viernes, 6 de septiembre de 2024


 

Cayucos

 

Era de mi padre. Mi cayuco es una buena herramienta para la pesca, manejable y ligera; tiene veinte metros de eslora y tres de manga, su calado es escaso, sus francobordos bajos, y carece de área de cubierta; en proa van las artes de faenar: redes, sedales, boyas, luces…; el bastimento de combustible, agua, comida, utensilios de cocina; y los cestos para almacenar la pesca, muy variada y abundante en nuestros ricos caladeros. Un motor de 40 CV, en popa, bajo el timón, lo mueve. Somos seis conmigo, salimos a faenar de la isla de M´bour hacia el mediodía, el mar se cubre de cayucos, como un cardumen, yo patroneo el mío, tengo los permisos en regla, estudié en Malika y domino el arte de navegar, y el de la pesca, a veces vamos hacia Mauritania o Gambia, otras a Guinea-Bisáu, depende de los bancos de peces -llevo detectores y GPS-; nos ausentamos una o dos semanas, no más, Cabo Verde está demasiado lejos, es mar abierto y peligroso para un cayuco, aunque lo normal es pasar una noche en alta mar, a unos 60 km. de la costa, echamos las redes al anochecer, las recogemos antes del alba y distribuimos la captura por especies en los cestos mientras regresamos, jureles, marisco, sardinas…, para descargarla en el puerto a primera hora, allí esperan las mujeres: controlan, clasifican, venden, limpian, distribuyen y aprovechan los peces sin salida; la tarea nos permite vivir con desahogo, sin grandes ganancias, la vida es placentera, satisfactoria, somos felices… hasta el arribo de los grandes buques de arrastre de Occidente.

      Sus campañas son intensivas. Cubren la costa con sus mallas de más de seiscientos metros, esquilman los fondos, atrapan los bancos de peces, les cierran el paso con sus aparejos, no entra en los caladeros, cada vez pescamos menos, agotan nuestro medio de vida…; ignoran nuestras quejas, desprecian nuestros intentos de negociar, nos rechazan con armas, no dudan en golpear y trizar nuestros cayucos con sus buques y, al llevar su captura a puertos lejanos, nos condenan al hambre…

      Nadie nos ampara. La desesperación nos acosa. Alguien lo propone. No nos conocemos. Son muchos meses sin capturas. Flaquea nuestra voluntad. Es una decisión difícil. Vencen las ventajas: vemos el progreso de quienes retornan de Europa. Tenemos claro adónde vamos, al menos yo. Somos demasiada gente para el cayuco. Hay temor a perder la vida. Agoreros. Yo  calmo los ánimos, me respetan: la mar es mi amiga...

      Arribamos a Occidente. Gracias a mi pericia, a mis conocimientos de navegación. No tengo escrúpulos para decir que fui providencial en el viaje. Nos lanzaron al agua sin preocuparse de quién pilotaría la travesía. Lo peor de ella es el recibimiento. En la playa en la que embarrancamos, nos esperan. Nos encierran como si fuéramos piratas. Sobre todo a mí, que, desde el primer momento, digo saber patronear un barco. Y declaro que he traído a tierra la embarcación, y a la gente. Sana y salva. Hasta aquí...

      Me acusan de traficar con personas. Me dejan libre. Me prohíben trabajar sin permisos, sin papeles, pero me exigen que tenga un “trabajo fijo y digno” para conseguirlos…

      Os lleváis nuestras materias primas: metales; oro, plata, diamantes, cinc, hierro, coltán…; maderas…; el pescado. A cambio de armas...

      Habéis destruido nuestra forma de vida en M´bour, mi pueblo. Y, cuando queremos prosperar con vuestras leyes, no nos lo permitís...

      ¿Cuándo admitiréis vuestra deuda con mi pueblo…?

 

Abdoulaye Ndoye


No hay comentarios: