Casa del Burguillo
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DE
AMICITIA
Precisamente por amor
las bibliotecas, el país, las salas
de espera, los bares,
los dioses que entre labios se despiden
y el pulcro caminar ante un convencimiento
hacen de este poema esencia tuya y mía.
las bibliotecas, el país, las salas
de espera, los bares,
los dioses que entre labios se despiden
y el pulcro caminar ante un convencimiento
hacen de este poema esencia tuya y mía.
Por el odio,
el rasgar indecible de unas uñas pintadas
sobre un torso masculino,
la verdad y sus nombres,
la miseria y sus rostros,
te contaré que has de sentir un golpe
que te obligue hacia un cuerpo y su lectura.
el rasgar indecible de unas uñas pintadas
sobre un torso masculino,
la verdad y sus nombres,
la miseria y sus rostros,
te contaré que has de sentir un golpe
que te obligue hacia un cuerpo y su lectura.
Por el cuchillo
que en un plato distancia a un hombre
de otro hombre, la certeza
fingida de un anciano al descifrar
entre basura cartas, versos
para su propia muerte, imploro
que me escribas,
amigo del siglo venidero.
que en un plato distancia a un hombre
de otro hombre, la certeza
fingida de un anciano al descifrar
entre basura cartas, versos
para su propia muerte, imploro
que me escribas,
amigo del siglo venidero.
Yo, por la palabra desoída,
el viento, la escritura
y el dolor que almacenan los años
juro leerte,
aunque por mi transcurran
las imprecisas palabras y los días de ocio.
el viento, la escritura
y el dolor que almacenan los años
juro leerte,
aunque por mi transcurran
las imprecisas palabras y los días de ocio.
de jesús urceloy / piedra vuelta (2014)
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FRONTERAS
Tenía un amigo árabe
que escribía versos
en las paredes enteladas de un hotel.
Viajaba de madrugada
con un mono azul,
transportaba jaulas de ropa sucia
desde Madrid a Cracovia,
hacía parada en París y en Roma,
a mediodía comía en Amsterdan
y si le daba tiempo
merendaba en Copenhague.
Por la noche,
era aparca coches de traje gris con
levita,
entonces
dejaba sus versos en los parasoles de
los mercedes,
esperaba
que sus palabras derribasen las
fronteras
por las que él pasaba
a lo largo de los días.
Sus
palabras, mi viaje.
de María
Jesús Silva
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DEL
TIEMPO Y LA SALUD
el
clima es un hábito del cielo
que
a todos da que hablar
podemos
añadirle
una
trompeta al sol y vínculos al viento
se
extiende en una nube la querella
que
abre el apetito de vocablos
qué
frío hace este invierno
qué
mal que se acostumbra la raíz
cómo
envidio el letargo de los osos
y
la respiración pausada en cuevas
de
ayuno y argamasa
y
luego en el recinto del verano
de
vuelta a la sustancia del ardor
si
te contara yo y supieras
la rosa que peleo en esta duda
y
cada uno insiste en sus escombros
y
cada cual se pliega en su corbata
y
qué le vas a hacer
si
de esa enfermedad nadie se ha muerto
si
el tiempo no acompaña a sus raíces
si
somos como humo en este himno
y
en un balcón del rostro
quisieras
encontrar perenne atuendo
vestirse
con escarchas las más nítidas
no andar siempre mudando de escafandra
mañana
es otro día de perplejas
intenciones
que huyen cuando nacen
y
como no hay tejados
donde esperar sin miedo
vuelves a tus ventanas para ser
que te mejores gracias
de
Helena Rodríguez
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DEBO IRME
No
me quiero quedar en este sitio
mucho
tiempo.
No
quiero que me atrape este mar
de
palmeras,
este
ramo de luz, que me despierta
y
me llena de sueños imposibles.
Debo
ir a otro lugar, donde el aire no cante,
donde
las olas no abracen
con
su ritmo de tango enamorado.
Donde
el oro macizo de la tarde
no
encienda las violetas.
Debo
irme de aquí,
debo
irme,
debo
ir mar adentro.
de Marisol
Perales Morillas
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22
Casas del Burguillo
Una pantalla anuncia el
desvío hacia la Reserva de Iruelas. Levanto el pie del acelerador y freno para
tomar la curva. El coche dibuja la parábola, cruza la carretera por debajo y se
interna en el Valle por una sinuosa vía que baja hacia la presa. A la izquierda
se hunde el barranco del Alberche. A la derecha el monte escamotea las Casas
del Burguillo. Antes de llegar a la presa un pequeño torreón marca la entrada
de Las Casas. Herrumbroso, un portón cierra el paso. Dejó ante él el coche, y
lo cruzo por un roto. Son tres calles; forman una espiga que se une al fondo.
Tramos de escaleras de piedra las unen en la ladera. Las casas son de dos
plantas, de sólidos sillares, todas iguales, amplias, con un patio en donde se
encuentra el lavadero y el gallinero. Hay un templo con una torre cuadrada; un
salón social donde se celebraban fiestas, ágapes y proyectaban cine; una plaza
con un pedestal de busto ausente; un dispensario médico y una escuela; y una
zona recreativa con piscinas. Al fondo, donde se juntan las calles,
construyeron pistas deportivas; más arriba está el transformador de la energía
y, junto a la carretera, el depósito de agua. El poblado se construyó para
alojar a personal directivo de las obras del pantano. Más tarde cambió de usos,
y lo ocupó la comandancia de la Guardia Civil de la zona: es probable que de
esa época sean las reformas. Posteriormente se utilizó como campamento de
verano durante algunos años, hasta que sus deficiencias cuestionaron la
viabilidad de su mantenimiento.
El abandono ha hecho
presa del poblado, y el monte, poco a poco, va adueñándose de las escaleras, de
las calles, de la plaza… algunos cielos rasos se han venido al suelo, y la
curiosidad y el pillaje han hecho presa en él. La espadaña vacía sobresale
triste, y en los rincones oscuros cuelgan racimos de murciélagos…
He visitado
el pueblo. El pueblo abandonado.
Abandonado yace
al viento y al fracaso.
En sus
calles semillas vigorosas brotaron
embozando
las piedras que sudores crearon…
Los techos
no resisten el paso de los años.
Los
ventanales crujen. Se agrietan los tejados;
hay puertas
que no abren, o que han descerrajado
y enseñan
sus vergüenzas y enseres olvidados:
armarios de
dos puertas sin nada en su regazo;
camas desarboladas
de hierros oxidados;
somieres
estridentes de muelles estirados,
o de
tenaces lamas al agua y al desánimo;
cocinas
amuebladas; fogones apagados…
Faroles en
las calles muestran el desencanto
con sus cristales
rotos a un mástil encumbrados,
o en una
esquina pétrea firmes apontocados,
inútiles en
sendas por las que voy andando
con la
congoja huella del tiempo mancillado…
Espinas de
zarzales rodean pasamanos
de calles
en ascenso, de piedra y de peldaños,
con troncos
retorcidos fantasmas del pasado.
Papeles de
un archivo ponen fecha al engaño
de que
antes hubo vida: había un dispensario…,
y una
piscina nueva, hoy su fondo quebrado;
e iglesia y
sacristía, sus muebles arruinados;
y un hueco
de escalera que sube al campanario…
ni los herrajes
quedan, que ya se los llevaron…
Castillos
en la escuela; rotos sus encerados;
las aulas
destrozadas sin mesas y sin bancos,
añoran
regocijos, recreos…, los dictados…
carreras en
la plaza desierta, sin un banco,
el pedestal
desnudo y una inscripción en blanco
borrada por
el tiempo de un tiempo ya pasado.
Hay un
salón social con cine, para el amo;
y zona de
deportes. Y corrales pensados
para criar
gallinas, cerdos, conejos, patos…
Toco la
puerta y entro. Brilla un suelo encerado.
Las hojas,
entreabiertas, documentan un cuadro:
enfrente un
hombre escribe; hay flores en el patio
y niños que
salpican de risas los espacios.
Una mujer
morena de soles y de abrazos,
quizá la
que me abrió, delante va mostrando
la sala de
los niños, la cocina y un cuarto
donde la
ropa limpia espera su planchado…
Y subo la
escalera, pues me ha cedido el paso
para que en
la otra planta admire… De un portazo
como de
catacumba, que el viento ha provocado,
se ha
levantado polvo de muchos, muchos años,
y el suelo
de ha vestido de telaraña y guano.
Del marco y
de las jambas astillas han saltado;
un vidrio
de ventana con suerte se ha salvado,
y nubes de
murciélagos el vuelo han levantado:
colgaban del
carrizo de techos quebrantados,
chillan su algarabía
sombras sobrevolando,
y en su
galimatías mi ensueño han despertado.
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