martes, 28 de abril de 2020

BLUE


rosas y promesas

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"solo el colchón conoce el peso de tus sueños"

de Luis Felipe Comendador
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COMO OCTUBRE DISPONGA

      No más refugio
      que la faz de mis brazos
      si nos entra el otoño
      desgajando
      lo que al viento apetece
      en su alfombra de bosque
      y cuerpo a tierra.

      Mírame.
      Otoño aún no somos en años
      pero cuando él se nos acerca
      hay que extender la batalla real
      de los buenos amantes
      en el recuento las hojas
      de infinitos sabores ocres.

      Mírame, y
      hagamos la abundancia
      a ras de nuestro suelo.
      La variedad de un amor
      es sepultar la inteligencia
      entre los cuerpos.
      No conozco otro refugio
      ni mejor temperatura.

      Sólo que estoy adivinando
      cómo será el Otoño
      nuestras vidas
      de verdad calzadas en su estación
      y otra vez
      el nacimiento de amarse
      la pasión inédita
      que alumbrará mis versos.

      Debo callar.
      Ahora vámonos
      a lo único
      que del lento mudar
      es ocre, ocres
      como la alfombra disponga
      tú y yo
      obligando a trabajar
      un viento revelación
      lo más humano
      para empujar las lumbres
      bien cernida la noche.

De Pureza Canelo
(Poemario: Pasión inédita)
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BLUE

Estos días azules y este sol de la infancia.
De autobuses que vuelven a casa del colegio.
De sangre en la nariz y pómulos morados,
no hables con tus padres, sabemos dónde vives.
De lunes de meriendas tiradas por el patio,
de martes de saliva y tinta en el estuche.
De miércoles de wásaps, caritas sonrientes,
amigo, no te escondas, te estamos vigilando.
De jueves de mañana serán cuarenta euros.
De viernes de pestillos que no cierran.

Y así otra vez lunes, así otra vez martes,
y así todos los días azules de la infancia.
Bajando la cabeza en los pasillos,
soñando la llegada de un ángel justiciero:
bazucas que destrocen las pizarras,
catanas que rebanen las cabezas,
y bombas que explosionen autobuses.

Y así poder entrar sin miedo a los lavabos.
Beber sin que te mojen los cuadernos,
Hablar sin que se rían. Y te griten. Y te escupan.
Y entonces llega un día en que no puedes más,
y viene el director a poner orden.
Y llaman a tus padres, no es hora de lamentos.
Tenemos que evitar que ocurra otra desgracia,
pensar en lo mejor para su hijo.
Lo idóneo es un lugar donde empezar de cero.

Envainar la catana, desmontar la bazuca.
Cortar el cable azul del explosivo.
Una derrota pactada. Y así, esta mañana,
cautivo y desarmado,
te lleva el autobús camino del exilio.
A un patio donde nadie repara en tu presencia.
Sentado en la grada de la pista de atletismo,
escribes esta rabia.
Catanas y bazucas, explosiones,
la guardas arrugada en el bolsillo.
Esperando que pasen los días y los meses.
Y el sol vuelva a brillar.

de Pablo García Casado
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Soneto 93

Si alguna vez tu pecho se detiene, 
si algo deja de andar ardiendo por tus venas, 
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra, 
si tus manos se olvidan de volar y se duermen, 
Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos 
porque ese último beso debe durar conmigo, 
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca 
para que así también me acompañe en mi muerte. 
Me moriré besando tu loca boca fría, 
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo, 
y buscando la luz de tus ojos cerrados. 
Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo 
iremos confundidos en una sola muerte 
a vivir para siempre la eternidad de un beso.

de Pablo Neruda
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CIUDAD CERO

Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años que eran
la quinta parte de toda mi vida,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

de Ángel González
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Dentro o fuera 

He visitado muchas veces este espacio que está dentro de otro mucho más grande que lo transfigura dependiendo de los caprichosos avatares de la Naturaleza. La armonía de ambos es perfecta, el fuera y dentro se confunden, así que da igual dónde te encuentres.
La barrera que separa uno de otro es transparente y te permite preparar el ánimo para lo que luego acontecerá, pero en esta ocasión no fue así porque lo que allí había era apenas perceptible. ¿Qué sería?
Nada más entrar me volví a sentir dentro de una enorme burbuja de aire formada por cientos de cristales engarzados en metal, pero nada de ahogo: la respiración era fluida, podías tocar el cielo. La luminosidad otoñal lo impregnaba todo, y las nubes, preñadas de lluvia, rodeaban el recinto como viejos algodones protectores. Las hojas multiformes vestidas de marrones, rojos y dorados, empapadas y etéreas, bailaban al compás del viento, bajaban y se acercaban inconscientes de su romántico destino: ser la guirnalda que corona el edificio, allí pintaban sus colores.
Había mucha gente variada, curiosa, ralentizada y un murmullo respetuoso. Llevaban cámaras, móviles y folletos informativos porque allí dentro estaban ELLAS de enormes cabezas transparentes de trama metálica con multitud de formas cóncavas y convexas, suspendidas del techo, iguales pero diferentes, cibernéticas y humanas, de aspecto sereno invitando al silencio; sus cuerpos ausentes se desvanecían en ríos de alambre. Sabíamos sus nombres y nos preguntábamos quién era quién pero poco importaba porque las tres reinaban por igual. La visión era futurista pero muy íntima, ellas y tú. A su lado o alrededor podías descubrir sus detalles, sus secretos, las líneas, la luz, lo material y lo inmaterial. Desde la distancia pude observar algún perdido rayo de sol acariciando aleatoriamente sus líneas y, entonces, el vacío se volvía masa y hasta parecían sonreír. Estaban y no estaban como, algunas veces, estamos las personas. 
Qué mágico es trasladarte al futuro en un precioso contenedor del pasado, es otra de las muchas cosas que sientes cuando estás allí. Eché de menos poder, aunque fuera sólo rozar, algo de su ser.

de Mª Victoria Martín
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