martes, 27 de noviembre de 2018

ALGA ENREDADA


Foto Paquita: Callejón de las Abejas, en La Pedriza
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ALGA QUISIERA SER, ALGA ENREDADA...

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.

Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…

Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.

de Ángel González.
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XL

Hoy deseo dedicarte
unas palabras de amor.
No lo presumas tan fácil:
en corazón se me agita
al repetir que te quiero
en el hueco de la noche.
Pero quiero confesarte
que me tocó la fortuna:
aquella vez que nos vimos,
fue un no se qué… ¡qué sé yo!
y desde entonces noté
ese "nosequeseyo"
siempre que pensaba en ti.
Me salía la emoción
solo soñar con tu aroma,
perdido en las discusiones
con mi propio pensamiento:
busco razones al aire
porque la duda me llama.
Pero el roce con tu piel…
Entonces me lo creía:
¡todo podría pasar!
Y despierto divagaba
en vigilia con tu amor,
aunque nada te decía,
siempre lleno de temores
de que tú me despertaras.
Eras mi sol y mi día,
mi luna de noche negra,
mi faro de salvación
cada vez que buceaba
en mi tormenta de amores.
De futuro dialogamos.
(Del respeto, del amor.)
Solo esa vez a la tuya
mi mano, leve suspiro,
se acercó.
Y padecí mil tormentos.
Era tanta mi alegría,
tu rubor tan colorado,
la melodía, tan suave,
de tu voz...
Ahora invoco los recuerdos
y la emoción me desborda,
y me embarga la ternura,
y me abrasa la pasión.
Vivo cada noche y día
el minuto,
de aquella felicidad:
y ese no sé, ¡qué sé yo!

De apuntes, 2001
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SIMPLEZA POÉTICA

Que últimamente se diga que la poesía se está poniendo de moda es para preocuparse. No porque se lea y se escriba más poesía, sino por eso de "estar de moda" que, como bien se sabe, es algo pasajero, destinado a olvidarse pronto y ser sustituido.
No es tanto estar de moda como que haya más abundancia, sobre todo de gente que se dice poeta, más que de lectores. Y esa abundancia viene por la mayor cantidad de alfabetizados y la facilidad para escribir en redes o publicar un librito o salir en un libro comunitario. También es posible que ocurra por la crisis de valores y económica que sufrimos, que ya dijo Cervantes que "el año que es abundante en poesía suele serlo de hambre".
De tener la posibilidad de escribir, porque no se es analfabeto, a ser un escritor, hay una distancia similar a la de sostenerse flotando en una piscina o ser Michael Phelps, Mireia Belmonte o Johnny Weissmüller.
Entre escribir unos versitos e incluso publicarlos y ser un poeta hay la misma diferencia de la que tenemos cualquier pelanas canturreando en la ducha o en el coro de la parroquia y Luciano Pavarotti atacando el Nessun dorma.
Pero la simpleza a la que hago referencia en el título es uno de los aspectos más desastrosos de la nueva montonera de poetas que circulan por nuestros papeles y recitales. Me refiero a todos esos simples que afirman escribir y no corregir "porque se pierde espontaneidad"; a todos esos bobos que insisten en que cuando llega la inspiración hay que soltarla tal y como viene y no retocar nada porque eso es lo más poético.
Los sentimientos, por buenos o aparentes que sean, no garantizan un poema, lo he dicho muchas veces. Hay que añadir ideas, inteligencia, lenguaje, oficio, esfuerzo en suma; y aún así hay muchas veces que ni por esas.
A cualquier poeta de verdad, rara vez le sale un poema de un tirón, no digamos un libro. Y cuando ocurre, la mayoría de las veces es porque venía bullendo en la cabeza desde hacía tiempo. Aún esos poemas "de sopetón" suelen ser revisados una y mil veces por sus autores si es que lo son de verdad y no meros junta-palabras.
Es ley la frase del gran Paul Valery: "Un poema no se termina, simplemente se abandona". O lo que es lo mismo: el verdadero poeta repasa, corrige, quita y añade hasta que ya no puede más porque ese es el oficio, la sustancia de la creación artística, la responsabilidad de dejar la obra lo más perfecta posible. E igual le sucede a casi todos los pintores, los músicos y demás familia de creadores.
Y todo lo que no sea eso, es por lo general petulancia, torpe soberbia, vacía vanidad y ganas de ir de listo por la vida, que se convierte en ir sólo de listillo y termina en simple zoquete.
De todo esto son buena muestra las imágenes con las que ilustro este articulillo: Sendas páginas autógrafas de José Zorrilla, Gustavo Adolfo Bécquer y César Vallejo, llenas de tachaduras, correcciones y acotaciones —pentimentos, que dicen los pintores—.
¿Son sospechosos de ser malos poetas esos tres autores? ¿Es que no son modernos y no lo fueron en su tiempo? ¿Es que no tienen ni idea de lo que es la inspiración, la emoción y los sentimientos?
Queridos mequetrefes del "todo vale", del "me ha salido así", del "todos tenemos derecho", del "si leo me contamino" y de "el sentimiento no hay que retocarlo", permitidme (o no, tanto me da) que os aplique la frase de Calderón en el Alcalde de Zalamea: "¡Ah, villanos con poder!", entendiendo aquí como poder el saber juntar las letras y como villanía el no saber hacerlo más que con vulgaridad o cursilería y en "sostenella y no enmendalla" que hacía otro borrico en las Mocedades del Cid, de Guillén de Castro.
Tachad, colegas, tachad. Os aseguro que en este escrito he tachado yo más que lo que he dejado en el sufrido papel.

de Enrique Gracia Trinidad
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martes, 20 de noviembre de 2018

LECCIONES DE VIDA SEXUAL


Aguja en la zona alta del Callejón de las Abejas, en La Pedriza

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PEQUEÑAS SEDICIONES


hay tanta gente sola

seria perdida mustia
emborronada
que sueña que sucumbe

gente que se detiene
en los semáforos
y hojea –es un decir-
revistas de países
a los que nunca irá

ánimas solitarias cuerpos solos
con tedio se masturban y a menudo
piensan en el pasado

lejos de ser felices se conforman
con la mención de la felicidad

están al día de todas las noticias
de todas las canciones
los libros las películas

son buenos anfitriones y organizan
cenas con compañeros de trabajo
en pisos de alquiler

recogen entre todos
la mesa
tristemente

después vuelven a casa
y así viven

todos creen merecer algo mejor


inédito de Javier Vela
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XXXIX

Una brisa de canela,
de refrescante sonrisa,
si te imagino a mi vera.

Con el sol del mediodía
me asaltan desde las piedras
comezones y morriñas.

Una poquita de sal
y unos granos de pimienta
son la suerte que me espera.

Se cruzan, traban y enredan
los caminos de mi vida;
pero a ti ninguno llega.

de apuntes, 2001
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CINE: LECCIONES DE VIDA SEXUAL

LA FICHA 'Kinsey' Director: Bill Condon Intérpretes: Liam Neeson, Laura Linney, Chris O'Donnell, Peter Sarsgaard, Timothy Hutton, John Lithgow País: EEUU Duración: 118 minutos.

Alfred Kinsey (1894-1956) dedicó 20 años de su vida al estudio de un tipo de avispa que ni vuela ni pica. La avispa de agalla. Kinsey recogió y analizó hasta un millón de ejemplares de estos insectos, y llegó a relevantes conclusiones de la ciencia entomológica. Kinsey, en verdad, era un tipo que lo hacía todo a lo grande. El mismo celo enfermizo con el que coleccionó avispas y las examinó al trasluz lo aplicó después a su siguiente objeto de estudio: la sexualidad humana. Suyo fue el llamado informe Kinsey, obra capital sobre el comportamiento íntimo de hombres y mujeres que, en el ecuador del siglo XX, dejó patas arriba a la sociedad americana, tan proclive al grito y el pataleo cuando se trata de hablar simplemente de sexo.

El retrato. Bill Condon, director de sensibilidad dulce e infrecuente (Dioses y monstruos, 1998), retrata en Kinsey los recovecos y aristas de un científico excéntrico y extrañamente oblicuo, interpretado por Liam Neeson con formidable presencia escénica. Un personaje singular y ambiguo, homosexual reprimido y masoquista según unas biografías, abiertamente bisexual según otras; traumatizado en su niñez por un padre castrador, retrógrado y moralista; capaz, en fin, de pincharse el prepucio con una aguja hasta sangrar para experimentar la sensación de dolor que algunos de sus encuestados decían sentir cuando practicaban sexo.
Condon explora la vida de Kinsey en un insólito juego de equilibrios entre pasión y moderación, entre ciencia y esperpento, eludiendo vicios y trampas propios del biopic, género con peligrosa tendencia a la exaltación y la hagiografía. El director neoyorquino se acerca a Kinsey a través de entrevistas rodadas en blanco y negro, las mismas que el científico hizo masivamente en sus estudios sobre sexualidad, y viaja con él desde su adolescencia en la reaccionaria Indiana de principios de siglo hasta sus penúltimos días en compañía de su esposa, allá por 1956.

Insectos y sexo. Kinsey fue una autoridad mundial en el estudio de las avispas de agalla. Siendo profesor de Entomología en la Universidad de Indiana, conoció entre el alumnado a la que sería su mujer, Clara McMillen (Laura Linney). Ambos eran vírgenes y sus primeras experiencias sexuales fueron un desastre. Siempre tan científico, Kinsey consideró que era necesaria una metodología sobre sexualidad. Poco a poco le pilló el truco -y de qué modo- a la relación marital, y empezó a dar cursillos de matrimonio en la universidad, donde explicaba a jóvenes parejas cuestiones básicas de sexo: masturbación, excitación, posición. Las avispas quedarían relegadas a la vitrina del coleccionista.

La encuesta. Obseso recolector de datos y estadísticas, Kinsey trasladó la rigurosa metodología de estudio entomológico a la investigación del comportamiento sexual humano. Para tal fin diseñó un completísimo cuestionario a modo de cuadrículas y comenzó las entrevistas que, entre 1937 y 1953, llegarían casi a 20.000. Con preguntas íntimas y espinosas como "¿con que frecuencia tiene relaciones sexuales?", "¿a qué edad empezó a masturbarse?" o "¿qué acto masoquista prefiere?"

Las conclusiones. Las principales conclusiones del informe son: a) el 92% de los hombres y el 62% de las mujeres se ha masturbado alguna vez; b) un tercio de los hombres ha tenido una experiencia homosexual y un 4% se declara sólo homosexual; c) el 42% de las mujeres sólo ha tenido sexo con un hombre en su vida; d) el 10% de las mujeres nunca ha llegado al orgasmo, y e) casi el 50% de los hombres casados ha practicado sexo oral, un 45,5% en el caso de las mujeres.
Nadie, hasta Kensey, se había atrevido a hablar de sexo a la cara. Sexual behavior in the human male (1947) y Sexual behaviour in the human female (1953) hicieron crujir la moral del país de pies a cabeza. "Les estás diciendo que sus abuelas e hijas se masturban. ¿Cómo no quieres que se escandalicen?", le dice su esposa, Clara, en un momento de la película. Kinsey hizo despertar a América el sentido de su propia sexualidad.
Una objeción: pese a lo extenso de la muestra, siempre cabrá la duda sobre la veracidad de los datos. La posibilidad de contrastar el informe Kinsey, uno de los axiomas del método científico, es nula.

El escándalo. Visto hoy, tanto ruido social podría parecer gazmoño. Cincuenta años después de las conclusiones de Kinsey, el sexo sigue teniendo muy mala prensa. Las hordas moralistas y ultraconservadoras de EEUU han vuelto a estigmatizar el sexo. Aprovechando el estreno del filme de Condon, salieron a la calle para boicotearla. "El sida, el aborto, el divorcio y la pornografía son parte del legado de Kinsey", bramó el grupo ultraconservador Morality in Media. En el fondo, las cosas del sexo no han cambiado tanto. Qué curioso. Kinsey tendría todavía mucho trabajo.

De Julián García, 2007
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martes, 13 de noviembre de 2018

EL HOSPICIO


Canal hollada, canal vencida
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EL HOSPICIO

Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
en donde los vencejos anidan en verano
y graznan en las noches de invierno las cornejas.

Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
de antigua fortaleza, el sórdido edificio
de agrietados muros y sucios paredones,
es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!

Mientras el sol de enero su débil luz envía,
su triste luz velada sobre los campos yermos,
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,

a contemplar los montes azules de la sierra;
o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,
caer la blanca nieve sobre la fría tierra,
¡sobre la tierra fría la nieve silenciosa!...

de Antonio Machado
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XXXIII


Era bravía la rosa.
Disfrutaba los colores,
al compás de sus primores,
desbordado de alegría.
Por esa rosa bravía
que me daba sus amores.

Me dijeron que tu cuerpo
ya no valía la pena.
Que ya no estabas tan buena.
Fue tanto lo que te amaba.
que más que correr volaba
para ver tu piel morena.

Un beso te mando yo
en esta noche de luna.
Con este beso me acuna,
sangre de mi corazón,
esa boca de piñón,
esos labios de aceituna.

Con tu canto y con tu risa
vas ganándote a la gente.
Con tu mirada inocente
a todos vas conquistando.
Y aquí me tienes, llorando.
¿Por qué serás diferente?

En el plantar, la virtud
siempre se sitúa en medio:
si lo riegas sin promedio
se te pudre con pesar
Si lo dejas de regar
se te seca sin remedio.

Los valores del deseo
que sientes por agradar,
no se te pueden pagar.
no tienen tasa ni precio;
La arrogancia y el desprecio,
nunca los voy a olvidar.

Un sentido de poder
hay en lo de manejar
del que quiere dominar.
Y, como no hay dos sin tres,
está el de no obedecer
contra el vicio de mandar

Te huelen a boquerones
esas manos que tu tienes.
Te huelen a boquerones.
A mi me huelen a rosas
a jazmines y claveles
esas manos tan hermosas.

De apuntes, 2001
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EL INTERFONO

Una noche, mientras soñaba -lo recuerdo- con un mar sereno en el que nadaba rodeada de sol, el interfono que comunicaba mi dormitorio con el de mi hijo cambió su tenue luz verde por una intensa luz roja y un quejido sonó a través de él. Me incorporé y fui hasta el cuarto del pequeño, al que encontré dormido. Reprimí las ganas de acariciarle el moflete que se le espachurraba cómicamente sobre la almohada y regresé a mi habitación. Me acosté y, acurrucada de nuevo bajo la manta, froté los pies contra el colchón tratando de contrarrestar la frialdad del suelo que habían pisado hacía un momento. Sólo entonces, recuperado el calor del lecho, me percaté de que el sonido del interfono había sido extraño, probablemente fruto de mi sueño y no de mi hijo.
Estaba consiguiendo volver a dormirme cuando a través de la precaria piel de los párpados noté un cambio de luz; abrí los ojos bruscamente y vi que el aviso rojo del interfono centelleaba de manera intermitente. Sin embargo, ningún sonido salía de él. “Habré apagado el volumen y el niño estará moviéndose”, pensé, como si tal combinación de hechos explicase el fenómeno. Naturalmente no me conformé con esa hipótesis y volví a dirigir mis pasos hasta su habitación. El suelo estaba todavía más frío, la puerta estaba entornada en el punto exacto en el que la había dejado, mi hijo seguía durmiendo en la misma posición. Me acerqué hasta su cara, me llegaba su delicioso olor, dormía un sueño tranquilo y respiraba acompasadamente.
Me aseguré de que el receptor que había junto a su cama tuviera el volumen alto y volví por segunda vez a la mía.
Había conseguido relajarme cuando a través del interfono me llegó un llanto repentino e intenso. Me incorporé a toda prisa, corrí hasta el cuarto del niño y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al encontrarle profundamente dormido. Miré el receptor durante unos segundos con la esperanza de encontrar una respuesta, permanecía de pie en medio del cuarto y sentía el suelo cada vez más frío. Dos posibilidades cruzaron mi mente. La primera, que mi pequeño hubiera llorado un instante en sueños, otras veces había ocurrido; la segunda, que se tratara de una interferencia y me estuviera llegando el llanto del niño del quinto.
De vuelta en mi cama, traté de olvidar lo ocurrido y retomar el sueño del mar y el sol. Imaginé e imaginé con la esperanza de que la imaginación conjurara al resto de mi cerebro y lo imaginado se convirtiera en soñado, pero no ocurrió. Milagrosamente conseguí dormirme otra vez, pero ese mar y ese sol se me escaparon para siempre.
Un “mamá” gritado con angustia me despertó de nuevo. Abrí los ojos y la luz del interfono, roja e intermitente, indicaba el sonido que captaba el receptor, incesante. “Mamá ven, mamá, tengo miedo”, se oyó con claridad. Entre el aturdimiento y los nervios se abrió pasó la certeza de que aquella no era la voz de mi hijo, así que recorrí el pasillo auténticamente aterrorizada. Y allí estaba él, que se había girado hacia la pared y dormía tranquilo… y solo. O eso pensé. Caí en la cuenta de que el niño del quinto tenía sólo dieciocho meses y apenas hablaba, así que no cabía duda de que tampoco podía tratarse de él a través de una interferencia.
Tenía mucho miedo y concentré todas mis fuerzas en evitar pensar. No debía pensar, no debía, tenía que no pensar, si pensaba iba a tener más miedo. Me metí en la cama y me acurruqué junto a él, tan cerca que mi nariz tocaba el pelo que le caía sobre la nuca. Quise verle la cara, y me estaba incorporando con sigilo para lograrlo, cuando una idea me detuvo: era necesario apagar el interfono, era prioritario, me espantaba imaginarlo en mi dormitorio, arrojando sobre la sagrada atmósfera de mi hogar una voz angustiada y desconocida. Anduve los ocho metros de pasillo con decisión y me planté ante mi cuarto. El interfono gemía, gemidos ajenos, infantiles y lejanos, estremecedores como una tormenta que se acerca. Detenida en la puerta, lamenté no haber apagado el receptor, aferrándome a la lógica de que así los sonidos habrían cesado. “Soy idiota”, me dije. Mientras me acercaba al aparato los gemidos se hacían más intensos, alternando con palabras ininteligibles. Toda la decisión de hacía unos segundos se había volatilizado y extendí mi mano hacia el interfono con más temor que si se tratara de un objeto incandescente. Rozaba ya con la yema del índice el botón de apagado cuando palabras nítidas y serenas se elevaron de pronto por encima del resto de sonidos: “Ven. Mamá, ven, por favor. ¿Por qué no vienes?”.
Cogí el interfono y corrí hasta la habitación de mi hijo, pero un ahogo de pánico apagó mi grito y mis fuerzas cuando al llegar le encontré sentado sobre la cama, como algunas veces le encontraba cuando me llamaba, solo que esta vez de espaldas, mirando a la pared de manera terroríficamente incomprensible. El aparato que sujetaba en mi mano derecha continuaba emitiendo lamentos, mi hijo seguía cara a la pared, como un pequeño buda o una estatua en la noche. Inmóvil. Me agaché hasta la mesilla y con la mano izquierda apagué el receptor, pero ni siquiera entonces cesaron las quejas en el interfono, que ardía entre mis dedos fríos. Me repugnó su calor, no pude contenerme más y lo arrojé al suelo con pavorosa ira sin poder ni querer evitar el estruendo que hizo al caer y destrozarse. Entonces mi pequeño se giró, me miró espeluznado y por fin rompió a llorar.
Le abracé y acaricié para sofocar sus sollozos. Fue un llanto largo e inconsolable, pero a mí me pareció vivificador, señal de que una parte de mi realidad volvía y ya no luchaba sola para alejar las sombras. Cuando cayó rendido y se durmió de nuevo, todavía respingó varias veces. Permanecí toda la noche a su lado, vigilante, dispuesta a enfrentarme a lo que quiera que fuera aquello que nos rondaba, preparada para plantarle cara al mismísimo Satanás si aparecía por la puerta, pero sin valor para levantarme a cerrarla y acabar con la horrible rendija por la que asomaba el pasillo oscuro. “El mar y el sol, estoy nadando en el mar, hace sol, mucho sol, nado en el mar…” me repetí una y otra vez durante las dos horas que transcurrieron hasta el amanecer.

de Elena Prado
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martes, 6 de noviembre de 2018

HOY DOBLAN LAS CAMPANAS


Hacia La Canal del Silencio, en La Najarra.
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Nacer
Flotar
Vivir, nada
Nada
Rosas cubiertas de lodo
Eco silencioso
en el eterno sabor del llanto
Hoy vuelve a mirar
a través del cristal
Oscurece
De nuevo el relámpago.
Golpea el cristal
Fuego, y más fuego
-no tenemos nada-
Murmura bajando la voz
Más relámpagos
El cristal se rompe
Su frente con él
Sus ojos con él
Sus labios con él
Su aliento con él
Cesan los relámpagos
Qué soledad absurda
en medio del humo,
en medio del polvo
en medio de nada.
Más rosas, más rosas
Rosas cubiertas de lodo
rosas cubiertas de miedo
rosas cubiertas de nada

de Zeneida Pizarro Verganzo
(Zene)
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XXXVII

En el parque de San Pablo
nos miramos a la cara.
Yo te lancé mi cumplido.
Tú no me dijiste nada.

Al cruzar la calle nueva
te dijeron un piropo;
te pusiste colorada…
y pasaste poco a poco.

La reja de tu ventana
tiene cadena y un perro
para alejar a los mozos
que solicitan tus besos.

Lo contaron en la esquina.
Lo daban todos por cierto:
por la calle paseaste
del brazo de aquel acento.

Con ese talle y figura
imagino veros juntos,
paseando –tú la i-
por la calle –y él el punto.

No lo quería creer.
No lo he visto con mis ojos.
Miraré para otra parte
hasta que cese el embrollo.

Porque sabes que te quiero,
aunque nunca te lo dije:
los ojitos que me clavas
no son de alguien que finge.

Como no te vi con él
y tu sentío me pierde,
mañana, noche sin luna,
a tu reja voy a verte.

de apuntes, 2001
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HOY DOBLAN LAS CAMPANAS


Hoy doblan las campanas.
Hay lluvia. Y hace frío.
En un lecho de luna,
leve, yace dormido,
como un cachorro manso
ansioso de descanso.

Fue niño. Trabajaba
el campo. Sus pasiones:
vivir la vida loca
sin miedos, sin temores;
pero sin compromiso:
es lo que siempre quiso.

No despreció mañanas
de siembras y laureles;
ni tardes de jarana;
ni noches de mujeres
hasta las madrugadas
de bellas alboradas.

Con una mano abierta
tomó de lo que había
en cada esquina torva.
Tal como se sentía,
mostrábase goloso,
y un punto generoso.

Amado fue, y amó,
y tuvo descendencia
que le aportó sosiego
a su vida; y conciencia.
Aunque alguna razón
le diera desazón.

Su sueño era tener
sin fondo, y derrochar,
y en su existencia larga
lo consiguió lograr
sin gran dedicación
y muy poca intención.

No le importaba nada,
y trabajar tampoco.
Ponía su atención
al listo como al loco,
para después reírse:
de todo hacía chiste.

Su mundo fue un lamento
por un tiempo ya ido:
-¡ahora –repetía-
debía haber nacido!
No se quería perder
los goces del ayer.

Poco a poco la vela
agotó su pabilo,
y en esta cruda noche
de otoño, se ha dormido
con la luna en un pozo,
y un coro de sollozos.


Octubre de 2018
Para Ángel, in memoriam
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