martes, 11 de diciembre de 2018
LA MANZANA
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FIERA DE AMOR
Fiera de amor, yo sufro hambre de corazones.
De palomos, de buitres, de corzos o leones,
no hay manjar que más tiente, no hay más grato sabor,
había ya estragado mis garras y mi instinto,
cuando erguida en la casi ultratierra de un plinto,
me deslumbró una estatua de antiguo emperador.
Y crecí de entusiasmo; por el tronco de piedra
ascendió mi deseo como fulmínea hiedra
hasta el pecho, nutrido en nieve al parecer;
y clamé al imposible corazón... la escultura
su gloria custodiaba serenísima y pura,
con la frente en Mañana y la planta en Ayer.
Perenne mi deseo, en el tronco de piedra
ha quedado prendido como sangrienta hiedra;
y desde entonces muerdo soñando un corazón
de estatua, presa suma para mi garra bella;
no es ni carne ni mármol: una pasta de estrella
sin sangre, sin calor y sin palpitación...
¡con la esencia de una sobrehumana pasión!
de Delmira Agustini
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XLII
bajo los abedules
le pregunté a la rosa
por la niña orgullosa
de los ojos azules.
Oculta por los tules
del sauce, del zarzal,
pasea virginal
su pie por el jardín.
La busco cual mastín
detrás de algún rosal.
De apuntes, de 2001
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LA MANZANA
Desearía no haber tenido relación con este sórdido asunto, pero cuando se es un gusano no siempre se tiene elección.
En aquella ocasión, como en otras muchas, fue el hambre y un cúmulo de desastrosas casualidades las que produjeron la catástrofe. Las manzanas, siempre las manzanas. Como a Blancanieves, a Eva y a los protagonistas de otros cuentos infantiles, a mí también me arruinó la vida una apetitosa manzana. El único consuelo fue que Guillermo compró a los testigos y cambió manzana por cabeza en el relato de los hechos para convertirse en héroe. Mientras tanto nadie reparó en mí, salvo Guillermo, claro, aunque imagino que con el tiempo olvidó mi fatídica intervención. Ahora que se acerca mi último vuelo de mariposa, necesito contar el final real de la historia para acallar mi conciencia. Guillermo no acertó en la manzana, mató a su hijo y no fue por mala puntería. Rompí su concentración al asomar la cabeza fuera de la manzana para ver qué provocaba aquel súbito silencio.
De Miguel Torija Martí
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