martes, 14 de abril de 2020

SÓLO TU AMOR Y EL AGUA


Lago del Parque de la Alhóndiga, Getafe
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húmedas gotas
musicales aromas
tacto de seda

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AMANTE FIEL

Si fueras el pecado y su tragedia,
quien aplica tortura
o simplemente firma los papeles,

si te fueras con otro
o compartieras cama
conmigo y otros hombres,

si fueras de una secta,
monjita de clausura o esclava del Diablo,

si huyeras de mis ojos
y arropases los tuyos
con una causa injusta,

si asesinases a tus padres
o incluso a nuestros hijos,

si mintieses en todo
o fueses tan sincera
que tu palabra hiriese
como daga o venablo.

Si levantases cada minuto
un falso testimonio
sobre mí...

te seguiría amando.

de Luis Felipe Comendador
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Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

de Elsa López
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SÓLO TU AMOR Y EL AGUA

Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.

Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.

Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.

Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.

Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.

La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
                                    Sólo tu amor y el agua...

de Pablo García Baena
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POEMA 19

Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.

de Pablo Neruda
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28

La Playa de los Muertos

Hace varias décadas, cuando transitábamos esa etapa en la que no éramos ni jóvenes ni viejos, aburridos y molestos por la saturación de La Manga, trasladamos nuestro destino anual de vacaciones al Cabo de Gata. Las playas son vírgenes, los pueblos pequeños, pocos turistas y una tranquilidad para disfrutar cada instante y lugar en un “por fin solos”, que era lo que buscábamos en nuestra semana de reencuentro sin interferencias.
Hoy el sol aparece cubierto; una nube oscura, algo deshilachada, se ha puesto en el Portacho, y solo deja escapar haces de luz que acompañan a un vientecillo agradable para mi paseo habitual por el monte.
      Mi Amigo Fiel, ese que aparece en cuanto pongo un pie fuera del camping, que presiento pero no veo, cuya existencia ya mencioné, desvía mi voluntad de acercarme a investigar cierta placa y supuesta ceniza cerca del Abuelo. No obstante, de un modo confuso que no puedo evitar, sugiere que le hable de muertos; de otros muertos, e introduce en mis recuerdos, mientras enfilo el camino de la Casa del Barquero, algo que sucedió hace algunas décadas.
      “Nos alojamos”, digo, “en un hotel de San José. En la habitación hay un minibar, y en la primera noche abrimos dos benjamines de champán. Al día siguiente pasamos ante el súper del puerto, y nos llevamos un lote de benjamines, porque los del minibar nos salen caros. Ya en la habitación, advertimos que nos hemos pasado: compramos más del doble de los días que nos quedan de vacaciones.
      “Amanecíamos en la playa del Monsul, en Genoveses, en la Media Luna…; jugábamos desnudos, nos bañábamos, hablábamos y reíamos; soñábamos y nos tendíamos en la arena con un libro… Cuando hacia el mediodía aumentaban los nudistas, nos vestíamos y nos íbamos a la piscina del hotel, almorzábamos, dormíamos la siesta. Ya tarde, un par de horas o tres antes de la puesta del sol, paseábamos por el pueblo, por los alrededores, o visitábamos las aldeas y ciudades cercanas. Estuvimos en Las Negras; hicimos un recorrido por Rodalquilar y sus abandonadas minas de oro; subimos a Níjar; nos asomamos a los volcanes; nos metimos en el cortijo del Fraile, donde sucedió el drama que inspiró a Lorca sus “Bodas de sangre”…
      “Una tarde nos alejamos hacia Carboneras. Buscábamos un mirador que prometía impresionantes vistas. Aparcó el coche, cogí los prismáticos, y echamos a andar hacia una atalaya, siguiendo la ruta marcada. No estaba muy concurrida. Hay una bifurcación hacia la Playa de los Muertos. La invito a bajar, pero le parece demasiado escarpado, y el sol desciende… A mí tampoco me apetece. Seguimos hacia el mirador. A medida que subimos, el horizonte nos muestra un Mediterráneo de tonalidades azul turquesa, levemente rizado, con amagos de espuma descabezada en el rielo de las olas. La plataforma está semivacía. La protege un murete de piedra oscura rematada por losas de caliza, y hay bloques de granito a modo de asiento para dos. La vista abarca desde las chimeneas de Carboneras hasta el monte que se hunde en el agua, a la derecha; y al frente, un horizonte sin fin muestra el ancho mar perdiéndose en la suave línea donde se junta con el cielo. La playa es una franja dorada, cercana, recta hasta una suave bahía a la derecha, junto al monte que se baña; la remata una piedra, aislada como un hito, adentrada en la arena. La orografía del monte no deja ver hasta dónde se adentra en la costa. Le llaman de los muertos, dice ella, porque las corrientes marinas de la zona arrojan a su arena los cuerpos de los ahogados en la bahía, e incluso del golfo. Nos sentamos en un bloque. Le ofrezco los prismáticos, y los acepta dedicándome una sonrisita… Los ajusta a sus ojos. Acomoda sus codos en la losa caliza, para que no tiemblen, y dice:
      “-Yo te cuento lo que vea… -y luego- …veo una vela…
“Yo no la veo, pero el mar espejea, y puede que la difumine, supongo. Apunta a las chimeneas, a la izquierda, y cambia el enfoque porque, se queja, rompen la armonía del paisaje. Barre el mar con sus ojos, lentamente. Veo espuma, y olas, describe. Yo veo la ondulación, que aumenta en altura hacia la costa formando crestas que se atropellan y se aproximan en diagonal tocando primero a la izquierda, suavemente en la arena, y luego a la derecha, rompiendo con violencia contra el monte bañado, y contra el hito, deshaciéndose en espuma estrellada. En su barrido llega con los prismáticos a la arena. Está desierta, afirma. Yo extiendo el brazo al frente, y apunto con el índice. Mira, le señalo, parecen bañistas. No los veo bien, pero en la distancia pueden ser cualquier cosa. Se los ve juntos, e inmóviles…, pueden ser… cualquier cosa…
      “-Los veo, –musita con un hilo de voz-; es un… hombre… desnudo… y una mujer…, desnuda…, están… de pie…; ella… frente a él… los pies… hundidos en la arena… las piernas juntas… los brazos caídos a lo largo de los cuerpos…, quietos…, estáticos…, inmóviles…, como… esculturas... Oscilan… se miran a los ojos… tiemblan sus rodillas…, amagan las manos…, se adelantan…, retroceden…, un dedo explora…, roza una mano… se aparta…, avanzan las caderas…, asciende la vara… roza el monte…, retroceden… -Yo me aprieto contra su costado, escrutando la playa. Su voz es un susurro.        -Lo tiene… horizontal…, el pene…, erecto…, ella avanza el busto…, sus pezones caracolean en… el pecho boscoso…, el glande olisquea los albillos del pubis…, sudan…, resbalan gotas …, se miran…, afirman los ojos en los ojos…, se entreabren sus bocas…, cierran los ojos…, ¡van a besarse!, uffff.
* * *

      “Me despierto cansado. Rayos de un sol naciente hieren el aposento. Mis manos se zambullen en la arena. Recuerdos agitados forman una vorágine de imágenes difícil de ordenar. Estábamos en la Atalaya, en la Playa de los Muertos. De un tirón, alterada, sentí su mano en la mía, y me arrastró hacia el coche. Repetía palabras que no entendí. En la somnolencia del alba, la estrecha carretera se retorcía en las curvas. Amenazaban faros de frente. Largas pitadas cruzaban bajo la luna llena dejando oscuridad. Sus manos ansiosas conducían alocadas. Un alto en el hotel me dio un respiro. Luego, un camino de tierra. El coche se zarandeaba entre los baches, hasta que se detuvo en el camino. Es tan confuso...
      Esa roca… es el Monsul; estamos en la playa del Monsul. No llevo ropa. La arena se clava en mi piel. A mi lado, acurrucada, desnuda, me mira. Sonríe. Noto su calor. Enreda con sus manos. Muestra un montoncito de arena. Reclama mi atención: huellas de cuatro pies enfrentados. Cuando empiezo a entenderlo reparo en otro cerrillo, pero de benjamines. Vacíos.  Quizá todos los que quedaban… El sol riela en la marisma. Olas susurran. Chapotean los arrecifes. En sus ojos irónicos entiendo al fin las palabras enigmáticas que repetía:
      -“Un juego, solo es un juego.”

      Busco inútilmente en la Casa del Barquero a mi Amigo Fiel, que duda de mi historia. Yo también, le digo: yo también.
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