viernes, 27 de noviembre de 2020

 

FRANCISCO BRINES. PREMIO CERVANTES 2020

 

Celebrando el premio





FRANCISCO BRINES, PREMIO CERVANTES 2020

     La concesión del Premio Cervantes, el 16 de noviembre de 2020, a Francisco Brines (Valencia, 1932) ha generado una intensa corriente de complicidad literaria. La euforia es colectiva y unánime. Lo sé. Pero el yo personal quiere que recree aquí algunas instantáneas vitales compartidas con el poeta de Oliva. La memoria y las fotografías de la evocación dejan en la retina esa luz sutilísima de lo atemporal.  Conocí al poeta en Madrid, en los meses finales de un año de plenitud literaria. El 23 de noviembre de 1999 conseguía el Premio Nacional de las Letras y la repercusión mediática llenó su agenda de eventos. En la tertulia posterior de una lectura saludé al poeta, me firmó mis manoseados libros y acordamos fecha para preparar una larga entrevista en la revista Prima Littera, que yo coordinaba por entonces. Comimos juntos el 20 de enero de 2000, tomamos café y me invitó a su piso madrileño en Moncloa. Allí me regaló su poesía completa, publicada por Tusquets en 1997 y una maravillosa tarde de tertulia incansable sobre la generación del cincuenta. Ese mismo año organicé una lectura del poeta en la biblioteca del instituto público donde trabajaba, una comida con profesores en Chinchón y la presentación de la revista nº 6 de Prima Littera, con mi entrevista en páginas centrales. Nos vimos después para que yo conociera a uno de sus mejores estudiosos, José Olivio Jiménez y para disfrutar de algunos paseos por la calle Serrano, visitando tiendas de antigüedades. Aquella acogida del poeta solo se repitió dos o tres veces más, pero jamás he olvidado su palabra cordial y su sensibilidad cercana y celebratoria. Así que el retorno a sus poemas ha sido un hábito mantenido en el tiempo.

   Francisco Brines compiló su obra por primera vez en 1974 y tituló el conjunto Ensayo de una despedida, aserto que refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos hechos de pérdidas sucesivas. El sintagma se repite en ediciones posteriores, que añaden nuevas composiciones y algunos cambios poco relevantes. La última antología, Entre dos nadas (2017) crea un orden nuevo en el personal trayecto lírico, ya que sus piezas han sido elegidas por casi trescientos lectores. Por tanto, esta colaboración múltiple y amistosa da fe de un cálido homenaje al que pone prólogo Alejandro Duque Amusco, quien señala los registros de Brines como aguja magnética. Hay en toda la producción una intensa coherencia, un pensamiento circular que se alimenta de redundancias. Los cimientos creadores son el fluir y la belleza. El tiempo es tránsito que nos va despojando hasta el vacío final y la oscuridad de la nada; la belleza es el modo de interrogar el entorno, que pone luz a los reflejos de la infancia e identifica al hombre con la naturaleza. En ambos centros germinales cobra sentido la palabra como revelación y vida. A través de la escritura se aspira una realidad que la memoria crea y dota de emoción; la palabra poética es también una respuesta vital que permite renacer el pasado en el ahora.   Su primer libro Las brasas (1960) obtuvo el Premio Adonais, el más importante galardón de la posguerra. Las composiciones de esta amanecida ya son elegíacas. Están escritas desde la memoria de un sujeto que reflexiona sobre el paso de los días. Sentimientos y sensaciones se marchitan, dejan entre las manos una menguada cosecha. En el presente, la esperanza no tiene sentido.  La segunda entrega de Brines, El santo inocente cambia de título muy pronto y se denominará Materia narrativa inexacta. Sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos dan cuenta de las meditaciones del hombre; ese sustrato común de la conciencia permite que el amor sea en nuestro devenir un recurso liberador. Los poemas, expuestos con escueta narratividad, refuerzan la objetividad del discurso. El itinerario se enriquece en 1966 con Palabras a la oscuridad, que se alzó con el Premio de la Crítica. El título sugiere que el misterio de la noche es interlocutor en quien el verbo deposita la emoción del mundo, esas perdurables impresiones del paisaje de Elda, la inquietante presencia de los otros o los signos desvelados de la soledad y la muerte.  Aún no es un libro renovador. Aparece en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en su contenido el conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos, aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también están presentes las habituales preocupaciones de Brines como el derrumbe continuo de la carne. Insistencias en Luzbel aborda una poesía metafísica, centrada en el largo trayecto que va desde el engaño de la plenitud de la infancia hasta la nada. La vida entonces -como ya expusimos- se convierte en ensayo de una despedida; solo es vivida plenamente en el breve sueño de los sentidos donde hay una ética de lo celebratorio, un estoicismo que indaga en el carpe diem y conjuga presente y captación de la belleza. Sus últimos libros son el patrimonio del poeta en el tiempo y tienen la mirada crepuscular de la elegía. En El otoño de las rosas un viajero en la parte final de su trayecto hace balance y sabe que el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para cantar el entusiasmo de haber sido.

Un  sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es el protagonista de La última costa. El epígrafe sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones. Se divisa la geografía litoral cuando el mar nos ofrece su  distancia, como si no fuera posible el retorno. El viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la definieron.

La antología consultada Entre dos nadas incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su apertura “Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo argumento deja el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la nada. Solo la escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de permanencia en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
    En Selección propia, una edición del autor, publicada en 1995 por Letras Hispánicas, hay un estudio introductorio fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”. El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A pesar del recelo al analizar la propia poesía, sugiere que la poética nace de la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus indagaciones se orientan hacia el proceso de creación. Cuando el devenir nos destierra del paraíso de la infancia la palabra se convierte en fortaleza que salvaguarda la dimensión individual del hombre. Los versos son refugio que permiten construir una realidad que emana de nosotros mismos porque es interior y se nos otorga como revelación. Así va apareciendo el mundo del poeta, sus concretas experiencias vitales expresadas con un lenguaje donde la intuición dirige la evolución de una obra que ha hecho de la precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio Machado o Luis Cernuda, Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es recuento del existir desde una conciencia ética, dejar en el poema las huellas desgajadas que empiezan a borrase en un tacto de arena.

 José Luis Morante

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EL MÁS HERMOSO TERRITORIO

 

El ciego deseoso recorre con los dedos

las líneas venturosas que hacen feliz su tacto,

y nada le apresura. El roce se hace lento

en el vigor curvado de unos muslos

que encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.

Allí en la luz oscura de los mirtos

se enreda, palpitante, el ala de un gorrión,

el feliz cuerpo vivo.

O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,

en el posar cansado de un ocaso apagado.

 

Del estrecho lugar de la cintura,

reino de siesta y sueño,

o reducido prado

de labios delicados y de dedos ardientes,

por igual, separadas, se desperezan líneas

que ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,

y un pecho dejan alto, simétrico y oscuro.

Son dos sombras rosadas esas tetillas breves

en vasto campo liso,

aguas para beber, o estremecerlas.

y un canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,

este dormido campo, y llega a un breve pozo,

que es infantil sonrisa,

breve dedal del aire.

 

En esa rectitud de unos hombros potentes y sensibles

se yergue el cuello altivo que serena,

o el recogido cuello que ablanda las caricias,

el tronco del que brota un vivo fuego negro,

la cabeza: y en aire, y perfumada,

una enredada zarza de jazmines sonríe,

y el mundo se hace noche porque habitan aquélla

astros crecidos y anchos, felices y benéficos.

Y brillan, y nos miran, y queremos morir

ebrios de adolescencia.

Hay una brisa negra que aroma los cabellos.

 

He bajado esta espalda,

que es el más descansado de todos los descensos,

y siendo larga y dura, es de ligera marcha,

pues nos lleva al lugar de las delicias.

En la más suave y fresca de las sedas

se recrea la mano,

este espacio indecible, que se alza tan diáfano,

la hermosa calumniada, el sitio envilecido

por el soez lenguaje.

Inacabable lecho en donde reparamos

la sed de la belleza de la forma,

que es sólo sed de un dios que nos sosiegue.

Rozo con mis mejillas la misma piel del aire,

la dureza del agua, que es frescura,

la solidez del mundo que me tienta.

 

Y, muy secretas, las laderas llevan

al lugar encendido de la dicha.

Allí el profundo goce que repara el vivir,

la maga realidad que vence al sueño,

experiencia tan ebria

que un sabio dios la condena al olvido.

Conocemos entonces que sólo tiene muerte

la quemada hermosura de la vida.

 

Y porque estás ausente, eres hoy el deseo

de la tierra que falta al desterrado,

de la vida que el olvidado pierde,

y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo,

pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.

 

FRANCISCO BRINES

"El otoño de las rosas" 1990

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La crisis como modo de gobierno tu

presencia modificante al punto de querer

decir antes de que sea un poema

sobre el oxígeno. Mi devoción es redundante. Madre, madre, madre.

El tercer eje este tren atraviesa Castilla en diciembre del

tostado al verde la nervadura de los árboles que podrían ser un

grito pero no pura calma aprovecha camino a casa donde tu

entusiasmo vibrando las paredes, piel suave, el baño, la cena, un nombre

que me gusta más que el mío mamá para Decir lo extra

ordinario desde el punto de vista de un pájaro que

se detiene un instante no soy yo.

 

Julieta Valero

"Los tres primeros años", Vaso Roto 2019

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