martes, 2 de diciembre de 2014

DESDE LA PENUMBRA



LA MÚSICA

(Plaza de la Estación, en Charleville)

A la plaza que un césped dibuja, pobre y ralo,
y donde todo está correcto, árboles, flores,
traen todos los jueves, de noche, su estulticia
los burgueses jadeantes, que ahogan los calores.

La banda militar, en medio del jardín,
con el vals de los pífanos el chacó balancea:
Se exhibe el lechuguino en las primeras filas
y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.

Rentistas con monóculo subrayan los errores:
burócratas henchidos arrastran a sus damas
-mujeres con volantes que parecen anuncios-
a cuyo lado corren, fieles como cornacas,

A la par que la arena con su bastón atizan,
sentados en los bancos, tenderos retirados,
aspiran rapé en plata, y siguen: «¡Pues, decíamos!...»
con mucha dignidad discutiendo tratados.

Un burgués con botones de plata y panza nórdica,
aplastando en su banco un lomo orondo y fofo,
saborea su pipa, de la que cae una hebra
de tabaco; -Ya saben, de estraperlo lo compro.

Y por el césped verde se ríen los golfantes,
mientras, enamorados por el son y el disfrute,
ingenuos, los turutas, husmeando una rosa
acarician al niño soñando con la nurse...

Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante,
bajo el castaño de indias, a las alegres chicas:
lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí,
con los ojos cuajados de ideas clandestinas.

Yo no digo ni mú, pero miro la carne
de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos:
y persigo la curva, bajo el justillo leve,
de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.

Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias...
Ellas me encuentran raro y van cuchicheando...
Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas,
y mis deseos brutos se enganchan a sus labios...

© Arthur Rimbaud

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DESDE LA PENUMBRA

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Asomas al espejo.
Ante ti se presenta un ser ajado
con hábitos de viejo
y tono demacrado.
¡Qué poco para ser papel mojado!

El vaho difuminas
y la luna se torna transparente.
En su seno adivinas
- misterio sorprendente –
que con tu rostro vive mucha gente:

Una sombra de musa;
cinco sabios pinceles, aplicados;
la mirada confusa
al interior; cegados
ojos y labios cuando son besados…;

una gota de ducha;
fuego helado que viene del invierno;
alguna mano; mucha
negación del infierno…,
y un vaciarte súbito y eterno.

Miras la marioneta
con los hilos marchitos, desmembrada,
su pantomima quieta,
su talla quebrantada,
y en el baúl del tiempo abandonada;

y ese convoy varado;
y la escuela vacía; y un querer
con un verso rayado…;
y la guapa mujer
que te sonríe con amor de ayer...

Son un recién nacido;
y un joven; y un soldado; y un reflejo
de cónyuge marido;
y un prójimo perplejo...
Entonces te ves, pedro, en el espejo.


©pbaediciones

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