CANCIONCILLA DE
AMOR A MIS ZAPATOS
Los zapatos en
que espero
el tiempo de mi partida
tienden dos alas de cuero
para sostener mi vida.
el tiempo de mi partida
tienden dos alas de cuero
para sostener mi vida.
Bajo la suela
delgada
siento la tierra que espera.
Entre la vida y la nada
¡qué delgada es la frontera!
siento la tierra que espera.
Entre la vida y la nada
¡qué delgada es la frontera!
de Rafael Morales
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PAISAJE DE LA
MULTITUD QUE VOMITA
(Anochecer
de Coney Island)
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.
New
York, 29 de diciembre de 1929
Federico
García Lorca (1898-1936)
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No
me canso, mi amor, de dibujarte. Mira.
Escribo
tu perfecto contorno delicado,
la
línea litoral larga de tu costado,
la
pierna que en el pie dinámico respira.
La
flor que cimbreada en los pechos delira,
el
pelo entre los hombros y espaldas resbalado,
los
sumergidos ojos, el ombligo encantado,
la
cadera que ondula, la boca que conspira.
Forma
total y llena de gracia que diseño
de
memoria en la luz o en la sombra del sueño,
sé
de nuevo real, de nuevo sé tangible.
El
cuerpo que mis manos claramente desean,
que
mis ojos lo toquen, que mis manos lo vean,
que
lo imposible vuelva de pronto a ser posible.
de
Rafael Alberti
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TIEMPO
DE MATANZA
Apenas comenzamos a explorar
a gatas los confines
de lo desconocido,
nos enseñan a odiarnos los unos a los otros,
a establecer fronteras, a temernos,
a pasar por encima,
a ser asno de Atila devastando
la sementera ajena, a caminar dejando
detrás tierra quemada,
a vencer o morir. Por si una guerra.
Porque la vida es dura y nunca ha habido
zapatos para todos
y andar descalzo hiere los pies del más pintado.
Creced, multiplicaos,
sed carne de cañón, no más que un número
en el haber sin debe
–el oro en una mano
en la otra el crucifijo–.
que ostentan los señores de la guerra.
Dejadlos que, arrastrándose,
se acerquen hasta mí;
es tiempo de matanza.
Apenas comenzamos a explorar
a gatas los confines
de lo desconocido,
nos enseñan a odiarnos los unos a los otros,
a establecer fronteras, a temernos,
a pasar por encima,
a ser asno de Atila devastando
la sementera ajena, a caminar dejando
detrás tierra quemada,
a vencer o morir. Por si una guerra.
Porque la vida es dura y nunca ha habido
zapatos para todos
y andar descalzo hiere los pies del más pintado.
Creced, multiplicaos,
sed carne de cañón, no más que un número
en el haber sin debe
–el oro en una mano
en la otra el crucifijo–.
que ostentan los señores de la guerra.
Dejadlos que, arrastrándose,
se acerquen hasta mí;
es tiempo de matanza.
de Rafa León Rodríguez
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UNA DIRECTORA
INTELIGENTE
En un colegio de
educación secundaria de Granada, las alumnas habían adquirido la mala costumbre
de besar los espejos para imprimirlos con las marcas de sus lápices de labios.
Todas las mañanas, los espejos de los baños de las mujeres amanecían llenos de "besos" colorados.
Todas las mañanas, los espejos de los baños de las mujeres amanecían llenos de "besos" colorados.
La directora publicó
un comunicado, pidiendo a todas las alumnas que se abstuvieran de imprimir
besos en los espejos porque recargaban el trabajo del personal de limpieza.
Como si nada. Los
espejos seguían apareciendo llenos de marcas de pintura de labios.
Al final, la directora
juntó a la mayor cantidad de alumnas que pudieron entrar al mismo tiempo en el
baño de mujeres, y les explicó que quería mostrarles lo difícil que era para el
personal de limpieza eliminar esas marcas todos los días.
Le pidió a la señora
de la limpieza que procediera con la tarea.
La mujer de la limpieza
tomó un trapo seco y, en lugar de usar un producto limpia-cristales, lo mojó
varias veces en un inodoro, lo escurrió y procedió a eliminar las marcas una por
una. Cada poco volvía a remojar el trapo en otro inodoro, lo retorcía allí mismo
y seguía limpiando hasta que todos los espejos quedaron totalmente brillantes.
Nunca más aparecieron
marcas de labios en los espejos del colegio de secundaria.
“educación para la
solidaridad”
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