martes, 3 de junio de 2014

DESDE LA PENUMBRA



Quédate en las islas,
tú, la niebla desnuda
que trajo el espejismo hasta mis ojos,
que quiero volver
a ser el lienzo en blanco,
el que aguarda a su amante entre los acebos,
el que no fue torturado aún
y no conoce sino el dolor de verse abatido
una tarde de otoño.

Hace demasiados años
que espero a que mi cuerpo me sorprenda
con su peso,
con emoción, entre los arabescos de plata
o entre las voces de los supervivientes.

Quédate en las islas
y deja el brocado de ortigas para otro,
que no quiero el resplandor,
pues siempre trae la furia si refulge,
que busco ser besado en el cuello
por la boca más dulce
sin que nadie lo sepa
y no quiero ser despedido
si decido marchar.

Quisiera, antes de que desaparezcas,
que tan solo me dejes las respuestas
que preciso y que busco:
¿Qué gozo le dará el oro a los muertos?
¿Divagar es de estúpidos?
¿Debe implicarse el poeta
o solo ser la voz de cada máscara?
¿Es un tullido el triste?



© Luis Felipe Comendador, agosto de 2009
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DESDE LA PENUMBRA

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Espío en el escorzo borrosa geografía
velada en la negrura. Un pálpito rebelde
quebranta con silencios el leve desconsuelo
de la noche. Las horas se desperezan lánguidas
en la penumbra. Nacen ecos en el ambiente
apenas habitado bajo el refugio blanco
de vulnerable lienzo. El pálido sosiego
gana la encrucijada, y ensaya la vigilia,
con vaporoso tacto, un trazo con el dedo,
preludio del estío. La brisa, mansamente,
temblores estimula de lumbres olvidadas,
y el mirlo recupera memoria verdecida
de brazos enlazados en cuerpos inmortales.


©pbaediciones

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