martes, 5 de febrero de 2019
PARA LUISA
Foto tomada el 2 de febrero de 2019:
Por encima del árbol la primavera llega.
(ampliar para ver...)
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QUÉ FUE DE LOS CANTAUTORES
Éramos tan libertarios,
casi revolucionarios,
ingenuos como valientes,
barbilampiños sonrientes
—lo mejor de cada casa—
oveja negra que pasa
de seguir la tradición
balando a contracorriente
de la isla al continente
era la nueva canción.
Éramos buena gente,
paletos e inteligentes,
barbudos estrafalarios,
obreros, chicos de barrio,
progres universitarios,
soñando en una canción
y viviendo la utopía
convencidos de que un día
vendría la Revolución.
Aprendiendo a compartir
la vida en una sonrisa,
el cielo en una caricia,
el beso en un calentón.
Fuimos sembrando canciones
en esta tierra baldía
y floreció la poesía
y llenamos los estadios
y en muchas fiestas de barrio
sonó nuestra melodía.
Tardes y noches de gloria
que cambiaron nuestra historia.
Y este país de catetos,
fascistas de pelo en pecho,
curas y monjas serviles,
grises y guardias civiles,
funcionarios con bigote
y chusqueros de galón,
al servicio de una casta
que controlaban tu pasta
tu miedo y tu corazón.
Patriotas de bandera,
españoles de primera,
de la España verdadera
aquella tan noble y fiera
que a otra media asesinó
brazo en alto y cara al sol
leales al Movimiento
a la altura y al talento
del pequeño dictador
que fue Caudillo de España
por obra y gracia de Dios.
Toreando en plaza ajena
todo cambió de repente
los políticos al frente
de comparsa y trovador.
Se cambiaron las verdades:
"tanto vendes tanto vales".
Y llegó la transición:
la democracia es la pera.
Cantautor a tus trincheras
con coronas de laureles
y distintivos de honor
pero no des más la lata
que tu verso no arrebata
y tu tiempo ya pasó.
¿Qué fue de los cantautores?
preguntan con aire extraño
cada cuatro o cinco años
despistados periodistas
que nos perdieron la pista
y enterraron nuestra voz.
Y así van para más de treinta
con la pregunta de marras
tocándome los bemoles.
Me tomen nota señores
que no lo repito más:
algunos son diputados,
presidentes, concejales,
médicos y profesores,
managers y productores
o ejerciendo asesoría
en la Sociedad de Autores.
Otros están y no cantan,
otros cantan y no están.
Los hay que se retiraron,
algunos que ya murieron
y otros que están por nacer.
Jóvenes que son ahora
también universitarios,
obreros, chicos de barrio
que recorren la ciudad.
Un CD debajo el brazo,
la guitarra en bandolera,
diez euros en la cartera,
cantando de bar en bar.
O esos raperos poetas
que en sus panfletos denuncian
otra realidad social.
¿Y mujeres? ni se sabe.
Y sobre todo si hablamos
de las primeras gloriosas
que tuvieron los ovarios
y el coraje necesarios
de subirse a un escenario
de aquella España casposa.
¿Qué fue de los cantautores?
aquí me tienen señores
como en mis tiempos mejores
dando al cante que es lo mío.
Y aunque en invierno haga frío
me queda la primavera,
un abril para la espera
y un “Grândola” en el corazón.
¿Qué fue de los cantautores?
aquí me tienen señores
aún vivito y coleando
y en estos versos cantando
nuestras verdades de ayer
que salpican el presente
y la mierda pestilente
que trepa por nuestros pies.
¿Qué fue de los cantautores?
De los muchos que empezamos,
de los pocos que quedamos,
de los que aún resistimos,
de los que no claudicamos.
Aquí seguimos,
cada uno en su trinchera
haciendo de la poesía
nuestro pan de cada día.
Siete vidas tiene el gato
aunque no cace ratones.
Hay cantautor para rato.
Cantautor a tus canciones.
Zapatero a tus zapatos.
Luis Pastor
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PARA LUISA (recordando a Neruda)
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.”
Puedo escribir el verso: “la profe está de baja,
y no vendrá a la clase durante algunos días
porque cayó vencida por una gripe mala.”
Le pesan las pestañas ahíta de infusiones,
leche con miel, sudores, pastillas y migrañas;
cubierta de edredones temblores la confinan
mirando de reojo al borde de su cama.
Cómo olvidar sus rizos, cabellos de azabache;
la risa de sus ojos velados en sus jaulas,
alegres avecillas en danza de aceitunas
cuando con su alegría explica las palabras…
Tal vez esta tristeza creada por su ausencia,
y la melancolía rondando nuestras almas,
oculten las sospechas que anidan en el viento
de que sus servidumbres la alejen de este aula…
Por eso deseamos que pronto recupere
ese tesoro noble de la salud sagrada;
regrese a nuestra clase con renovados ánimos,
y al verso triste venza la risa de sus lágrimas.
(club sonrisas)
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DESASIMIENTO
Yo ya no quiero ser, porque si fuera
sería lo que tanto he deseado
a costa de dejar de ser soldado
para ser de otro ser, de otra manera.
Pues si consiento en ser lo que quisiera
y en mi querer se viera abandonado
(mi esencia, mi sentir…), aquel soldado,
dejaría de ser de mi madera.
Intuyo que, si sigo en mi porfía
y consiguiera ser eso que quiero,
ni madera y soldado yo sería.
Vencer la duda de mi dilogía:
pasar de menestral a caballero
en otra cosa me convertiría.
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HISTORIAS DE GETAFE
Tengo que contarlo. El cielo estaba diáfano, transparente; un viento helado barría las calles; la radio anunciaba bajada en la cota de nieve; el sol brillaba poderoso, pero no conseguía caldear el ambiente. No apetecía deambular por la ciudad…
Una necesidad, un compromiso, una obligación eran la causa de que dispersos viandantes salpicaran las aceras, cruzando a veces la calzada toreando automóviles. Vi un hueco en el aparcamiento del metro, y a él me dirigí, sin prisa ni pausa, tomándome mi tiempo en aparcar en batería pensando en la salida: con el morro hacia fuera.
Tres cuartos de hora más tarde, pasado el mediodía, me dirigía con premura al aparcamiento una vez cumplido el trámite que motivó mi salida a la calle, cuando advertí que mis pasos resonaban demasiado sobre el pavimento. Creo que lo noté porque repicaban como con eco. Una punzada de alerta me produjo el sobresalto de sentirme acosada. Nunca he sido cobarde, ni temerosa. Osé mirar sobre mi hombro, y vi que un joven con una mochila a la espalda, y pasamontañas, me seguía. Caminaba como a un par de pasos detrás de mí. Debió verme salir de la oficina, pensé. Medí la distancia que me separaba del coche. Su color azul destacaba sobre el resto de los vehículos aparcados, y la marca era inconfundible. Además, le faltaba la antena, que había guardado en el maletero cuando me lo pintaron. El joven mantenía la distancia. Ambos íbamos a buen paso. La confianza de tener la meta tan cerca mitigaba el posible riesgo que al mismo tiempo intuía. Tal vez fueran figuraciones mías, dudé, pero busqué las llaves en el bolso, y las dirigí hacia el coche con el dedo dispuesto para abrirlo en cuanto estuviera a una distancia adecuada. El joven no se distanciaba. Incluso me siguió cuando dejé la acera. Nuestros pasos se confundían opacos sobre el asfalto del aparcamiento. En un arranque de sangre fría, aparentando indiferencia, adelanté la mano y apreté el botón; saltó el pestillo, e inmediatamente abrí la puerta, me senté al volante y la cerré de un portazo. Al mismo tiempo, el joven abrió la puerta del copiloto y depositó la mochila en el asiento posterior.
-¿Qué haces? –le dije en un impulso irreflexivo.
-Es mi coche, -respondió mostrando sorpresa.
-¡No!, es mío… -repliqué con vehemencia
-Perdona, pero este coche es mío…
La absurda conversación amenazaba con hacerse interminable. Indudablemente era mi coche, y no acertaba a entender la extraña actitud del joven.
-No tiene antena… -balbucí justificando mi pertenencia.
-Me la han robado -respondió impasible. Luego me hizo una proposición:
-¿Comprobamos la matrícula?
Entonces advertí mi error. Mi coche, idéntico a este, y aparcado de igual forma, me esperaba tres o cuatro lugares más allá. Debimos pulsar el botón de la llave al mismo tiempo.
Una sonrisa ambigua, quizá perpleja, le dirigí cuando me alejaba al pasar frente a él en mi coche. No es verdad, pensaba, que la gente sea mala…; tengo que contarlo; esto no puedo guardármelo; lo haré por escrito, y ya sé cómo lo voy a titular: “La odisea de Montse”.
(club sonrisas)
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