martes, 23 de junio de 2020

Qué ruido es ése

 

Foto de pakI

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Qué ruido es ése.


Qué

se oye más allá.


Ve y ciega estos muros

cata

que amanece.

 

de Ada Salas

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 PRIMER AMOR

Triste Girona de mis siete años:
en la posguerra los escaparates
tenían un color gris de penuria.
Y, sin embargo, en la cuchillería,
en cada hoja de acero destellaba la luz
como si se tratase de pequeños espejos.
Descansando la frente en el cristal,
miraba una navaja larga y fina,
bella como una estatua de mármol.
Puesto que en casa no querían armas,
fui a comprarla en secreto y, al andar,
la sentía, pesada, en mi bolsillo.
Cuando, a veces, la abría, muy despacio,
surgía, recta y afilada, la hoja
con esa conventual frialdad del arma.
Silenciosa presencia del peligro:
la oculté, los primeros treinta años,
tras los libros de versos y, después,
en un cajón, metida entre tus bragas
y entre tus medias.
Hoy, cerca ya de los cincuenta y cuatro,
vuelvo a mirarla, abierta en la palma de mi mano,
igual de peligrosa que en la infancia.
Fría, sensual. Más cerca de mi cuello.
  

Joan Margarit

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CALEIDOSCOPIO PARA NORMAN JEAN


Nadie ha llegado al sol salvo una parte
oscura de tu cuerpo, nadie quiere
reconocer tu lentitud y el agua
maternal de ese llanto en la penumbra,
acompasado, generoso, libre.
Jamás habrá una madrugada idéntica
en el país del búfalo y la sangre.
Aunque bajo tu piel
nadie buscara más allá del tiempo.

urceloy / junio de 2009

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CONFIDENCIA AL CONEJO DE LA ANUNCIACIÓN

(para Ida Vitale)


Dice que el cuerpo
forma parte del objeto,
al que solo se llega por la forma.
Dice que el espíritu
no se puede contemplar
desde el objeto.
Dice que la conciencia
no es sujeto de conocimiento.
¿Y lo es, acaso, el conocimiento?

Luminoso -aunque me ignora-
cruza mi mirada
y me mantiene en vela.
Solitario como un cisne
regresa a su no-espacio-tiempo.
De mi saber nada sabe,
como el hielo nada sabe de la flor,
mietras las acciones fantasmales se suceden...
Tanto mejor, tanto mejor.

de Clara Janés

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en mi primer día
del trabajo nuevo

me han colgado un puñado de llaves del cuello

y me han dejado sola
tengo encerradas a seis mujeres
a sus hijas y a sus hijos
no es una cárcel
solo cuido de que sus amantes
no las quieran demasiado
 

de Mada Alderete Vincent

(Insumisas / La casa de la llave / Baile del sol)

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“SE LLAMA POESÍA todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles”

 

«Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. En ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo…» 

       La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. 

       Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos. 

       Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder. 

       Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía. 

       Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. En ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada “poesía oficial”, poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco. 

       La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder. 

       Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella. 

       La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tienen el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad. 

       La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles. 

de: Aldo Pellegrini (Argentina, 1903-1973) (“Para contribuir a la confusión general. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1976. Pág. 89”) Publicado en LITERARIEDAD (18/05/2013)

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martes, 16 de junio de 2020

CAJÓN OSCURO PARA JUGUETES ROTOS

Gredos

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CAJÓN OSCURO PARA JUGUETES ROTOS 

Musa y mujer que al ojo en sombra ofrece
agua y sed llena y en la herida es duda:
rota tu imagen, tu presencia ayuda
inequívoca al ocio. Y no parece 

amor -qué nombre bajo el que no crece
jamás la suerte- y con su juego escuda
ora el labio, ora el pie: ahora la aguda
senda de un trazo que no pierde trece. 

Esta es la siempre habitación del juego:
mujer o rosa que entre el hoy y el luego,
ordenas los segmentos de una huída.

Rama de olvido, condición confusa,
alma sin dueño, si mujer no musa,
si musa no mujer: si boca, vida.

Jesús Urceloy / abril de 2008

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 ME DIJERON…

Me dijeron:

No te pongas ese vestido tan corto.
Y después violaron a una mujer cuando llevaba sus vaqueros favoritos.

Me dijeron:
No te quedes hasta muy tarde.

Después arrancaron la ropa y tocaron los pechos de una chica a plena luz del día en unas fiestas populares.

Me dijeron:

No viajes sola por la noche.
Y después violaron y mataron de día a dos mujeres, cuando descubrían el mundo, acompañadas la una de la otra.

Me dijeron:

No cojas el transporte público por la noche.
Luego manosearon a una chica en el metro, sin que nadie hiciera nada, de camino a la universidad.

Me dijeron:

Pídele a algún amigo que te acompañe a casa.
Y luego señalaron y llamaron calientapollas a una chica cuando lo hizo.Me dijeron:

No sonrías a extraños.
Y luego gritaron borde, puta y quiéntecreesqueeres a una mujer por pasar de largo.Me dijeron:

No bebas mucho.
Y después pusieron droga a una chica en su bebida.Me dijeron:

Ten siempre el teléfono a mano.
Y luego una mujer recibió en ese mismo teléfono un vídeo de todas las cosas que le habían hecho la noche anterior.Me dijeron:

No te vayas con desconocidos.
Y luego una mujer fue violada por un amigo. Una pareja. O un familiar.Me dijeron:

Denuncia.
Y después le preguntaron qué llevaba puesto, cuánto bebió y por qué se fue con él.Me dijeron. Me dijeron. Me dijeron.

Ten cuidado, ten cuidado, ten cuidado.
Lo tuve. Lo tengo. Lo tendré.
Hice todo lo que me dijeron.Ahora explícame qué es lo que hice mal.

Estoy de acuerdo: no todos los hombres sois así.
Pero entiéndelo tú.A todas las mujeres nos pasa. A todas nosotras.

A mi madre. A mí. A mi hija. A mi amiga. Y a mi compañera de trabajo.
A tu madre. A tu mujer. A tu hija.
A todas las mujeres.¿Lo empiezas a entender?

No me digas a mí lo que tengo que hacer.

Díselo a ellos.Enséñales consentimiento.

Enséñales que NO significa NO.
Enséñales respeto.
Enséñales que las mujeres no somos un juguete, ni un objeto, ni una propiedad.
Enséñales a ser responsables.
Enséñales a no violar.A veces me pregunto si nos odiáis.

A veces me pregunto por qué nos odiáis.
De forma lógica. De forma emocional. Diciendo. Preguntando. Rogando.Lo hemos intentado todo.

Ya no sé qué más decirte.
Ya no sé cómo explicarlo.
Ya no sé cómo pedirlo.
Qué coño queda por hacer.
No queda nada.
Excepto dolor.
Y rabia.

 De Vitika Roy

#VivasNosQueremos

 

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CUANDO ESTÉS VIEJA Y GRIS Y SOÑOLIENTA...

 

Cuando estés vieja y gris y soñolienta

y cabeceando ante la chimenea, toma este libro,

léelo lentamente y sueña con la suave mirada

y las sombras profundas que antes tenían tus ojos.

 

Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia

y con falso amor o de verdad amaron tu belleza,

pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina

y amó los sufrimientos de tu cambiante cara.

 

E inclinada ante las relumbrantes brasas

murmulla, un poco triste, cómo escapó el amor

y anduvo en las cimas de las altas montañas

y entre un montón de estrellas ocultó su rostro.

 

W. B. Yeats.

Versión de Nicolás Suescún

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FOBIAS

 

Estábamos tomando el té en el salón de la casa de Nuria, en la calle del Ferrocarril, y hablábamos de nuestras cosas. Entre ellas, de un viaje que pensábamos hacer el mes siguiente a una comarca del sur de Navarra célebre por la aridez del paisaje y la abundancia de cuevas. Celia, Maravilla y Jesús habían estado allí la primavera anterior y aquél fue el momento elegido por la claustrofobia de Maravilla para ponerse intratable.

 

      A Maravilla no le gustó el modo cómo Jesús había contado lo sucedido. Le reprochó su insensibilidad, su escasa comprensión del problema, y yo aproveché para indagar sobre los detalles de la fobia.

 

      Ella explicó que había comenzado poco a poco, al inicio de la menopausia, y que había ido empeorando a medida que ésta avanzaba, hasta el punto de obligarla a consultar a un psicólogo. ¡A ella, que siempre había desconfiado de psiquiatras y psicólogos y odiaba ese tipo de cosas! De todos modos, llevaba cuatro o cinco sesiones y se declaraba satisfecha de los progresos realizados.

 

      - Durante la pasada Semana Santa, en Sevilla – dijo - me quedé bloqueada por el gentío que abarrotaba el puente de Triana esperando la salida del Cachorro hasta que una amiga, que ya ha pasado por esto, me echó una mano. “Recuerda – me gritó- que el puente tiene cuatro escaleras de emergencia a cada lado: hay escape, así que no es un “lugar cerrado”.

 

      Por raro que parezca, la frase de mi amiga me llegó nítida y clara en medio del barullo y fue suficiente para que pudiera atravesar la multitud y llegar al otro lado. Cuando lo logré, me sentí como Hillary y Tensing al coronar el Everest. De todos modos –concluyó- aún no puedo subir en un ascensor: ni siquiera en el de mi trabajo; ni siquiera acompañada. ¡Y mi oficina está en un décimo piso!

 

      Le dije a Maravilla que su fobia me parecía de buen pronóstico y que subir andando diez pisos todos los días es algo estupendo para la salud. Pero no dije nada más porque en ese momento Celia empezó a relatar el primer día de la vuelta al trabajo de Imperio, una amiga de una amiga, enferma de agorafobia.

 

      - Se bajó del coche apoyándose en el capó para cerrar la puerta y llegar a la acera; caminó hasta la entrada agarrándose a los árboles, a las farolas y a los bancos como si temiera caerse, y luego dio dos o tres pasos muy lentos, como si le pesase el cuerpo, y llegó hasta la fachada del edificio con un brazo extendido como quien necesita tocar cuanto antes algo consistente y sólido, y se fue caminando pegada a la pared y de espaldas a la calzada hasta que llegó a la entrada. Siguió así por todo el vestíbulo hasta llegar a los ascensores y se apoyó en los botones de llamada como quien llega por fin a puerto tras una terrible tempestad. Entró acariciando el marco de las puertas, y hasta el momento en que éstas se cerraron mantuvo la vista baja, como si temiera levantar la cabeza, como si no pudiera apartarla del suelo. Mi amiga –concluyó Celia- me dijo que su amiga le había dicho que fue la cosa más angustiosa que había visto nunca.

 

      Esa noche, ya en la cama, mi mujer y yo repasamos nuestras respectivas fobias. A las arañas y a los precipicios, ella; a las avispas y las abejas, yo. Poco antes de dormir, la imagen de una Ana a quien yo no conocía contorsionándose contra la fachada del edificio donde trabajaba como una empleada más hasta hacía tres meses, me visitó de nuevo.

 

      Pero no vino sola sino mezclada, confundida a ratos, con otra que yo tenía casi olvidada desde la infancia y era la de las anguilas que se pescaban en las acequias de El Saler para guisar con ellas el típico all i pebre huertano.

 

      La anguila es un pez en forma de serpiente, feroz y sanguinario, cuya biología es todavía mal conocida y sobre el que desde la más remota antigüedad circulan numerosas leyendas. En todo caso, es un animal inteligente que no se deja pescar con facilidad y, mucho menos, matar sin ofrecer resistencia. Decapitarlas es tan solo el primer paso. Para guisarlas hay que trocearlas y en mi imaginación infantil se quedaron para siempre las imágenes de aquellos pedazos de anguila recién cortados cuya capacidad para contorsionarse duraba bastante más que lo que se tardaba en echarlos a la cazuela. De modo que los primeros minutos del hervido eran lo más parecido al caldero de un curandero medieval, humeante, un punto pestilente y con los trozos de anguila buscando desesperadamente la salvación en la huida, muy a la ibérica, cada uno por su lado.

 

      Cierto día, uno de aquellos pedazos se retorció lo suficiente para saltar del caldero al que acababa de ser arrojado y caer al suelo, y mi abuela, que tenía las manos ocupadas pelando patatas, me pidió que lo recogiera y lo echara otra vez dentro.

 

      Me quedé paralizado viendo aquél pedazo, yo no sabía si de carne o de pescado, saltando sobre las baldosas con vida propia y no fui capaz de hacer nada. Ni siquiera cuando en una de sus desesperadas contorsiones aquel pedazo de pez, cálido y humeante, me rozó las puntas de los dedos del pié izquierdo desnudas bajo mis sandalias, y yo sentí que un ser de ultratumba, engañoso y taimado, me tocaba desde las profundidades del averno.

 

      Mi abuela me miró, miró el trozo vivo de anguila, me miró otra vez, y no dijo nada. Se secó las manos en el largo mandil de cocina, vino hasta donde yo estaba, se agachó, tomó el trozo de anguila con una mano, lo levantó hasta la altura de mis ojos y, como si me estuviera leyendo el pensamiento, dijo:

 

      - Está muerto ¿ves?… Aunque se mueva, está muerto –y siguió agitando aquél repugnante pedazo de carne, o de lo que fuera, frente a mi cara- ¿Y sabes por qué? Porque está separado de la cabeza.

 

      Mi abuela me revolvió entonces el cabello con su otra mano y exclamó:

 

      - Cuida bien tu cabeza hijo, y estudia. Los pobres sólo pueden confiar en su inteligencia -Y luego, con un gesto muy suyo, mezcla de sabiduría y resignación, añadió:- Y recuerda: No es de los muertos, sino de los vivos de quienes hay que tener miedo.

 

      Siempre he recordado la frase de mi abuela y, también, que durante varios meses aquel trozo de anguila contorsionante me torturó los sueños. Nunca más probé el all i pebre. Pero lo más curioso de esa noche en mi cama de adulto no fue recordar lo que recordaba sino la lúcida, inapelable convicción de que si yo alcanzaba a tocar la espalda de la colega de la amiga de la amiga de Celia mientras ella se aferraba a las paredes y a los objetos que la protegían de su fobia, una extraña energía (fría y húmeda como la carne de anguila), cuyo origen no era yo sino aquél pedazo de carne muerta y todavía viva, brotaría de mis manos y la curaría.

 

Un cuento de

Alberto Infante (17 Ago, 2008)


martes, 9 de junio de 2020

EMOCIONES



Disputa entre la bruma y el agua (La Pedriza)

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EMOCIONES

 

Yo no sé qué decir. Siento en mi alma

un tañido incesante de campanas

si vestida de tul irrumpe el alba.

 

Y, si al andar contigo en los jardines,

vemos abrirse rosas y jazmines

en la fiesta del sol y de las vides.

 

Yo no sé qué pensar. Guarda mi mente

historias que se escuchan y se creen

y sueños muy soñados que no quieren

 

más que el canto del río y una choza

pletórica de risas, y la gloria

de compartir contigo las auroras.

 

De Gladis Casco Bouchet

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FORTUNA


Por años, disfrutar del error

y de su enmienda,

haber podido hablar, caminar libre,

no existir mutilada,

no entrar o sí en iglesias,

leer, oír la música querida,

ser en la noche un ser como en el día.

 

No ser casada en un negocio,

medida en cabras,

sufrir gobierno de parientes

o legal lapidación.

No desfilar ya nunca

y no admitir palabras

que pongan en la sangre

limaduras de hierro.

Descubrir por ti misma

otro ser no previsto

en el puente de la mirada.

 

Ser humano y mujer, ni más ni menos.

 

De Ida Vitale

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 ACEPTACIÓN

 

Saliste a la terraza

pensando que la brisa de la noche

podría devolverte al que eres siempre.

Mas la tibieza que en tu cuarto había

era un ámbito, allí, bajo la calma

de alejadas estrellas.

 

Olvidar pretendías unas horas

todavía recientes, la penumbra

que acercaba el latido de los dos,

y tus palabras qué serenas eran

como si a nadie las dijeses. Viste

la emoción de su rostro, su contorno

quemarse de belleza;

y esas mismas palabras te llenaban

de dolor y de sombra.

 

De nada te sirvió, cuando quedaste

solo, cegar la luz,

hacer brotar desde un rincón la música,

fortalecer tu fe con su joven pureza.

 

Sobre tu frente se rompían olas

gigantes: el calor

detenido del día,

el naufragio de un hombre que entregaba

la pasión de su vida en el espectro

doliente de la música (aún

como si la esperanza le alentase),

y te ardía el espíritu

porque sentías declinar tu vida.

 

Para ser el que fuiste

sales a la terraza, para ver

si un frío súbito derriba pronto

la plenitud del corazón. Tocas

el aire oscuro con los labios, oyes

los gritos fatigados de la calle,

la luminosa altura te estremece.

 

El tiempo va pasando, no retorna

nada de lo vivido;

el dolor, la alegría, se confunden

con la débil memoria,

después en el olvido son cegados.

y al dolor agradeces

que se desborde de tu frágil pecho

la firme aceptación de la existencia.

 

De Francisco Brines

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 QUISIERA SER TU PREDILECTA ALMOHADA... 

Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada 

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada, 

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.

Silvina Ocampo

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LA INFANCIA COMO PATRIA

Nadie ha superado la definición de Rainer María Rilke según la cual la infancia es la verdadera patria del hombre (y de la mujer). Los recuerdos de infancia no sólo forman parte intrínseca de nuestras vidas, sino que han estructurado nuestra personalidad. Hay sabores y aromas que al recuperarlos evocan un mundo protegido que para muchos encarna el ideal de felicidad. Curiosamente, en tiempos de crisis la infancia no es sólo el territorio de la nostalgia, sino que pasa a ser el refugio de todas las penas. Si Proust hablaba de la infancia como el tiempo perdido, el estresante presente empieza a plantearla como los años recuperados. El sabor de la magdalena no sólo remite al niño que fuimos, sino que se convierte en tótem esponjoso de nuestra felicidad.


Basta repasar las listas de los libros más vendidos para descubrir que las obras de los autores que remiten a su infancia figuran en lugares de privilegio. Es el caso de La marinada sempre arriba (Columna), de Lluís Foix, sobre aquellos días lejanos de la Vall del Corb; de Quan érem feliços (Destino), de Rafael Nadal, acerca de su infancia en Girona, o Temps d'innocència (Edicions 62), de Carme Riera, donde aborda unos años arcádicos en Mallorca. Y también se podría incluir un libro ilustrado, Los niños de Franco. Así fue como vivimos (Lunwerg), de Xavier Gassió, que es un repaso visual y literario a los años cincuenta y sesenta. Gassió rememora los cromos de Vida y Color, las películas del cine NIC, los tebeos de Diego Valor o las películas de Marisol, que remiten a unos años que la distancia del tiempo no sólo ha vuelto entrañables, sino que se han convertido en un ancla a instantes dichosos de nuestras vidas.

No deja de ser curioso que aquellas infancias que todavía destilaban penurias, tristezas y miseria hayan ganado lustre con los años. Seguramente estaba en lo cierto Gilbert Keith Chesterton cuando escribió que lo fascinante de la infancia es que cualquier cosa en ella resulta maravilloso. Pero debemos considerar igualmente cierto que estos cinco años de persistente crisis han coloreado en tonos pastel nuestra infancia cuando, en realidad, fue en blanco y negro. Ahora más que nunca necesitamos de su recuerdo como valor refugio, como cataplasma para despejarnos de la migraña de la recesión incesante.

La escritora Isabel Allende ha dicho repetidamente que la infancia feliz es un mito, y periodistas como Xavier Sardà han abominado de aquellos años en Mierda de infancia (Ediciones B). Es evidente que tendemos a olvidar la sordidez de los paisajes, la angustia de tantas incertidumbres y el dolor de los primeros fracasos. No obstante, la ventaja de aquellos días es que siempre había un momento en que se abría la puerta para dejar entrar el futuro. Es el estrés del porvenir el que hace que veamos la infancia como el baúl de nuestros sueños.

 MÀRIUS CAROL

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martes, 2 de junio de 2020

ROMA


LENGUAJE

Cuántas veces hay

que asesinar a una verdad

para por fin averiguar

que siempre estuvo muerta.

 

Andrea Aguirre (Buenos Aires, 1980)

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ROMA

Con la epidemia gobernando Italia,

Roma se ha vaciado de turistas.

Te has quedado sin nadie, Roma.

Paseo en sueños por Campo de Fiore,

por Piazza Quercia, por via Pettinari,
y no hay hombres ni mujeres ni gatos,
todos se han marchado.

Te estoy viendo como te vieron los antiguos.

Como fuiste en el mil trescientos.

Como si regresara la Edad Media.

Como te vio Stendhal,

como te vieron los viajeros del siglo diecinueve.

Ahora estás tan sola como yo.

Qué más quisieras tú, Roma.

Jamás, nunca jamás estarás

tan sola como yo.

Esa jerarquía es solo mía.

 

Tuyos el arte, Dios, los ángeles,
la belleza, la espada,
el misterio de la historia.

Mía la soledad suprema.

 

de Manuel Vilas (inédito, mayo, 2020)

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 LADRA UN PERRO...

 

Ladra un perro. Viene tormenta.
Solos en la estancia buscando
huellas de un tránsito, un signo
de que aquí hubo un hombre.
Solo hay un pétalo caído
sobre un ojo cerrado, algo
de oscuridad. Un ruido ínfimo.
Como saliva entre palabras,
nada más. Decimos que es él.

 

de Jacques Ancet (Francia, 1942)

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 LA PRIMAVERA Y EL OTOÑO

 La estepa ha transcurrido su vida en soledad.

Y aún nos limitamos tan sólo a sorprendernos.
¿Cómo comprenderíamos a la naturaleza
sin llegar a entender primavera y otoño?

La primavera afirma: “Soy adorno de vida”.
El otoño contesta: “Vejez es la existencia”.
La primavera asiente: “Las hojas son tan verdes…”.
Y el otoño responde: “Es ocre la belleza”.

Amanecer de paz. De nuevo resurgiste
para que nunca pare la canción de la dicha.
Primavera y otoño seguirán discutiendo,
y llegará el invierno. Y callarán los dos.

 

de Onaigul Turzhan (Kazajistán, 1955)

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 LA CARICIA ADORMECE...

 La caricia adormece,

y a una región conduce
más cercana a la tierra,
a su silencio y sueño,
bien tendidos, dichosos.

 Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,

inmóvil, invisible, descuidado,
y mientras me abandono a su nostalgia,
la oscuridad absorbe en su sosiego
de gran remanso nuestro amor flotante.

 de Jorge Guillén

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EL VIAJE

 

Nacer hombre es fácil,

fácil como brotar de cualquier tierra

tras las lluvias de abril,

aunque nunca se sepa

si vamos a ser roble o amapola.

Sin ningún peso de recuerdos,

sin testigos, ni huellas,

todo comienzo es la partida

de un viaje de paloma empeñada

en revelar del mundo

las palabras de amor y los golpes;

allí donde se aprende

el oscuro ajedrez de la existencia.

Así, al ritmo de los años

o, tal vez de las olas

que nos confieren alma líquida

y carne de papiro,

vamos forjando un nombre de raíces

y crecemos sin pausa

hasta formar un bosque silencioso,

en lugar de ir “desnudos”

como cuando llegamos.

Morir es conveniente,

tan conveniente como revivir

el árbol del pasado y atracar después

en el último puerto de la vida.

 

De Raúl Calvo Varela.

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 EL SEXO MASCULINO NO ESTÁ BIEN DISEÑADO

 Pude conocerle en el atardecer de un banco orientado al poniente o, quizá, en la cola del autobús que me llevaba a ninguna parte. Tal vez coincidimos juntos en los asientos del autobús, o contemplando el ocaso. Dijo llamarse Randolph M. Nesse, había nacido en Toledo (Ohio), en 1948. y que participó en el simposio sobre trastornos afectivos organizado por Esteve... Sostenía el doctor Nesse que nuestro cuerpo no está hecho para el siglo XXI.

      -La evolución anda más lenta que la revolución tecnológica, -murmuró-. Y eso se paga con enfermedades como el cáncer, la arteriosclerosis o la obesidad.

      El precursor de la medicina darwinista, profesor de psiquiatría de la Universidad de Michigan, sostiene que el sexo masculino lo tiene peor.

      -Darwin dijo que sobreviven los fuertes. Y la cosa no va así... -le dije.

      -Hay razones para que no sea así. En primer lugar, el entorno cambia más deprisa de lo que podemos evolucionar. Y las bacterias, también. Pero es que, además, todo en el cuerpo es una compensación.

      -No sé si le sigo.

      -Cuando mejoramos algo, otra cosa empeora. Por otra parte, el cuerpo no se ha preparado para la salud, sino para la reproducción máxima.

      -¿De veras?

      -Sí. Y hay muchas cosas que parecen enfermedades pero que no lo son, como la tos, la fiebre, el vómito, la diarrea. Son mecanismos de protección contra la enfermedad.

      -O sea, en caso de gripe, ¿ni una aspirina?

      -No tiene por qué ser bueno bloquear un mecanismo de defensa. Se ha demostrado que, en el caso de la varicela, si tomas medicación estás enfermo un día más.

      -¿Hay forma de esquivar tanto peligro?

      -La mayoría de enfermedades crónicas están provocadas por un entorno moderno para el que no estamos preparados.

      “Nuestros cuerpos están diseñados para gente que caminaba 30 kilómetros diarios en busca de agua y alimento. Entonces, nadie tenía sobrepeso ni arterioesclerosis...

      -¿Volvemos a la caverna?

      -(Soltó una risita.) ¡No hace falta! Basta con hacer ejercicio a diario, exigir ventanas en los puestos de trabajo, consumir mucha verdura, eliminar las máquinas de refrescos de los colegios...

      -Eso no evita los grandes males.

      -La medicina darwiniana considera que hay buenas razones evolutivas que explican las imperfecciones del cuerpo. Quizá el Alzheimer ha surgido porque los genes que lo causan nos protegen de otras dolencias en la juventud. Y en algunos tipos de cáncer... Si nos hacemos un corte, la piel vuelve a crecer, ¿verdad? Pero eso también significa que puede crecer demasiado. Resistir más y mejor tiene un precio.

      -El cáncer siempre existió, ¿no?

      -Sí. Pero la incidencia ha aumentado porque vivimos más tiempo.

      -¿Vivir más no es más saludable...?

      -¿Sabe cuánto viviríamos si eliminásemos las infecciones, las cardiopatías, el cáncer...?

      -¿Unos 150 años? –aventuré…

      -¡Unos 84! La duración de la vida no ha cambiado durante miles de años. Lo que ha cambiado es la mortalidad precoz.

      -¡Uf! Y dice usted que las mujeres somos más... ¿perfectas?

      -Hay un sexo débil, que no está bien diseñado y es más vulnerable a la enfermedad: el sexo masculino. Mueren tres hombres por cada mujer.

      -¿Y eso?

      -De las 14 causas más importantes de mortalidad, 13 son superiores para los hombres. En gran parte debido al consumo de drogas, a accidentes, asesinatos y suicidios. Pero también mueren más por enfermedades de riñón, hepatopatías, neumonías... La testosterona hace el cuerpo más vulnerable a la enfermedad.

      - Oiga y… ¿descartamos la inmortalidad?

      -Sí. Y es decepcionante. Mire, cuando tenía 20 años empecé a preguntarme por qué la selección natural no había eliminado el envejecimiento. Diez años después, leí un artículo de George Williams. Decía que si un gen hace que tus huesos se suelden mejor de niño, es posible que aporte un exceso de calcio en las arterias y el corazón de mayor. ¿Comprende?

      -¿Es como desvestir a un santo para vestir a otro?

      -(Otra risa) Los beneficios durante la infancia son mayores que el precio a pagar a los 120 años. Ésta es la teoría pleiotrópica del envejecimiento.

      -El estrés no mata, pero arruga...

      -La gente que nace sin la capacidad de experimentar el dolor muere antes. Algunos, a los 30 años. La ansiedad y el estrés, como el vómito o la fiebre, son útiles. Ahora bien, un ataque de pánico es bueno ante un tigre hambriento, no en un colmado...

      -Oiga, ¿y qué enfermedades veremos en este siglo?

      -Las provocadas por los avances en los viajes y por el bioterrorismo. Las infecciones, siento decirlo, seguirán siendo la gran amenaza.

      -Acabe con una buena noticia, se lo ruego.

      -Algún laboratorio inventará un fármaco para comer menos. Eso podría resolver la diabetes y el sobrepeso. Pero creará un nuevo mal...

      Vino el autobús, o se fue el sol, y yo desperté de esos instantes en los que nunca sabré si estuve…

 De Núria Navarro

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