luna llena. Aquí tenemos una. Levanta la cabeza, cachazuda, al lado de la senda; me mira con un gesto de desdén, y sigue su labor imperturbable segando brotes. Dos corzos han cruzado la pradera, los tapan los arbustos; espero que aparezcan por un lado. Parece que cambiaron ruta…. No he vuelto a verlo, era un lagarto ocelado que se guarecía bajo la cocina. Mucho me temo…, temo que algo tendría que decir el gato.
Percibo desagrado en el Amigo Fiel. Quizá le ha molestado mi alusión. “En el Valle”, señala, “no es fácil reparar en animales. No digamos si son ocasionales paseantes por el monte. No es que no los haya, sino que, en cuanto olfatean al intruso, pierden el culo para huir a su mirada. A veces se les puede sorprender si, cuando se buscan la vida en lo alto de un pino, repostando energías en un prado, o de ida o vuelta de beber al charco, sorprendes su quehacer ensimismado; será solo un segundo: en cuanto guipan ruido o algún efluvio raro salen escopetados. Solo el rastro perdura. Por eso es bueno fijarse dónde pones tus botas; a veces seguimos huellas sin advertir que es la forma de intentar sorprenderlos: una huella profunda si galopa; y por su impronta, el tiempo de su paso; también la dirección que lleva. Otro rastro fiable son las defecaciones, las caquitas que deponen aún corriendo: qué gran facilidad para soltar lastre. Aunque algunos lo toman con más calma: se suben a las piedras del camino y ufanos ahí lo dejan. El caso de las piñas y el bicho que las pule: las cáscaras regadas bajo el árbol, las panochas peladas, si son recientes, hay cerca una ardilla roja. Es más difícil descubrir zorrillos; tampoco se sorprende a jabalíes, a no ser que protejan a su prole: si es numerosa más, por esa idiosincrasia de los críos dispersos en sus cosas. Jabatos son, así se denominan. Más fácil es topar ciervas que ciervos; éstos, más corpulentos, coronan percha y suelen pacer aislados. Ellas suelen acompañar a amigas, llevan crías, pero es igual, son vistas y no vistas: a la de dos, pitando. El sonido del macho en la berrea es espectacular: parece que acorralan desde lejos. Es  curiosa la ladra de los corzos: sabes que, oculto, está, porque se chiva al resto del intruso que irrumpe en su locus amoenus. Las vacas mugen muy de tarde en tarde; lo que asombra es su lánguida mirada estúpida, pero cuida de que no tenga terneros… Se les advierte cerca por el tolón tolón de los cencerros, como a las cabras por la fina esquila. Confirman la llamada del vaquero, sorpresa en la montaña que engaña y descoloca: emiten un sonido por vacada, y acuden al lugar de la emisión, siempre es el mismo, en donde complementan su alimento con sales minerales, que no aportan los pastos. Todos los movimientos, sonidos y silencios que habitan en el monte completan esas huellas que los chivan… De ahí que sea corriente y ordinaria la idea de que, eso que más abunda en el Valle, sean cerdos. ¿Jabalíes?, -digo. No, cerdos, afirma. Es muy sencilla su identificación: su rastro es indeleble; está por todas partes; no sienten la decencia de esconderse; se vanaglorian de su indiferencia; no disimulan al dejar sus huellas, su marca infortunada que tan bien los define. Son muy sencillos de identificar: nunca se ocultan, ni huyen, ni se asombran, ni se apartan discretos como los otros animales. Soportan la mirada sin tapujos, observan arrogantes, se revuelcan a gusto entre su mierda sin importarles la mirada ajena, y pasan de los otros que hacen la vista gorda tal vez con el temor de enfrentamientos. Sus huellas abundantes permiten que seguirlos sea sencillo aún cuando su paso de tiempos ancestrales mantenga su carácter en estratos profundos, insondables… pues son contaminantes, muy contaminantes, nada biodegradables, aunque intentan disimular su hedor con odorantes. Deponen sin pudor restos de humo, fluidos de garganta, alientos pestilentes, utensilios de uso, colillas de cigarro, papeles de envolturas, botellas de refrescos, de licores, plásticos de enrollar y contener, latas de usos efímeros frecuentes, residuos de comida, telas aprovechables, recipientes de cremas, de alimentos, vieja ropa en buen uso, hierros y trastos, electrodomésticos antiguos con fallas reparables, muebles nuevos, fundas, gomas, preservativos…
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