martes, 24 de enero de 2017

NO SÉ DE DÓNDE NACE ESTA NEGRURA


río manzanares en La Padriza
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aguas inquietas
para empezar de cero
arrasan todo

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NO SÉ DE DÓNDE NACE ESTA NEGRURA

No sé de dónde nace esta negrura
que vacía de sangre los pulmones
y empuja irremediablemente
a la ceguera y al silencio.

No sé de dónde viene esta corriente
helada en la que flotan
todos los cisnes muertos y los versos.

Por qué florece en mi garganta
un eco de canciones de otro tiempo
envueltas en el vaho de la nostalgia.
El agua ya pasada es la que mueve
las aspas de este corazón
al borde del hastío.

Busco y me asomo a los abismos
donde se pierde la esperanza,
y bebo todo el aire en la caída.
En esa bocanada
engullo las mentiras, las traiciones,
todas las que he sufrido y contaminan
los manantiales que me surcan.

Una música turbia
envuelve las palabras,
renacen los hechizos,
sahumerios encantados por la fiebre
del pensamiento líquido
que hierve en los matraces.

El pensamiento bulle, brota
la demencia. Soy incapaz
de traducir el laberinto
absurdo en que me muevo.
Mis pasos no me llevan
a espacios conocidos,
me alejan de mí mismo, me extravían.
Sé que voy a tardar en encontrarme.

No soy nadie esta noche,
sólo un hombre perdido,
amenazando simetrías,
razones y equilibrios.

No soy nadie, quizá por eso escriba,
por ver si algo de mí
estuviera escondido en las palabras
y pudiera ayudarme a amanecer
y cruzar la frontera del dolor.


©José Viyuela
Escrito en "Lecturas Turia"
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LA HIPOCRESÍA

“Por tabernas de llanto persistimos
bebiendo a trago y sed en la belleza
mientras después de un vaso de tristeza
otra mayor tristeza redimimos.”
(Jesús Tomé, Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1927)


Eternos caminamos
para redescubrir cada mañana
una nueva tristeza en cada paso.

A patadas cruzamos la conciencia
y saciamos la sed en la quimera
del confort, transigiendo el compasivo
vivir de falsedades y de engaños
en los que somos víctimas, verdugos,
encubridores fatuos y cobardes
encorbatados frente a las esquinas
desde donde se atraca con un niño
de pecho, la mirada de suicidio
y la mano huesuda, desalmada
tendida a las alturas denigrantes
de la divisa cómplice y perversa.

Cabalgamos ausencias tenebrosas
sobre alazanes mórbidos, alados,
clavileños que no dejan las nubes
ni despegan sus alas de la tierra
cegada por pañuelos inocentes.

Tropezamos, y al aire se desangran,
sobre granitos, mármoles y viento,
hálitos de placer y desengaño
desde la jungla de nuestra mentira
al tibio sol que alumbra para todos.

Vestimos el desprecio de cordura
y a la miseria cínica llamamos,
amparados en blanco detergente
para enjugar la mugre del semblante
ennegrecido tras cualquiera esquina.

La verdad nos asusta, nos aturden
las tersas desnudeces desnutridas,
imposibilitados para el odio
porque solo miramos a otra parte,
por tabernas de llanto, persistiendo
en beber, trago y sed, en la belleza.


De “espejos rotos” 2005

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