miércoles, 19 de diciembre de 2018
graffiti
Grafitti de
en Getafe
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CON LA FE A CUESTAS
(Remake de Who is me)
Yo también soy uno
que nació en el 57
y parezco más joven
que algunos tipos de mi generación
que se dedicaron a la banca
o a la ingeniería técnica
(desgraciados con familia y buen sueldo).
No puedo contar huidas
ni diásporas
porque siempre me fue relativamente bien
y las guerras me quedaban tan lejos
que sólo me sirvieron para ir de pacifista moderado
y fumar en comuna marihuana o tabaco
antes de ir a cenar junto a mis padres.
La poesía llegó como las lluvias de abril
y me ha mojado tanto
que, aunque escampe, sigue lloviendo adentro.
En fin, dejemos las mariconadas
y vayamos a ese yo
que desea quitarse la máscara
porque está harto de sacar pecho
delante de la gente...
Bien pudiera haber escrito del verde monte
y de la nieve eterna, del río y su aventura
entre batanes, de la piedra y el castaño generoso.
Haber sido la flor natural de mi tierra,
el poeta amado que ensalza las colinas
y las torres... pero no,
escribí de la muerte, de la gente al desnudo,
del sentimiento trágico de esta vida cómoda
que no sabe colmar porque no puede.
Y aún me pregunto por qué escribo,
mientras mi mente vuela a aquellos días de brasero y natillas
con mi abuela endiablada por la música militar
de los asesinos en la radio,
los que mataron al abuelo Felipe a sangre y fuego
en el lugar de Los Santos.
La voz de mi abuela por las noches
era una saeta civil y profana
que se convertía en grito interior.
Todas las putas madres de los asesinos
y todos los asesinos, y mi abuela,
Antonia Corral Martín,
me obligaron a escribir, me obligan.
Y quiero que se entienda a la perfección lo que quiero decir
y por ello no lo digo poéticamente.
Sin aquella fe que tantos llevaron a cuestas
fui el tres,
lo imposible,
el desertor...
Fui el desastre de mi casa
porque defraudé a mis padres
aunque jamás lo hayan reconocido
en público ni en privado.
En fín, que desperdicié el tiempo
y eso no se perdona
o no se perdonaba hasta que decidí gritar
«¡Que os zurzan!».
¡Ja, ja, ja!
Torcer el gesto y mirar a los ojos de los otros con cierta superioridad
para que te ensalcen los cuatro imbéciles que te rodean.
Ser porque nadie sabe lo que escribes,
pero notar el respeto de su necedad.
¡Qué mundo!:
Obreros de derechas babeando ante sus jefes,
comunistas de misa y braguetazo,
ratas muertas de fe y de miedo porque se acaba el tiempo
y no quieren entender que todo es al final despojo y puerta.
¡Infelices!
En todo caso, la realidad, la dura realidad,
es que no llego a fin de mes jamás
y las deudas me comen pero no importa,
y este oficio tan mío de decir
el justo hueco que cada uno ocupa
no tiene un buen futuro en lo económico.
Contar cómo se prostituyen los políticos
y cómo engordan sus monederos
mientras se ponen dignos para hundirte.
¡Hijos de la gran puta!, ¡ladrones!
¡Fieras que destrozáis cada una de vuestras piezas
para no compartirlas!
¡Hienas!
Cómo me gustaría veros arder de vergüenza ante la gente.
Y el trágala de escritorzuelos haciendo un zoco
de la Literatura.
¡Advenedizos!, ¡roncos imitadores de otros escritores mediocres
que lamen cualquier culo por aparecer en letra impresa!
Cómo os gusta medrar presidiendo jurados
o pregonando fiestas; os infláis como putas
ante los que jamás leyeron ni leerán una palabra vuestra.
Escritores de mi generación. ¡Ja, ja, ja!
Rebeldes hacia afuera, vestidos de malditos,
intentado vender prisión, mono y miseria
no hacéis más que el ridículo,
pues ni el vómito anida en vuestros versos.
Soledad, y no conciencia,
mucha vergüenza y tiempo de silencio,
mucho tiempo de silencio,
todo el tiempo quizás.
Pero no, persistís, ¡po-e-tas-en-re-sis-ten-cia! (?).
También recuerdo ahora las tristezas
y el miedo que me hizo llorar a gritos
una tardenoche de elecciones municipales
en la que mi hijo miraba aterrado su dedito meñique colgando
por una de sus falanges
y querer que ese dolor fuera mío,
que esa sangre fuera mi sangre...
aunque mi miedo era más profundo
que el terror del niño;
tanto, que aún lo llevo a flor de piel, en los ojos, en la punta de la lengua.
¡Qué poco bagaje de dolor para un poeta!:
un hijo herido de levedad por una puerta.
No os equivoquéis,
que el dolor verdadero vive en la posibilidad
y el peor miedo también.
El monto cultural, los libros leídos,
el tiempo ganado al tedio
o perdido con decencia
ante la puesta en valor del jodido dinero
significándose en una tarde sin tabaco
por no tener dos miserables euros,
aunque sí una cama donde caerme muerto
de tristeza por la miseria,
atenuada por unos versos de Montale o de Brodsky,
por una carta de Abraham o una canción de Caetano.
El jodido dinero hiriendo, envenenando,
haciéndome sufrir o escribir de pura rabia.
¿Me queda la palabra?
¡Joder!
Me queda la palabra
para evocar el corral de mi niñez
con la parra dando su sombra de uvas
y la lujuria de una mujer peinándose en una ventana interior.
Era mi madre aquella mujer deliciosa
de tez de manzana y risas,
la misma que ahora se me aparece en el espejo
siendo mis canas y las bolsas de mis ojos,
siendo la mirada frutal que asalta la general tristeza de mis gestos.
Mi madre. Centro y nada a la vez.
Mi madre.
¿Y la libertad?,
si su ausencia siempre fue motor de creadores
y puso en mil cabezas el laurel de la gloria,
el heroísmo,
y hasta el martirio
que tanto viste en una vida
si se logra salir
o tanto adorna en una muerte.
¿Acaso no es su voz la que nos mueve?
Pero, ¿quién es libre?, ¿quién puede ser libre?
¡Qué suerte poder crear entre la represión
o en una guerra
o en un gueto
o en una cárcel!
¡Qué suerte la del oprimido que levanta la voz
ante una masa y la agita hasta explotar
o hasta la sangre propia!
Sólo se puede ser donde te niegan.
La toleracia y la paz alimentan mediocres
poetas tranquilos.
¡Qué suerte ser parte de un dolor colectivo
y sacar la cabeza, sin más,
para gritar un verso!
Llueve adentro y estoy cansado,
pero no de vivir,
que el suicida se pierde la posibilidad
y el gesto de dolor
que alumbra esa paz que es la calma,
porque somos colinas y valles,
simas y altas montañas
y la muerte no es descanso,
es sólo muerte.
de Luis Felipe Comendador
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XLIII
Las luces de neón, —tiras de nieve—
reflejan en el suelo resplandores
y arrancan un destello misterioso
del cabello revuelto y caprichoso
de la niña que roba mis amores…
(Aléjate la luz de los neones
y lléname del fuego de tus ojos.)
de apuntes, 2001
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Trabajo de taller (sonrisas)
EL NIÑO Y LA CHACHA
Este texto contiene el resultado de las investigaciones sobre palabras que, con idénticos fonemas, su significado es distinto al cambiar el género; investigaciones llevadas a cabo durante mi retiro en el cabo o cap de Creu acompañado de Renata, una cabo primero, expulsada de la guardia suiza de la Santa Sede, porque era más guapa que una puesta de sol en el Collado Jermoso:
Por el agujero de la cerradura de la puerta de la salida, miraba un niño salido, mano en bragueta, afanado en consumar una paja.
-Quedaría mejor, decir masturbaba.
-Pues no; el niño no masticaba: su punto de mira, en aquella chochuda mañana, estaba en la joven y coqueta chacha que bailaba desnuda en la terraza un cachondo chacha-chá, sin importarle el mañana ni el que dirán. El niño bien podía dejar de tocarse las pelotas y dirigir, como vil pelota, su mirada más lejos de allí, a la Roma sacra verbigracia, donde el Papa Francisco, en la residencia veraniega de Castel Gandolfo, marcábase un tango tristón mientras comía papas romas con mojo picón. Pero volvamos a la chacha y al chacho mirón, que en su manía de ligar, pretendió, sin éxito, que la muchacha gustara el promontorio de su bragueta en lugar de ascender a la Mira. Del paciente espionaje, el curiosón supo que la chacha, chocha por la música, desatendía la orden del ama de poner bragas y calzoncillos en orden. En la mesilla de papá, las bragas; en la de mamá, los calzoncillos.
(-Habrán notado que entre tanto desorden, las comas están en el lugar que les corresponde, ¿Verdad?
-Sí, anda; sigue contando, sinvergüenza).
Pues bien, el niño no se chivó de aquel desmadre. (No hay duda que ama a la chacha y en silencio sufre su desatención). La chuminuda muchacha recordaba la tronadora voz del cura de su pueblo, antes de que éste cayera en coma, “¡Esta chica no tiene salvación ni cura!”, gritaba. Y todo porque un mal día, de una calor agobiante, (había que estar allí para comprobar hasta qué grado) quiso gozar la frescura del interior de la iglesia, topándose con el párroco, que sentado bajo un moral, estudiaba un tratado de la moral católica porque opositaba a deán. Sorprendida, se le ocurrió decir:
“Padre, nado en un mar de confusión”
“Pero bueno, hija, ¿Qué es lo que aflige a ese tierno corazón?
“Padre, ¿Es lo mismo la hija del Rajá; que la raja de la hija?”
“Chiquilla, está claro que no. Rajá es prostático y palabra aguda; raja es llana y plurifuncional”.
“Lo que usted quiere decir, Padre, es que Dios dibujó en la mujer la raja para cosa más importante que mear. ¿Verdad?
Desde el lado derecho del transepto de la iglesia llegaron las notas solemnes de la sonata nº 1 en La Mayor de Antonio Soler para clave, (o quizás para órgano). El malogrado deán pensó que la jodía niña estaba en la clave del higo; pero se guardo mucho de decirlo.
-¿Quién toca tan maravillosamente el clave, chiquilla?
-El niño mirón, padre.
Sí, el niño mirón, cuyas manos además de ser instrumento de vicio y desgaste de la sesera, ejecutaban hábilmente las partituras del padre Soler. Más tarde, ya mayorcito, escribiría un tratado sobre la soledad del narcisismo y una guía para combatir el amor propio, aunque en este menester, y mira que lo intentó, no tuvo la dicha de ser el guía de la chacha chochuna, que bailaba desnuda en la terraza de casa un cachondo chacha-chá.
de Blas Mendiola
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