martes, 29 de mayo de 2018

NO SÉ DE DÓNDE NACE ESTA NEGRURA


Foto de pb: Tejedo de Tosante
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#109

UN SILBATO

Con el hueso de un albaricoque puedes hacer un silbato,
los hacíamos de niños en verano,
cuando el sol besaba el horizonte
y el sudor nos dejaba en la piel sabor a sal y a batallas.

Entonces, el sol era la piel de un tambor de guerra
que tocaba a retirada,
estirábamos los días persiguiéndolo por las paredes.

Pero la noche implacable,
nos mordía los talones con sus sobras,
como una mancha de tinta que se extiende,
tan negra como el agujero de aquel silbato bajo la almohada.


de Carmen Hernández Montalbán
(palabras prestadas)

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NO SÉ DE DÓNDE NACE ESTA NEGRURA

No sé de dónde nace esta negrura
que vacía de sangre los pulmones
y empuja irremediablemente
a la ceguera y al silencio.

No sé de dónde viene esta corriente
helada en la que flotan
todos los cisnes muertos y los versos.

Por qué florece en mi garganta
un eco de canciones de otro tiempo
envueltas en el vaho de la nostalgia.
El agua ya pasada es la que mueve
las aspas de este corazón
al borde del hastío.

Busco y me asomo a los abismos
donde se pierde la esperanza,
y bebo todo el aire en la caída.
En esa bocanada
engullo las mentiras, las traiciones,
todas las que he sufrido y contaminan
los manantiales que me surcan.

Una música turbia
envuelve las palabras,
renacen los hechizos,
sahumerios encantados por la fiebre
del pensamiento líquido
que hierve en los matraces.

El pensamiento bulle, brota
la demencia. Soy incapaz
de traducir el laberinto
absurdo en que me muevo.
Mis pasos no me llevan
a espacios conocidos,
me alejan de mí mismo, me extravían.
Sé que voy a tardar en encontrarme.

No soy nadie esta noche,
sólo un hombre perdido,
amenazando simetrías,
razones y equilibrios.

No soy nadie, quizá por eso escriba,
por ver si algo de mí
estuviera escondido en las palabras
y pudiera ayudarme a amanecer
y cruzar la frontera del dolor.

de José Viyuela
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XX

Encerrado en mi mundo deploro
el tiempo perdido,
en la negra butaca sentado
fumando un pitillo.

En mi negra butaca sentado
evoco las flores
despojadas con mano culpable
de sus tornasoles.

Entretengo la tarde, la noche,
las horas del alba
en mirar esas cosas que asoman
ante mi ventana.

Una nube rolando del este
anuncia chubasco.
En el aire dos pájaros negros
formulan presagios.

Bajo el árbol percibo murmullos.
Ladridos al viento.
Una niña menuda pasea
a un perro sin dueño...

A la sombra de mis ventanales,
cristales tintados,
voy restando, minuto a minuto,
los pasos que bajo.

Al final, cuando acabe las hojas
y borre mi huella,
ya sabré que perdí la batalla…
perdiéndola a ella.

de apuntes, 2001
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VOCES SUMERGIDAS EN EL ECLIPSE DE LOS NÚMEROS


Las cosas podían haber sucedido de otra manera, y sin embargo, sucedieron así. Aquella tarde me di cuenta de que el horror que estaba llegando a estas regiones, que ya llegó a países hermanos y vecinos, estaba por llegar también a este país, a este pueblo mío. A estos espacios de mi vida donde respiré por primera vez una bocanada de aire, aquí donde algo así como un aliento de óxido y tierra, alado viento de fresco mineral, vagó por primera vez entre las entrañas de este cuerpo, aquí donde comencé a ser. No puedo creerme lo que les voy a relatar porque, en realidad, no quiero creérmelo. Ojalá renunciando a ello pudiera ser que no se diera y ojalá no llegara a ocurrir, pero me temo que así fue. Esto será inevitablemente un relato de guerras y huidas, de negociaciones y trampas, de sangre ósea y entrañas con niños en fondos marinos.
Un mal día de verano mi amigo Said me informó de que unos comerciantes del agua, esos empresarios de la sed, habían encontrado el veneno negro del tiempo aquí en Ilamane, en mi pueblo. Dieron con esa sangre oscura del pasado sobre la tierra, aceite de hueso ígneo que explota en los motores de mil caballos… encontraron petróleo. Me dijo que habían dado con petróleo a las afueras, en esa zona de descampados, tierra que nadie codiciaba antes y que a nadie preocupó nunca. Una ingente cantidad de petróleo escondida bajo esta tierra de jardines y patios, de jacarandas y olivos. Me comentó que en las noticias se estaba hablando de negociaciones y pactos externos, de ventas y conflictos, de petrodólares y armas de defensa. Frente a ello le dije, ¡petróleo, aquí, en este pueblo que nadie sitúa siquiera en un mapa! Aquí, en Al-Jaza´ir, Argelia… No me lo quise creer y él no quiso ni contestarme. Hace ya diez años, en el sesenta y cinco, ascendió al gobierno Boumedienne desde el Frente de Liberación Nacional, tras los golpes de Estado que revocaron a Ben Bella cambiándose así la dirección del poder, y desde entonces algunas cosas habían cambiado por aquí. En los cafés y restaurantes la gente hablaba de literatura y cine, poetas emborrachaban a los espectadores ocasionales con vino y versos, poco a poco, como un engranaje discorde y mínimo, viejo y somnoliento, este país cambia. Pero ahora llegan estos vientos del Oeste, cargados de malolientes noticias y de ajenos seres en uniforme de corbata y lustrosos zapatos de piel.
Y ahora que han encontrado la sustancia viscosa, ese símbolo maldito del dólar se arraigará también aquí como un virus sobre las manos de nuestra gente y armas nuevas destruirán huesos y casas, escuelas y ánimos. Como sello cortante, el pacto ciego se advendrá como un mal juego donde las reglas no se conversan y las cartas las baraja el jefe de la mesa. Cuando los otros se enteren, cuando oigan que aquí hay lo que codician, vendrán a tomarlo como viejos buitres gordos sobre un joven halcón. Vendrán y se lo comerán todo, ya que su hambre pesa más que nuestra vida. A ellos nuestra sed no les importa. Pero no somos tontos, conocemos lo que está pasando en Irak, en Irán, en eso que para ellos es "Oriente Medio", sabemos del influjo del coche americano sobre la madre que sostiene al niño ametrallado, los comerciantes comerciarán y serán sometidos por su comercio. Son Estados Unidos o Europa, las recientes OPEP, es el dólar para pagar esa masa negra de guerra y sangre, son futuros esclavizados de personas que aún siquiera nacen. Eso está llegando aquí ya.

Pablo Agea. "Petróleo"
(pintura de vidriera)

Por la calle hacia el oeste busco refugio del sol moribundo de esta tarde de verano en la posada de mi amiga Aaminah y su esposo Armand. El ardiente té negro y el dulce dátil me transportan a la terraza. En la calle la gente camina, del trabajo van goteando hacia los hogares. Pienso en estas gentes, en cómo respirarán entre humos y rejas, entre espinas y ladrillos, en que estarán ocupados en sacar y meter barriles, en defenderse del vacío y de la bala, en alistarse en la ceguera y el dolor. Pero mientras, la música de laúd de Fatin Jalil le hace merecer su nombre rompe mis reflexiones meciéndome lento entre el horizonte y el atardecer. Con sus cuerdas afiladas en llanto estridente, en tensión leve que respeta un silencio de ojos cerrados, dejo caer sobre la almohada mi cabeza por un rato, disfrutando el presente amargamente efímero de este momento. Momento blanco de cal en la maceta y naranjas de luz entre las hojas de menta, de fresco vivir en este espacio que amo y que me permite, humilde, seguir aquí.
Sin más aviso caigo en sueño, estoy dentro, observando el acontecer de imágenes y símbolos. Veo amapolas danzando al viento de la mañana, veo campesinos, sus ojos duros y sus sonrisas abiertas, como granadas en primavera. Las suelas desgastadas de sus zapatos me hablan del tiempo, de su paso sobre las cosas y de cómo así, golpe a golpe, vamos muriendo. Como soplidos en las flores de jazmín, como silbidos de agua sobre la paciente piedra blanda que solo abre su ser a quien la acaricia con esmero. ¿Y qué llevará dentro, cuál es el secreto vacío de este mundo? Jalaluddin escribía del amor de aquel Sol de Tabriz que le limpió los ojos con la saliva de la rosa, hablaba del caminar pausado del átomo de tierra sobre este mundo, su tranquilidad en verso es como viento que peina los cabellos de estas sendas antiguas, caminadas sin cesar por la gente. Una tranquilidad la nuestra que es caprichosa, que es presumida, efímera y pasajera, que no se da a todos aunque todos al fin la busquen. Las lanzas de fuego que sobrevuelan poblaciones rompen el fino silencio de la noche, rompen el alma del bebé durmiente que sólo desea oír el trote coreográfico del corazón que lo alimenta, no la explosión, no el quiebre del suelo y el sueño. Una mosca pliega su vuelo en mi nariz y vuelvo al ruido de cristales en la posada. La tarde, ya hecha noche, avisa con su frío de que llegó el momento de adentrarse entre sus paredes, ahora tenuemente iluminadas por las lámparas de las mesas y las velas de las esquinas. Aquí esperaré a Mariam. Quiero, necesito, un poco de su voz. Ella ha sido mi amiga desde que teníamos seis años, al salir de clase jugábamos juntas en el jardín de su tío, olíamos las cítricas flores de azahar y recolectábamos hierbas para los tés de la tarde. Sabemos, pues, del suave olor de nuestras pieles, del rizo eterno de nuestros cabellos, existe un amor entre nosotras que es pasión fraterna, amistad de herida mutua más allá de toda sangre, pasión que anhela a la vez la palabra sabia y el sexo candente. De alguna manera siempre fue así entre nosotras, en el secreto de mi cuarto jugábamos a descubrir nuestros cuerpos tiernamente y sin juicios que reprimieran el devenir de las caricias.
A su llegada, yo sólo pienso en esa falda que lleva puesta. De pliegues sueltos, de sensual azul y lunares blancos, de viento curioso y presagio íntimo, de dulce frescor del verano hecho noche, reducido en su tela fina. Le comento lo de Said, los de los buitres, lo de la oscura sombra líquida y lo de la sed. Ella ya lo sabía, su hermano se lo había desvelado en la mañana. No aguanto más esto Mariam, hemos de irnos ya de esta tierra conquistada, maldecida por esos ciegos en traje que planean sobre nuestros futuros erguidos en alguna torre de cristal y mármol, hemos de irnos, le digo. ¿Pero qué espacio nos refugiará en esta maraña de hambre, polvo y guerras? ¿Qué ruta nos permitirá salvarnos de este horror del devenir? Ella, con su semblante de quietas cejas, con su tez clara como la mañana, me responde que está de acuerdo, que conoce cómo llegar a las caravanas que suben al norte, que podría ser en la siguiente semana y que nos dejarían en la frontera, en el mar, donde la cercada y amurallada Europa se avecina. Así, podríamos intentar llegar a algún país, a algún lugar que nos dé refugio, que nos permita una anhelada paz que luchamos por legitimar. Una paz en este mundo de estrategia y control que parece que no hay derecho que la funde y garantice para nosotras, que no habría sino sudor y muerte que la trajera a rastras, arrancando las posibilidades de lo imposible con las uñas desgastadas de las y los de siempre. Entonces, así haremos Mariam, le digo, la semana que viene nos esperamos en la esquina noreste de la Estación Central, que queda a dos calles del lugar de reunión de los que viajarán como nosotras, infiltrándose por los caminos desconocidos como el agua que se irriga por la tierra seca. Llevaremos poco equipaje; algunos libros, ropas, algo de dinero, comida, aseo. Lo mínimo, le digo.
Y la semana pasó lenta pero afortunadamente pasó, como todo, sin descanso. Vi varias veces a Mariam durante el trance pero no hablamos de nada del viaje hasta el día anterior en el que lo confirmamos en la tienda de frutas de su tía. Al día siguiente, la encontré a la hora y lugar citados y así fue como nos decidimos a partir, cruzando las calles veloces pero sin que la presura desvelara escapada alguna. Montamos en la caravana que nos llevaría al norte, llegando en tres días aproximadamente al olor salado y húmedo, a las rocas quebradas en arena por el agua, que destroza paciente su forma pulverizando en mineral su cuerpo. El viaje fue largo, tremendamente cansado, entre los sudorosos olores y el traqueteo continuado el destino se hizo presencia y ya en el norte respiramos aliviadas. El conductor de la caravana fue nuestra fortuna, era el primo de un amigo de nuestra infancia, que también estudió en nuestro mismo colegio y rápido nos reconoció. Él nos precavió de los posibles problemas durante esta interminable deriva de ruedas y polvo, éxodo de hambre y llanto, en la que hay seres desconocidos que se vuelven temibles personajes y otros héroes de la mejor mitología. A cambio de su ayuda nosotras le apoyamos con los mapas y trazados, tratando de orientarlo siempre que lo necesitaba. Creo que sin esta solidaridad, mutua comunidad del problema, las ruedas no hubieran tocado el norte. Nos indicó ya una vez allá que la mejor manera de cruzar a Europa era en la noche, desde los arrabales, donde puertos improvisados sirven de palanca a los botes de los que huyen del dolor y el conflicto que visita como plaga inagotable a nuestros pueblos.

Ángel Zabala. "Patera"
(46x38, acrílico sobre lienzo)

Y así fue como en la noche nos topamos con uno de esos botes, frágil, como el cristal frente a las llamas, andaba cargado ya con ocho personas, pareciendo imposible que eso avanzara entre las aguas ahora afortunadamente calmas. Ahí, ya arriba, había personas mucho más debilitadas y vulneradas que nosotras, gentes de todo tipo. Madres jovencísimas con hijos escapando de sus familias, niños con miedo y cuchillos escondidos, ancianos desesperados y agotados, esta gente compartiría desde ahora nuestro destino. Y si el viaje en caravana ya fue realmente una mierda, este que estaba por venir sería la desesperación. Olores, hambre, vómitos, frío, humedad, miedo, ruidos, peleas y gritos… esos fueron nuestros ambientes. El único salvavidas que existía consistía en permanecer dentro de lo que fuera esa cosa de plástico endurecido que nos hacía flotar. Mariam y yo andábamos muy cansadas, hacía día y medio que no comíamos, desde antes de subir al bote, esto hizo que los ánimos se sumergieran aún más, ya por debajo del bote que nos llevaba a ninguna parte. En la quinta noche de travesía topamos con algo sólido, el estrépito nos despertó a todos cuando al fin habíamos podido sumirnos en el sueño un rato, entre el agotamiento y el dolor. Ya esa noche se nos hacía muy dura, sobre todo por la insoportable evidencia que se sostenía en la fulminante muerte de un niño y su madre en la tercera noche sin agua. Ese algo sólido no era para nada una playa de arena fina y suave, se trataba de otro bote como el nuestro, éste de algo así como un metal blando, como hojalata. El antiguo bote yacía boca arriba, destrozado en pedazos, abierto y fracturado, cortante como filo de navaja. La colisión con nuestro bote no le hizo mucho, fue el nuestro el peor parado.
Un boquete nuevo se abría en la superficie plástica de nuestra "embarcación", que ahora expiraba el aire que la sostenía a flote en un mar oscuro que no nos decía nada, pero que susurraba muerte y fatalidad. El llanto del niño de cuchillo escondido fue el aviso del réquiem de estos muertos, luego en contrapunto con los gemidos de los demás. Mariam me abrazaba y yo no podía evitar que de mis ojos emanaran las lágrimas del final, esas lágrimas que me recordaban como el más triste castigo a las fuentes de mi pueblo, a esos patios y jardines con sabor a calma, ya lejanos, ya nunca más de mis ojos. Y es que la gente como nosotras, la gente de nuestros pueblos, no tiene finales felices, es la tragedia cotidiana lo que se plasma en el mirar de nuestros ojos, en el grito sediento de nuestros amigos. Miré a Mariam y ella me miró, quería que los últimos segundos fueran nuestros y así fueron. Mientras el agua hundía el bote que sucumbía ya por el lateral anexo besé la mejilla de mi amiga, pero no le dije adiós, su mano y la mía fluirían juntas entre los fondos oscuros del Mediterráneo como hace años fluían en los senderos, entre bosques de palmeras, en aquellas noches oscuras de poesía, de amorosa charla y pacíficos besos a los que nosotras no tuvimos más derecho. Los últimos segundos vividos me regalaron el recuerdo de unos versos de Khayyam que Mariam solía recitarme… Lámparas que se apagan, esperanzas que se encienden. Aurora. Lámparas que se encienden, esperanzas que se apagan. Noche.

Adrián Espada
2016
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Nota: Existe una recopilación de los poemas premiados en "Palabras Prestadas", en pdf, (2011-2017, 140 páginas, A5) a disposición de quien desee tenerlos. Sólo tienes que pedírmelo.

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