martes, 25 de julio de 2017


Cala en el Cerro de los Romeros
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pequeña cala
de difícil acceso
solo los dos

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ORACIÓN

Déjame ver el mar aunque me muera,
aunque no me hayas dado nada más,
déjame ver el mar, porque quizás,
aunque nadie me quiere, él me quisiera.

¡Déjame, Dios, entrar! Me han rechazado
en todas partes, sólo quedas Tú.
Ni uno solo, ni una multitud
me quiso, déjame aquí a Tu lado.

Déjame ser el mar. No ser humana.
No hablar, no oír, que ardiendo está mi frente
consumida en hogueras de maldad.

Seré una ola más de las que pasan.
Me romperé en mil gotas de repente.
De algún modo, seré felicidad.


©María José Vidal Prado
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LA COSA


Una pareja paseaba junta.

Exploraban desiertas callejuelas
y sombras de farola. Titilaban
claveles, lirios, rosas… Las adelfas
cimbreaban la brisa en el descuido
de jardines de miel. Palomas negras
modelaban tormentas, tempestades
en la esquina borrosa de un poema.
Sus manos levantaban la hojarasca
del tiempo breve, de la lucha eterna:
esa mañana concertó el encuentro,
cuidadosa, romántica. Pasean
del brazo; de la mano. Se susurran
palabras de temblor. Y, prisionera
la muchacha del brillo de su boca,
se dejaba querer: la casapuerta,
la calle, la deshora, la penumbra
vacía de la esquina, la quimera
tomada por la sombra de la sombra
más negra de la noche… Sin reserva,
despliega su estrategia: contraataca
con palabras de fuego, sin pereza
resbalando en sus ojos. Se arracima
con ímpetu guerrero; sus promesas
enmudecen los gritos. Su soltura
sorprende la pasión de su colega,
que ve cómo su…, cosa…, su sentido
de macho dominante, se despeña
con estrépito mudo. Se desarma
el castillo, la torre; la defensa
alimentada desde la mañana…
Y a la chiquilla despechada deja.


de “Variaciones sobre el ocaso”, 2005

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