jueves, 25 de noviembre de 2010

Lo veía venir

Lo veía venir, inevitable era,
no tengo más remedio que decírtelo,
a pesar de que sé que te va a sentar mal:
eres incomprensible, amas todas las cosas,
pero sin concesiones las ofendes
con prontos y caprichos,
con el deseo intenso de estar sólo,
sólo y absorto en tus asuntos,
solventando las cargas vulgares ocurridas,
a veces diligente, otras con la premura
con la que das portazo a los asuntos,
molesto por tu tiempo,
buscando el acomodo en tu misantropía,
en tus proyectos vanos de creatividad
que nunca van a ver alguna luz,
porque la escondes a la vista,
la ocultas en la sombra,
la guardas para ti, para ti sólo,
aunque luego la expongas en el escaparate
con el fin de exhibirla, de exhibirte cobarde,
con el leve barrunto subterráneo
de tus lamentos, de tus decepciones,
de tu impotencia por cambiar el mundo,
ese universo atroz que pintas esperpéntico,
sombrío, testarudo, doméstico, perverso,
observado de frente y de perfil
como si fuera un delincuente
fichado, retratado, señalado,
mientras ignoras tus vergüenzas,
tu orgullo, tus miserias,
desde tu torreón insobornable
de hombre equitativo,
omnipotente como un dios
y humilde, con la duda
del que no tiene qué perder,
porque nada posee, solo contradicciones,
siempre queriendo huir,
estar en cualquier sitio, en otra parte,
mas sin dejar de estar,
porque tampoco aguantas la ausencia de los foros,
a saber qué darías por a saber qué prendas,
qué reconocimientos,
tan sobrado como eres para tantas cosas,
sin admitir la dispersión,
la inoperancia de tus energías,
y lamentando siempre
el poco aprecio que tu entorno te hace,
al que tanto dedicas.
Lo siento, pedro, eres un desastre.

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