Cayucos
Era de mi padre. Mi cayuco es una buena herramienta para la pesca, manejable
y ligera; tiene veinte metros de eslora y tres de manga, su calado es escaso, sus
francobordos bajos, y carece de área de cubierta; en proa van las artes de faenar:
redes, sedales, boyas, luces…; el bastimento de combustible, agua, comida, utensilios
de cocina; y los cestos para almacenar la pesca, muy variada y abundante en
nuestros ricos caladeros. Un motor de 40 CV, en popa, bajo el timón, lo mueve.
Somos seis conmigo, salimos a faenar de la isla de M´bour hacia el mediodía, el
mar se cubre de cayucos, como un cardumen, yo patroneo el mío, tengo los permisos
en regla, estudié en Malika y domino el arte de navegar, y el de la pesca, a
veces vamos hacia Mauritania o Gambia, otras a Guinea-Bisáu, depende
de los bancos de peces -llevo detectores y GPS-; nos ausentamos una o dos
semanas, no más, Cabo Verde está demasiado lejos, es mar abierto y peligroso
para un cayuco, aunque lo normal es pasar una noche en alta mar, a unos
Sus campañas son intensivas. Cubren
la costa con sus mallas de más de seiscientos metros, esquilman los fondos, atrapan
los bancos de peces, les cierran el paso con sus aparejos, no entra en los
caladeros, cada vez pescamos menos, agotan nuestro medio de vida…; ignoran nuestras
quejas, desprecian nuestros intentos de negociar, nos rechazan con armas, no
dudan en golpear y trizar nuestros cayucos con sus buques y, al llevar su captura
a puertos lejanos, nos condenan al hambre…
Nadie nos ampara. La desesperación
nos acosa. Alguien lo propone. No nos conocemos. Son muchos meses sin capturas.
Flaquea nuestra voluntad. Es una decisión difícil. Vencen las ventajas: vemos
el progreso de quienes retornan de Europa. Tenemos claro adónde vamos, al menos
yo. Somos demasiada gente para el cayuco. Hay temor a perder la vida. Agoreros.
Yo calmo los ánimos, me respetan: la mar
es mi amiga...
Arribamos a Occidente. Gracias a
mi pericia, a mis conocimientos de navegación. No tengo escrúpulos para decir
que fui providencial en el viaje. Nos lanzaron al agua sin preocuparse de quién
pilotaría la travesía. Lo peor de ella es el recibimiento. En la playa en la
que embarrancamos, nos esperan. Nos encierran como si fuéramos piratas. Sobre todo
a mí, que, desde el primer momento, digo saber patronear un barco. Y declaro
que he traído a tierra la embarcación, y a la gente. Sana y salva. Hasta aquí...
Me acusan de traficar con
personas. Me dejan libre. Me prohíben trabajar sin permisos, sin papeles, pero
me exigen que tenga un “trabajo fijo y digno” para conseguirlos…
Os lleváis nuestras materias
primas: metales; oro, plata, diamantes, cinc, hierro, coltán…; maderas…; el
pescado. A cambio de armas...
Habéis destruido nuestra forma
de vida en M´bour, mi pueblo. Y, cuando queremos prosperar con vuestras leyes,
no nos lo permitís...
¿Cuándo admitiréis vuestra deuda
con mi pueblo…?
Abdoulaye Ndoye