viernes, 5 de marzo de 2021

MUJERES EN EL ABISMO

 

 

MUJERES EN EL ABISMO

 

Blanca. Matilde. Antonia. Estefanía.

Teresa. Laura. Esther. Gloria. Dolores.

María Victoria. Carmen; (unas flores

y lágrimas). Beatriz. Lilyan. Mencía.

 

Valentina. Luliana. Flora. Lía.

Inés. Virginia. Leydi; (los clamores

por una muerte siempre son colores

de sal y sangre, y de melancolía).

 

Cristina. Rosa. Erika. Belén. Ana.

Raquel. Yurena. Margaret. Eliana.

Andra. Lorena. Talssi. Catarina.

 

Amparo. Encarnación. Situ. Susana.

Jessyca. Fadwa. Luna. Kenya. Jana.

Sofía. Arantxa. Lilibet. Irina…

 

(si tu mano asesina

se desentiende de tu mente impura

arrójala cortada a la basura)

 

marzo/2021

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EL INCENDIO DE UN SUEÑO

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles ha sido destruida por las llamas. Aquella biblioteca del centro. Con ella se fue gran parte de mi juventud. Estaba sentado en uno de aquellos bancos de piedra cuando mi amigo Baldy me preguntó: «¿vas a alistarte en la brigada Lincoln?». «Claro», contesté yo. Pero, al darme cuenta de que yo no era un idealista político ni un intelectual renegué de aquella decisión más tarde. Yo era un lector entonces que iba de una sala a otra: literatura, filosofía, religión, incluso medicina y geología. Muy pronto decidí ser escritor, pensaba que sería la salida más fácil y los grandes novelistas no me parecían demasiado difíciles. Tenía más problemas con Hegel y con Kant. Lo que me fastidiaba de todos ellos es que les llevara tanto lograr decir algo lúcido y/o interesante. Yo creía que en eso los sobrepasaba a todos entonces. Descubrí dos cosas: a) que la mayoría de los editores creía que todo lo que era  aburrido era profundo. b) que yo pasaría décadas enteras viviendo y escribiendo antes de poder plasmar una frase que se aproximara un poco a lo que quería decir. Entretanto mientras otros iban a  la caza de damas, yo iba a la caza de viejos libros, era un  bibliófilo, aunque desencantado, y eso y el mundo configuraron  mi carácter.

Vivía en una cabaña de contrachapado detrás de una pensión de 3 dólares y medio a la semana sintiéndome un Chatterton metido dentro de una especie de Thomas Wolfe. Mi principal problema eran los sellos, los sobres, el papel y el vino, mientras el mundo estaba al borde de la Segunda Guerra Mundial. Todavía no me había atrapado lo femenino, era virgen y escribía entre 3 y 5 relatos por semana y todos me los devolvían, rechazados por el New Yorker, el Harper’s, el Atlantic Monthly. Había leído que Ford Madox Ford solía  empapelar el cuarto de baño con las notas que recibía  rechazando sus obras pero yo no tenía cuarto de baño, así que las amontonaba en un cajón y cuando estaba tan lleno que apenas podía abrirlo sacaba todas las notas de rechazo y las tiraba junto con los relatos.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles seguía siendo mi hogar y el hogar de muchos otros vagabundos. Discretamente utilizábamos los aseos y a los únicos que echaban de allí era a los que se quedaban dormidos en las mesas de la biblioteca; nadie ronca como un vagabundo a menos que sea alguien con quien estás casado. Bueno, yo no era realmente un vagabundo, yo tenía tarjeta de la biblioteca y sacaba y devolvía libros, montones de libros, siempre hasta el límite de lo permitido: Aldous Huxley, D. H. Lawrence, E. E. Cummings, Conrad Aiken, Dos Passos, Turgénev, Gorki, H. D., Nietzsche, Schopenhauer, Steinbeck, Hemingway, etc. Siempre esperaba que la bibliotecaria me dijera: «qué buen gusto tiene usted, joven». Pero la vieja puta ni siquiera sabía quién era ella, cómo iba a saber quién era yo. Pero aquellos estantes contenían un enorme tesoro: me permitieron descubrir a los poetas chinos antiguos como Tu Fu y Li Po que son capaces de decir en un verso más que la mayoría en treinta o incluso en cientos. Sherwood Anderson debe de haberlos leído también. También solía sacar y devolver los Cantos y Ezra me ayudó a fortalecer los brazos si no el cerebro.

Maravilloso lugar la Biblioteca Pública de Los Ángeles fue un hogar para alguien que había tenido un hogar infernal arroyos demasiado anchos para saltarlos lejos del mundanal ruido contrapunto el corazón es un cazador solitario James Thurber John Fante Rabelais de Maupassant algunos no me decían nada: Shakespeare, G. B.  Shaw, Tolstoi, Robert Frost, E Scout Fitzgerald Upton Sinclair me llegaba más que Sinclair Lewis y consideraba a Gogol y a Dreiser tontos de remate pero tales juicios provenían más del modo en que un hombre se ve obligado a vivir que de su razón.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles muy probablemente evitó que me convirtiera en un suicida, un ladrón de bancos, un tipo que pega a su mujer, un carnicero o un motorista de la policía y, aunque reconozco que puede que alguno sea estupendo, gracias a mi buena suerte y al camino que tenía que recorrer, aquella biblioteca estaba allí cuando yo era joven y buscaba algo a lo que aferrarme y no parecía que hubiera mucho.

Y cuando abrí el periódico y leí la noticia sobre el incendio que había destruido la biblioteca y la mayor parte de lo que en ella había le dije a mi mujer: «yo solía pasar horas y horas allí…». El oficial prusiano el atrevido muchacho de  trapecio tener y no tener no puedes retornar a tu hogar.

de Charles Bukovsky

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MALTRATO

 

sólo tiene 10 años
pero ha visto muchas cosas
le han dicho que es malo
malo de naturaleza
que es mucho peor
que cualquier otro tipo de malo
eres imposible
serás un maltratador
como tu padre
nadie te va a querer
tiene 10 años
se clava los cuchillos de la cocina
se esconde durante horas
enciende el horno
rompe cosas

se pinta con témperas el pelo de azul
agujerea su oreja con chinchetas oxidadas
a veces le acaricio la cabeza
y sonríe
igual que si tuviera
10 años

 

de Mada Alderete Vincent,

La casa de la llave (de Baile del Sol)

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