martes, 19 de febrero de 2019

EL MUNDO EN UN SEMÁFORO


playa de los muertos
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FORTUNA

Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.

Ida Vitale (Premio Cervantes 2018)
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DIME QUÉ QUIERES

Dime qué quieres, noche de tinieblas
en este mediodía. Esas lágrimas
tan duras de leer no las descifro.
Son como pergaminos regados de tristeza.
Sentada en ese tren de cercanías
que avanza por el lujo y la miseria,
tus ojos han perdido su meta cardinal:
el sueño de querer cambiar tu vida.

Miras en la distancia. Pensamientos
chocan con realidades.
Y, bajo el sol grosero que viste de alegría
tu entorno, te consuela
tan solo la vivencia de los besos lejanos;
de tiernos brazos que, del otro lado
del mundo, se columpian de tu cuello
mientras dicen mamita
qué Navidad vendrás para quedarte.
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EL MUNDO EN UN SEMÁFORO

El catedrático de geografía Txema Pamundi decidió un día largarse de su universidad vasca y aceptar una plaza de una universidad catalana. Txema Pamundi conocía todo el mundo y sabía que el paisaje no lo hacen las banderas sino las personas queridas. Alguien le quiso dar tranquilidad y seguridad, y se instaló en una pequeña casa del Maresme. Todo iba muy bien excepto el ritual de atasco que cada mañana había de satisfacer para llegar a la hora. Y una de esas partes del ritual era un prolongado semáforo en el que el profesor Pamundi debía detenerse. Y allí, cada día de cada día, se le acercaba el rumano Mijai Bisericanu, con paquetes de pañuelos de papel y una esponja para limpiar el parabrisas. Txema Pamundi no quería empezar el día con un conflicto. Se dejaba embadurnar el cristal y se quedaba un paquete de pañuelos a cambio de un euro. "¡Gracias, profesor!", le decía Mijai. Y el profesor decidió hacer de profesor y considerar a Mijai como el primer alumno del día.
Inicio de curso. A veces son dos los semáforos que Pamundi debe esperar para entrar en la ciudad. Mijai, ante la seguridad del euro diario, conoce su coche y su hora y le aborda a mucha distancia del cruce. A Txema Pamundi le gusta la intuición de Mijai. Ése es el trato. "Mijai. No quiero más jabón en el cristal ni más pañuelos de papel. Soy catedrático de Geografía. Te regalo este atlas. Cada día, a esta hora, te haré una pregunta de geografía universal. Si la aciertas, tendrás un euro. Si no la aciertas, te daré una pista y tendrás medio euro". Más vale empezar el día jugando. La vida del semáforo está llena de malas caras. Al menos el profesor tendría a alguien a quien enseñar y el alumno algo de lo que aprender. Trato hecho.
Así pasan los días. Llega el coche del profesor Pamundi y ahí corre Mijai Bisericanu. "Tu apellido rumano significa Iglesia Blanca. ¿Puedes decirme una ciudad del mundo donde haya un templo muy grande y también sea considerada una ciudad blanca?". El semáforo. Rojo, verde, amarillo. De nuevo rojo. "Déme alguna pista, profesor". Y el profesor Pamundi, con ganas de suavizar el trámite dice: "Humphrey Bogart y Greta Garbo". Ya está verde. El profesor arranca. "¡No, espere! ¡Casablanca, en Marruecos!" Frenazo y 50 céntimos. Hasta mañana. Y mañana más: "¿Cuál es la capital del estado norteamericano de California?" Y Mijai que dice San Francisco. "Pues no. Es Sacramento. Hoy no cobras, Mijai". Y el profesor se pierde en el tráfico. Pero los días siguientes le compensa con una pregunta fácil: el monte más alto de África o los estrechos de Turquía o por qué la línea del Ecuador se llama Ecuador. Y Mijai se siente contento y decide estudiar más y más. Y ya no es por el euro.
Nuevo curso en el mismo semáforo. "¿Cómo te va, Mijai?" Txema Pamundi está más triste que otras veces. Algo ha sucedido en ese verano extraño. Mijai intuye un desengaño o unas ganas de irse. Las mismas que él sintió en su ciudad de Cluj cuando decidió irse a Occidente. El profesor tiene en la mano un billete de cinco euros. La pregunta de hoy pesa más. "¿Dónde están las islas Pitipusi?". El billete se queda en el bolsillo de Pamundi. "Algún día me gustaría morir allí", musita el profesor antes del semáforo. Mijai se ha hecho mayor. Está harto de intentar limpiar cristales que no se dejan limpiar. Le dice al profesor que ya no le verá más en aquel cruce y que la vida es larga. "Será para ti, Mijai. Para mí es cada vez más corta". Un día, el antiguo limpiacristales se presenta a una agencia de viajes y dice todo lo que sabe y las muchas lenguas que habla. Le contratan. Consigue los papeles. Le hacen delegado. El dueño admira su conocimiento del mundo y le otorga más poderes y una participación en el negocio. Amplían sus actividades a hoteles y hasta una pequeña línea aérea que se llama Iglesia Blanca. Vuela, triunfa y cada vez que alguien se ofrece para limpiar los cristales de su Mercedes él se saca del bolsillo un par de euros. En unas vacaciones, Mijai descubre el paradero de las islas Pitipusi. Decide ir allí lentamente, con la misma mochila con la que llegó hace años a Barcelona. Busca, pregunta, camina por la playa y al final, junto a una luz de petróleo y una mano de plátanos, se encuentra con el anciano Txema Pamundi. "Siéntate, Mijai. Te estaba esperando. Ahora sí que todo el mundo es tuyo".

JOAN BARRIL
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