martes, 7 de abril de 2020

LLEGÓ UN HOMBRE AL PISO…




 Blas nos está mirando...
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Canción

Va y viene mi pensamiento
como el mar seguro y manso;
¿cuándo tendrá algún descanso
tan continuo movimiento?

                             Glosa de don Diego

Parte el pensamiento mío
cargado de mil dolores,
y vuélveme con mayores
de la parte do le envío.
Aunque de esto en la memoria
se engendra tanto contento,
que con tan dulce tormento,
cargado de pena y gloria,
va y viene mi pensamiento.

Como el mar muy sosegado
se regala con la calma,
así se regala el alma
con tan dichoso cuidado.
Mas allí mudanza alguna
no puede haber, pues descanso
con el mal que me importuna,
que no es sujeto a fortuna,
como el mar seguro y manso.

Si el cielo se muestra airado,
el mar luego se embravece
y mientras más el mar crece,
está más firme en su estado.
Ni a mí me cansa el penar
ni yo con el mal me canso;
si algo me podrá cansar
es venir a imaginar
cuándo tendrá algún descanso.

Que, aunque en el más firme amor
mil mudanzas puede haber,
como es de pena a placer
y de descanso a dolor,
solo en mí está reservado
en su fijo y firme asiento,
que sin poder ser mudado
está quedo y ultimado
tan continuo movimiento.

Diego Hurtado de Mendoza (España, 1503-1575)
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ADOLESCENTE FUI...

Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia.

Luis Cernuda.
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LLEGÓ UN HOMBRE AL PISO…

Llegó un hombre al piso y su sombra cayó gris sobre el empapelado del vestíbulo, se quitó la chaqueta de ante, comió una ensalada de pollo con estragón y pepinillos, luego se quitó camisa, pantalón y calzoncillos, se tumbó después encima de la señora mientras ella estaba debajo, luego permaneció así una cierta cantidad de segundos sobre una colcha de algodón sucio.

Poco después abandona el piso y se oye arrancar un coche —es un Saab Turbo. Él se había ido, ella lloró, mientras la araña desde su ángulo no entendía aquello en absoluto.

El hombre parecía haber estado allí un rato como de prestado —algo se ha llevado de allí: Una copia de un hombre que se va pero deja el negativo— la imagen que la señora tiene del hombre en la única vida.

La araña vio el proceso como se ha descrito. Y no le pareció en absoluto natural.

Bodil Malmsten (Suecia, 1944-2016)
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27

amor de arena

La pizca de humedad  hace milagros.
Hay un aviso escrito, Playa Libre,
en una enorme piedra.
La jara blanca
abre sus hojas verdes,
carnosas, pródigas, brillantes óvalos;
copas sus flores claras,
oasis en la arena.
El sol la mima, y luce
como si hubiera puesto en cada pétalo
un fino y elegante lustre.
Sin trazas de humedad, se ofrece a la visita
de golosas obreras.
Un acto seductor para perpetuarse
en el desierto ardiente entre las dunas.
Con locas pulsaciones
en esa inmensidad de cada instante
su espíritu golpea.
Agua, pantano, fuego; jara, mirada, luz…
Y en la complicidad de la mañana,
de su cálida mano,
rasgamos la penumbra luminosa
buscando la humildad de aquella cueva...
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CAYUCOS

La barca, de madera, de seis metros de eslora y no más de dos de manga, era de escaso calado, sus francobordos eran bajos y carecía de área de cubierta, una tosca jaula fabricada con palos servía para almacenar la pesca, variada y abundante, en donde se discriminaban mariscos y peces de diferentes especies en cestas echas con ramas de árboles, salíamos a navegar antes del amanecer, éramos muchos pescadores, yo patroneaba mi barca, tenía permisos en regla, estudié en la ciudad y dominaba el arte de navegar, también el de la captura de peces, en poco tiempo llenábamos la jaula, y regresábamos con tiempo para surtir el puesto adjudicado en el mercado libre de la ciudad, la tarea nos permitía vivir con desahogo, sin grandes ganancias, placentera, satisfactoria, éramos felices… hasta que llegaron los grandes buques de arrastre de Occidente.
      Cubrieron la costa con redes, cerraron el paso a los bancos de peces, los enredaban en sus trampas y no pasaban de sus aparejos a nuestra zona, cada vez entraba menos, ignoraron nuestras quejas y nuestros intentos de negociar, sus campañas eran intensivas, nos rechazaron con armas, esquilmaron nuestro medio de vida, no dudaron en golpear y trizar nuestras embarcaciones con sus buques y, llevándose sus capturas a puertos lejanos, nos condenaron al hambre…
      Llegamos una noche a estas costas occidentales gracias a mi pericia, a mis conocimientos de navegación, éramos demasiados para la embarcación que nos llevaba y muchos temieron perder la vida, como contaban algunos agoreros; no tengo escrúpulos para decir que fui providencial en el viaje, porque nos lanzaron al agua sin preocuparse de quién pilotaría la travesía, quizá lo peor de ella fue el recibimiento que nos hicieron en la playa en la que embarrancamos, nos esperaban y nos encerraron como si fuéramos piratas, sobre todo a mí, que desde el primer momento dije ser patrón y haber traído sanos y salvos a todos hasta aquí.
      Me acusaron de traficar con personas. Me han dejado libre. Me prohíben trabajar sin permisos, sin papeles, y siempre que tenga un “trabajo fijo y digno”. Me quitaron mi forma de vida en mi pueblo. Me obligaron a emigrar. Se llevaron el pescado que me robaban y, cuando quiero buscarme la vida con sus leyes, no me lo permiten... Mi día a día es merodear por la ciudad, soportando miradas de reojo, vejaciones, insultos…
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