Lago del Parque de la Alhóndiga, Getafe
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húmedas gotas
musicales aromas
tacto de seda
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AMANTE
FIEL
Si
fueras el pecado y su tragedia,
quien
aplica tortura
o
simplemente firma los papeles,
si
te fueras con otro
o
compartieras cama
conmigo
y otros hombres,
si
fueras de una secta,
monjita
de clausura o esclava del Diablo,
si
huyeras de mis ojos
y
arropases los tuyos
con
una causa injusta,
si
asesinases a tus padres
o
incluso a nuestros hijos,
si
mintieses en todo
o
fueses tan sincera
que
tu palabra hiriese
como
daga o venablo.
Si
levantases cada minuto
un
falso testimonio
sobre
mí...
te
seguiría amando.
de Luis Felipe
Comendador
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Cuando
tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que
fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal
y perfecto.
Entonces
tú terminas y yo comienzo a amarte.
Cuando
he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y
has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre
mi piel reseca.
Entonces
tú terminas y yo comienzo a amarte.
Cuando
la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido
y olvidado entre blandas semillas.
Entonces
tú terminas y yo comienzo a amarte.
de
Elsa López
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SÓLO TU AMOR Y EL AGUA
Sólo
tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo
iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
Sólo
tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo
se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo
puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La
noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
Sólo tu amor y el agua...
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
Sólo tu amor y el agua...
de
Pablo García Baena
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POEMA
19
Niña
morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un
sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña
morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi
corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
de
Pablo Neruda
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28
La Playa de los Muertos
Hace varias décadas,
cuando transitábamos esa etapa en la que no éramos ni jóvenes ni viejos,
aburridos y molestos por la saturación de La Manga, trasladamos nuestro destino
anual de vacaciones al Cabo de Gata. Las playas son vírgenes, los pueblos
pequeños, pocos turistas y una tranquilidad para disfrutar cada instante y
lugar en un “por fin solos”, que era lo que buscábamos en nuestra semana de
reencuentro sin interferencias.
Hoy el sol aparece
cubierto; una nube oscura, algo deshilachada, se ha puesto en el Portacho, y
solo deja escapar haces de luz que acompañan a un vientecillo agradable para mi
paseo habitual por el monte.
Mi Amigo Fiel, ese que aparece en cuanto pongo un pie fuera del
camping, que presiento pero no veo, cuya existencia ya mencioné, desvía mi
voluntad de acercarme a investigar cierta placa y supuesta ceniza cerca del
Abuelo. No obstante, de un modo confuso que no puedo evitar, sugiere que le
hable de muertos; de otros muertos, e introduce en mis recuerdos, mientras
enfilo el camino de la Casa del Barquero, algo que sucedió hace algunas décadas.
“Nos alojamos”, digo, “en un hotel de San José. En la habitación
hay un minibar, y en la primera noche abrimos dos benjamines de champán. Al día
siguiente pasamos ante el súper del puerto, y nos llevamos un lote de
benjamines, porque los del minibar nos salen caros. Ya en la habitación,
advertimos que nos hemos pasado: compramos más del doble de los días que nos
quedan de vacaciones.
“Amanecíamos en la playa del Monsul, en Genoveses, en la Media
Luna…; jugábamos desnudos, nos bañábamos, hablábamos y reíamos; soñábamos y nos
tendíamos en la arena con un libro… Cuando hacia el mediodía aumentaban los nudistas,
nos vestíamos y nos íbamos a la piscina del hotel, almorzábamos, dormíamos la
siesta. Ya tarde, un par de horas o tres antes de la puesta del sol, paseábamos
por el pueblo, por los alrededores, o visitábamos las aldeas y ciudades
cercanas. Estuvimos en Las Negras; hicimos un recorrido por Rodalquilar y sus
abandonadas minas de oro; subimos a Níjar; nos asomamos a los volcanes; nos
metimos en el cortijo del Fraile, donde sucedió el drama que inspiró a Lorca
sus “Bodas de sangre”…
“Una tarde nos alejamos hacia Carboneras. Buscábamos un mirador
que prometía impresionantes vistas. Aparcó el coche, cogí los prismáticos, y
echamos a andar hacia una atalaya, siguiendo la ruta marcada. No estaba muy
concurrida. Hay una bifurcación hacia la Playa de los Muertos. La invito a
bajar, pero le parece demasiado escarpado, y el sol desciende… A mí tampoco me
apetece. Seguimos hacia el mirador. A medida que subimos, el horizonte nos
muestra un Mediterráneo de tonalidades azul turquesa, levemente rizado, con amagos
de espuma descabezada en el rielo de las olas. La plataforma está semivacía. La
protege un murete de piedra oscura rematada por losas de caliza, y hay bloques
de granito a modo de asiento para dos. La vista abarca desde las chimeneas de
Carboneras hasta el monte que se hunde en el agua, a la derecha; y al frente,
un horizonte sin fin muestra el ancho mar perdiéndose en la suave línea donde
se junta con el cielo. La playa es una franja dorada, cercana, recta hasta una
suave bahía a la derecha, junto al monte que se baña; la remata una piedra,
aislada como un hito, adentrada en la arena. La orografía del monte no deja ver
hasta dónde se adentra en la costa. Le llaman de los muertos, dice ella, porque
las corrientes marinas de la zona arrojan a su arena los cuerpos de los ahogados
en la bahía, e incluso del golfo. Nos sentamos en un bloque. Le ofrezco los
prismáticos, y los acepta dedicándome una sonrisita… Los ajusta a sus ojos.
Acomoda sus codos en la losa caliza, para que no tiemblen, y dice:
“-Yo te cuento lo que vea… -y luego- …veo una vela…
“Yo no la veo, pero el
mar espejea, y puede que la difumine, supongo. Apunta a las chimeneas, a la
izquierda, y cambia el enfoque porque, se queja, rompen la armonía del paisaje.
Barre el mar con sus ojos, lentamente. Veo espuma, y olas, describe. Yo veo la
ondulación, que aumenta en altura hacia la costa formando crestas que se
atropellan y se aproximan en diagonal tocando primero a la izquierda,
suavemente en la arena, y luego a la derecha, rompiendo con violencia contra el
monte bañado, y contra el hito, deshaciéndose en espuma estrellada. En su
barrido llega con los prismáticos a la arena. Está desierta, afirma. Yo
extiendo el brazo al frente, y apunto con el índice. Mira, le señalo, parecen
bañistas. No los veo bien, pero en la distancia pueden ser cualquier cosa. Se
los ve juntos, e inmóviles…, pueden ser… cualquier cosa…
“-Los veo, –musita con un hilo de voz-; es un… hombre… desnudo…
y una mujer…, desnuda…, están… de pie…; ella… frente a él… los pies… hundidos
en la arena… las piernas juntas… los brazos caídos a lo largo de los cuerpos…,
quietos…, estáticos…, inmóviles…, como… esculturas... Oscilan… se miran a los
ojos… tiemblan sus rodillas…, amagan las manos…, se adelantan…, retroceden…, un
dedo explora…, roza una mano… se aparta…, avanzan las caderas…, asciende la
vara… roza el monte…, retroceden… -Yo me aprieto contra su costado, escrutando
la playa. Su voz es un susurro. -Lo
tiene… horizontal…, el pene…, erecto…, ella avanza el busto…, sus pezones
caracolean en… el pecho boscoso…, el glande olisquea los albillos del pubis…,
sudan…, resbalan gotas …, se miran…, afirman los ojos en los ojos…, se
entreabren sus bocas…, cierran los ojos…, ¡van a besarse!, uffff.
* * *
“Me despierto cansado. Rayos de un sol naciente hieren el
aposento. Mis manos se zambullen en la arena. Recuerdos agitados forman una
vorágine de imágenes difícil de ordenar. Estábamos en la Atalaya, en la Playa
de los Muertos. De un tirón, alterada, sentí su mano en la mía, y me arrastró
hacia el coche. Repetía palabras que no entendí. En la somnolencia del alba, la
estrecha carretera se retorcía en las curvas. Amenazaban faros de frente.
Largas pitadas cruzaban bajo la luna llena dejando oscuridad. Sus manos
ansiosas conducían alocadas. Un alto en el hotel me dio un respiro. Luego, un camino
de tierra. El coche se zarandeaba entre los baches, hasta que se detuvo en el
camino. Es tan confuso...
Esa roca… es el Monsul; estamos en la playa del Monsul. No
llevo ropa. La arena se clava en mi piel. A mi lado, acurrucada, desnuda, me mira.
Sonríe. Noto su calor. Enreda con sus manos. Muestra un montoncito de arena.
Reclama mi atención: huellas de cuatro pies enfrentados. Cuando empiezo a entenderlo
reparo en otro cerrillo, pero de benjamines. Vacíos. Quizá todos los que quedaban… El sol riela en
la marisma. Olas susurran. Chapotean los arrecifes. En sus ojos irónicos
entiendo al fin las palabras enigmáticas que repetía:
-“Un juego, solo es un juego.”
Busco inútilmente en la Casa del Barquero a mi Amigo Fiel, que
duda de mi historia. Yo también, le digo: yo también.
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