rosas y promesas
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"solo el colchón conoce el peso de tus sueños"
de Luis Felipe Comendador
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COMO
OCTUBRE DISPONGA
No más refugio
que la faz de mis brazos
si nos entra el otoño
desgajando
lo que al viento apetece
en su alfombra de bosque
y cuerpo a tierra.
Mírame.
Otoño aún no somos en años
pero cuando él se nos acerca
hay que extender la batalla real
de los buenos amantes
en el recuento las hojas
de infinitos sabores ocres.
Mírame, y
hagamos la abundancia
a ras de nuestro suelo.
La variedad de un amor
es sepultar la inteligencia
entre los cuerpos.
No conozco otro refugio
ni mejor temperatura.
Sólo que estoy adivinando
cómo será el Otoño
nuestras vidas
de verdad calzadas en su estación
y otra vez
el nacimiento de amarse
la pasión inédita
que alumbrará mis versos.
Debo callar.
Ahora vámonos
a lo único
que del lento mudar
es ocre, ocres
como la alfombra disponga
tú y yo
obligando a trabajar
un viento revelación
lo más humano
para empujar las lumbres
bien cernida la noche.
De Pureza Canelo
(Poemario: Pasión inédita)
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BLUE
Estos
días azules y este sol de la infancia.
De
autobuses que vuelven a casa del colegio.
De
sangre en la nariz y pómulos morados,
no hables con tus
padres, sabemos dónde vives.
De
lunes de meriendas tiradas por el patio,
de
martes de saliva y tinta en el estuche.
De
miércoles de wásaps, caritas sonrientes,
amigo, no te escondas,
te estamos vigilando.
De
jueves de mañana serán cuarenta euros.
De
viernes de pestillos que no cierran.
Y
así otra vez lunes, así otra vez martes,
y
así todos los días azules de la infancia.
Bajando
la cabeza en los pasillos,
soñando
la llegada de un ángel justiciero:
bazucas
que destrocen las pizarras,
catanas
que rebanen las cabezas,
y
bombas que explosionen autobuses.
Y
así poder entrar sin miedo a los lavabos.
Beber
sin que te mojen los cuadernos,
Hablar
sin que se rían. Y te griten. Y te escupan.
Y
entonces llega un día en que no puedes más,
y
viene el director a poner orden.
Y
llaman a tus padres, no es hora de
lamentos.
Tenemos que evitar que
ocurra otra desgracia,
pensar en lo mejor para
su hijo.
Lo idóneo es un lugar
donde empezar de cero.
Envainar
la catana, desmontar la bazuca.
Cortar
el cable azul del explosivo.
Una
derrota pactada. Y así, esta mañana,
cautivo
y desarmado,
te
lleva el autobús camino del exilio.
A
un patio donde nadie repara en tu presencia.
Sentado
en la grada de la pista de atletismo,
escribes
esta rabia.
Catanas
y bazucas, explosiones,
la
guardas arrugada en el bolsillo.
Esperando
que pasen los días y los meses.
Y
el sol vuelva a brillar.
de
Pablo García Casado
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Soneto
93
Si
alguna vez tu pecho se detiene,
si
algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si
tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si
tus manos se olvidan de volar y se duermen,
Matilde,
amor, deja tus labios entreabiertos
porque
ese último beso debe durar conmigo,
debe
quedar inmóvil para siempre en tu boca
para
que así también me acompañe en mi muerte.
Me
moriré besando tu loca boca fría,
abrazando
el racimo perdido de tu cuerpo,
y
buscando la luz de tus ojos cerrados.
Y
así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos
confundidos en una sola muerte
a
vivir para siempre la eternidad de un beso.
de Pablo
Neruda
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CIUDAD
CERO
Una
revolución.
Luego una
guerra.
En
aquellos dos años que eran
la quinta
parte de toda mi vida,
ya había
experimentado sensaciones distintas.
Imaginé
más tarde
lo que es
la lucha en calidad de hombre.
Pero como
tal niño,
la
guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión
de las clases escolares,
Isabelita
en bragas en el sótano,
cementerios
de coches, pisos
abandonados,
hambre indefinible,
sangre
descubierta
en la
tierra o las losas de la calle,
un terror
que duraba
lo que el
frágil rumor de los cristales
después
de la explosión,
y el casi
incomprensible
dolor de
los adultos,
sus
lágrimas, su miedo,
su ira
sofocada,
que, por
algún resquicio,
entraban
en mi alma
para
desvanecerse luego, pronto,
ante uno
de los muchos
prodigios
cotidianos: el hallazgo
de una
bala aún caliente,
el
incendio
de un
edificio próximo,
los
restos de un saqueo
papeles y
retratos
en medio
de la calle…
Todo
pasó,
todo es
borroso ahora, todo
menos eso
que apenas percibía
en aquel
tiempo
y que,
años más tarde,
resurgió
en mi interior, ya para siempre:
este
miedo difuso,
esta ira
repentina,
estas
imprevisibles
y
verdaderas ganas de llorar.
de Ángel
González
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Dentro
o fuera
He
visitado muchas veces este espacio que está dentro de otro mucho más grande que
lo transfigura dependiendo de los caprichosos avatares de la Naturaleza. La
armonía de ambos es perfecta, el fuera y dentro se confunden, así que da igual
dónde te encuentres.
La
barrera que separa uno de otro es transparente y te permite preparar el ánimo
para lo que luego acontecerá, pero en esta ocasión no fue así porque lo que
allí había era apenas perceptible. ¿Qué sería?
Nada
más entrar me volví a sentir dentro de una enorme burbuja de aire formada por
cientos de cristales engarzados en metal, pero nada de ahogo: la respiración
era fluida, podías tocar el cielo. La luminosidad otoñal lo impregnaba todo, y
las nubes, preñadas de lluvia, rodeaban el recinto como viejos algodones
protectores. Las hojas multiformes vestidas de marrones, rojos y dorados,
empapadas y etéreas, bailaban al compás del viento, bajaban y se acercaban
inconscientes de su romántico destino: ser la guirnalda que corona el edificio,
allí pintaban sus colores.
Había
mucha gente variada, curiosa, ralentizada y un murmullo respetuoso. Llevaban
cámaras, móviles y folletos informativos porque allí dentro estaban ELLAS de
enormes cabezas transparentes de trama metálica con multitud de formas cóncavas
y convexas, suspendidas del techo, iguales pero diferentes, cibernéticas y
humanas, de aspecto sereno invitando al silencio; sus cuerpos ausentes se
desvanecían en ríos de alambre. Sabíamos sus nombres y nos preguntábamos quién
era quién pero poco importaba porque las tres reinaban por igual. La visión era
futurista pero muy íntima, ellas y tú. A su lado o alrededor podías descubrir
sus detalles, sus secretos, las líneas, la luz, lo material y lo inmaterial.
Desde la distancia pude observar algún perdido rayo de sol acariciando
aleatoriamente sus líneas y, entonces, el vacío se volvía masa y hasta parecían
sonreír. Estaban y no estaban como, algunas veces, estamos las personas.
Qué
mágico es trasladarte al futuro en un precioso contenedor del pasado, es otra
de las muchas cosas que sientes cuando estás allí. Eché de menos poder, aunque
fuera sólo rozar, algo de su ser.
de
Mª Victoria Martín
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