viernes, 23 de mayo de 2008

NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

Brillaba al sol. Redonda parecía
a mis ojos, y a los del astro rey.
Brillaba por el centro y por los bordes.
La viajera moneda peregrina
huida del bolsillo, quizá roto,
de algún señor con prisa,
estaba en el andén.
Y yo en el tren viajaba.
Desde mi ventanilla
contemplaba el paisaje de la tarde.
Y en aquella parada
su luz hirió mi calma distracción.
La huérfana moneda
que de tan buen talante se brindaba,
un montón de caprichos
muy bien con gran placer satisfaría.
Pues no era un duro, no, ¡qué va!, ni veinte.
Desde el asiento oscuro
del tren, que me llevaba
camino de mi sino y de mi suerte,
muy bien pudiera ser de cinco libras.
Le dije: — ¡ya eres mía!
Salté del duro cuero
del tren de cercanías, y la puerta
rozó con su vaivén mi retaguardia.

Ya se marchó mi tren.
Alegre en el andén busco mi suerte,
que se desvaneció con precisiones
de pompa de jabón.

¡Vaya por Dios!, -grité-: cómo metí la pata
¡Perder el tren por un papel de plata!


pbernal
(agosto de 2000)

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